No, no es el creador de El Ministerio del Tiempo, aunque en el trazo de Javier Olivares (Madrid, 1964) cobran de nuevo vida distintas épocas, los clásicos y los autores imprescindibles. Desde sus inicios en la revista Madriz, Olivares se ha caracterizado por la fuerza de su capacidad gráfica a la hora de reinventar grandes historias que, en ocasiones, han acompañado al ser humano desde hace siglos. Toda su labor creativa le ha llevado a ser distinguido con varios galardones, como el Premio Nacional del Cómic (en 2015), y el Salón Internacional del Cómic de Barcelona, así como haber sido nominado al Eisner, siempre por Las meninas.
Olivares fue autor del cartel de la última edición del Celsius 232, al cual fue invitado en el que recibió uno de sus premios. Gracias a ello, pudimos realizarle la siguiente entrevista. Damos las gracias a sus organizadores y al entrevistado.
Fotografías de Elsbeth Silsby
Fabulantes: Empecemos por la pregunta de marras: ¿Cuántas veces le han confundido con Javier Olivares, el creador de El Ministerio del Tiempo?
Javier Olivares: (Risas) Él es Historiador del Arte e hizo artículos para la revista Madriz en el ‘86 y yo empezaba también en esa época a trabajar allí. Él me contó (yo ya no me acordaba) que nos conocimos por una equivocación: se equivocaron al pagarnos la colaboración, a mí me pagaron la suya y a él la mía. Me dijo: “Tú no te acuerdas, pero te seguí por Atocha”.
F. : Ya ahí empezó la maldición…
J. O.: Y la bendición. Esto ocurrió en el ‘86, imagínate. Él durante todos estos años ha estado haciendo series de televisión y no coincidimos en nada. Él trabajaba en sus series y yo en mis cómics. No había redes sociales ni nada. Todo cambia cuando nosotros -Santiago García y yo- sacamos Las meninas (Astiberri, 2014) y él sacó El Ministerio del Tiempo. Ya ahí vino la confusión eterna.
Recrear los clásicos
A lo largo de su trayectoria, Olivares ha ilustrado clásicos como Cuento de Navidad (Literatura Random House Mondadori, 2016) de Charles Dickens, El caso de Charles Dexter Ward (Anaya, 2018) de H. P. Lovecraft o Drácula (Anaya, 2017) de Bram Stoker.
Junto a Santiago García y en la editorial Astiberri, ha publicado en formato cómic: Las meninas, que trata sobre la obra de Diego Velázquez y su legado; La cólera (2021), que da una nueva perspectiva a la guerra de Troya; El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde (2022), que juega con las claves de la obra de Robert Louis Stevenson, y La guerra de los mundos (2022), que nos otorga una nueva visión del libro de H. G. Wells.
F. : Y hablando de esas maldiciones, hablemos también de los clásicos donde suelen aparecer. ¿Es un reto trabajar con La guerra de los mundos o El doctor Jekyll y Mr. Hyde?
J. O.: Son parecidos a las ventajas. Cada vez que trabajas con un clásico, tienes la ventaja de que la gente lo conoce (aunque no hayas leído la obra original, porque has podido verlo en películas o incluso en Los Simpson). Son ya arquetipos.
Yo no había leído La guerra de los mundos hasta que hice un monográfico y una portada de la obra de Wells. Sólo había visto la película de los cuarenta y la de Spielberg, y había leído algún cómic. Lo interesante es que realmente ninguna de esas obras trata de todas las ideas que aparecen en el libro, sólo tomaba la línea principal, como la de Spielberg, que toma la herida del 11-S.
F. : Pero usted, junto a Santiago García, también jugó con la premisa: nosotros somos los que invadimos a los marcianos, no al revés como en la novela…
J. O.: Todo empezó cuando trabajamos con SM y su colección de cómics, que se le propuso a autores como David Rubín, Emma Ríos… Nosotros, a su vez, les proponemos cosas como La guerra de los mundos, 20.000 leguas de viaje submarino… Ellos aceptaron El doctor Jekyll y Mr. Hyde. Cuando hace poco recuperamos los derechos del libro, Astiberri estaba interesada y Santiago y yo estábamos interesados en que estuvieran todos nuestros trabajos en la misma editorial.
No sé quién lo dijo, pero cuando aceptas un encargo, ya es personal y hay que tomárselo en serio. Así que decidimos mantener la estructura del libro de Stevenson, es bastante canónico en ese sentido. Lo que hicimos fue contarlo a nuestra manera, con un trabajo honesto y bonito, aunque fuese un encargo. Cuando Astiberri acepta [reeditar El doctor Jekyll y Mr. Hyde], Santiago me propone sacar una nueva obra similar para que no quedase en solitario. Nos gustaba la idea de trabajar en el formato clásico de los cómics de los años sesenta, setenta, ochenta, respetando la “cárcel” del límite de viñetas de ese momento. Era una manera de que los formatos no fueran impuestos sino elegidos por nosotros, que la historia nos dictase el número de páginas más allá del éxito de la novela gráfica. Nuestra idea era reivindicar cualquier formato. Nos apetecía volver no como imposición, sino como elección personal.
Santiago me dijo que se le había ocurrido volver a La guerra de los mundos, pero volviendo de un modo más personal, como en La cólera. Igual que en el libro de Homero, incluir nuestras ideas y “alterar” o reformular algunas cuestiones de la obra original. Es un modo de sacar jugo a la verdadera idea del clásico, que a menudo no son los detalles o ciertos personajes, sino su esencia. Por eso tomamos en La guerra de los mundos la idea de la invasión. Wells parece ser que lo hizo como una crítica al colonialismo (en el fondo, cada obra se adapta a su contexto). En nuestro caso, aportamos nuestra perspectiva.
F.: Y justamente coincide con el tema de Rusia y Ucrania…
J. O.: Fue una casualidad horrible. No fue “estalla una guerra, hacemos un libro”. Ya lo estábamos trabajando desde la época de La cólera, que trabajaba sobre la idea de quiénes hacen la guerra. En La guerra de los mundos se habla de aquellos que la sufren. Estábamos trabajando en el cómic cuando estalló el conflicto y Santiago [García] y yo nos quedamos alucinando: justamente aquello de lo que estábamos hablando, que parecía una fábula casi abstracta, se convertía en una realidad concreta.
Creo que también es mérito de Santiago, que tiene la capacidad de intuir lo que pasa en el ambiente y juntarlo en una estructura narrativa que muchas veces parece profética, pero que en realidad es una lógica de hacia dónde vamos: cuando juntas una serie de acontecimientos políticos y sociales vemos que nos vamos inclinando hacia una posibilidad que es terrible, pero no se puede evitar.
El proceso creativo
Además de ilustrador y dibujante de cómics, Javier Olivares también ha impartido cursos para nuevos artistas, lo que hace que focalicemos también una parte de nuestra conversación en cómo se concibe su labor artística, su carrera y el estado del cómic en España.
F.: Centrándonos en la parte creativa, ¿cómo es levantarse cada mañana y, frente al dolor de espalda y los contratiempos varios, seguir ilustrando?
J. O.: Es una pregunta difícil. A mí me sigue apasionando. Al comienzo, una persona que se dedica a algo que le gusta, hay ilusión pura; luego se convierte en una profesión y entran otros factores menos románticos, el día a día, el pelear con trabajos que no te apetecen, pero tienen que ver con lo que haces… Por ejemplo, yo nunca he tenido una profesión aparte, sino que mi apuesta ha sido, dentro del mundo de la ilustración, del cómic, de lo gráfico, intentar tener una carrera como creador, ilustrador, dibujante… Lo he conseguido: algunas veces he tenido que ilustrar, que no era mi primer plan (ese era ser dibujante de cómics), pero llega un momento a cualquiera que elija una profesión artística en que al principio es difícil, pero luego se vuelve más profesional.
Ahora sí que estoy intentando aprovechar la carrera, los logros que haya podido conseguir, para intentar escoger más y moverme en una dirección, que casi siempre lo he hecho, aunque a veces la vida, como un barco que va a puerto, te lleva como la marea sin tener que poner el pie en tierra y decir basta. Ahora manejo ese rumbo más firmemente, ya elijo los trabajos que me apetece y quiero hacer.
Me puedo permitir rechazar cosas. Estoy en esa fase de dirigirme a temas que me interesan más como la novela gráfica y la ilustración, que la empecé sin la vocación de dibujar cómics (fue mi forma de ganarme la vida) y ahora le he ido cogiendo el gusto. El truco está en trabajar con gente que consideras interesante: editoriales, editores, escritores… que tienen ideas parecidas a las tuyas. Es un modo de escoger más que el proyecto, el tono. Así voy consiguiendo hacer trabajos interesantes.
La guerra de los mundos habla de aquellos que sufren una guerra. Nuestra versión en cómic pasó de ser una fábula casi abstracta para convertirse en una realidad concreta
F.: Sobre los logros que comentaba, ¿cómo fue conseguir el Premio Nacional del Cómic?
J.O.: Fue una buena experiencia. Yo ya había llegado a la conclusión de que no podría dedicarme a los cómics como quería, que debía labrarme una carrera profesionalmente como ilustrador y luego trabajar en el cómic de forma más personal y guerrillera, de forma más underground, haciendo cómics para revistas de mi amigos, para mí, a mi bola, sin presión… Entonces conocí a Santiago e intentamos hacer el Beowulf, que no logré hacerlo… [El cómic salió en 2020 dentro de la colección Sillón orejero de Astiberri: el guión fue de Santiago García y las ilustraciones de David Rubín] No fue una gran manera de empezar, pero… luego llegaron Las meninas y ese reconocimiento lo cambió todo. Ahora el cómic está en otro sitio a nivel creativo; como industria nos falta mucho en un mercado que no da para grandes tiradas, no sabemos si hay público para todos los creadores… es una lucha que todavía estamos librando. Los que queremos vivir de ser novelistas gráficos todavía lo tenemos muy difícil.
El Premio fue un cambio importante. Me dio mucha visibilidad. Ya la tenía, pero dentro de un nicho, en cambio el Premio me puso delante de todo el mundo. Desde ese momento, he vuelto al cómic. No vivo de él solo, porque es difícil; aparte de que me gusta dar clase, hacer carteles, ilustraciones, tampoco puedo vivir sólo de los cómics, los números no salen. Así que vamos completando con otras cosas. Pero ya te digo, he llegado a un equilibrio: puedo hacer una novela gráfica mientras hago otro trabajo. Ahora ya tenemos respaldo de las editoriales: cuando tienes éxito con un libro, ya tienes mucho público potencial y el siguiente libro llega a más gente. Es exponencial. Por ahora parece así…
F.: Hablando de Las meninas, estamos en Asturias, donde hay huellas del barroco, que seguramente fue la época cultural más importante de España. ¿No infundió respeto trabajar con Las meninas, obra sobre la que, por ejemplo, otros grandes artistas, más cercanos a nuestra época, como Picasso, han reinventado?
J. O.: Justamente lo pensaba el otro día: al trabajar con el cómic, con la cultura pop, te puedes acercar a eso que se llama socialmente “la alta cultura” sin prejuicios ni miedos (y eso que no creo en la “alta cultura”).
Quizá al trabajar como ilustrador, que te tienes que enfrentar a Jane Austen, a Wells, Dickens, Drácula…, te das cuenta que es trabajar en una colaboración. Eso sí, te mantienes alerta: estoy trabajando con un icono cultural muy poderoso. Es un rompehielos que puede abrirme caminos si lo hago bien; aunque también puede acabar contigo si haces una mala obra. Si haces un mal libro de Velázquez, será peor que si haces un mal libro de cualquier otra cosa. Ahora bien, siempre trato con el mismo respeto trabajar con Velázquez que con cualquier otro tema menos conocido.
Tuve un buen entrenamiento gracias a las historietas sobre arte que hice anteriormente. Hace poco, para la Semana Negra, curiosamente, trabajamos con Picasso, que fue un germen que sirvió para Las meninas. Eran tres páginas sobre El Guernica, contada en fragmentos con dibujantes diferentes y una estructura muy episódica. Santiago dice que esas historietas sirvieron para el enfoque de Las meninas. Fue un entrenamiento para lo que dices tú, para trabajar con el mundo de la pintura, la escultura… Cuando me enfrenté a Velázquez, ya tenía a mis espaldas a Brunelleschi y otros autores trabajados.
Ahora el cómic está en otro sitio a nivel creativo, aunque los que queremos vivir de ser novelistas gráficos todavía lo tenemos muy difícil
F.: Y nuestra última pregunta, hemos hablado de un montón de clásicos y personajes históricos: si usted tuviera la posibilidad de viajar en el tiempo, ¿con qué personaje histórico le gustaría cruzarse y qué obra suya le recomendaría?
J. O.: Vaya, ¡qué pregunta más difícil! ¿Con qué personaje histórico? No tengo ni idea… ¿Picasso? Como persona, dicen que era insoportable y vanidoso, pero también te enfrentas al mito y no tanto al hombre. También es interesante por la época: París, años 20…
A lo mejor podría ser interesante cruzarme con Velázquez y llevarle Las meninas. Yo tengo la teoría de que los viajes en el tiempo están tratados muy a la ligera en la ficción, porque creo que si lo hiciéramos en la realidad estaríamos muy fuera de lugar. Por ejemplo, los códigos sociales del Siglo de Oro no los conocemos (pasaría igual si traemos a alguien de esa época a la actualidad… Se quedaría paralizado). Nos descubrirían en cinco minutos. Siempre me ha parecido muy gracioso, pero somos incapaces de pensar en eso y elegimos una opción más frívola…
F.: ¿Qué cree que diría Velázquez de su cómic?
J. O.: Seguramente no entendería el artefacto. Pensaría que no sé dibujar muy bien. [Risas] Es como cuando, en El Ministerio del Tiempo, Velázquez viaja en el tiempo y visita a Picasso en el siglo XX y le pregunta por Las meninas… Sería interesante ir y decirle: «Mira, te he traído esto de este siglo, te dejo esto y me voy». No sé qué me diría; no entendería el lenguaje, no entendería nada…
Al trabajar con el cómic, con la cultura pop, te puedes acercar a eso que se llama socialmente “la alta cultura” sin prejuicios ni miedos
F.: Da para argumento de un cómic…
J. O.: Seguramente Velázquez dejaría el cómic de Las meninas en una mesa y se dedicaría a otra cosa, así que no pasaría de la primera página. Le diría a su mujer algo así como «quema este invento diabólico». [Risas]. No sabemos cómo reaccionaría. En ficción, no obstante, es muy divertido de hacer este tipo de cosas.