Planetas invisibles y Estrellas rotas son dos antologías, elaboradas por Ken Liu, que ofrecen una panorámica general sobre la dinámica ciencia-ficción china. La selección de relatos reunidos demuestra el potencial y las posibilidades de todo un universo literario de altísima calidad, volcado hacia el futuro, sin romper sus lazos con la historia y la actualidad. Ambas colecciones están rematadas por magníficos ensayos sobre la ciencia-ficción china, la problemática o retos que enfrentan sus autores, pero también esbozan la sociedad donde se desenvuelven y que naturalmente definen su obra.
Desde que Marco Polo viajó a China y relató sus aventuras en El libro de las maravillas del mundo (1298; última edición en Cátedra, 2008) todas las descripciones de ese país han estado siempre al borde de lo fantástico, de lo imposible, de lo extraordinario. Inconscientemente en Occidente estamos sumergidos desde hace medio siglo en una influencia sutil del arte y la estética china, con las superproducciones hongkonesas, las series, la comida, los productos que por muchos años fueron considerados de baja calidad, y que ahora compiten con las principales marcas a nivel global. China es un país lleno de complejidades, con un mercado capitalista y una política comunista, un país en una danza interminable entre su venerado pasado y su ansiado futuro, un país desde el cual surge una nueva narrativa respecto al porvenir.
Es de la mano de Ken Liu, escritor y traductor chino radicado en Estados Unidos, autor de El Zoo de Papel y otros relatos (Alianza Editorial, 2017) y El muro de las tormentas (Alianza Editorial, 2022), que llegan dos destellos cegadores del diverso, maravilloso y sutil futuro chino, a través de una magnifica selección de autores y relatos que buscan no sólo mostrar lo mejor de la ciencia-ficción china, sino también presentar al mundo todas las posibilidades que ofrece la generación de autores del país. Aunque fue pensada para el público estadounidense, donde hay una fuerte comunidad china, Alianza Editorial, a través de su colección Runas, rápidamente llevó al público en español Planetas invisibles (2017) y Estrellas rotas (2020), y tener acceso así a una ciencia-ficción, que, aunque bebe directamente, y no lo niega, de la ciencia-ficción occidental, tiene características propias.
Desde que Lu Xun (1881-1936), considerado el padre de la literatura moderna china, tradujera la obra de Jules Verne, la ciencia-ficción ha sido muy popular e importante entre los jóvenes chinos, hasta el punto de que, en la primera etapa de la Revolución China de 1949, hubo un apoyo e impulso notable en las obras que abordaban aspectos de “ciencia popular” para la construcción del “maravilloso futuro socialista”. Desde entonces la relación de las autoridades chinas con la ciencia-ficción ha tenido sus altos y sus bajos, hasta que en los últimos veinte años una generación de autores deslumbrantes irrumpió en este universo con sus ópticas particulares y estilos que van de lo altamente técnico a lo poético.
Con Liu Cixin como “buque insignia de la ciencia-ficción china” (así lo presenta Ken Liu), empiezan a desfilar nombres como Xia Jia, Tang Fei, Baoshu, Chen Quifan, Han Song, Anna Wu, Hao Jingfang, Fei Dao, Zhang Ran, Ma Boyong, Regina Kanyu Wang, Cheng Jingb… nombres que a primeras luces no nos dicen nada, pero que deslumbran con sus particulares y diversas visiones del mundo, con estilos bien definidos e imaginaciones desbordantes, cuando uno se sumerge en cada uno de sus relatos. En sus mundos se combinan con singular maestría el impulso y la cotidianeidad china con la tecnología actual, como la relevancia social del Weibo (red social china) y los foros de discusión, los avances sobre la inteligencia artificial, los videojuegos y la realidad virtual, la robótica, la nanotecnología y la edición genética y muchos otros temas en moda actualmente, con tópicos clásicos del género como las “invasiones extraterrestres”, los viajes en el tiempo, el fin del mundo, las mutaciones o variaciones genéticas, mezclados con elementos autóctonos muy propios de la sociedad china moderna como la estratificación en clases, la movilidad social, la preocupación por los mayores, pero también por los niños, la censura, la soledad en muchas de sus formas, el budismo y el confucianismo, la gastronomía, incluso los retos de la comunicación con topolectos regionales.
China tiene una visión peculiar del mundo, pero también del futuro, y sin embargo, las preocupaciones y reflexiones escamoteadas en su ciencia-ficción son más humanas y universales de lo que las narrativas occidentales creen; en esencia, esta generación de talentos chinos siente el peso de desarrollarse en una economía voraz, y ser puente permanente entre el futuro y el pasado de un pueblo que ha sufrido cambios importantes a lo largo de la historia.
Ken Liu en sus prefacios hace mucho hincapié en que no se deben leer los relatos como un instrumento político, ni bajo la forma de apología al régimen chino, ni como críticas veladas al mismo: simplemente los aspectos asociables a la situación geopolítica y económica de dicho país se ven reflejados directa o indirectamente. Como todos los autores de cualquier país se ven fuertemente influidos por su entorno, por sus problemas inmediatos y los retos en las relaciones interpersonales, por sus percepciones sobre los destinos políticos y sobre la tradición de cada estado.
La muestra que aparece en Planetas invisibles y Estrellas rotas también tiene la particularidad de oscilar entre la ciencia-ficción pura y dura, con descripciones detalladas de mecanismos, inventos o teorías, y una ciencia-ficción con tintes fantásticos, o incluso combinando una con otra, que recuerda la obra de Ursula K. Le Guin, Stanislaw Lem o incluso Ray Bradbury.
Los relatos presentan estructuras diversas, algunos llegan a tener la extensión de una novela corta, otra apenas unas páginas; todos ostentan imaginación y referencias a diversos aspectos culturales chinos y guiños hacia autores occidentales. Todos, en general, son lecturas amenas que sorprenden, sacan sonrisas, pero también sacuden los estereotipos y los prejuicios que se pudieran tener sobre China. Los más densos de alguna manera se hacen digeribles a medida se avanza en la obra. Cada relato está precedido por una breve biografía, que nos revela no sólo la obra y los proyectos en curso de cada autor, sino también sus trayectorias más allá de la literatura, en campos como la ciencia, la ingeniería, los medios y la tecnología, o de espacios que nosotros consideraríamos informales pero que en Asia tienen importancia social y cultural relevante, como los foros y los doujin, equivalentes de los fanzines o los fandom.
En este mismo período de tiempo, además, han surgido películas y series chinas de altísima calidad que se han ganado el aprecio de los televidentes, como Wandering Earth (Netflix, 2019), basada en un relato de Liu Cixin, la segunda película más taquillera de todos los tiempos en China y la séptima más taquillera a nivel global durante 2019, y que genera grandes expectativas al anunciarse la adaptación de El problema de los Tres Cuerpos (2006). Algo similar pasó con The Arrival (Denis Villeneuve, 2016), basada en el relato La historia de tu vida de Ted Chiang, y que tuvo muy buena recepción a nivel mundial, convirtiéndola en un clásico moderno de ciencia-ficción.
La ciencia-ficción reunida en Planetas invisibles y Estrellas rotas representa una bocanada de aire fresco en el género, además de servir de puerta de entrada al pasado, presente y futuro de China, generando una amplia curiosidad no sólo por el resto de la obra de estos autores, mucha aún no traducida al español, sino también sobre otros aspectos de la sociedad, sus vidas cotidianas, su visión del mundo actual, sus ansias y sus expectativas, sus temores, insinuando apenas que sus problemas no difieren mucho a los del resto del mundo, pero sí cambia la manera de abordarlos. La selección de relatos reunidos en estos dos volúmenes al final demuestra las posibilidades de todo un universo literario de altísima calidad, volcado hacia el futuro, sin romper sus lazos con la historia y la actualidad. Ambas colecciones están rematadas por magníficos ensayos sobre la ciencia-ficción china, la problemática o retos que enfrentan sus autores, pero también esbozan la sociedad donde se desenvuelven y que naturalmente definen su obra.
Es probable que ya estemos viviendo en el futuro imaginado por China y que sólo sea cuestión de tiempo que abandonemos Facebook o Twitter y empecemos a usar Weibo, o que la narrativa occidental sobre el futuro palidezca ante su contraparte china, lo cual, a pesar de los temores, prejuicios y multitud de teorías conspirativas, podría no ser tan malo, sobre todo si se cumple lo que vaticina Xia Jia en uno de sus relatos incluidos en estas antologías, “El verano de Tong Tong”, y se esté a la puerta de un mañana donde:
“… los hombres cuidarán de todos sus ancianos como si fueran sus propios padres, amarán a todos los niños como si fueran sus propios hijos. Los ancianos se harán mayores y morirán, seguros, los jóvenes tendrán oportunidades de contribuir y prosperar, y los niños crecerán bajo la tutela y orientación de todos.”