Cory Doctorow se ha convertido en uno de los nombres más laureados y respetados de la ciencia-ficción actual, gracias en parte a novelas como Walkaway. Una vida por defecto. El escritor y periodista político sigue la estela de sus trabajos previos, y se constituye en una vívida disección de los problemas actuales y de sus implicaciones de futuro. Walkaway se nos presenta como una novela aparentemente sencilla, pero con una profundidad poco común en novelas contemporáneas del género. No es una novela sencilla ni accesible, pero sí gratificante para quien decida adentrarse en ella y aceptar el juego planteado por el autor.
El periodismo político de Cory Doctorow (Toronto, Canadá, 1971) ha adquirido muchas formas posibles a lo largo de su dilatada carrera, pero una ha predominado sobre todas las demás: la crítica cultural a través de las nuevas tecnologías y su uso orientado hacia el capitalismo y sus consecuencias. En concreto, la vida de Doctorow estuvo claramente dirigida a Internet y su influencia en los cambios de vida de las personas, y muy especialmente, a los derechos de autor o copyright, de cuya reivindicación “liberatoria” es una verdadera autoridad, tanto periodística como empresarial.
Esta inquietud personal se ha vertido, claramente, en las muchas facetas de su carrera como autor, desde su blog y redes sociales hasta su cada vez más amplia y relevante obra literaria. Precisamente por su habilidad para que estos temas adquieran una viveza y profundidad cada vez mayor en sus textos, Doctorow es uno de nombres más laureados de la ciencia-ficción actual. Desde 2000, cuando ganara el Astounding Prize al mejor escritor novel, hasta hoy, cuando en 2018 la Comic-Con de San Diego le otorgó uno de los mayores reconocimientos del género con el Inkpot Prize, una decena de premios coronan su nombre. Entre ellos algunos de los más importantes: el Locus a la mejor primera novela (ganado en 2004), el John W. Campbell Memorial (2009), el Prometheus (2009, 2013 y 2014) o el Theodore Sturgeon Memorial (2015). De los grandes, se le resisten el Hugo, el Nebula y el British Science Fiction, si bien estuvo nominado, para algunos de ellos incluso en varias ocasiones.
A pesar de su relativa juventud como autor del género podemos ya considerarlo, sin miedo a equivocarnos, como uno de los grandes de la ciencia-ficción contemporánea. Es, más concretamente, uno de los autores que de forma más amplia, exhaustiva, profunda y vívida ha escrito para diseccionar la sociedad actual y plantear los problemas y posibles contextos futuros a los puede conducirnos nuestro devenir. De forma que cada novela o relato suyo nos resulta una estampa o un fresco ambicioso dentro de este proyecto vital de análisis y especulación sociopolítica en que se ha convertido su obra de ficción.
Este año hemos tenido la suerte de contar, gracias a Capitán Swing, con uno de sus textos más recientes y ambiciosos. Walkaway. Una vida por defecto (2023; originalmente publicada en inglés durante 2018). Sí, esta fue la obra de Doctorow precisamente reconocida en la Comic-Con de San Diego.
Doctorow plantea un contexto que, para familiarizarnos rápidamente con lo que se nos narra, ya nos suena conocido. Si se nos habla de personalidades digitalizadas y de soportes físicos donde podemos portar un “nosotros” sin mayores complicaciones, si se nos dibuja un contexto en el cual los superricos han conseguido materializar su influencia en el espacio social más allá de los límites de la ley, o de una diferencia fundamental de clase que ha trasladado la lucha social desde lo físico a lo digital y desde las plazas y las calles hasta las redes y los grupos sociales altamente especializados, nos viene inmediatamente a la mente otra novela de premisa similar: Carbono modificado, de Richard Morgan.
Pero en Walkaway no hay un contexto policial ni tampoco equipos militares de élite o tramas sesudísimas. Doctorow nos propone jugar con la premisa general dibujada por Morgan, especialmente en la primera novela de su trilogía Takeshi Kovacs, dejándonos puntos de anclaje reconocibles en forma de miguitas de pan que nos sirvan para reducir la carga de comprensión de las muchas subtramas que conforman la novela y de las numerosas piezas, en forma de personajes principales y secundarios, con los que juega ambiciosamente el texto ya desde su mismo comienzo. Porque, con todo, Walkaway no es una novela sencilla ni accesible, pero sí gratificante para quien decida adentrarse en ella y jugar ampliamente todas las partidas con las piezas que se disponen sobre el tablero.
El primer tablero de juego es pequeño, pero fundamental: trata de las relaciones personales y familiares. En la lucha de los superricos por imponer su voluntad y construir una sociedad al servicio de sus intereses, las filias de amistad y de familia tienen una importancia relativa y, en algunos momentos, incluso secundaria. El ser humano, individualizado y casi atomizado, ofrece discursos desprovistos de colectivismo y de la presencia de la sociedad como ser vivo. Esos sí, la primera persona del plural siempre se usa en relación con los grupos en lucha, los «superricos» y los «andantes», relegando al resto de los seres humanos a la categoría de ruido dentro de la narración.
Los lazos débiles unen a las personas más a través de sus miedos que de sus esperanzas. Por eso, en la construcción del análisis de esta novela no hay concreción sobre cuáles son las alternativas, ya que sólo hay una descripción fría, a veces hasta demasiado taquigráfica, de los supuestos distópicos hacia los que parecemos estarnos acercando. Por esta misma razón, ni los «andantes» ni los «superricos» son tampoco nunca un grupo cerrado y claramente determinado ante nuestros ojos; más allá de declaraciones generales, y de sus fobias con respecto al grupo rival, apenas tenemos un discurso con pinzas, pero lo bastante reconocible como para intuir que los «andantes» están cerca de un modelo contemporáneo anarcocomunista, y los «superricos» se aproximan a un libertarismo fuertemente anclado en la noción de propiedad.
La precisación nos lleva al segundo tablero de juego: el del discurso político alrededor de los dos modelos de sociedad presentes en Walkaway. Ambos modelos, como acabamos de ver, confluyen en un concepto que se convierte en el campo de batalla entre unos y otros: el de la propiedad. Para unos, nada de es de nadie y la pertenencia se vincula a la persona sólo en la medida en que ésta decide, totalmente libre de contratos y de dependencias de capital, participar del proceso de satisfacción de necesidades; contribuyes en medida a lo que quieres y recibes en la medida en que contribuyes. Para otros, sin embargo, el valor sagrado de la propiedad convierte cualquier relación inter partes en una transacción comercial; todo está sujeto por tanto a dependencia y a intercambio de valor como método estable de cuantificar ingresos, pérdidas, beneficios… y deudas.
Este discurso se articula en Walkaway de muchas maneras. Los «andantes» actúan sobre recursos ociosos, “propiedad” de los «superricos», y los ponen de nuevo a funcionar/producir para contribuir a satisfacer las necesidades generales. Mientras que los «superricos» guardan celosamente la propiedad de todo recurso tangible o intangible, para ponerlo en marcha sólo en la medida en que genere rentabilidad y beneficio. Y esta lucha es así… hasta que una investigación revolucionaria capaz de cambiar las cosas, realizada por «los andantes», amenaza con ponerse a libre disposición de cualquiera y, con ello, cambiar por completo el statu quo de las cosas. Si ese escenario llegara a materializarse, el sistema mismo podría cambiar hasta un punto en el que cualquier privilegio o ventaja en favor de los «superricos» careciese de sentido. Para unos, esta investigación es la oportunidad de cambiar las cosas para mejor para la mayoría. Para otros, se trata de una amenaza grave a todo lo que los sostiene en su posición de ventaja.
Este segundo tablero del discurso político nos lleva al tercero y último: a la perspectiva que da la novela sobre todo este suceso, a los pequeños fragmentos de discurso que muestran el inconformismo y el pesimismo de la voz narradora, y algún personaje de apoyo, respecto a las personas fragmentadas, enfrentadas y en disputa. Sobre todo, la novela resalta, en conexión con el primer tablero de juego -creando así un círculo muy interesante que da coherencia y compacta a las tramas y subtramas-, el trato a las personas, la humanidad y la dignidad, el respeto y afecto.
En este sentido, la novela es especialmente incisiva en las relaciones paternofiliales. Cuando hay un mundo en disputa y padre e hija son piedras clave, pero enfrentadas, de esta lucha, la novela pone en solfa el punto al que se puede llegar si el humanismo se olvida incluso en este punto de las relaciones personales. Así, al cerrar el círculo, se toma partido por el lado que apuesta por la empatía y por la sociabilidad, por la importancia de las relaciones humanas por encima de las comerciales y por la relevancia que tiene intrínsecamente cualquier ser humano más allá de lo que pueda/quiera generar en forma de valor o rentabilidad.
Al final, Walkaway. Una vida por defecto se nos presenta como una novela aparentemente sencilla, pero con una profundidad poco común en novelas contemporáneas del género. A todo lo hasta aquí dicho, ya de por sí muestra clara de su amplitud de capas y mensajes, debemos sumarle la habilidad creativa y capacidad literaria para conseguir que las más de quinientas páginas pasen a inusitada velocidad sin sobresaltos ni estridencias. No es una novela fácil de leer, tampoco para todos los públicos, pero para quien desee adentrarse en esta distopía crítica del futuro libertario capitalista, encontrará sin duda una excelsa satisfacción a la altura de la enorme habilidad para construir realidades alternativas y personajes atractivos.