Isaac Asimov fue un apasionado de la literatura policíaca, como demuestra en Estoy en Puertomarte sin Hilda y otros cuentos, donde conjuga misterio sin perder las esencias de sus preocupaciones científicas ni de sus tan reconocibles marcas de estilo, que se acentúan, en lo bueno y en lo malo, en los once relatos que componen este volumen.
Estoy en Puertomarte sin Hilda y otros cuentos (Alianza, 2013), de Isaac Asimov, contiene todos los relatos aparecidos originalmente en Asimov’s mysteries (Doubleday, 1968): once piezas de extensión variable elaboradas por el autor entre 1953 y 1968 -aunque más de la mitad de ellas correspondan al período comprendido entre 1953 y 1957-, con la intención declarada de «demostrar que los relatos policíacos de ciencia-ficción pueden ser todo lo extensos que se quiera» (página 12). Asimov procuraba así ampliar los límites creativos y literarios de su primera novela dentro de este estilo mixto, la ya legendaria Bóvedas de acero (1954). Una intención que es, a su vez, una declaración de amor a ambos géneros, como nos deja ver claramente en el “Epílogo” al último relato del tomo tomo: «[…] Ahora que he leído todas las historias de este volumen y he revivido los recuerdos que cada una despierta en mí, todo lo que puedo decir es: ¡Vaya, es estupendo ser escritor de ciencia ficción!» (página 261).
Toda su obra se encuentra impregnada, de una manera u otra, del misterio o la incógnita. Asimov era más que un científico: era un amante del conocimiento, con tendencia a la multidisciplinariedad y a conectar las distintas áreas del saber las unas con las otras. Detestaba las mesas separadas. No concebía cómo la física podría haber avanzado sin el aporte de las demás disciplinas. Por eso, cuando trazó las líneas generales de la “Psicohistoria”, su disciplina encargada de predecir el comportamiento de las masas en plazos de tiempo extremadamente largos, lo hizo sobre una base donde se conectaban las Matemáticas, la Psicología, la Historia, la Sociología o la Estadística.
Aquí encontramos esta misma hoja de ruta a la hora de configurar a algunos personajes recurrentes. Y, especialmente, al doctor científico-detective Wendell Urth. En él convergen ciencia y misterio sobre la base de una metodología hipotético-deductiva. No en vano, Asimov también nos dice en esta “Introducción” que «la ciencia en sí es casi un enigma, y un investigador científico es casi un Sherlock Holmes» (página 10). En la mayor parte de los relatos es esta metodología la que utilizan los personajes encargados de la investigación para poner coto y dar caza a las distintas incógnitas que forman sus respectivos casos, de forma que el lector también pueda participar en la resolución de los enigmas planteados en cada relato. La lectura se convierte en un juego abierto, haciéndose así más entretenida.
Otro aspecto recurrente en Asimov, y que volvemos a tener también aquí, es el tipo de planteamientos lógicos a que nos reta en sus distintos cuentos. En ellos, se insiste mayoritariamente en la competencia entre científicos (directa o indirecta, patente o latente) como motor de las distintas tramas, y se plantean enigmas donde las leyes de la física o la bioquímica son fundamentales para su resolución, pero siempre situando en el centro al método científico y a la lógica hipotético-deductiva, lo que tiene un lado positivo y otro negativo. En el positivo, se encuentra la posibilidad de que cualquier aficionado a la ciencia pueda introducirse de forma directa y sencilla en los argumentos de los distintos relatos; por su parte, en el negativo, está la rápida evolución del conocimiento científico: tanto es así que algunos relatos caducaron entre su primera publicación en revistas y su inclusión en Asimov’s Mysteries -y otros han caducado ya en en nuestros días-. A pesar de todo, cada uno de ellos sigue siendo todavía legible y disfrutable.
Donde de verdad cojea Asimov, sin embargo, es en la descripción de los personajes, todos ellos excesivamente planos, incluso muy similares los unos a los otros, con la antedicha excepción del extraordinario doctor Urth. Llama poderosamente la atención el rol de la mujer: relegada a la condición de compañera (“Nota necrológica”), cuando no de mero objeto de deseo (“Estoy en Puertomarte sin Hilda”), excluida de la ciencia y limitada a nada más que a ser un complemento (una tendencia, salvo una excepción muy notoria, en la obra del escritor). Esta visión marginal se corresponde con una visión sociológica muy común en los años cincuenta y sesenta de los relatos, afortunadamente hoy ampliamente superada, pero que tiene el aspecto de reliquia.
Todos estos trazos, y alguno más que nos dejamos en el tintero por una mera cuestión de espacio y practicidad, constituyen el inconfundible “estilo Asimov” que sus más acérrimos seguidores conocen perfectamente bien, y que aquí lo impregna todo: un sentido del humor cargado de cierta socarronería con tendencia al absurdo; una capacidad magistral del divulgador de mezclar los conocimientos técnicos más exhaustivos con las imágenes visuales más explicativas y aptas para todos los públicos; unas frases cortas y precisas donde la descripción importa más bien poco y donde la acción y el conocimiento toman el timón de la narración, y unos personajes esclavos de su condición en la trama racional y metódicamente construida por Asimov.
De forma que Estoy en Puertomarte sin Hilda y otros cuentos encantará a cualquier aficionado al padre de las leyes de la robótica, si bien se encontrará ante un Asimov algo repetitivo en la construcción de las tramas, estático en la construcción de los personajes, e insistente en cuanto a la propuesta de los temas. Tanto notaremos estas pautas de estilo que podremos considerar el libro como la obra de un “Asimov menor”, incapaz de adaptarse al formato breve, que demuestra sus limitaciones a la hora de aplicar otras herramientas y habilidades narratológicas distintas a las ya enseñadas en sus excelentes novelas. Porque sin duda el “toque Asimov” brilla más en las historias largas y novelas que en los relatos, por mucho que siga conservando aquí las esencias que lo destacan como a uno de los mayores escritores de ciencia-ficción de todos los tiempos.