Los empleados de Olga Ravn es una novela de ideas con forma de juego, de enigma simbólico, de jeroglífico lingüístico que se goza de principio a fin. El libro apuesta por una fórmula que supone romper con las tendencias actuales, escupir a la cara a los éxitos de masas que hoy inundan los anaqueles y, en cierto sentido, volver atrás el reloj creativo para recuperar las fórmulas clásicas que tanto éxito editorial y popularidad granjearon al género en su día. Sus historias breves de apariencia sencilla, pero que albergan una gran densidad de textos y sub-textos de análisis y crítica social caleidoscópica, no renuncian al tono entretenido y apasionante, misterioso e inquietante. Un libro decididamente enfocado a lectores reconocidamente inteligentes.

La acabo de terminar y ya tengo ganas de volver a leerla. Esta sensación -casi una necesidad ahora mismo- era un recuerdo sepultado en mi memoria. Entre tanta trilogía, tanta serie de novelas y la insistente tendencia a escribir tochos con apariencia de saga, la lectura se había convertido para mí más en un deber que en un placer. Ya ni recordaba la última vez que había sido capaz de leerme algo del tirón, de devorarlo compulsivamente sintiendo esa sensación contradictoria tan gustosa de necesitar saber qué va a pasar y, al tiempo, temer que ese conocimiento me acercara más a un final al que no deseaba llegar.

Pero ahora ya me acuerdo. Los empleados (Anagrama, 2023; publicado originalmente en Dinamarca en 2018), de Olga Ravn (Copenhague, 1986), es la novela que lo ha conseguido con su apuesta arriesgadísima por una fórmula que supone romper con las tendencias actuales, escupir a la cara a los éxitos de masas que hoy inundan los anaqueles y, en cierto sentido, volver atrás el reloj creativo para recuperar las fórmulas clásicas que tanto éxito editorial y popularidad granjearon al género en su día. Me estoy refiriendo, claro, a las historias breves de apariencia sencilla, pero que albergan en su seno una densidad repleta de textos y sub-textos de análisis y crítica social caleidoscópica que sólo una lectura atenta y consciente es capaz de desentrañar, sin renunciar a conseguir un tono entretenido y apasionante, misterioso e inquietante, repleto de giros y cambios que le abren a la trama nuevas puertas por las que entrar y perderse en la búsqueda de más mensajes y significados. Una novela de ideas, en definitiva, con forma de juego, de enigma simbólico, de jeroglífico lingüístico que se goza de principio a fin.

Un estilo clásico que recupera también algo que, personalmente, echaba muchísimo de menos: la escritura orientada a un lector reconocidamente inteligente, en cuanto se le presupone capaz de acceder a los simbolismos, a las metáforas y a los memes que constituyen el centro neurálgico, la sala de máquinas, de la novela. Pues para empezar a leerla hay que comenzar imaginando lo que desde su mismo comienzo nunca se nos muestra, aunque siempre está ahí: la superestructura que hace posible todo el contexto de la historia.

Con el poder de nuestra mente creadora (¡viva la magia de la literatura!), durante la lectura vamos reuniendo testimonios y construyendo hipótesis, interpretando declaraciones y comparando versiones de hechos conscientemente anonimizados, para acabar decidiendo, cada cual para sí y por sí, quiénes son los empleados y qué les ha sucedido. Por supuesto, es posible que tu lectura no coincida con la mía (y esto sería algo maravilloso), pero también tendremos puntos en común que son, sin duda, el motor principal de esta nave de creatividad en la que hemos decidido embarcarnos por voluntad propia. Al comparar nuestras notas, tú y yo llegaremos rápido al acuerdo de que estamos en un tiempo indeterminado y un espacio impreciso que, aun así, podemos denominar “nave seis mil”. En ella cohabitan con cierta cordialidad inicial humanos, ciborgs, humanoides e inteligencias artificiales, todos ellos convocados por una autoridad privada anónima, llamada aquí “consejo de administración”, para una misión desconocida a la que todos sirven y para cuyo cumplimiento todos parecen necesarios. Así llegamos a un primer punto interesante: lo que los une a todos, lo que todos tienen en común a pesar de sus distintos orígenes y naturalezas, es que obedecen a la misma autoridad sin rostro y sirven al mismo objetivo ajeno. Todos están alienados.

Para unos, los humanos, la alienación se intensifica con el recuerdo de su vida en la Tierra, de los seres queridos que dejaron atrás, de las sensaciones de espacio abierto y nuevas experiencias a las que ahora, encerrados en la nave, nunca más volverán a tener acceso. Para otros, los ciborgs, las nuevas partes y dispositivos que se van adhiriendo a su cuerpo y ocupando su ser van devorando parte de su personalidad, la cual parece resistirse a través de sueños y pesadillas vívidas y recurrentes. Finalmente, los humanoides, son conscientes de su naturaleza artificiosa y, aun así, son capaces de reconocer el drama que es que esa autoridad empresarial superior, invisible e inaccesible, decida caprichosamente sobre su destino. Así pues, las inteligencias artificiales, ajenas a priori a cualquier emoción y testigos de todos estos sucesos, acaban comprendiendo también lo injusto de la situación y desarrollando cierta comprensión (¿podríamos decir empatía?) por la posición de todos los tripulantes de la nave.

Este fino equilibrio salta en pedazos cuando, en su camino, se cruza el planeta Reciente Descubrimiento. Similar a la Tierra, acaba convertido en una puerta de acceso a una forma de vida, experiencias o a unas posibilidades y sensaciones y emociones que parecían enterradas en lo más hondo de cada uno y que, de repente, resurgen con fuerza. Cada empleado y tripulante con y por sus motivos, pero todos a la vez desde sus íntimos «object petit a» lacanianos, desde sus oscuros objetos de deseo, acaban reaccionando al alimón, pidiendo materializar esos deseos. Algo que, de suceder, mandaría al traste la misión y, por supuesto, supondría un acto de rebeldía contra el “consejo de administración”, además de poder, incluso, acabar por completo con la nave.

Atentos a esta poetisa danesa, Olga Ravn. Su nombre va a dar que hablar en la narrativa europea… (Fuente: Anagrama)

La fina tensión inicial, ese frágil equilibrio que reúne a todos los tripulantes alrededor de su trabajo y de su función en la misión de la nave para con los planes y los objetivos de la superestructura, escala progresivamente en un manejo del ritmo narrativo tan atractivo como adictivo. Lo hace subiendo poco a poco, pero ineluctablemente, hasta un clímax donde todas las dudas quedarán resueltas pero que, como corresponde a los buenos finales de las novelas de ideas, también consigue abrir nuevos interrogantes de respuesta abierta. Lo hace para que, como desde su inicio nos propone, seamos cada cual, a través de nuestra propia lectura, los que completemos los huecos con nuestra propia interpretación, dándole un sentido a todo así tan cierto como único.

Los empleados es una novela audaz y asombrosa, inteligente y repleta de sorpresas, que tiene ese regusto añejo a clásico de antaño, pero que sabe también actualizar la propuesta para llevarnos a temas y perspectivas más propias de nuestros días: el presente y el futuro del trabajo, el transhumanismo, la ecología, el futuro de una xenohumanidad totalmente distinta a la actual. Para ello, recoge las esencias de novelas inolvidables como las Bóvedas de acero de Asimov, los Mercaderes del espacio de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth o la Solaris de Stanislaw Lem, las destila y las reúne todas en un texto arriesgado y abierto a la interpretación de cada lector.

Todo esto hace de Los empleados una novela interminable a la que podemos seguir dando vueltas y más vueltas aún después de habérnosla leído de cabo a rabo. A su tema principal de la humanidad y su naturaleza, y de cómo esta nuestra raison d’être se relaciona con el trabajo a veces de intrincadas y perversas maneras, se abren otros temas secundarios tan interesantes como los que dejamos aquí, apuntados únicamente, para que seas tú quién los descubra. No sin antes aconsejarte, nuevamente, que te acerques a una de las mejores novelas de ciencia-ficción que he leído en años y que, por lo menos a mí, ha conseguido reconciliarme, por fin, con la lectura por placer.