Stephen King definió La casa infernal, de Richard Matheson, como la novela más aterradora sobre mansiones encantadas jamás escrita. Cuatro personas son reclutadas para investigar lo paranormal de la Mansión Belasco, el «Everest de las casas encantadas»: el encargo les enfrentará a sus horrores internos. Con un ritmo extraordinariamente apropiado, Matheson establece una pugna entre lo racional y lo religioso, en la que acaban derrotados ambos. Sólo el pragmatismo, la anchura de miras, la habilidad de superar cualquier intransigencia intelectual, terminará por resolver el misterio.

Diez años después de su muerte, nadie puede discutir que Richard Matheson (Allendale, Nueva Jersey, 1926- Calabasas, California, 2013) es un autor capital y se trata uno de los nombres que merecen estar en el Olimpo de la literatura fantástica. Stephen King ha llegado afirmar que sin este autor no estaría donde está. Su carrera se desarrolló a caballo entre lo cinematográfico y lo literario y este hecho es principal culpable de su grandeza y sus limitaciones. En sus novelas y guiones notamos una marca personal fácilmente identificable y definida por la extraordinaria capacidad para sorprender que poseía.

La crítica lo encaja en una generación de escritores que, como él, destacan por el carácter visual de sus obras y guardan una relación muy estrecha con el séptimo arte. Es una afirmación inapelable, pero que no abarca la totalidad de su figura. Tras estudiar periodismo y participar en la Segunda Guerra Mundial, comienza su andadura en revistas pulp, donde alcanza rápidamente el reconocimiento del público adepto al género, que no el éxito económico, aunque este último no tardará en llegarle. En 1954 ve la luz la novela Soy leyenda, actualmente un clásico, y, posiblemente, la más ilustre de todas sus obras. Gran parte de la fama de esta narración se la debe a sus adaptaciones cinematográficas, que, pese a no gozar de la aprobación de los fanáticos más avezados, sí han tenido predicamento entre el gran público; algo similar a lo que ocurre con El increíble hombre menguante (1956) o Más allá de los sueños (1978), ambas descatalogadas actualmente en castellano. En lo estrictamente tocante a la gran pantalla, es necesario recordar los guiones que realizó para las creaciones de Roger Corman, unas cintas de culto y destinadas a vivir en la memoria del espectador inusitado y nostálgico. Otros trabajos suyos, como El diablo sobre ruedas (Duel, 1971), gozan de mayor salud en la actualidad; la firma de Spielberg es un antídoto eficaz contra el olvido.

La novela que nos ocupa, La casa infernal (1971; última publicación en castellano en 2003 por La Factoría de Ideas), no forma parte de la trayectoria de Matheson que más interés suscita. La naturaleza de esta condición estriba en varias razones completamente justificadas. En primer lugar, la película titulada La leyenda de la mansión del infierno (The Legend of Hell House, John Hough), y que sí contó con la colaboración del escritor, se estrenó en 1973, dos años después de la publicación de la novela,  en un momento de renacimiento del terror audiovisual. A finales de los años 60, se estrenan una serie de filmes que conducirán al género a una renovación absoluta. El terror clásico de las películas de Corman, anteriormente citadas, está pasando de moda, mientras que otro más moderno, ejemplificado en obras como La noche de los muertos vivientes (Night of The Living Dead, George A. Romero, 1968), La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, Roman Polanski, 1968) o La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, Tobe Hooper, 1974), lo sustituye en las salas. Por esta peculiar tipología, la cinta de John Hugh es una suerte de rémora del pasado y, en nuestros tiempos, la miramos como una pieza olvidable, sólo digna de ser revisada por los arqueólogos del séptimo arte.

Otra de las causas a las que se le suele achacar el papel secundario de La casa infernal es el hecho de que no introduzca ninguna novedad de calado con respecto al paradigma de la novela de terror. Presenta todos los elementos arquetípicos de los relatos de casas encantadas. La acción transcurre en un espacio maldito donde se contravienen las leyes humanas y divinas. Es una mansión grande, por dentro y por fuera, con una presencia aterradora en su interior y un pasado macabro a sus espaldas. El esquema en que se desarrolla también es clásico; se pasa por una fase de latencia, que termina cuando se manifiesta la presencia ominosa de manera evidente, y que deviene en posesión. Así, podríamos continuar enumerando un sinfín de características que comparte con los grandes modelos del gótico americano. Igualmente, podríamos reseñar las similitudes con La maldición de Hill House, de Shirley Jackson, publicada tan sólo una década antes.

Por otra parte, si establecemos la comparación con Soy leyenda, observamos que esta sí cuenta con el favor unánime de los especialistas, pues efectúa un cambio trascendental en su paradigma; rompe con la concepción folclórica del vampiro para darle un barniz cientificista al asunto. Ahora bien, con todos estos inconvenientes que estamos indicando, ¿por qué nos parece interesante La casa infernal? ¿Por qué Stephen King dijo que se trataba de la novela más aterradora sobre casas encantadas? Una de las claves para tratar de responder estas preguntas, la hallamos en el elemento freudiano que introduce. Matheson, una vez dentro de la casa, nos plantea un infierno sin límites, que existe tanto en el interior como en el exterior de los individuos que aparecen en la obra. Los demonios actúan contra ellos física y psicológicamente, acudiendo a su inconsciente para causar un daño aún mayor. Hay, por ello, un afán por ahondar en las personalidades y vivencias previas para explicar cómo el horror se relaciona con los diferentes caracteres. Desde el inicio, existe un enfrentamiento entre ellos y sus horrores internos, luchando por salir. Cuando esto se combina con el elemento preexistente en la casa, la novela adquiere otra dimensión que la enriquece notablemente.

Asimismo, es destacable el tratamiento que se hace del tiempo y del espacio. Los capítulos están fechados y, a su vez, divididos en secuencias delimitadas horariamente, lo cual lo acerca al informe científico. Por consiguiente, se utiliza un lenguaje sencillo, sin acumulación de adjetivos en las descripciones. Se presenta el lugar de manera aséptica y se va creando una atmósfera aterradoramente opresiva de manera gradual y controlada.

Póster de la película inspirada en la novela de Matheson. Su terrorífico aspecto complementa muy bien el tono siniestro de la narración

El terror de Matheson está alineado con la ciencia de su época, pero ocupa los huecos que esta deja; se nutre de aquellos puntos que el discurso racional no puede explicar. Es un horror que alcanza antes a los lectores que a los personajes, pues estos, por su idiosincrasia singular, asumen como cotidianos ciertos elementos que en el receptor sí resultan perturbadores. La tipología de los individuos que aparecen ha sido cuidadosamente seleccionada con el objetivo de servir a este fin. Así, tenemos al millonario Deutsch, quien, tras toda una vida batallando con su propia fe en el Más Allá, decide llegar hasta el fondo del asunto a través de una investigación en la mansión Belasco de Maine, «el Everest de las casas encantadas». Para la misión, crea un equipo de una diversidad absolutamente imprescindible. Está compuesto por Lionel Barnett, un físico experto en parapsicología; Florence Tanner, una médium fervientemente religiosa, y Benjamin Franklin Fischer, otro médium, alcohólico y único superviviente de la anterior incursión en la casa. El primero es el único que va acompañado; su mujer y asistente Edith también se internará en el lugar. Ella tiene un papel subordinado a ejemplificar la cuestión freudiana de la represión sexual. Por su parte, Fischer actúa de nexo con la historia de la casa y como mensajero de la amenaza que se cierne sobre los personajes.

Con estos individuos iniciados en lo sobrenatural, lo fantástico se hace imposible en la historia. De tal manera, Florence Tanner, por ejemplo, encaja todo lo que sucede en su visión cristiana del mundo. Por el contrario, Lionel Barnett es completamente racional e intenta adaptar los acontecimientos a sus moldes y esquemas derivados de las leyes científicas. Personificado en estos dos, nos plantea Matheson el dilema entre la religión y la ciencia y decide no posicionarse; ambas a lo largo de la novela se resolverán absolutamente inoperantes para luchar contra el horror que encierra «La Casa Infernal». Solamente Fischer, en cuanto representante de la amplitud de miras y la tolerancia, podrá hallar la solución al problema una vez desaparecidos sus dos compañeros. En cierta forma, sirve para conciliar los puntos de Tanner y Barnett, destinados al enfrentamiento eterno.

La narrativa, con un ritmo extraordinariamente apropiado, nos va presentando distintos sucesos que harán cada vez más complicado a Barnett y Florence mantener la coherencia en sus líneas de actuación. La casa los destruirá moral y físicamente. Aquí también hallamos una diferencia importante con respecto a otras novelas de casas encantadas, pues el mal allí presente es muy visual y tangible. El anterior morador de la casa se manifiesta de forma violenta, a lo que Barnett responde ciñéndose a su tesis inicial: todo lo que ocurre se debe a residuos de energía electromagnética generados por el cuerpo humano que permanecen en el lugar incluso habiendo desparecido este. Igualmente, la médium se aferra a su idea de relacionar los sucesos con su concepción de lo divino. La casa vapulea a ambos con especial virulencia. Barnett es atacado físicamente en repetidas ocasiones, pero, realmente, le causa más dolor la posibilidad de estar equivocado. Su solución es el Reversor, un artilugio capaz de destruir la energía que se encuentra en la mansión. El método acabará fallando y costándole la vida. Tanner intenta salvar al supuesto hijo de Belasco, entregándose físicamente a él, y, por esta determinación, será violada y poseída por el espectro; por su condición moral, supone el peor de los castigos posibles antes de la destrucción física. Deutsch, por su parte, ya había muerto, sin conocer la Verdad ni pagar la recompensa prometida.

Lo que Matheson, a través de este planteamiento, trata de enseñar es la manera en que ciencia y religión impiden ver la realidad tal y como es a los personajes. Fischer  da con la solución porque es capaz de conciliar estas dos visiones, de adaptarse a la realidad de forma empírica y alejarse de los dogmatismos para conseguir sobrevivir. Sólo él podrá descubrir la verdad y escapar con vida de la casa, acompañado de la mujer de Barnett. Se podría decir que la habilidad para mantenerse al margen de toda intransigencia intelectual le lleva a la salvación. Este es el mensaje que nos quiere dar Matheson. En el fondo, en este punto, se puede percibir cierto nihilismo, pues se desdeña la posibilidad de creer en algo, siendo, al mismo tiempo, la mejor forma de evitar escoger una posición nítida en tema tan controvertido y reñido con el  carácter comercial al que se aspira.