En el relato Dagón (nuestra propuesta para la Noche de Difuntos 2022), H. P. Lovecraft esboza ya los trazos fundamentales de sus mitos, de los Mitos de Cthulhu como vinieron a llamarlos sus amigos y devotos lectores. La historia – inspirada en Poe y también en Hope Hodgson- tiene ya algunas de las principales pinceladas que harán brillar su obra más original. Dagón es el umbral, la puerta al horror cósmico.
Un náufrago. El lecho oceánico, cubierto de cadáveres de seres desconocidos, surge del abismo y deja al descubierto una montaña que guarda un secreto. Un monolito con infernales esculturas. Un monstruo se aferra al colosal menhir y desbarata la imaginación más febril. El relato comienza y termina con una imagen sin esperanza: un hombre, un testigo, que está a punto de suicidarse escribe sus últimas palabras y alerta de que la realidad no es tal, que hay ventanas, pasadizos, a espacios y profundidades infernales. Y esos umbrales están en este mundo y por ellos puede entrar lo que anida en el otro lado… Lovecraft establecía así, en 1917, la esencia de su “ficción extraña”, la literatura de lo insólito e inquietante.
El propio Lovecraft lo reconoció en alguna de sus cartas. Dagón estuvo inspirado por un sueño. Una pesadilla en la que el mar ominoso y el cieno primigenio y succionador surgido de las profundidades marinas eran los protagonistas. Pero no sólo. En este relato se encuentran algunas de las claves de la literatura lovecraftiana más roturada y que habría de afianzarse en la década siguiente. Pero sobre todo, Lovecraft mostraba en este cuento que sus lecturas empezaban a forjar algo distinto en el panorama de la literatura fantástica y de terror de esa primera mitad del siglo XX. Era el nacimiento del cosmicismo, el horror cósmico.
La obsesión y locura ante lo desconocido, la arqueología maldita, las leyendas más ancestrales de la humanidad y la inquietante impresión de que vivimos sólo en la punta de un iceberg y que debajo de nosotros se esconde una montaña subconsciente de horrores fueron algunos de los ladrillos sobre los que Lovecraft tejió las urdimbres de Dagón. Habría a su vez de servirle de cimiento para posteriores relatos del ciclo de los mitos de Cthulhu.
Lovecraft escribió Dagón en un caluroso y húmedo mes de julio, en 1917. La barbarie de la guerra en Europa llenaba las páginas de los periódicos. Estados Unidos había entrado en la contienda y Lovecraft quiso alistarse. Sin embargo, no pasó el examen médico y no pudo ser reclutado. Su Providence natal en esa época del año se animaba con los transeúntes al caer la tarde y los bares y cafés se llenaban de gente que sólo hablaba del conflicto o sobre la política local y provinciana. Y el huraño de Howard Phillips se veía obligado a alargar sus largos paseos para disfrutar de la tranquilidad nocturna y meditar sobre el universo mitológico que empezaba a abrirse en su imaginación.
Ese verano, Lovecraft había estado leyendo en el Ateneo de Providence, que contaba con una de las mejores bibliotecas de Providence, varias curiosas publicaciones sobre las leyendas del océano Pacífico, sobre islas hundidas y continentes perdidos, y acerca de cataclismos geológicos antediluvianos. Algunas de estas lecturas se reflejaron en la composición de Dagón. Acababa de escribir un cuento corto, El sepulcro, y quería ocupar su mente con otros argumentos.
Años más tarde, el excéntrico y aventurero coronel James Churchward habría de rescatar todo este trasunto de continentes devastados y cubiertos por las aguas en el Pacífico con sus obras acerca de Mu. Lovecraft leyó a Churchward, pero se le había adelantado y ya había imaginado la existencia de un mundo oculto bajo las aguas de ese océano, un mundo anegado desde tiempos anteriores a la humanidad y cuya esencia abominable bosquejó en Dagón. En 1926 recuperó este relato para consolidar esa mitología de lo extraño en La llamada de Cthulhu. A Chuchward y su continente anegado por el océano lo utilizaría más tarde como uno de los motivos principales de Más allá de los eones, un relato que escribió para Hazel Heald y que fue publicado con la autoría de esta escritora en 1935, ya como un glorioso epílogo a los mitos de Cthulhu.
Dagón no fue publicado hasta noviembre de 1919 en la revista Vagrant. El relato aparecía precedido por un preámbulo de W. Paul Cook (1881-1948). Cook firmaba en la prensa amateur como Willis Tete Crossman y era impresor, además de publicista y escritor. Lovecraft y Cook se conocieron en septiembre de 1917, pocos meses después de que aquél escribiera Dagón. El artículo de Cook se titulaba La ficción de Howard P. Lovecraft y daba a nuestro autor una respetable categoría literaria. Aseguraba que, con el nuevo cuento, Lovecraft había avanzado “un paso adelante como escritor de ficción”. Cook señalaba en su crítica que dos de las fuentes de las que bebía el Lovecraft de Dagón eran Edgar Allan Poe (1809-1849) y Guy de Maupassant (1850-1893). Poe siempre fue uno de los autores favoritos del escritor de Providence y, en cuanto al artífice de El Horla, quizá su referencia por Cook simplemente pretendía halagar a Lovecraft, al situar en sus líneas la inspiración de uno de los mejores narradores franceses de cuentos. En todo caso, Cook animaba al joven a escritor a seguir en el camino desbrozado en Dagón y a llegar mucho más lejos. No omitió elogios para augurarle un gran futuro en el incierto mundo de la narración de ciencia-ficción. “En la actualidad, es el único escritor de relatos amateur digno de algo más que una educada nota de paso”, sentenció Cook en su artículo.
En Dagón sí hay una influencia clara de Poe, como señala S.T. Joshi, crítico y biógrafo de Lovecraft, reflejada en las palabras arcaicas, la falta de perfiles “realistas” del personaje y la deriva del relato hacia una narración exhaustiva, sin el apoyo de los diálogos. En realidad todo el relato es un diálogo del protagonista consigo mismo, una autorreflexión que muestra cómo van imponiéndose los temores mas profundos y cómo acaban devorando a la razón y la lógica.
Comparte también con Poe el uso y abuso de los adjetivos, algunos incluso demasiado rimbombantes. Dagón recuerda mucho la densidad adjetival de relatos poenianos como Un descenso al Maleström. Pero esta cualidad de la escritura preñada de adjetivos no debería verse como una herida sangrante en el texto, sino como una cualidad original, distinto ciertamente de la simplicidad y desnudez de los textos de autores más modernos. El estilo de Lovecraft funciona, aunque sea tan diferente, por ejemplo, de autores consagrados a economizar en el lenguaje como Ernest Hemingway, marcado por la sencillez casi estoica del periodismo narrativo. La simplicidad expresiva le llegará a Lovecraft en su última década, cuando ya el cansancio espiritual y la decepción ante la falta de consagración de su obra definieron esos años treinta del siglo XX para el escritor de Rhode Island.
Hay otros rasgos de Poe en la escritura de Dagón. Un solo personaje, una única acción, predominan durante todo el relato y, con una imaginación desbordada, dotan a la historia de una fuerza lineal que evade las tramas paralelas y marcha hacia la conclusión del cuento, ya adelantada en su comienzo. Una forma de cerrar el círculo narrativo también presente en Poe. Y la obsesión, también poeniana. Dagón es uno de esos relatos de Lovecraft en los que ciertos conocimientos, ciertas extrañas materias, pueden trastornar a quienes acceden a ellas y conducir a la locura. Tal y como subraya Carlos G. Gurpegui en su ensayo El soñador de Providence (2018), “en Dagón encontramos una de las piezas angulares de la literatura lovecraftiana en un estadio embrionario: el conocimiento en sí mismo es capaz de llevar a la locura”.
Lin Carter (1930-1988), crítico, escritor y estudioso del maestro de Providence, señala en su libro Lovecraft, una mirada tras los Mitos de Cthulhu (1972) que Dagón “es una interesante prefiguración de la temática que más tarde surgirá en las historias de Cthulhu”, esa inmensa entidad primigenia con cabeza de cefalópodo, cuerpo antropoide y alas de dragón, que duerme prisionera en las profundidades del océano, esperando ser despertada para apoderarse de la tierra. Para Carter, Dagón es el primero de los relatos de los Mitos de Cthulhu.
¿Cuáles son esos rasgos y conceptos que definen a Dagón como la punta de lanza del horror cósmico y piedra fundacional del ciclo de mitos lovecraftianos? Simplemente hay que responder a otra pregunta: ¿de dónde viene el horror en este relato? Las respuestas nos confirman esa pertenencia al ciclo reconocida por Joshi o Carter: proviene de una criatura monstruosa que no pertenece a nuestro mundo, pero habita en él; de la existencia de una civilización o gran raza anómala anterior al hombre y que tal vez ha sobrevivido a una extinción; de la posibilidad de que miembros de esa raza aberrante hayan sobrevivido y puedan abandonar los abismos en los que han sido condenados a yacer por la eternidad. Por último y, enlazando con el final del relato, ese horror emerge de la posibilidad de que el ser que acecha en la puerta del cuarto del hotelucho donde está refugiado el protagonista puede ser algo más que una pesadilla resultado de su locura y el consumo de drogas. ¿Es Dagón la criatura o pesadilla que el desquiciado protagonista cree entrever al final del relato? ¿O es uno de sus siervos, un miembro de su progenie maldita? No se sabe siquiera si es real y bien pudiera ser solo producto de la locura del hombre. Tampoco tiene demasiada importancia.
Lovecraft se refirió a Dagón cuando en 1930 escribió en una carta a su amigo y también escritor Clark Ashton Smith (1893-1961): “En Dagón mostré un horror que puede aparecer, pero que todavía no ha hecho ningún esfuerzo por hacerlo”. El horror cósmico viene a decir que la ciencia y la experiencia tecnológica del hombre, como manera de dominar a la naturaleza, en realidad no valen nada. Hay fuerzas preternaturales que pueden obliterar a la raza humana como un niño aplasta y destruye un hormiguero, sin que las hormigas puedan hacer nada, salvo hundirse en el terror y el caos. Ésta es la experiencia que obtiene el protagonista de Dagón y que le lleva a la locura.
En Dagón se dan así las primeras pinceladas del horror cósmico, esa religión extraña que profesó Lovecraft durante la mayor parte de su existencia literaria. ¿Y qué es el horror cósmico? Roberto García Álvarez, biógrafo en español de Lovecraft, lo define en su obra El caminante de Providence (2020). Ese horror, exolica, “procede del pánico que produce encontrarse ante una situación que rompe con las leyes del universo y tira por tierra el orden natural establecido”.
En este relato, Dagón puede aparecer como una representación del dios pez filisteo, como se ha indicado en muchas ocasiones. Pero la geografía es distinta y, como se verá en posteriores apariciones de esta deidad en la obra de Lovecraft, evolucionará como parte integrante de sus mitos. Incluso como parte fundacional de esos mitos. Es el caso del relato largo La sombra sobre Innsmouth, escrito en 1931 y publicado en 1936. En este texto, Dagón aparece como la deidad que veneran los “profundos”, aunque la sombra de Cthulhu como ente supremo de tales seres antropomorfos y anfibios se cierne por todo el relato.
Joshi destaca en Dagón varios datos que identifican la “contemporaneidad científica” que despliega Lovecraft. Uno es esa realidad de la Primera Guerra Mundial, pues la escritura del relato tiene lugar poco después de que los Estados Unidos entraran en la conflagración. Otro punto aparece cuando el narrador se refiere al hombre de Piltdown, cuyos restos se descubrieron en 1912. Lovecraft estaba al tanto de los principales descubrimientos científicos y los incorporaba a sus textos cuando era preciso. Dotaba a sus relatos sobrenaturales con ese realismo de la ciencia y la tecnología contemporáneas. Esa era la base de la “ficción extraña”.
Entre las posibles influencias en Dagón, los críticos citan la obra Fishhead (1913), de Irvin S. Cobb; At the Earth’s Core and Pellucidar (1914), de Edgar Rice Burrough, y The Sea Demons (1916), de Victor Rousseau. No obstante, quizá las referencias a William Hope Hodgson (1877-1918) podrían ser más adecuadas para el relato de Lovecraft. En The Boats of the Glen Carrig (1907) se advierte esa misma atmósfera ominosa del lecho del mar emergido en Dagón, al igual que la percepción de otros mundos dentro del nuestro, pero casi siempre inaccesibles, por suerte para nuestra cordura. Mundos plagados de monstruos y criaturas ajenas para quienes el mar es el vínculo y acceso a nuestra realidad.
El mar, ese espacio de horror para Lovecraft, con el que bañaría las costas literarias de algunas de sus obras más importantes, especialmente aquellas incluidas en los mitos del más conocido y tentacular de los dioses primigenios. Ahí está La llamada de Cthulhu o La sombra sobre Innsmouth, antes citadas. Su lectura seguida, empezando por Dagón, podría ayudar a los neófitos en la obra de Lovecraft a entender la extensión de su universo, la conformación sólida de los pilares narrativos de la mitología lovecraftiana.
Dagón no solo es parte de los mitos de Cthulhu como un antecedente genial, sólo separado por el tiempo del resto de narraciones pertenecientes a este ciclo. Es en realidad un vórtice desde el que se amplía, redefine y reelabora una y otra vez el contexto de los mitos. La montaña que surge en Dagón de las profundidades del océano Pacífico, como un remedo de la espantosa R’lyeh que encarcela a Cthulhu, es también la Rupes Nigra de los marinos de los siglos de los descubrimientos y que señalaba el infierno polar, y una velada referencia a la isla negra de La narración de Arthur Gordon Pym (1838), del maestro Poe.
En Dagón es fango y podredumbre lo que rodea a la montaña que alberga el monolito y no hielo. Pero el horror es el mismo. El que produce la erupción en medio del océano de lo innombrable, inenarrable salvo que se utilicen los desmesurados y desusados adjetivos de Lovecraft. Sí, porque esa columna ciclópea tallada y desbastada por manos palmeadas e inteligencias abominables aparece como el axis mundi del universo del maestro de Providence, el faro aberrante que habría de servir de última referencia a la obra más distinguida del maestro del horror cósmico.