Primera parte del díptico dedicado a la magia en la literatura fantástica o maravillosa. En este caso, abordamos dos ejemplos «positivos», en los que la magia juega un papel alegórico: su presencia en el mundo sirve bien de vía de escape bien de solución a un conflicto. Ahondamos en ambas facetas a partir del estudio de la trilogía La Primera Ley, de Joe Abercrombie, y del shônen Full Metal Alchemist, de Hiromu Arakawa.

En 2001, el investigador español David Roas publicó su libro Teorías de lo fantástico (2001, Arco/Libros). Allí, definía lo maravilloso, el género popularmente conocido por el nombre “fantasía”, como la literatura donde “lo sobrenatural es mostrado como natural. […] El mundo maravilloso es un lugar totalmente inventado, en el que […] todo es posible” (2001: 10). Veintidós años después de la publicación del libro, la definición requiere de un matiz: encontramos mundos secundarios como el de Hann, de Ferran Varela (el mes pasado nos aproximamos a él) donde ni la magia ni los seres fantásticos existen y la sociedad se asemeja, con ligeras diferencias, a la nuestra en épocas pretéritas. A pesar de ello, la magia siempre ha resultado prácticamente indivisible del género maravilloso y la mayoría de las obras en el mercado clásico y moderno la presentan como punta de lanza.

La existencia de la magia, como componente esencial en el ADN de la literatura maravillosa, permea a todas las capas de una obra, y ahí radica el asunto que abordaremos en este artículo: la importancia de este recurso como herramienta temática. En ocasiones, la magia puede tener un fin meramente ocioso; sucede cuando la obra en cuestión busca entretener al lector sin mayores pretensiones. Se ha tildado al grueso, si no al total, de la fantasía con el estigma de “escapista” desde que la academia es academia, y en este punto se encuentra Martha J. Nandorfy con sus declaraciones en La literatura fantástica y la representación de la realidad: “Lo maravilloso supone una forma de escapismo hacia un reino de inconsecuencias que genera, por parte del lector, el tipo de respuesta que puede definirse como entretenimiento complacido” (2001: 248). El propósito sentencioso de Nandorfy resulta, cuando menos, cuestionable ante un panorama literario rico en obras de fantasía verdaderamente cerebrales, que buscan el reflejo de nuestra sociedad, pero no por ello debe obviarse la existencia de aquellas novelas cuyo único propósito es el entretenimiento escapista. En ellas, la magia es una herramienta para sazonar la experiencia lectora, para provocar una respuesta de asombro ante un mundo irreal.

Ocupan la otra cara de la moneda las obras de género maravilloso que sirven de reflejo de nuestro mundo, critican sus particularidades o postulan posibles variantes del mismo como advertencias o, por el contrario, idilios. En estos casos, el autor tiene un propósito temático claro y emplea los recursos de su mundo a modo de vehículos para transmitir su mensaje. En tanto que el mundo es secundario, esto es, inventado por un autor, y sus componentes son irreales, la magia es transponible al nuestro únicamente como alegoría, como un concepto cuyo referente se encuentra en él habiendo sido moldeado en el acto por leyes ajenas, maravillosas.

Con el objetivo de postular la riqueza del elemento mágico como refuerzo temático en las obras de fantasía, exploremos algunos ejemplos positivos y negativos divididos en dos entradas, siendo esta primera la continente de los positivos. Abordaré solamente, a riesgo de dejar en el tintero numerosos autores y obras (cuyos comentarios al respecto serán siempre agradecidos y un aporte al artículo), dos ejemplos en ambos espectros, uno de novela y otro de cómic. Veo necesario remarcar que la parte no representa al todo; lo binario de los ejemplos no es una representación de la calidad de las obras a que pertenecen. Un ejemplo negativo no invalida por entero un libro ni uno positivo eclipsa los puntos negativos que pudiera tener la obra. De igual modo, las observaciones acerca de las alegorías mágicas se extraen directamente de las lecturas en un ejercicio de close reading, sin el autor como mediador de la experiencia; la obra transmite en sí misma a través de sus personajes y mensajes. Las vivencias del creador pueden justificar o reforzar algunas decisiones temáticas, pero no serán la lente principal de la lupa.

La Primera Ley, de Joe Abercrombie: la violencia sin salida

Acometamos el primero de los ejemplos con un favorito de Fabulantes: Joe Abercrombie y su trilogía de La Primera Ley (2006-2008). El Círculo del Mundo es un reflejo de la Europa Occidental durante el Medievo, con sus tabernas, grandes guerras entre países, soldados y dualidad entre ricos y pobres. La magia es una rara avis, desconocida para el pueblo llano. Procede del Otro Lado, un espacio dominado por demonios, y sólo aquellos con sangre de demonio pueden acceder a él. De base, la magia existe como un ente negativo que corrompe, pervierte y daña al ser humano; no es casualidad que sólo esté al alcance de los descendientes de Euz, un híbrido de humano y demonio.

En este punto, la magia no es más que un aderezo a la historia, un trasfondo para enriquecer su mundo. No es hasta el final de la tercera novela, El último argumento de los reyes (2008, primera edición en castellano de 2009), que adquiere un profundo significado alegórico. Se revela que Bayaz, un mago aprendiz de Juvens (hijo este de Euz), lleva siglos detrás del gobierno de La Unión contra Khalul, otro aprendiz que manipula el Imperio Gurko también desde las sombras. La sociedad se cimenta sobre tejemanejes entre dos seres con acceso a magia arcana que, por una rivalidad centenaria, han arrasado pueblos y países en el proceso de destruir al otro.

El tema principal de La Primera Ley es el ciclo de la violencia y la coraza diamantina en que se embute el poder gubernamental, representación hobbesiana de la naturaleza humana (recordemos: “el hombre es un lobo para el hombre”). La existencia de seres capaces de vivir siglos a la sombra del ser humano, manipulando sus decisiones con tal de mantener la estabilidad de un sistema jerárquico y vencer una guerra eterna, funciona como alegoría doble. En primer lugar, representa la sombra jungiana, los pensamientos intrusivos que obligan al ser humano a cometer atrocidades. Prueba de ello son las principales armas de los dos magos, los Devoradores, humanos caníbales a causa de la influencia mágica del Otro Lado. Bayaz y Khalul son así materializaciones del demonio interior.

Bayaz, subversión del mago prototípico y representante alegórico del ciclo de la violencia (Ilustración de la novela gráfica oficial por Andie Tong y Pete Pantazis)

En segundo lugar, la rivalidad entre los dos magos es un símbolo del ciclo de la violencia, una reyerta sin fin donde los propósitos se diluyen y, al final, sólo queda la sangre. También es, por tanto, representativo de la corrupción humana y la desigualdad social. Para mantener el conflicto vivo, es necesario emplear peones en el poder y erradicar del pueblo llano la capacidad de educarse para evitar revueltas.

El clímax de El último argumento de los reyes se cimenta sobre una clara alegoría mágica. Para detener el avance de los gurkos —cuyo nombre apenas queda a un alófono de distancia de los turcos—, también ellos peones sin libertad, Bayaz usa a la sangre de demonio Ferro Maljinn —alguien a quien ha manipulado previamente— para activar la Semilla, una reliquia de gran poder mágico. Esta acción desata el equivalente a una bomba atómica en Adua, la ciudad protagonista, y arrasa a su paso con el ejército gurko sin distinguir entre amigo o enemigo. Dados los orígenes ingleses de Abercrombie y a sabiendas del legado colonial de Inglaterra, la destrucción de una población extranjera se adhiere a la historia del país. La Semilla es, una vez más, un aderezo a la narrativa, pero sus implicaciones alegóricas cohesionan el tema principal de la trilogía: un arma de destrucción masiva para erradicar al Otro, representado en el extranjero. Ferro es, precisamente, quien detiene la Semilla, una posible alusión a que un conflicto de tal magnitud en nuestro mundo tan solo puede ser detenido por una extranjera en el territorio rival.

Fullmetal Alchemist, de Hiromu Arakawa: la vía de escape al ciclo de la violencia

Para el segundo ejemplo, acudamos a la obra magna de Hiromu Arakawa: Fullmetal Alchemist. Dentro del género shônen, caracterizado por su escapismo y simpleza temática, también se encuentran obras que exploran los entresijos de nuestro mundo a través de la magia. En Fullmetal Alchemist, el mundo es un reflejo de la Europa Occidental en la época de la Revolución Industrial. La guerra colonial forma parte tan intrínseca del país protagonista, Amestris, que su gobierno se organiza sobre una estratocracia. A diferencia del Círculo del Mundo, en Amestris la magia (conocida como alquimia) es un saber común, si bien no al alcance de todos por su complejidad científica. Algunos, a causa de romper el tabú de la alquimia (revivir muertos), han sacrificado partes del cuerpo y son capaces de acceder a un estadio superior del conocimiento y, por tanto, de la magia.

Los alquimistas son, en su mayoría, perros del Estado. Hacen las funciones de soldados para el Führer King Bradley, líder militar del Gobierno Central, y no cuestionan las órdenes de su superiores a cambio de conservar los privilegios de su cargo. Solo Scar, un hombre ishvalí —alegoría clara del Oriente Medio musulmán—, emplea la alquimia contra el gobierno en busca de venganza. El objetivo del Führer o, más bien, de la figura que maneja los hilos desde detrás, Padre, es fabricar Piedras Filosofales a partir de almas humanas con tal de facilitar el acceso al conocimiento supremo a través de un genocidio mundial.

La magia en Fullmetal Alchemist es así similar a la de La Primera Ley: un ente negativo que corrompe al ser humano. Arakawa también emplea símbolos semejantes: el Führer es un ser prácticamente inmortal a causa de una Piedra Filosofal, de ahí que eliminarlo no sea posible para un ser humano; el sistema es imparable. Resulta poético que su nombre real, Wrath (“ira”), represente el pecado capital que más guerra y muerte ha ocasionado en la historia del ser humano.

De igual modo, el ciclo de la violencia recorre las venas temáticas del manga a través de sus alegorías bélicas. Los Alquimistas Nacionales masacraron Ishval décadas atrás como una trasposición del Holocausto judío o el colonialismo británico en Oriente Medio, donde los soldados alemanes e ingleses, respectivamente, contaban con recursos tecnológicos más avanzados que las poblaciones exterminadas. La alquimia se encuentra militarizada y los muertos sirven de alimento para las Piedras Filosofales, riquezas para los colonos.

La masacre de Ishval y la crítica directa al alto mando como instigador de la guerra (extracto del capítulo 60, “En ausencia de Dios”)

La diferencia entre Abercrombie y Arakawa en su tratamiento temático radica en el optimismo de la última. El final de la obra contiene dos mensajes, uno general y otro individualizado en el protagonista (Edward Elric), pero ambos íntimamente vinculados a la magia. El primero postula el concepto del “flujo positivo” contrapuesto al “flujo negativo” que supone el ciclo de la violencia. Para comprender la alquimia y su Ley del Intercambio Equivalente, uno debe comprender que «todo es uno y uno es todo». Todos somos parte de un mismo concepto abstracto —humanidad, cosmos, universo…—, pero sólo juntos podemos llegar a formar un todo esencial. Por ello, Fullmetal Alchemist establece que una sola acción positiva de una sola persona puede influir positivamente en posteriores conflictos a gran escala. Nadie puede remediar los errores del pasado —la transmutación y experimentación humanas, la masacre de Ishval— pero todos pueden aprender de ellos y establecer un flujo positivo que sirva para hacer del futuro un lugar mejor.

La simpleza de la mayoría de shônen recibe aquí una complejidad que se combina con todos los temas principales de la serie: la búsqueda del conocimiento como realización del yo, la virtud de vivir una vida sabia y honesta por encima de una ignorante, la resolución al ciclo de la violencia, y levantarse y andar hacia adelante sin olvidarse jamás del pasado. En las últimas páginas, el coprotagonista Alphonse Elric fabrica una nueva Teoría del Intercambio Equivalente en que, si uno ofrece un valor de diez, el otro debe ofrecer once. Es así como Arakawa emplea las leyes de la alquimia, magia del mundo, como trampolín para la alegoría de un posible mundo mejor, dominado por la bondad humana. El opuesto radical a Abercrombie y su filosofía hobbesiana.

El segundo mensaje es todavía más claro: Edward Elric abandona su acceso a la alquimia, su magia, para ayudar a otros. La magia es, alegóricamente, un privilegio, una riqueza que debe ser compartida en lugar de retenida por un reducto minúsculo de la población.

La nueva Teoría del Intercambio Equivalente establece un flujo positivo (extracto del capítulo 108: “El final del viaje”)

Observaciones sobre la hilazón temática de la magia en la narrativa

El género maravilloso se cimenta sobre la historia de las leyendas y los mitos etnorreligiosos de la Antigüedad. En su concepción, estas narraciones servían al ser humano para soñar con un mundo idílico, asombrarse ante la épica de su escala y ofrecer explicaciones a fenómenos inexplicables en tiempos donde la ciencia no había avanzado hasta el punto actual. Se trataban de entretenimientos, sí, pero fundados en una necesidad real, una pulsión humana por comprender lo incomprensible. La magia como alegoría de nuestro mundo en el género maravilloso no parece si no una evolución lógica de esa necesidad. Cuando todos los fenómenos tienen una explicación científica, el ser humano recurre a lo inmediato: las condiciones de vida y la convivencia en sociedad. Lo político, lo económico y, por ende, lo social se convierten en temas de debate incluso en obras nacidas del más puro escapismo y, así, la fantasía se reviste de nuevas capas de análisis.

El trabajo de Abercrombie y Arakawa es apenas la punta de un iceberg que, con los años, se ha expandido hasta alcanzar las simas marinas más profundas. Y es que la fantasía, cada vez más, habla de nuestra sociedad, nuestras desigualdades y nuestra naturaleza como seres humanos.

En la próxima entrada, hablaremos de otras dos obras, una prácticamente de conocimiento público y la otra un proyecto independiente, que demostrarán, si cabía todavía alguna duda, la dirección que está tomando la fantasía moderna. El ciclo de la violencia es un tema hasta cierto punto atemporal, que lleva asolando al ser humano desde sus inicios. Sin embargo, pocos temas encapsulan el siglo XXI con tanta profusión como la salud mental y, con ello, los trastornos mentales y las neurodivergencias.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

ROAS, D. (ed.) (2001), Teorías de lo fantástico. Madrid: Arco/Libros.

NANDORFY, M.J. (2001). «La literatura fantástica y la representación de la realidad». En D. Roas (ed.), Teorías de lo fantástico (pp. 243-261). Madrid: Arco/Libros.