Tidepool, novela de debut de Nicole Willson, va más allá del mero tributo al Lovecraft de La sombra sobre Innsmouth: es una novela con buen ritmo, con una identidad muy definida, y con dos excelentes personajes femeninos, que marcan el paso de la narración. Y es, sobre todo, una novela de la que sentirse orgulloso, como autor y editor: la edición de Dilatando Mentes apuesta por una serie de extras deliciosos, que encantarán tanto al coleccionista como al lector ávido de conocimiento.
La sombra sobre Innsmouth es uno de los relatos más conseguidos de Lovecraft. En él, el de Providence alcanzaba una de las grandes cimas de su estilo: esta vez, su habitual sobrecarga de adjetivaciones funcionaba a modo de letanía, como si se estuviese invocando un ritual secreto y prohibido. Su asfixiante ambientación ha sido replicada en innumerables formatos (algunos muy logrados, como en este cómic), que reproducen ese malsano paisaje costero, aislado de toda civilización, endogámico, y sectario, que te hace sentirte extraño, repudiado y acosado. Observado y fuera de lugar. Culpable de haber alterado la rutinaria monotonía de aquellos habitantes que siempre están tramando algo.
Esas mismas sensaciones, aunque con distinto desenlace, se experimentan en Tidepool (Dilatando Mentes, 2022), la novela de debut de Nicole Willson, autora muy bregada en redes –administra un blog muy interesante-, y que fue bendecida con una nominación finalista en los premios Bram Stoker de 2021 en la categoría de debutante. Willson se desenvuelve en sus páginas como una escritora experimentada que llevara varios títulos a cuestas. Construye con mucha solidez a sus personajes principales, la gran baza de este libro; las dos mujeres que focalizan la acción, Tristeza Hamilton y Ada Oliver, enemigas y rivales, son sencillamente maravillosas. Ada Oliver, la misteriosa mujer de negro a la que el pueblo de Tidepool respeta y teme, es una de las mejores creaciones del género moderno, un personaje al que se le intuyen sus motivaciones pero que conserva inalterable su fascinante misterio.
Tidepool es un libro del que sentirse orgulloso, tanto como autor y editor. Es una novela con buen ritmo, que tan sólo se resiente en aquellos momentos en los que la trama obliga a Tristeza Hamilton a alargar su estancia en el pueblo que da nombre al libro, y que resultan repetitivos aunque tengan justificación argumental y preparen para un gran final muy visual. Es un libro que, aunque parta de un homenaje, traza luego un camino propio y mantiene una personalidad e identidad muy definida, en la que se complementan tanto lo gótico literario como el horror cósmico de Lovecraft y seguidores. Y es, además, un volumen que apetece lucir, apoltronados en una cómoda butaca o en una tediosa estación de metro abarrotada: su portada (obra del ilustrador raúl Ruiz) nos ha recordado –y por eso nos ha gustado- a los montajes animados de Terry Gilliam para The Flying Circus.
Además de sus características intrínsecas, Tidepool se ve beneficiada por una excelente edición en castellano. La joven editorial Dilatando Mentes encarga la traducción a Jesús Cañadas, un veterano en pastiches lovecraftianos, que mantiene intacta la sordidez y podredumbre del paraje original. Mientras otras editoriales apuestan cada vez más por el minimalismo, por el menos todavía, Dilatando Mentes se inclina por la sobreabundancia: su ejemplar es un tributo al lector, una muestra tanto de agradecimiento como de entusiasmo por la labor editorial. Por ejemplo, esta edición no sólo no prescinde del índice, un elemento cada vez más en extinción entre las ediciones contemporáneas, sino que lo presenta a modo de mapa, en dos páginas simétricas que permiten recorrer, y anticipar, la senda que trazará la novela. En sus páginas finales, Dilatando Mentes ofrece, con los modos de un buen fanzine, unos pequeños apuntes contextualizadores sobre el germen de la novela, en los que se demuestra que la editorial ha mantenido un contacto muy cercano con la autora.
Hacía tiempo que no disfrutábamos tanto con un libro, que hemos devorado del tirón, exigiendo saber cada día más. Nicole Willson parece tener interiorizada la fórmula, y esperamos que éste sea el inicio de una gran amistad literaria. Ya sólo por habernos logrado establecer una analogía entre Quentin Oliver, el angustiado hermano emo de Ada Oliver, improbable rescatador y príncipe andante de Tristeza Hamilton, personaje con bemoles, y Vinculus, uno de los grandes trucos de prestidigitación de nuestra imprescindible Jonathan Strange y el señor Norrell, Tidepool tiene ganada nuestra admiración y reverencia. Dejaremos que sea el lector quien descubra nuestras razones, que quizás comparta, invitándole a sumergirse en las algas corruptas de la playa de Tidepool, a vagar entre casas ruinosas, a oler la persistente peste a pescado y a depravación que exuda ese pueblo maldito. La condenación yace en las profundidades marinas, y se necesitan valientes para afrontarla. Tidepool ofrece una gran oportunidad para realizarse, disfrutar y pasar, de vez en cuando, un poquito de miedo. Porque también es una novela con monstruos, de esos a los que el blanco y negro dio en su día lustre y empaque.
Bienvenidos, por tanto, los maldecidos, pues dichosas les resultarán estas páginas.