Café zombo es uno de los sueños hechos realidad de Régis Loisel, su oportunidad de rendir tributo a las historietas de Floyd Gottfredson, el principal autor «comiquero» de las aventuras del ratón Mickey. Loisel ambienta su obra en la Gran Depresión, y trata temas muy vigentes hoy en día (expropiación, desempleo, robotización de la mano de obra…). El resultado es un cómic primoroso, una obra maestra con una gran atención al detalle y muy dinámica, que se cuenta entre los imprescindibles de la última década.

Las imágenes se publican con el expreso consentimiento de Planeta Cómic. Todas ellas llevan el copyright: 2023 © Disney/ Loisel

Oh no, ¡Goofy es un zombi!

Disney es hoy sinónimo de entretenimiento, y también de negocio mayúsculo. Es una megacorporación que posee los derechos de Marvel, Star Wars o Los Simpsons, que todavía lidera el campo de la animación gracias (fundamentalmente) a su sucursal Pixar, y que hace caja con los remakes –con actores reales- de sus películas clásicas. Pero hace 100 años, su futuro no estaba pintado de rosa: Walt Disney acababa de fundar junto con su hermano Roy un pequeño estudio animado en Hollywood, The Disney Brother Cartoon Studio, se encontraba en bancarrota e intentaba vender los derechos de un proyecto sobre Alicia en el País de las Maravillas. Quedaban aún cinco años para que naciera Mickey Mouse (nacido Mortimer, pero rebautizado a instancias de Lillian, esposa de Walt, porque el nombre resultaba demasiado pomposo) y catorce para Blancanieves y los siete enanitos. Y unos cuantos más para su coronación, con Dumbo (1941), como titán de la animación.

Las cosas no eran fáciles en la década de los veinte, y tampoco lo fueron para Disney: durante muchos años tuvo que competir con Max Fleischer, “padre” de Betty Boop, por el cetro de la animación, por entonces un jugoso campo de pruebas para pioneros con ideas y para visionarios con mentalidad emprendedora. Los años veinte del siglo XX fueron catastróficos para un mundo que ya había padecido una Guerra Mundial y que se estaba preparando para otra, aún más cruenta. Derivaron en una crisis que en Estados Unidos se conoció como la Gran Depresión, un colapso del sistema financiero con efectos telúricos en todo el mundo. Miles de personas fueron despedidas de sus trabajos, la inflación se disparó y el aparato industrial de los países afectados quedó gravemente tocado. Sobre todo, el sector de la construcción.

Pero aquellos tiempos sombríos también tuvieron momentos luminosos. Por ejemplo, un joven mormón de nombre Floyd Gottfredson (hijo de una familia numerosa que contaba con diez miembros), con un brazo incapacitado desde la infancia por un accidente de caza que le acabó decantando por el cómic, y ex-proyeccionista en un cine recién quebrado, atendía en 1929 una demanda de empleo en los estudios Disney como ayudante de animación. Un año después empezaría una longeva e influyente carrera en el mundo del cómic: el 5 de mayo, el mismo día en que cumplía 25 años, debutó como historietista “oficial” de Mickey Mouse. Ostentaría el cargo durante 45 años, hasta su jubilación el 1 de octubre de 1975. Por el camino, miles de historietas semanales de un Mickey Mouse que fue adquiriendo personalidad y dinamismo en sus viñetas. Su Mickey fue bandido, buscador de oro, jinete, piloto, escalador… No había proeza que le estuviera vedada. Era el aventurero perfecto para desplazarse por unas tiras que hoy son leyenda del medio (y que están disponibles en castellano: Planeta Cómic ha ido recopilándolas en cuidadas ediciones integrales).

Entre los muchos guiños del cómic se incluye uno al corto de 1938 La caravana de Mickey, un desastroso viaje en siete minutos protagonizado por Mickey, Donald y Goofy

Las historietas de Gottfredson, y de Carl Barks (con el pato Donald) marcaron la infancia de numerosos niños de un lado y otro del Atlántico. Uno de ellos se llamaba Régis Loisel, y con el tiempo se convertiría en uno de los nombres más importantes del cómic, gracias, fundamentalmente, a su monumental versión de Peter Pan (1990- 2004), un proyecto en seis volúmenes que ocuparía catorce años de su vida y que se encuentra en las antípodas de la edulcorada adaptación de Disney.

Loisel es uno de los autores más destacados del sello Glénat. De una conversación con sus editores surgiría, precisamente, la oportunidad de realizar una historieta de Mickey Mouse y materializar así uno de sus sueños. Sentimentalmente más vinculado a Donald, pero artísticamente más interesado en el Mickey de Gottfredson, Loisel aprovechó la tesitura para reformular un estilo y unos personajes muy interiorizados y enfrentarlos a situaciones inéditas. Con la clara voluntad de convertir lo añejo en algo novedoso afrontó Café zombo (Glénat, 2016; Planeta Cómic, 2018), uno de los álbumes más brillantes, imprescindibles e imperecederos de la última década.

Café zombo se abre con un homenaje a los grandes nombres que alguna vez fueron algo en las historietas de Mickey, y también en la historia de Loisel. En una escueta nota de agradecimientos, en la que además se explican las causas que originaron el volumen, salen a relucir Floyd Gootfredson (Café zombo, de hecho, se ambienta en los años dorados de sus historietas) y sus entintadores Ted Thwaites y Bill Wright, Ub Iwerks (el virtuoso dibujante y socio de Walt Disney que llegó a crear a Mickey), Al Taliaferro, los italianos Romano Scarpa y Giorgio Cavazzano, dos gigantes de la historieta de humor europea, y Elzie Crisler Segar (creador de Popeye) o Albert Uderzo. Este álbum, que se abre con un nuevo desafío para Mickey, como demandante de empleo en una larga cola del paro, toma como escenario una Gran Depresión que le permite ahondar en paisajes muy similares a los desarrollados -a cuatro manos con Jean Louis Tripp- en la serie Magasin Genéral (2006-2014), plagados de edificios rústicos en madera con porches y jardines en las que poder descansar tras una jornada de duro trabajo. Tal y como declara en una entrevista con Glénat, la ambientación también le permitió tocar temas de actualidad en aquella época y con evidentes resonancias aún en la nuestra: Café zombo trata de expropiación, de desempleo, del dominio de los poderosos sobre los pobres, de fast-food, del derecho al trabajo o de la “robotización” de la mano de obra, que Loisel, al hilo de estos tiempos, convierte directamente en una terrible epidemia zombi.

¡Y hubo gran regocijo! Mickey y compañía pasándoselo bien, a pesar de todo

Sus viñetas son muy dinámicas, y, a diferencia de las de Gottfredson, de un férreo minimalismo impuesto primero por Disney y luego por costumbre, rebosantes de detalles. Loisel quiere que el ojo esté en continuo movimiento, al igual que la acción. Que sus viñetas tengan el sentido de un gag animado por el sentido del ritmo del slapstick. Que se parezcan a uno de los cortos de la época en que se basan. Dice Loisel en la entrevista antes referida, al ser preguntado por su apuesta por un formato apaisado, horizontal (a 305 por 196 milímetros): “Fue emocionante encontrar una dinámica en las limitaciones de este formato, donde realmente no puedes jugar con el tamaño de las cajas. Limitada a cuatro o cinco imágenes como máximo, cada tira, tomada por separado, debe contar algo. Eso no significa que deba haber un gag cada vez, pero sí tiene que haber eventos en los que el lector se sorprenda sin parar. Debemos llegar a pensar horizontalmente. Los personajes pueden moverse ligeramente hacia arriba y hacia abajo […], pero el movimiento se forma en lo esencial de izquierda a derecha. Esto hace que la narración sea más sencilla y eficaz, más atractiva”.

Loisel trata temas muy serios, pero lo solemne no anda reñido con lo jocoso en Café Zombo. Mickey y sus amigos se lo pasan bien, dadas las circunstancias. Reparten y reciben mamporros, porque sus antagonistas, el avaro especulador inmobiliario y sus matones, son más bien unos gamberros a los que hay que poner a raya. El autor rebaja la seriedad de los hechos narrados, pero sin menospreciar su trascendencia. Mickey y compañía viven al día, organizan picnics, cantan y bailan; el futuro, aunque incierto, no ha asomado todavía su pata quebrada. Café zombo elogia la amistad. Transmite un mensaje esperanzador, que permite albergar confianza en nosotros mismos. Mickey resuelve todos los problemas con la ayuda de Horacio, un caballo que se prodigó mucho en las historietas vernáculas y que fue relegado en las contemporáneas. El despreocupado Horacio es otro guiño a aquel tiempo en el que Mickey pilotaba, cabalgaba como un gaucho y se permitía teñir sus sueños de oro.

¡Paf! ¡Crash! ¡Zap! Lluvia de mamporros entre Mickey, Horacio y los malos (no puede faltar Pete Patapalo, claro)

Otros autores franco-belgas han querido volver a esas coordenadas que remiten a su infancia: Lewis Trondheim, con el concurso del dibuja Nicolas Keramidas (Las locas aventuras de Mickey Mouse, 2016; Planeta Comic, 2018), Tébo (La juventud de Mickey, 2016, Planeta Comic, 2018) o Cosey (Una misteriosa melodía, o Cómo Mickey conoció a Minnie, 2016; Planeta Comic, 2018), estrellas de Glénat, han fabulado también con esos días, remotos pero no olvidados, en los que, junto con Mickey, se marchaban de excursión, o a la aventura, y en los que se sentían capaces de cualquier hazaña. Por entonces el futuro quedaba muy, muy lejos.