La literatura más arriesgada y crítica con las nociones de realismo se está escribiendo por fuera de las grandes cadenas editoriales, centradas en exprimir hasta el último tuétano de esa inacabable literatura del yo, que cuando no ofrece un victimismo con fines ideológicos, carece de lo que un lector avezado busca en un libro de ficción: el artificio y la fábula. En este reportaje analizamos la narrativa periférica de Sergio Alejandro Amira.

Edipo y la Esfinge (1806-08), de François-Xavier Fabre

En su Poética, Aristóteles teoriza sobre la fabulación, señalando que el arte no es una mera imitación de la realidad, no es una copia ramplona que realiza el poeta de algo que observa, sino que para ello se vale de un artificio, de una elaboración poética, que según la preceptiva aristotélica, se usa para problemas más allá del conocimiento humano o para sucesos que podrían producirse.

La literatura griega es prodigiosa en realismo: las descripciones de las muertes que sufren los héroes en la guerra de Troya, las armas, los ropajes, las fiestas, las emociones descritas en las tragedias, son auténticas porque responden a un carácter fisiológico, y también son verdaderas porque auscultan la profundidad del alma de sus personajes, pero en estos cuadros también aparece lo fantástico: sirenas mortales, cíclopes come-hombres, esfinges que plantean enigmas, “dioses” que se enamoran de mortales, brujas que leen el porvenir en las tripas de animales o que convierten a hombres en cerdos; son parte del abanico griego que da color a los motivos y tramas de toda la literatura fantástica del porvenir, objetivada en los viajes maravillosos de la Edad Media, en el infierno de Dante o en los ciclos artúricos, que beben de esta tradición incorporando nuevas formas y motivos.

¿Por qué gran parte de lo que se escribe en la actualidad carece de artificios en pos de un discurso periodístico y plano? Probablemente la pregunta sea otra: ¿cuáles son esos árboles que el bosque no permite ver?

Realidad e ilusión, humanos y monstruos, muerte y vida

Sergio Alejandro Amira. Fotografía de Pablo Santander Tiozzo-Lyon

Sergio Alejandro Amira (Concepción, 1973) es autor de una vastísima obra, toda editada a contrapelo de las grandes editoriales, que incluye doce novelas, diez comic-books, dos novelas escritas en colaboración y un libro de cuentos, por lo cual abordar su narrativa completa en este espacio excede nuestras posibilidades. Sin embargo, rescataremos sus principales trabajos con una doble finalidad: dar a conocer a los lectores hispanohablantes cuál es su aporte al mundo de la literatura fantástica, y por otro, generar una guía de lectura básica para saber por dónde comenzar a leer al autor, haciendo un rápido catastro de algunos de los artificios que podemos encontrar en sus libros.

Identidad Suspendida, editada en 2008 y reeditada en 2022 (Editorial El Nautilus), es su primer trabajo. Fue publicada en un momento en que la escena chilena se remecía de la modorra realista, época que contó con publicaciones modélicas de lo que vendría, como la antología Años Luz, la novela La segunda Enciclopedia de Tlön (2006) de Sergio Meier, o Caja Negra (2006) de Álvaro Bisama. Amira, con su Identidad Suspendida, hizo su desembarco con una novela que retrataba la vida de dos asesinos reclutados por la Compañía, una corporación que cuenta con los medios para trastocar eventos claves de la historia de la humanidad y que fue creada por el mismísimo Leonardo da Vinci en complicidad con extraterrestres.

Universalista y localista a la vez, Identidad Suspendida configura la espina dorsal que sostendrá su futura poética: aparecen las dislocaciones que afectan la integridad psíquica de sus personajes, ejemplificado con efectos de estrés postraumáticos, pérdidas parciales de memoria y suplantaciones de identidad. Su estilo nunca es contenido, tiende a la digresión y a la dispersión, lo que lo emparienta con Joyce y Proust. El marco realista en el cual trabaja, es desbordado por fuerzas extrañas, incomprensibles por provenir desde un lugar remoto, o alucinantes, porque responden a mundos sagrados sumergidos, entroncando su narrativa en una larga tradición de cultores de la ciencia-ficción, como Philip K. Dick, Greg Egan o Michael Chabon, pero vertebrado por una tradición realista de poderoso fuste —por retratar con pelos y señas a la tragedia humana—, que lo acerca a escritores muy distintos, como Vladímir Nabókov, Henry Miller o Herman Melville.

Identidad Suspendida nos pone en la piel de dos asesinos y espías chilenos, que utilizando una tecnología orgánica, una langosta sumergida en líquido amniótico, se conectan con el satélite FASat-Alfa, el cual les entrega el poder de descargar información en directo. El artificio incluye una paradoja, pues en el mundo real, el satélite chileno existió, pero su implementación fue todo un fracaso. En esta ficción el satélite es omnipresente, una red de redes construida para interceptar toda clase de comunicaciones con una inteligencia artificial casi orgánica. Las implicaciones del trabajo de estos asesinos desbordan lo local e incluso lo planetario: sus actividades están en consonancia con el universo entero, y lo que puede ocurrir en Chile, un país distante y apartado del mundo, puede repercutir incluso para la continuidad espacio-temporal de nuestro universo. Es que Chile, dice uno de sus personajes, está sellado mágicamente, no permitiendo que escapen los Ángeles descarnados. ¿Quiénes son estos ángeles? Hay que leerlo.

En Mad Love 500, publicada en 2015 y vuelta a ensamblar y ensanchar en Cosas imposibles (2022, Editorial Pudú), asistimos a un ciclo divergente al de los héroes de acción de su primer trabajo. En este ciclo, su protagonista, un escritor que vuelve de regreso de la panadería en su natal Concón, se encuentra en la parada de buses con Timelord, curioso nombre, pero más curioso es saber que aquel sujeto es en realidad una suerte de Transformers, un automóvil Ford Galaxie 500, que en su interior porta un pasajero: una cabeza metálica parlante. Como en las novelas ríos, distintos personajes y sucesos irán poblando sus páginas, periplo que incluirá viajes en el tiempo, dislocaciones del espacio, visitas a escritores de ultratumba y revisiones de bibliotecas bizarras.

Dentro del mismo ciclo de escritores protagonistas iniciado por Mad Love, llegamos a Sweet Dreams (2018, Editorial Pudú); narrada en primera persona, un hombre en un claustrofóbico encierro, y al borde del vacío existencial, juguetea con el suicidio y con el incesto. Una novela de tabúes. En esta ocasión el artefacto que centra el núcleo de la trama es la literatura misma: un hombre apodado «Soviet» (que atención, es un personaje comodín de Amira, aparece y reaparece en casi toda su narrativa), plantea la nada descabellada idea de que los escritores ven a la literatura tan sólo como un mecanismo, como una droga para alejarse de los sueños, más letales que la vida misma, y mucho más adictivos, pues en las letras se puede explorar lo indeseable y lo secreto teniendo como único límite el tiempo. El libro, narrado con una potencia seductora, entremezcla episodios vergonzosos y terribles de alguien que lentamente va perdiendo contacto con la realidad, vivencias que se entrecortan con sus sueños “draconianos”, en las que el protagonista se figura ser un héroe mítico enfrentado a una hidra de mil cabezas.

Los 40 nombres de la sombra (2021, Áurea Ediciones) podría ser ubicada en otra serie diferente, una serie en la que protagonista y narradora siempre es una mujer. En Los 40 nombres, asistimos al escape de Silvia, una joven que coquetea con la idea de dedicarse a la prostitución para generar sus propios ingresos y obtener una anhelada “libertad”, pero en el camino se cruza con Cristóbal, un sujeto de clase alta y buena vida que se ofrece como salvavidas, en un momento crucial para Silvia, que parece ir sin timón y a la deriva. El artificio, la pieza ensamblada que parece provenir desde un remoto pasado y que desencadenará el Maelstrom, es Cristóbal mismo, un personaje atormentado que lucha contra sus demonios y su rotura interna aferrándose a lo sagrado, pero desde una postura muy retorcida.

Yoshimi Paradox (2022, Editorial PAN) nuevamente se centra en una mujer, la desaparecida Yoshimi Komatsu, quien alguna vez fuera una estrella mediática gracias a su novela publicada por una multinacional, pero que de la noche a la mañana ha desaparecido sin dejar huellas. ¿Fue asesinada? ¿La secuestraron? ¿Ella misma planificó su retiro? El disparador de la trama, como en la novela anterior, es la estudiante de literatura Sofía Martelli, que al igual que una pesquisa detectivesca, se ocupará de rastrear el entorno de la desaparecida Yoshimi, convergiendo en uno de los principales acumuladores y generadores de mitos: la Internet. Al contrario de lo que suponen muchos, este libro se encarga de desvelar su principal mito: no todo lo que se sube queda almacenado en la nube, pues ésta no tiene límites infinitos, va refrescándose y eliminando información almacenada,  pero a su vez, es capaz de retener parcialmente datos que los mismos usuarios borran, generándose una dinámica que roza la entropía.

Y para finalizar, su último trabajo publicado, Vacío con forma humana (2022, Editorial Pudú). En casi 500 páginas asistimos una vez más a la desintegración psíquica de un narrador, esta vez Héctor (como el héroe troyano), un escritor de poca monta que armado con un revólver, arma al cual llama cariñosamente como la Marilyn Monroe, planifica su suicidio un día previo de Navidad, pero su cercanía con dos mujeres y un pasado inconcluso que golpea una y otra vez a su puerta, un pasado con forma fantasmal y cara de pajarraco, postergan su decisión, en un marco temporal que prefigura la desgracia personal y mundial (un año antes de la pandemia), donde la multiplicación de artefactos explosivos callejeros reportado en las noticias parece ser un síntoma más de una pronta enfermedad que remecerá al cuerpo social.

Una conclusión

Los libros de Sergio Alejandro Amira, en su totalidad, están repletos de referencias cruzadas, catálogos y fragmentos enciclopédicos; aparecen los poetas chilenos y sus múltiples encarnaciones que van desde fabuladores cercanos al materialismo y al marxismo, pasando por el nacionalsocialismo, hasta místicos y metafísicos; del mundo anglosajón, un enorme friso compuesto por cultura pop y chatarra, pero también con lumbreras como Philip K. Dick, William Burroughs o Henry Miller. Hay una constante en repensar artes menores como la historieta y géneros bastardos como el policial, la fantasía heroica y la ciencia-ficción. Su prosa es elástica y veloz, piensa y escribe a una velocidad endemoniada, y cuando realiza cortes en sus tramas, lo es para salpimentar con relaciones oníricas con otros mundos, universos o dimensiones; sus diálogos, en la mejor tradición platónica, están ahí para humanizar a sus personajes y hacerlos interactuar, en ficciones que por muy irreales, siempre conservan dentro de sí un profundo pozo de realidad.