Rafael Marín (Cádiz, 1959) es uno de los nombres más destacados del género fantástico español, aunque éste no es el único que ha cultivado a lo largo de su carrera. Inició su trayectoria con tan sólo veintiún años, cuando escribe una de las novelas más queridas de la ciencia-ficción en nuestro idioma, Lágrimas de luz (1984; última edición de Apache Libros, 2021). A lo largo de su obra, ha explorado diferentes vertientes, desde la temática histórica con 12 del Doce, pasando por la recreación de clásicos como Don Juan (Dolmen Editorial, 2017), la genuina Elemental, querido Chaplin (Minotauro, 2005), la fantasía oscura Ora Pro Nobis (Apache Libros, 2018), el policíaco con La ciudad enmascarada (AJEC, 2011), la revisión de Hamlet en Elsinor (Alamut, 2022) o los superhéroes con Mundo de dioses (Ediciones B, 2008, reeditada por Bibliópolis en 209), entre otras muchas.

Invitado a la pasada edición del Celsius 232, pudimos entrevistarle y hablar con él de su faceta como escritor, traductor, ensayista y profesor de Inglés de secundaria y bachillerato. Agradecemos dicho encuentro al escritor gaditano y a los organizadores del Festival.

Fotografías desde el Celsius de Elsbeth Silsby

Este señor, de pose tan interesante, es uno de los mayores escritores, divulgadores y traductores del género fantástico en castellano. La fotografía ha sido cedida por Celsius, y pertenece al archivo personal del escritor

Fabulantes: «Escribir es un cuento que me cuento a mí mismo». Es una afirmación que ha dicho usted mismo sobre su trabajo. ¿Cómo interpreta esta frase en este punto de su vida como escritor?

Rafael Marín: Llega un momento en que no sabes por qué escribes ni para quién escribes, y tú eres el principal destinatario de lo que estás haciendo. Es una canción que cantas a ti mismo. Si luego tienes la fortuna de que eso que has escrito le llega a la gente, le gusta y le motiva, miel sobre hojuelas. Pero, independientemente de eso, escribir es una necesidad.

F.: Y precisamente hablando de esa necesidad, por las mañanas, cuando se levanta, entre las evaluaciones como profesor, el dolor de espalda de pasarse muchas horas escribiendo, que la vida no deja de ir cada vez más rauda… ¿Qué le impulsa a escribir, cómo se convierte en necesidad, qué es lo que le lleva a continuar su novela?

R. M.: No lo sé. Cada novela se escribe de una manera y tiene su gestación distinta. Hay novelas que tienes en la recámara años y años, y hay otras que saltan al paso, que son las que más me motivan y las que hago más rápido y las que más me satisfacen.

Otra frase que he dicho siempre es que escribir una novela es salir de la trampa que tú mismo te tiendes.

F.: ¿Alguna vez se ha quedado atrapado con alguna de esas trampas esperando tener las armas para poder salir?

R. M.: No. Y, curiosamente, nunca he abandonado ninguna novela. Ahora sí que tengo parada una a la mitad, porque me ha saltado otra y me he puesto con esa, porque es más rápida, me está motivando más, pero espero que la anterior no se quede inconclusa.

F.: Y aparte de escapar de la trampa, ¿qué otras alegrías le ha traído la escritura?

He conocido a mucha gente y me han invitado a muchas cervezas (risas). Hace cuarenta y dos años que escribo, que se dice rápido… Escribí Lágrimas de luz, que ahora se ha reeditado, con veintiún años y hay gente que me dice ahora: «¿Cómo escribiste eso con veintiún años?» Y les respondo: «Yo qué sé, estaba tarado»… Pero bueno, se hace lo que se puede.

F.: Decía Neil Gaiman que el consejo que le dio Stephen King fue que disfrutase más del momento, que no fuera de evento a evento sin más… ¿Usted opina lo mismo?

R. M.: Me encantaría poder ir de evento en evento, pero realmente voy una vez al año o una vez cada dos años. La verdad es que King y Gaiman se dedican sólo a escribir, yo me dedico a traducir, escribir y dar clase. Tengo mi tiempo muy limitado, ya me gustaría escribir full time y que España me permitiese vivir de mis libros… ¡Lo que yo pudiera escribir si fuese escritor a tiempo completo, pero no lo soy! A algunos nos gusta comer todos los días.

Aquí no somos escritores aficionados, pero tampoco podemos ser escritores profesionales a tiempo completo. Gano más dinero siendo traductor que escritor, pero ¿qué me da más alegría? Ser escritor, por supuesto.

Además, siempre llevo una vida triple, cuádruple o quíntuple: dar conferencias a tiempo parcial, traductor a tiempo parcial, profesor a tiempo parcial, escritor a tiempo parcial… Tengo mi vida tan compartimentada que no se mezclan. Para algunas cosas soy Rafael Marín, en clase soy Rafa. Es divertido, pero ya este año en el Celsius ponen Rafa Marín. Mis personalidades se están fundiendo… Mis alumnos, durante años, no sabían que yo escribía, pero este curso ha habido estudiantes que me decían: «Profe, ¿tú has traducido este libro? (refiriéndose a Sanderson) Y escribes también, ¿no?». Ellos no conciben que yo tenga esa vida compartimentada en trocitos.

F.: El álter ego también es muy de superhéroe.

R. M.: Claro. Exactamente, podría ser Batman. ¿Han visto a Batman y a mí a la vez? ¿No? ¿Eh? (Risas).

Nosotros tampoco vimos juntos a Batman y a Rafael Marín, pero pudimos charlar al menos con el segundo en este ámbito tan de andar por casa…

Los superhéroes de Marín

La juventud de Marín estuvo acompañada de las viñetas de Los Cuatro Fantásticos, Spider-Man, Superman y tantos y tantos grandes personajes de las viñetas. Tiene el distinguido honor de ser el escritor español que ha escrito para Los Cuatro Fantásticos y Los Inhumanos, y de haber trabajado con su íntimo amigo y leyenda del dibujo español Carlos Pacheco. Además, creó Iberia Inc., cómic que respondía a la pregunta: ¿Qué ocurriría si existiesen los superhéroes en nuestro país?

F.: Repasando su trayectoria, hace un tiempo, escribió una novela sobre superhéroes, Mundo de dioses

R. M.: Hace mucho, mucho tiempo…

F.: Cuando la escribió, todavía no existía el boom del cine de superhéroes. Cuando la leíamos, pillábamos los guiños a través de los cómics de superhéroes. ¿Ahora volvería a escribir sobre esos superhéroes tras el boom?

R. M.: Creo que no. Ahora mismo no es una necesidad. Con Mundo de dioses empecé con un relato largo o novela corta en el ‘90 o ’91. Luego continué la novela y estuvo un tiempo sin editor, y luego ha contado con dos ediciones. La cuestión es que ya está escrita y nunca me he planteado continuarla. Termina cerrada y nunca me he planteado continuarla.

No me he planteado escribir otra novela de superhéroes, porque es muy difícil. El cómic y ahora el cine son medios audiovisuales: ves las volteretas, las contorsiones…, pero al escribirlo, en la segunda batalla, ya no te quedan palabras.

F.: Lo que hace Jack Kirby en una viñeta necesitas páginas y páginas de una novela para narrarlo.

R. M.: Claro. Páginas y páginas. Jack Kirby puede pintar un puñetazo de catorce mil maneras, pero ¿cuántas formas tienes tú de decir «le di un puñetazo»? ¿Miles? No, hay dos. Fue una novela muy divertida de escribir, pero a la tercera batalla, ya te decías: ¿cómo cuento esto?

F.: ¿Le siguen interesando los superhéroes tras todo este tiempo, tras haber escrito los cómics de Los Cuatro Fantásticos?

R. M.: Tras escribir los cómics de Los Cuatro Fantásticos y Los Inhumanos, me han dejado de interesar los superhéroes, porque los superhéroes de hoy no son con los que yo crecí y vi el truco. Como el mago que sierra a su compañera en un espectáculo de magia, yo ya sé cuál es el mecanismo y ya no me sorprende.

La divulgación cultural

Marín compagina su faceta como escritor con su labor como divulgador. Ha escrito ensayos como W de Watchmen (Domen Editorial, 2009), Hal Foster: una épica postromántica (Ediciones Sinsentido, 2004) o MARVEL: Crónica de una época (Dolmen Editorial, 2016), entre otros. Además, durante varios años administró la web Crisei, donde compartía sus opiniones sobre el género.

F.: Me he pasado muchísimo tiempo en Crisei, su bitácora, y disfruté mucho de su ensayo sobre Watchmen y Spider-Man (aunque este último, su original, se me hizo un poco corto, debo decir)…

R. M.: También es verdad que tenía muy pocas páginas dentro de esa colección. Era un artículo largo. Luego lo recuperé en MARVEL: Crónica de una época. Ahí solté todo sobre Marvel (hice la tesis de mi licenciatura sobre Marvel). La cuestión es que no para nunca. Hay gente que me dice: ¿Alguna vez vas a actualizar el libro de Marvel? Y pienso: ¿Qué más voy a decir? Será por las películas, porque ya Marvel no es Marvel, es otra cosa.

Luego sí es cierto que me cuesta mucho escribir ensayo.

F.: ¿Algún tema sobre el que le gustaría escribir ensayo?

R. M.: Tengo un ensayo, llevo cien páginas, sobre los cómics de prensa, pero lo tengo parado, porque no tengo acceso al material. No puedo hablar de un personaje como Buster Brown. No lo puedo comentar. Y además, tengo que cotejar mil veces los datos… No me merece la pena. Prefiero escribir novela. Espero terminar este ensayo algún día, pero es que todavía estoy en 1929… Me quedan cien años por contar y tengo que buscar más datos y hay poca bibliografía.

Tras escribir los cómics de Los Cuatro Fantásticos y Los Inhumanos, me han dejado de interesar los superhéroes, porque los superhéroes de hoy no son con los que yo crecí y vi el truco

Traducir a los grandes del fantástico

Además de escritor, Rafael Marín lleva tras de sí una larguísima carrera como traductor de autores tan importantes del género como Connie Willis, Dan Simmons, Arthur C. Clarke, Orson Scott Card o Brandon Sanderson.

El campo de la traducción es un campo muy necesario para que numerosas obras lleguen a lectores que no hablan la lengua original de estas, pero siempre queda abierto a la polémica y, en ocasiones, resulta incomprendido para los seguidores del fantástico. Hablamos sobre el tema.

F.: Más allá del ensayo, también ha traducido a grandes clásicos como Ray Bradbury, que era bastante poético, o Tolkien, que además era filólogo y siempre está esa espinita de «¿estoy traicionándolo?»

R. M.: Con Bradbury muy bien, me gustó mucho trabajar con él. También disfruté con Orson Scott Card y Connie Willis… Trabajé sobre todo con William Gibson… En el caso de Tolkien me llamaron desde la editorial y me dijeron que tenían un texto suyo, y la verdad es que di volteretas de la emoción y pregunté: «¿El qué?» y me dijeron que era una historia sobre los nibelungos, que era poesía… Cuando vi que la rima estaba en la primera sílaba y no en la última, les llamé de vuelta y les dije: «Esto no se puede traducir, yo como mucho te puedo hacer una rima asonante al final, no al principio, porque no se puede». La edición salió al final con la traducción y el texto original. Fue muy divertido, pero muy difícil.

Durante un tiempo fui el traductor experto en misiones imposibles. Si no había nadie que pudiese traducirlo, me lo mandaban a mí. Me divertí mucho y aprendí.

Aunque, como señalamos en la entrevista, Marín ha dado voz a muchos autores anglosajones, destaca sobre todo por ser el traductor de Scott Card. Marín está vinculado al universo Ender desde este segundo volumen

F.: ¿El fandom entiende temas como el que comenta sobre la dificultad de la traducción de esa obra de Tolkien?

R. M.: El fandom no lo entiende. El fan no se da cuenta de que mi misión es facilitar la lectura, que si tengo que traicionar a alguien es al autor, no al lenguaje. Yo lo tengo muy claro. Si tengo que decir esto y lo puedo decir igual, lo hago; a veces, incluso, hay que corregir al autor cuando este se equivoca. En un libro de Card hablaba de los vascos en un tiempo en el que ese concepto no existía, tuve que poner otra palabra.

Traduje una novela sobre la Guerra Civil en la que, cuando hablaba del guardia civil, usaba el término rifle; recordemos que llevaban un mosquetón y tenían que decir «¡A la orden, mi sargento!»… Claro, si fuera en Wisconsin me daría igual, pero es que estaba en Madrid, en la Guerra Civil, y tenía que intentar que sonara lo más parecido posible al castellano. Quizá eso no lo habría hecho otro traductor. La autora de ese libro me pidió que fuera yo especialmente quien la tradujese y fue muy sencillo excepto por esos detalles.

F.: Pasa algo similar con el libro de Anno Dracula [primera de una serie de novelas vampíricas de Kim Newman, empezada en 1992], donde se decía que atravesaban una puerta por donde podría haber pasado un camión… pero en el 1800…

R. M.: También tendríamos que ver qué decía en inglés… En una novela que yo traduje, que iba sobre un mundo alternativo marcado por la cultura griega clásica, hablaba de millas y llamé a la editora y le dije que lo iba a poner en pies, pero creo que al final salió en millas porque no nos íbamos a pasar la vida calculando cuánto era. Son detalles a los que a lo mejor los autores no le dan importancia, pero de los que nosotros tenemos que darnos cuenta.

F.: Terry Pratchett, con su humor habitual, decía que uno de sus libros traducidos a otro idioma era mejor que el original.

R. M.: Tengo la primera novela que traduje, Tom O’Bedlam (1985; Martínez Roca, 1987) de Robert Silverberg, dedicada por éste: «A Rafael Marín, que hace que suene mejor en español que yo en inglés». ¡Lo que me ha dicho Silverberg! Fue una alegría que el autor te lo reconociera.

Cuando conocí a Card, él me comentó que escribía el final de los capítulos con un metrónomo para que fuese haciendo el ritmo de la frase y yo le dije que lo había notado. En ocasiones se puede conseguir en español, en ocasiones no.

F.: Y cuando usted escribe, ¿es muy difícil concretar, usar el término adecuado, por ejemplo, en una descripción? Hay autores que necesitan páginas y páginas y otros son capaces con una frase.

R. M.: Hay que ser lo más preciso posible. Hay momentos en los que te das cuenta de que ese autor no tiene ni idea. Recuerdo que me mandaron un libro de una escritora, trataba sobre ángeles y demonios, e incluía frases que al traducirlas literalmente habría sido algo así como: «Las hordas infernales del infierno salieron en sus corceles infernales». ¿Cómo se traduce eso?

Recuerdo que un lector me envió un comentario diciéndome: «Muchas gracias, es la primera vez que me doy cuenta de que un libro está bien traducido», y yo pensé: «¡Si tú vieras lo mal escrito que estaba!». A la autora no le sonaba de nada que hell e infierno eran lo mismo. Fue uno de esos libros en los que piensas: «¿Por qué se publica esto? ¡Pobre árbol!».

Durante un tiempo fui el traductor experto en misiones imposibles. Si no había nadie que pudiese traducirlo, me lo mandaban a mí

La docencia

Como ya se ha comentado, Marín es profesor de Inglés en la Eduación Secundaria Obligatoria y Bachillerato. En sus clases, la fantasía, la ciencia-ficción y el terror juegan un papel importante, con obras como Doctor Who, los libros de Stephen King o los clásicos del género. Quisimos indagar más en este aspecto.

F.: Aparte de escritor, también es profesor de Inglés. ¿Cómo ve que en España nos sintamos tan arrepentidos por nuestro legado cultural, que repudiemos tanto a nuestros clásicos y nuestra cultura?

R. M.: Somos tontos. Nos hemos creído la leyenda negra. Es evidente que hay mucha verdad, pero no me puedo hacer responsable de lo que hizo mi abuelo. Yo no soy mi abuelo. Yo no estuve allí. Desde pequeñito tenía libros de lecturas en los que me fascinaba la ahora mal llamada «conquista de América» (y no me gusta la palabra «conquista»). Eran historias maravillosas y heroicas. Eso se ha perdido porque somos tontos, además de que nos han colonizado culturalmente y nos hemos tragado al general Custer y el séptimo de caballería, mientras que lo que hizo Cortés fue mucho más importante, con todas sus luces y sus sombras.

Nuestra labor debería ser contar sus luces y sus sombras, y quizá no juzgar porque nosotros no somos quién, porque dentro de doscientos años también nos van a juzgar a nosotros; pero como hecho literario, como hecho de representación, creo que deberíamos respetar ese pasado, ese legado, pero nosotros nos hemos creído lo contrario y nos han colonizado culturalmente.

F.: Cuando empecé a trabajar como profesor, una compañera me dijo que ya no tendría tiempo para escribir. Usted es escritor y docente. ¿Cómo lo consigue?

R. M.: Le robo mucho tiempo a esa señora de ahí [Señala a su esposa]. Yo lo reconozco: escribo gracias a ella, porque yo me encierro en mi cuarto y me tiro escribiendo horas, horas y horas. En vacaciones, me levanto por la mañana y me pongo a traducir, luego vamos a la playa o a hacer la compra, comemos, hago la siesta y luego a las cinco de la tarde, me pongo a escribir otra vez hasta las ocho y, algunas veces, continúo traduciendo, escribiendo o haciendo cualquier cosa relacionada tras cenar. Afortunadamente he conseguido en la escritura algo que no me cree nadie: yo no corrijo. Queda tal y como sale.

F.: ¿Cómo lo consigue?

R. M.: Pues supongo que lo consigo porque tengo muy clara la música de la frase y lo que quiero contar, los capítulos son cortitos y se expresan solos y también me he pasado años con un ojo puesto en un texto en inglés y otro en español, lo que te crea habilidad para escribir.

F.: ¿Se ha filtrado algo de su vida como docente en su obra literaria, quizá en Elemental, querido Chaplin, donde los jóvenes juegan un papel importante?

R. M.: Más bien he utilizado el apellido de algún alumno… En La ciudad enmascarada, el protagonista es profesor y es la historia de un compañero. Tiene una parte de ex-escritor (que puede tener algo mío), pero tiene unos problemas de salud sacados de un compañero mío. No sé si cuando me jubile escribiré algo sobre ello, en principio no quiero. La verdad es que no he filtrado mucho de mi vida docente en mi vida como escritor, aunque sí al revés: he filtrado cuestiones relacionadas con mi labor como escritor en mi labor docente.

He dado también Literatura Universal: los alumnos alucinaban porque pensaban que había dos profesores distintos. Fue la primera vez que veían mi álter ego. Les decía que la literatura no se estudia, se goza. Les daba una lista de cuarenta novelas, muy fuera del canon (no era leer La Divina Comedia, sino novelas como Fahrenheit 451, El resplandor…), y les pedía que leyesen una para un trabajo. Hace un tiempo, uno de mis antiguos estudiantes me mandó una foto de la lista y me dijo que ya se los había leído todos. ¡Ese es el triunfo! Que un chaval de diecisiete años empiece a leer y con veintitrés haya leído todos los de una lista.

Algún día conseguiremos la lista de recomendaciones literarias de Rafa Marín a sus alumnos. Pero mientras tanto, recomendamos su espléndido -y fundamental- ensayo sobre Marvel, el más completo y exhaustivo (en castellano) sobre la editorial

F.: Porque la fantasía y el terror pueden servir también para despertar el espíritu lector…

R. M.: No sólo era fantasía y terror, también estaba Cien años de soledad, que me parecía básico para enganchar a la lectura. Yo les comentaba que me los había leído todos y ellos sólo tenían que leerse uno. Recuerdo que otro año, una de las alumnas me dijo que ella ahora escribía mucho por mi culpa.

Debo decir (y espero que en unos años no se demuestre lo contrario) que tras la pandemia, los chavales leen mucho. En Inglés, cuando terminamos los ejercicios, los alumnos me preguntan si pueden leer, y les digo que sí, y veo que están leyendo tochos como los de Brandon Sanderson. Y no son uno o dos; si son treinta y dos en clase, hay diez o quince leyendo, y eso es muy bueno. Los chavales leen mucho en la primaria, pero luego llegan a la secundaria y muchos se pierden porque los ladrillos que se tienen que leer no les gusta.

F.: Sí, porque por lo que he leído, usted utiliza incluso capítulos de series, como «Rose», el piloto del Doctor Who de 2005, en sus clases de Inglés…

R. M.: Sí, sí. Lo bueno que tiene la clase de Inglés es que se puede tratar lo que se quiera, no es sólo historia. He enganchado a generaciones a Doctor Who, Supernatural, Star Wars… Eso sí, lo que me da coraje es cuando les digo que vamos a ver una película de Indiana Jones y me dicen: «¿De quién? ¿Ese quién es?» (Risas). «¿Es que no habéis visto Indiana Jones?».

Les he puesto películas como Troya (Troy, Wolfgang Petersen, 2004), Golfus de Roma (A Funny Thing Happened on the Way to the Forum, Richard Lester, 1966)… y me han acabado pidiendo la película para verla con sus padres.

Una de las cosas más bonitas que me han pasado fue el curso en que les puse Romeo y Julieta y Shakespeare in Love (John Madden, 1998) para que comparasen. Recuerdo que uno de ellos, que ahora es profe, me dijo: «¿Por qué no lo dejamos aquí ya?» (Era febrero) Y continuó: «que podemos parar aquí ya y seguir el resto del curso con Shakespeare». Que un tío de diecisiete años alucine con Shakespeare…

Otro año expliqué la literatura universal y estaba hablando del Rey Arturo y vi que ninguno reaccionaba y les dije: «Estáis pasando de mí…» y me dijeron: «Qué va, si es que nunca habíamos escuchado una historia tan bonita», y es que no sabían nada del rey Arturo. Entonces llegas a casa la mar de contento.

Decía a mis alumnos de Bachillerato: la literatura no se estudia, se goza

El futuro del género fantástico y literario

A pocos minutos de que Marín partiese a su firma de libros en el Celsius, quisimos explorar cómo es su visión sobre el género fantástico en nuestro país, tan marcado a menudo por las ideas preconcebidas, y el futuro del panorama literario, en medio de una crisis sin precedentes.

F.: Después de todo este tiempo, en líneas más generales, ¿qué ha sido el género fantástico para usted?

R. M.: Nunca he visto diferencias entre géneros. Sé que las hay y yo mismo cultivo diferentes géneros en mis obras. He leído ciencia-ficción, policíaco y he acabado picando con todo. Poco a poco me he ido separando de los géneros. Por ejemplo, desde Mundo de dioses en el ‘92, no había vuelto a escribir ciencia-ficción hasta ahora. Por el camino he escrito policíaco, juvenil y, sobre todo, histórico. Así que el género responde más bien a las necesidades del momento.

Aunque no escriba ciencia-ficción, sigo escribiendo ciencia-ficción. Me explico: la ciencia-ficción no se detiene para explicar, yo no me detengo para explicar. Por ejemplo, cuando escribo sobre la vuelta al mundo de Magallanes-Elcano, está narrada desde el punto de vista de un personaje que no es marino, así que no tengo que explicar directamente cómo funciona el barco; si la hubiese narrado en tercera persona, tendría que haberlo explicado: cómo es el barco, cómo son los nudos, qué es babor, qué es estribor… Como está contado por un hombre que no es marino, no me hace falta. Es como si estoy escribiendo novela policíaca: no necesito explicar cómo funciona el motor de combustión de un coche.

Esa necesidad de ir explicando sobre la marcha lo noto en todo lo que he escrito, como en Don Juan o en lo que estoy escribiendo ahora. Con tres frases debo ser capaz de explicar el entorno y todo, a eso se le llama oficio.

F.: ¿Cree que gracias a esto estamos superando el supuesto prejuicio que existe por lo fantástico?

R. M.: Yo creo que sí. Tenemos que construir a partir de aquí y no volver atrás, no podemos volver a escribir ni leer bazofia. Hay que romper la barrera. No podemos escribir ni leer chicle. ¿Se puede romper la barrera? Sí. ¿Se debe? Sí. Depende de los lectores, los escritores y los editores, aunque puede que los editores sí quieran chicle, pero ahí hay un problema.

Tú vales lo que vale tu último libro y grandes escritores han tenido un primer éxito y luego en la segunda novela se han visto en la obligación de repetirlo… Yo he tenido la suerte de no tener ningún éxito literario, porque si no me hubiera visto obligado a escribir lo mismo y a mí me gusta que cada libro mío sea distinto y por eso doy saltos de un género a otro…

Por ejemplo, Elsinor es una reescritura de Hamlet. Noto mis influencias: la aparición del juglar, el personaje sensible que se horroriza ante el dolor, la coña ante la poesía, el personaje descreído, el personaje que habla de sí mismo en primera persona… En Elsinor hubo mucho de aquel que fui, que actuaba en un grupo de teatro (también lo llevé en el colegio); esa pasión por el teatro lo veo en la obra, ya que se narra desde el punto de vista de muchos de esos personajes y los interpreto a través de cada capítulo. Es como El escribidor de Mario Vargas Llosa, que se disfrazaba de cada personaje que iba a escribir y es que, en el fondo, escribir es eso, meterte en la mente de otros personajes y ver qué tics tiene, qué le gusta y qué no, por qué elige este palabra y no otra… Ahí se mezclan los libros, el teatro, los cómics… Yo tengo una visión plástica de lo que estoy viendo, pero quiero que suene con palabras. Creo que algún día pondré que soy compositor musical en vez de escritor en Facebook, por mi búsqueda de la musicalidad de las palabras.

Chaplin narra sus aventuras con Sherlock Holmes. Por sus crónicas desfilan Fu Man-Chú, Albert Einstein o Alisteir Crowley. Un divertimento y un reverencial pastiche sobre el detective más famoso del mundo

F.: Sobre el tema de la edición, imagino que ha visto lo logrado por Brandon Sanderson en Kickstarter. Eso en España queda muy lejos, ¿no?

R. M.: Eso es absurdo, absurdo; es más, no entiendo a Brandon Sanderson. ¿Cuánto ha vendido? ¿Cómo es posible que escriba tantas páginas? Él ha llegado a la conclusión de que para que el editor se lleve el 30% se lo lleva él, pero ha optado por el crowdfunding.

En España, tal y como está el patio, me extraña mucho, porque en el fondo, no quiero hablar en contra de la autoedición (porque puede que algún día acabe autoeditándome), pero creo que los escritores necesitan alguien que les diga sí o no, porque si no escribes lo que te da la gana (que yo siempre he tenido la suerte de hacerlo), pero es que hay que tener en cuenta también la corrección y otras cuestiones, y cuando haces el Kickstarter, no hay perrito que te ladre…

F.: ¿Y si se hace invirtiendo en corrección, maquetación…?

R. M.: Yo estoy tan absolutamente en contra de los correctores…

F.: ¿Y eso?

R. M.: Como traductor, lo entiendo [el uso de la figura del corrector], porque tengo la mente puesta en dos idiomas, y lo que yo comprendo puede que me equivoque al ponerlo en el otro idioma y necesito a otra persona que lo repase, pero cuando escribo… Es que estos libros tienen mi sangre, son mi vida, ¿qué me vas a cambiar? ¿Una palabra?

Es como cuando escribí un libro y me llamó un chaval de la editorial y me dijo que era mi corrector de estilo. Le dije: «¿Mi qué?» (Risas). Que he tardado cinco años en escribir esta novela… Si tú ves que falta una tilde o una coma, ponla, pero no me cambies ni una palabra». Creo que fui desagradable y todo con el chaval.

Una cosa es la corrección ortotipográfica y otra la corrección de estilo. Si no tienes estilo a la hora de escribir, no escribas. Yo siempre pongo un ejemplo extremo: imagina que estás en el Camp Nou y vas a tirar un penalti, y en vez de tirarlo Messi, lo tira un señor que está en la grada… ¡No! El que tiene que tirar el penalti es Messi. Yo soy el que tira el penalti. Si hay fallos en el libro, son míos. Si hay cosas buenas, mías. No concibo que nadie meta cuchara en lo que yo hago…

Otra cosa es que me diga el editor: «Aquí te has equivocado», entonces tú te lo planteas, como en La leyenda del navegante (Minotauro, 2006), en la que yo usaba mucho los adjetivos terminados en -mente por cómo quedaban en la frase y me lo comentó el editor, y quité ocho o diez, pero que entre otro señor, un corrector de estilo, y empiece a quitar sin más, ¿para qué?

Con tres frases debo ser capaz de explicar el entorno y todo, a eso se le llama oficio

F.: Sobre todo porque algunas de estas reglas sobre escribir, que se toman como sacrosantas, surgen de autores angloparlantes y el inglés y el español son idiomas muy diferentes…

R. M.: Claro, claro, claro. En el libro de Stephen King Mientras escribo (2000, DeBolsillo, 2003), que es magnífico, se habla del adjetivo y no es aplicable al castellano. Sin embargo, luego lees Zen en el arte de escribir (1990, Minotauro, 2005) de Bradbury, y piensas: el que tiene razón, o se puede aplicar al castellano, es Bradbury.

Siempre cito a Machado: «El adjetivo cuando no da vida, mata». Hay que poner el adjetivo clave, si no no lo pongas. Esto se debe a que la gente no ha leído literatura en español: Vargas Llosa, Miguel Delibes, Márquez…, sino que se han leído malas traducciones de Asimov, Card… El español es nuestra arma.

F.: Los escritores españoles necesitan leer más literatura en español.

R. M.: Y falta más humildad. Quizá la primera tontería que se te pasa por la cabeza no es publicable. Yo empecé a escribir con trece años. Imagínate lo que escribiría… No publiqué un relato hasta los diecinueve o veinte años. Estuve seis años rompiendo papeles. Ahora escribes cualquier cosa y crees que es publicable porque te lo puede publicar un amigo o tú mismo. Y sé que estoy sonando como un viejo y que hay chavales que escriben fantásticamente, pero falta un poco más de ser consecuente con lo que se escribe.