Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes presenta ocho cuentos de Algernon Blackwood extraídos de cuatro antologías distintas. Los pensamientos del autor trascienden lo humano y sus palabras parecen divagaciones sin sentido, pero en el núcleo de ambas características reside una lucidez comprensible únicamente desde la esfera mística. Por densos, extraños o lentos que puedan resultar los relatos compilados en esta antología, uno sale de la experiencia lectora con una mente más abierta y cierto malestar extracorporal.
Desestrucuración del terror blackwoodiano
Si, en un ejercicio estructuralista, descompusiéramos el género fantástico en pequeñas porciones, el contacto con el Otro conformaría la mayor de estas. En lo fantástico, lo paranormal se muestra como antinatural, como un choque de realidades cuyos márgenes son muchas veces difusos. Un rumor de pasos en una casa vacía, susurros aspirados en una noche desierta, reflejos incorrectos en un espejo, visiones truncadas de la realidad. El Otro no se descubre con facilidad; siempre lo rodea un aura inquietante, maligna. No en vano llamamos “terror” al grueso de la literatura fantástica.
El autor que hoy nos ocupa, Algernon Blackwood (1869-1951), perteneció a la primera generación de escritores de terror contemporáneo, aquellos que recogían la ambientación y vocabulario de la literatura gótica decimonónica inglesa para llevar el género al nuevo siglo. Esta sangre nueva llegó de la pluma de autores cultivados en el esoterismo y el mundo de la mística. Arthur Machen (1863-1947) y M.R. James (1862-1936) ya comenzaban a pavimentar el camino del terror contemporáneo con escritos a caballo entre final del siglo XIX y principios del XX, pero la narrativa más icónica e influyente del terror actual nacería en autores como Shirley Jackson (1916-1965), Robert Bloch (1917-1994) e, indudablemente, H.P. Lovecraft (1890-1937), cuyos escritos son reconocidos en la actualidad como el pináculo de su género literario. Blackwood sería la raíz de estos escritos, en tanto Lovecraft admiraba y aprehendía su obra para sus propios relatos.
Repitamos el ejercicio estructuralista del inicio, esta vez aplicado al propio Blackwood. Entre los numerosos conceptos que sobrevuelan a su literatura —religión, esoterismo, fascinación por lo exótico, el Otro—, todos de semejante tamaño, no destaca ninguno; existe un equilibrio ideal entre ellos. Sólo cuando acercamos el microscopio y examinamos las piezas, observamos que, en el tejido celular de cada concepto, cada tema, cada pequeña pieza del engranaje literario, se halla como núcleo común la atmósfera. Viciada, angustiosa, inquietante. Un proceso de asfixia ante lo desconocido: primero, incredulidad, después, sudor frío y, finalmente, terror. El propio Algernon escribe acertadamente en este Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes (Valdemar, 2023) que “de la diversión al terror se produce una dislocación brusca en la mente” (página 129). El ser humano lidia con el contacto con el Otro a través del humor. Busca la risa cómplice, el telón que revela el escenario de una gran broma. Entonces, el Otro entra en el mundo del Yo; lo invade, impelido por fuerzas que escapan a la comprensión humana, hasta hacerse palpable. Sólo cuando la sensación de realidad ajena, paranormal, se apodera del ser, muere la esperanza y se aposenta el terror. Blackwood se recrea en ese sentimiento. Descarta el encuentro definitivo del Yo con el Otro en favor de su asfixiante espera.
Uno no debería esperar, en las historias compiladas aquí, ningún clímax narrativo al modo usual. Blackwood prefiere la agonía del lento ahogamiento a la efectista guillotina. Cuando el agua alcanza los pulmones y la sensación de muerte se transforma en certeza, Blackwood extiende el brazo, saca el cuerpo apenas vivo del agua y huye sin dar respuestas. Qué ha llevado a hundirse en el agua, qué ha ocurrido antes y qué pasará después son preguntas sin respuesta; tan sólo permanece la confusión y el trauma de una experiencia cercana a la muerte.
Apuntes sobre las historias de Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes
Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes es una antología de ocho relatos seleccionados de cuatro colecciones distintas. Adentrémonos en la atmósfera de Blackwood con un repaso de cada historia, cada ahogamiento, dejando las —pocas— sorpresas de su argumento a la experiencia de cada lector.
“The Land of Green Ginger”, obertura de la sinfonía de silencios, experiencias extrasensoriales y otredades que constituyen este volumen, sirve a modo de declaración de intenciones de la antología. En sus menos de veinte páginas, presenta el tono inquietante y omnipresente en Blackwood, su prosa recargada y el clímax invisible del que hablábamos antes. Relata el encuentro con el Otro de Adam, un escritor que se niega a plasmar sobre el papel la experiencia sobrenatural sucedida tiempo atrás, en una tienda donde un espejo maldito parece sellar el destino de todo aquel que se mire en él. La historia oscila entre la inquietud de un encuentro sobrenatural y la confusión de un sueño febril, donde la realidad no es clara. Se trata de un relato efectivo en intencionalidad por su colocación al inicio del libro y por transmitir con solidez los sentimientos de Adam al lector.
“Los condenados” es, a un tiempo, el relato más interesante del conjunto y el más denso. Narra la estancia de los hermanos Frances y Bill en la mansión de su conocida común, Mabel, viuda del dueño anterior de la hacienda, el devoto señor Franklyn. Como precursor de las historias sobre casas encantadas al modo de La maldición de Hill House, hace de la mansión un espacio maligno, investido de una atmósfera perturbadora. La lectura de sus ochenta páginas puede llegar a resultar cargante al construir su narrativa alrededor de descripciones y episodios ligeramente tétricos. Blackwood mide cuidadosamente cada escena, mas su repetitividad es tanto su mayor virtud como su más claro defecto. Aquellos que disfruten de la cocción a fuego lento encontrarán un satisfactorio cierre donde las circunstancias de la mansión se aclaran al lector y el relato reescribe la historia en una interesantísima crítica social hacia el fanatismo religioso, quizás su parte más meritoria y reflexiva.
“Una soga de tres cuerdas…” supone un regreso a la narrativa corta; en él se ofrece un clásico relato de fantasmas proyectados como apariciones en nuestro mundo. En él se relatan los varios encuentros del protagonista con una mujer atractiva que afirma llevar mucho tiempo esperándolo. La búsqueda del hombre después de la desaparición repentina de la mujer lo llevará a encontrársela en varias ocasiones, cada cual más extraña que la anterior. La historia mantiene la inquietud de relatos previos e inserta una escena de especial profundización psicológica, si bien su conjunto recuerda antes a los relatos góticos más olvidables de Edgar Allan Poe que a las piezas más destacables de esta antología.
“Las alas de Horus” también recuerda al inmortal Poe, esta vez y afortunadamente a “La máscara de la muerte roja”. De ella replica la ambientación gótica y repleta de inquietud, y el baile de máscaras como espacio de ocultación identitaria. Su núcleo, no obstante, difiere. Blackwood, como amante del ocultismo y el esoterismo, no explora el atemporal rostro de la Muerte; antes inviste el relato de un misticismo inusual. La máscara convierte al Yo, no lo oculta. Así se demuestra en su premisa: en un hotel internacional de Egipto, un grupo de rusos y europeos disfruta del turismo y sus conversaciones mutuas, hasta que un hombre de rasgos aguileños, Binovitch, afirma ser un enviado del dios Horus. La inquietud del relato proviene del punto de vista: un ser humano común que observa a otro experimentar una metamorfosis extrasensorial en animal divino. La realidad de la transformación es un misterio, y de ahí extrae Blackwood la confusión. Un relato efectivo, con la usual densidad prosística del autor y una lenta construcción del desenlace, ambas características tan virtuosas como pesadas en la lectura.
“Descenso a Egipto”, el relato que da título a la antología, no es necesariamente su mejor historia. Sí es, por otra parte, la constatación definitiva de Blackwood como un autor esotérico. La historia se narra desde la pluma de un hombre que siente la pérdida de su amigo George Isley, en tanto éste se acerca a lo sublime y trasciende el mundo humano. Egipto es un marco exótico, místico, cuyo pasado y presente se encuentran conectados a través de reconstrucciones de rituales en la Antigüedad. El terror no recoge los tropos usuales del espacio, como puedan ser momias o los cambios paisajísticos del desierto; Blackwood acude a la melancolía, al contacto de lo humano con lo divino incognoscible. La sensación de un halo divino que rodea al Yo, pero cuya aprehensión resulta imposible. Al protagonizar el relato un hombre que rechaza ese ascenso a lo sublime —un ascenso, paradójicamente, realizado mediante el descenso a las profundidades subterráneas, abandonadas, del Egipto profundo—, Blackwood nos hace partícipes de ese contacto inaprehensible con lo divino. “Descenso a Egipto” es un relato profundo, una vuelta de tuerca al terror de espacios exóticos, que en sus ochenta páginas hace notar la lentitud de sus formas y la densidad de sus conceptos.
La mayor virtud de “Química” se hace notar en su juego cómplice para con el lector. El narrador de la historia es un hombre al que el protagonista de la historia, Moleson, cuenta su encuentro con lo sobrenatural en una habitación de hotel. En lugar de hacer las funciones de oyente apático, el primer narrador inserta sus pensamientos en el monólogo de Moleson, interrumpe para cuestionar ciertos puntos de la historia y crea una expectación constante. Los trucos narrativos de Blackwood hacen de “Química” el relato más ameno de la antología. A ese propósito ayuda también lo sencillo de su trama principal, concentrada en un solo espacio (la habitación de hotel del Moleson) y consistente en apenas tres personajes (Moleson, la casera y el hombre extraño que invade la habitación de Moleson). La elección de un hotel como marco de la historia es deliberada: no se trata de un hogar, sino de una estancia de paso cuyos habitantes fluctúan con las estaciones. Una habitación de hotel se encuentra poblada por los espíritus de sus anteriores residentes. Blackwood hace de este hecho una justificación para la inquietud, esa invasión del espacio seguro por parte de una amenaza tan externa como interna. Puede argüirse que “Química” es una historia de apariciones, pero también de sosias.
Anterior en publicación a “Química”, “El caso Pikestaffe” juega de igual modo con el terror inherente a las habitaciones de hotel, esta vez desde los ojos de una casera. Atrás queda lo inquietante de sentir invadido el espacio propio; el sentimiento se sustituye por una morbosa curiosidad hacia un cliente que convierte su habitación en un espacio para rituales esotéricos. Así es para Helena Speke, protagonista del relato y observadora milimétrica de su nuevo cliente, el señor Thorley. Una vez más, Blackwood acude a lo esotérico para transmitir una atmósfera de inquietud provocada siempre por el contacto de lo humano con fuerzas superiores a su entendimiento. Aquel espejo de cuerpo completo en “The Land of Green Ginger” vuelve aquí para fisicalizar lo incognoscible como portal entre nuestro mundo y el otro. Refleja lo invisible e ignora lo visible a ojos humanos. Gracias a estos elementos particulares, “El caso Pikestaffe” es uno de los relatos más satisfactorios de la antología tanto en atmósfera como en temática.
El último relato, “Lanzamiento de pelota”, es quizá el más extraño. Parte de una premisa absurda: una mano gigante que aparece en el horizonte nocturno para jugar con otros planetas a lanzarse una pelota. La escala planetaria hace de esta pelota la propia Luna terrestre. Al modo usual de Blackwood, el protagonista es un pobre observador, Anthony, que, ante tal visión, comienza a cuestionarse su salud mental y todo aquello que aprehende con los sentidos. La hilera de casas en el puerto es ahora infinita, sospecha de su persona más allegada, Mabel, y el mundo parece conspirar en su contra. La inquietud proviene, una vez más, del encuentro con el Otro incomprensible. En este punto de la antología, “Lanzamiento de pelota” resulta una propuesta repetitiva y poco satisfactoria por lo absurdo de sus formas, si bien retiene la cuidada prosa de Blackwood y la profundización psicológica en su protagonista de otros relatos. Su lectura es una experiencia extraña; quizás no positiva, pero puede hacer gala de un concepto difícilmente replicable en ningún otro relato de terror.
Experiencias reales, consciencias alteradas
Escribe Blackwood en la página 264 de esta antología que “una experiencia real sólo es posible para una consciencia alterada”. Leer a Blackwood es adentrarse en la perturbada mente de un ocultista. Sus pensamientos trascienden lo humano y sus palabras parecen divagaciones sin sentido, pero en el núcleo de ambas características reside una lucidez comprensible únicamente desde la esfera mística. La prosa del autor y su dedicación total al ocultismo son una combinación indudablemente exitosa. Por densos, extraños o lentos que puedan resultar los relatos compilados en esta antología, uno sale de la experiencia lectora con una mente más abierta y cierto malestar extracorporal.
Desde Fabulantes recomendamos Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes no tanto por encontrarse en el mismo nivel que El Wendigo y otros relatos extraños y macabros (también de la editorial Valdemar) como por ser una lectura inesperada, reflexiva y con una edición cuidada hasta el último detalle. La traducción de Marta Lila Murillo, el habitual gran trabajo de edición a cargo de Valdemar y la prácticamente perfecta colocación de los relatos (intercalando los más cortos con los más largos) hacen de la lectura una puerta de entrada válida a Blackwood. No obstante, aquellos que busquen sus mejores relatos harán bien en acudir a las anteriores antologías del autor por la editorial Valdemar.