Los hermanos Arkadi y Boris Strugatski escribieron entre 1967 y 1972 Ciudad maldita, novela que, por el calado de sus denuncias, no lograrían ver publicada hasta 1988. Su novela, una de las grandes obras de la ciencia-ficción, reivindica la libertad a partir de la denuncia de su supresión, ensalza la humanidad a partir de la descripción de su neutralización, o reclama la generosidad o la empatía a partir de las consecuencias fatales de su ausencia.

Mother Russia, ilustración de Eduardo de Jevenois Howlett para Fabulantes

Una novela escrita en un tiempo pero publicada en otro. Un manuscrito escondido bajo cien llaves y con unas escasísimas copias distribuidas a poca gente de la más estricta confianza. El intento por denunciar el totalitarismo y la colaboración con él de quienes viven dentro de un sistema totalitario hermético. La amenaza de acabar con la vida del emisor antes de que el mensaje consiga traspasar los muros de la sospecha, la censura y el miedo. En estas especialísimas circunstancias, los hermanos Arkadi y Boris Strugatski escribieron —entre 1967 y 1972— y publicaron —en 1988— una de sus novelas más monumentales: Ciudad maldita (Gigamesh, 2004). Una novela construida como una caja secreta Himitsu-Bako, donde sólo quien conoce su clave puede acceder a los muchos secretos ocultos en su interior.

En la cúspide del secretismo, la pista para abrir esta «caja» es a su vez un conjunto de claves que recorren toda la novela por sus distintos niveles, desde el más general al más particular, desde lo más abstracto hasta lo más concreto. Como hilo del que tirar se nos da una señal recurrente: «el Experimento es el Experimento». Cada vez que leamos esta frase sabremos que nos encontramos ante un momento de reflexión sobre el leitmotiv de la novela y, por extensión, de su trama e hilos argumentales. Así, se plantearán con inteligencia a lo largo del libro preguntas como: ¿Qué es «el Experimento»? ¿Quién está tras él? ¿Con qué objetivo se puso (y sigue) en marcha? o ¿Cuál es el sentido de los personajes y sus tramas para los promotores del Experimento, si es que existe alguno? Esta reseña pretende presentar una interpretación de dichas claves. Precisamente por ello, podemos estar absolutamente equivocados en nuestra comprensión del texto. La única forma de saberlo es comparar opiniones con otros lectores que, a su vez, realicen el mismo esfuerzo de descodificación. Seguir leyéndola desvelará asuntos de la trama que podrían chafar la lectura de una novela que merece muy mucho la pena. Pensaos bien si queréis seguir adelante.

La ciudad maldita es un espacio cerrado, una mitología urbana construida a base de rumores y leyendas que ha recluido sobre sí mismos a la mayoría de sus habitantes. Entre estos rumores destacan dos: de un lado, la leyenda de un edificio rojo de ladrillo que aparece y desaparece inesperadamente, llevándose consigo a todos aquellos que entren a curiosear por sus entrañas (muy pocos son los que dicen haber entrado y todavía viven para poder contarlo); del otro, el misterio de las personas que han aparecido muertas, despeñadas y aplastadas, tras haber caído, supuestamente, desde un muro amarrillo cuya increíble altura lo hace inescalable.

En el exterior de la ciudad las cosas también son desconcertantemente misteriosas. Aunque se sabe que existen otras ciudades, donde «el Experimento» también sigue en marcha, de aquel exterior urbano no ha llegado jamás ningún otro ciudadano. En la ciudad maldita sólo han entrado ciudadanos rurales, quienes transmiten la imagen de una vida sin privaciones ni necesidades excesivamente apremiantes, o nacionales de otros países que han mostrado interés en participar en «el Experimento» y se han incorporado a él, cuya tradición sociopolítica originaria puede ser tan variopinta como la germana (Fritz Geiger, un filonazi) o la sueca (Selma, socialdemócrata), y extravagantes seres introductores del caos (la novela comienza con una invasión de babuinos) que los oficiales del «Experimento» rápidamente quieren identificar e incorporar a su cotidianidad.

La población se ve sumida en el caos y la esquizofrenia. Saben casi tanto del «Experimento» como de las leyendas urbanas del lugar donde viven o de los extraños visitantes que completan la fauna de la ciudad. La única norma es, por tanto, la no existencia de una normalidad: los ciudadanos deben cambiar de trabajo cada poco tiempo (sea cual sea su nivel de desempeño en el anterior), con lo que cambia también su estatus y su nivel de vida, su residencia y su red de relaciones con los demás. Sin reglas estables o pautas a qué atenerse, cada uno a su manera afronta el día a día a través de distintas estrategias de supervivencia: desde atenerse a las obligaciones del «Experimento» para adaptarse a ellas (como sucede en el caso de Andrei, el protagonista), hasta situarse en lo más bajo de la escala social para no destacar y permanecer invisible al ojo del «Experimento» (Van, compañero de Andrei que se niega a cambiar su trabajo de basurero por otro notablemente mejor), pasando por distintas modalidades de extravagancia o servilismo.

La novela transcurre a partir de los distintos cambios de responsabilidad social de Andrei Voronin, nuestro protagonista, astrónomo de profesión, que «el Experimento» lleva a desempeñar funciones tan variopintas como las de basurero, juez de instrucción, jefe de redacción o consejero. Con cada paso, Andrei experimenta en primera persona el conflicto extremo entre su ética personal y la moral pública del sistema, obligándose a mantener actitudes o comportamientos ajenos a sí mismo, forzando a los pocos amigos o compañeros que ha conseguido mantener a cederle su dignidad o su intimidad, o a ejecutar acciones más allá de lo que alguna vez pensó ser capaz de hacer. Entabla así una lucha que va forzando sus costuras, minando su estrategia, abriéndole los ojos ante muchos problemas del «Experimento».

La construcción ideológica de Ciudad maldita nos recuerda mucho a Salida, Voz y Lealtad, un clásico de la Ciencia Política que publicó Albert O. Hirschman en 1970, y del que esta novela parece una transposición literaria bastante exacta. En aquel libro se defiende que éstas (las del título) son las estrategias generales a disposición de cualquiera que, en una organización privada (empresa o asociación) o pública (Estado), quiera expresar y gestionar su insatisfacción; en resumen: o acatas o protestas o te vas. Los hermanos Strugatski acotan la ciudad a partir de estas tres estrategias: si protestas quizás te encuentres con el edificio rojo (metáfora de la ortodoxia y la obediencia, simbolizada por un Gran Estratega difunto pero presente), si quieres salir a lo mejor resbalas desde la cima del muro amarrillo (siendo tu esperanza el breve fulgor de una estrella fugaz), y si acatas, vivirás en carne propia la insatisfacción de las contradicciones del «Experimento» (el proceso de transformación psicológica de Andrei Voronin es una metáfora en sí misma).

Ahora sí podemos visualizar más claramente esa caja de Himitsu-Bako. Comprender el espacio de la ciudad maldita, cómo está construido y qué implica esa arquitectura panóptica, nos permite desvelar más fácilmente las claves ocultas en los demás niveles de lectura. Vemos con claridad cómo la novela reivindica la libertad a partir de la denuncia de su supresión, ensalza la humanidad a partir de la descripción de su neutralización, o reclama la generosidad o la empatía a partir de las consecuencias fatales de su ausencia. Como si fuese un negativo, proyecta el lado oscuro de los experimentos de modelización social para reivindicar la humanidad espontánea y libre, desprovista de límites más allá de los de su propia extravagancia e imperfección.

Boris (izquierda; 1933- 2012) y Arkadi Strugatski (1925- 1991) trabajando

Esta novela resulta ser una hija de su tiempo. Las muchas referencias sociopolíticas intercaladas a lo largo del texto adoptan un sentido, más exacto y evidente, cuanto más en cuenta se tenga el clima social y los acontecimientos históricos de la década de 1970 que les toca vivir a los hermanos Strugatski. Los autores están inmersos en un régimen soviético tecnocrático que, tras haber renegado públicamente de la tradición estalinista —como hiciera Nikita Jrushchov en 1956 durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética—, desde 1964 parece haber recuperado muchas de aquellas prácticas con la llegada de Leonid Brézhnev a la Secretaría General. Se trató de un periodo oscuro donde muchas de las cuitas denunciadas en la novela fueron moneda corriente (todavía lo siguieron siendo de forma férrea hasta que comenzaron a debilitarse con el liderazgo de Yuri Andrópov, mentor de quién las aboliría definitivamente a finales de los ochenta, Mijaíl Gorbachov).

La audacia en la escritura de esta novela exige, en contrapartida, audacia para su lectura. Desentrañar sus claves, adentrarse en sus misterios y extraer los mensajes ocultos insertos en ella, prometen una experiencia escasísima en la historia de la literatura. Quizás no sea una de las mejores novelas de sus autores desde el punto de vista creativo, pero sí es una muestra de cómo una escritura de compromiso puede dar de sí una gran novela desde el punto de vista conceptual y formal. Sólo por eso tiene merecido ya un lugar entre las grandes obras de la ciencia-ficción y, todavía en nuestros días, aporta muchas lecciones aplicables para nuestro deseo de una vida mejor.

Russia 2, Dmitry Bogolyubov