En Cadáver exquisito la autora argentina Agustina Bazterrica imagina un futuro (probable) en el que la humanidad se divide entre consumidores y ganado, entre quienes comen y son comidos. Bazterrica desarrolla bien una industria aterradoramente posible, revaloriza la empatía humana por medio de la relación entre el protagonista y su “cabeza de ganado”, y confrontando al lector al plantearle el problema del especismo asociado a la superioridad humana. La moraleja es aún dolorosamente vigente: no todos los humanos somos iguales.

Somos lo que comemos. Ninguna criatura en el mundo invierte tanto tiempo de su vida en comer y pensar en la comida, o sobre la comida. Somos lo que comemos, y devoramos todo; es como si todas las especies vegetales, animales e incluso micóticas, fuesen creadas para nuestro sustento. Están allí y debemos y comerlas.

En Bueno para Comer (Alianza Editorial, 2013), el antropólogo cultural Marvin Harris hace un análisis del simbolismo de la comida en las diferentes culturas, un simbolismo que supera por mucho la realidad fáctica y tangible, en la cual la inversión de diez kilos de granos para producir un kilo de carne parece coherente, lógica, aceptable y necesaria, porque la carne es más nutritiva, sabrosa y crea estatus. Al igual que otros animales, el ser humano padece el hambre, pero a diferencia de todas las demás especies, el ser humano padece hambres específicas, deseos intensos por algo en particular; el hambre domina su pensamiento y lo hace renunciar a normas sociales y éticas. Pero, ¿qué pasaría si ello le llevara a renunciar también a su humanidad?

Supongamos una pandemia cualquiera, que asola el mundo; como tantas otras es una pandemia que tiene una relación zoonótica, porque deriva de la coexistencia entre humanos y animales. La pandemia es letal para los humanos y hace imposible la convivencia entre éstos y los animales, y eso incluye el consumo de cualquier tipo de carne animal. El mundo se ve privado del deleite de saborear la carne de reses, corderos, cerdos, pavos, patos, pollos, conejos, iguanas, ballenas, urogallos, gatos, perros, cabras, capibaras, camellos, caballos, llamas, jabalíes, ciervos… de cualquier especie animal terrestre o que vuele digamos, obligando a un vegetarianismo a gran parte del planeta o una respuesta más “civilizada” y postmoderna, con el consumo de “carnes sintéticas”, “leches vegetales”, sucedáneos a base de garbanzo y champiñones. Pero como la cultura de la carne está arraigada en la psiquis global, resulta admisible pagar cuatrocientos euros por un kilo de carne Kobe wagyu cuando en gran parte del mundo subsiste con menos de dos euros al día, una familia.

La carne será la carne, porque es el sabor a la muerte, y por eso de una manera aterradoramente brillante, la escritora argentina Agustina Bazterrica (Buenos Aires, 1974) crea un monstruoso futuro donde una misteriosa enfermedad global impide que el ser humano coma carne… animal. Todos los animales comestibles -y de compañía- son borrados de la tierra, así como aquellos que podrían ser transmisor del virus. El escenario podría recordar a ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, salvo por el hecho de que no hay una sustitución de las especies, sino un exterminio.

En su novela Cadáver Exquisito (Alfaguara, 2017), el protagonista es un experimentado faenador de “cabezas” respetado por todos, con sus propios problemas, una herencia pendiente de resolver, una relación tensa con su hermana, una esposa enferma, una amante… Mientras, va diariamente a su trabajo y cumple todo lo más profesional y éticamente posible. Su mérito es tan grande que recibe un regalo, para nada despreciable en el país de los asados (Argentina), una pequeña “cabeza para engorde”, una atención normal en la industria cárnica vigente, para su disfrute con la familia, los niños, los amigos o en solitario.

Todo parece perfecto salvo por un detalle: esa cabeza es una de los millones de personas que son criadas y cuidadas para el destace. Son carne, tienen grado de certificación y no certificado de nacimiento, y carece de nombre, porque no se puede comer algo con nombre; esa cabeza probablemente hablaría si la norma ISO de la industria no incluyera la extirpación de las cuerdas vocales para evitar que la comida hable. Con todo lujo de detalles, Bazterrica narra cómo sería un futuro donde literalmente, y lastimosamente no por primera vez, el ser humano se convertirá en una mercancía más, aunque sea envasada al vacío.

Lo perturbador de esta historia de canibalismo industrializado es que la autora utiliza las prácticas habituales de la industria cárnica animal sustituyendo únicamente la materia prima por uno que, según Arthur C. Clarke, en “El Alimento de los Dioses” (1964; publicado en España en la colección de libros del periódico El Sol, 1991), sería «ideal para la humanidad». La asepsia, la profesionalidad, la cuidada cadena de frío, la explicación del estrago que causa el estrés en las fibras proteínicas, hace que el lector inevitablemente lo asocie a su vida ordinaria.

Cadáver exquisito no es una novela gore, no hay descripciones sádicas de matanzas; más bien la prosa por momentos adquiere el ritmo de un manual de procesos, un instructivo de Ikea, un educativo programa del Discovery Channel. Aunque no logra evadir el deseo moral de sancionar una conducta poco económica en términos de costo/ beneficio, pero sumamente natural en el ser humano, normalizada e institucionalizada, como es el consumo de carne; después de todo, se ha normalizado que se requiere una porción de cadáver animal al día para una nutrición sana, se ha normalizado el consumo de secreciones glandulares de ciertas especies (como la leche), se ha creado la idea de “necesidad absoluta” de consumir algún derivado animal para la subsistencia humana o como símbolo de estatus.

Incluso para alguien que no sea vegetariano, y menos aún vegano, es imposible negar que la lectura de Cadáver Exquisito conduce a una reflexión inevitable respecto a la carne; la sucesión de imágenes, la descripción de ese mundo y los planteamientos en torno a la sociedad conducen a una conclusión cruel, pero congruente: para la humanidad es más fácil normalizar una catástrofe inminente que cambiar sus patrones socioculturales y económicos. Y no es un escenario catastrofista, sino que es algo que vivimos, por ejemplo, ante la emergencia del Cambio Climático. La humanidad, los líderes globales, las multinacionales, las gentes de a pie, no están dispuesto a cambiar sus rutinas para frenar dicha crisis.

Una verdadera reliquia para coleccionistas. El volumen, número 83, breve como todos los de la colección, incluye además otros tres cuentos. Todos con traducción de Torres Oliver

Los ciudadanos comunes piensan que es responsabilidad de las empresas y los gobiernos, por ser los grandes contaminadores y quienes regulan el comportamiento humano y empresarial; pero las élites, por supuesto, piensan que es inútil impulsar algún cambio, porque la mayoría de los ciudadanos no estarán dispuesto a sacrificarse en lo más mínimo, o peor aún, el costo económico sería muy elevado. Lo mismo pasa en la historia de Bazterrica: ¿Quiénes son las cabezas? ¿Quiénes dividieron a la sociedad entre comida y comensales? ¿Cómo la comunidad internacional normalizó el último tabú de la humanidad? ¿Y la consciencia de las cabezas o la empatía de los comensales? Todas estas preguntas quedan abiertas, están agazapadas, para que el lector reflexione, y se pregunte qué haría en una situación así.

Nuestra sociedad, en esta época, está tan desconectada de la naturaleza, ignorante de la mayoría de los procesos industriales, del impacto de hombre en las otras especies, que hace que para la mayoría de jóvenes la imagen de una res desangrada, de una cabra degollada, de un cerdo aturdido por un mazazo, resultan perturbadoras y motivan cualquier cantidad de peticiones en Change.org; sin embargo, mucha de esa gente que protesta por el maltrato animal, por la innecesaria violencia de los mataderos, por el peso de la huella ecológica de la industria alimenticia, no establezca la conexión entre el jamón con denominación de origen, entre la hamburguesa término medio, entre los Nuggets de pollo que le da a su hijo en la merienda, y un cerdito que come bellotas, una vaca que lame la sal de la mano de su verdugo, o un pollito que picotea alegre.

Curiosamente, la novela de Agustina Bazterrica, al utilizar el canibalismo como vehículo, logra propiciar una profunda reflexión sobre aquellos elementos que nos hacen humanos, y hasta qué punto estaríamos dispuesto a despojarnos de esas características de nuestra especie, en aras no de la supervivencia, sino de mantener las comodidades de una clase, de un segmento, de unos respecto a otros. En la novela, los ciudadanos despojan a las cabezas de voz, de nombre, de su condición de iguales, pero también ellos se despojan a sí mismo de su empatía, de la solidaridad, de la ética.

Cadáver exquisito transgrede lo que se puede esperar de una novela, desarrolla bien una industria aterradoramente posible, revaloriza la empatía humana por medio de la relación entre el protagonista y su “cabeza de ganado”, y confrontando al lector al plantearle el problema del especismo asociado a la superioridad humana. La moraleja es aún dolorosamente vigente en este año 2023: no todos los humanos somos iguales.