La “saga de las parábolas” de Octavia E. Butler representa una suerte de realismo decadentista y de afortunada -y siniestra- literatura anticipatoria. La parábola del sembrador y La parabóla de los talentos son literariamente irregulares, creativamente inspiradas en esquemas narrativos clásicos bastante identificables, pero también valientes y arriesgadas a la hora de plantear tanto temas como perspectivas novedosas, actuales y extraordinariamente atemporales. Butler supo anticipar el hartazgo social que ha derivado en los populismos, en el auge de la demagogia y que nos sitúan al borde de una dictadura moral.
Octavia E. Butler (Pasadena, Calfornia, 1947-Lake Forest Park, Washington, 2006) está de moda. Prácticamente a la vez, en el comienzo de esta década de 2020 y en decenas de sistemas literarios, se han reeditado, traducido o publicado por primera vez sus principales novelas y relatos. Además, mientras escribimos estas líneas, tenemos noticia de al menos dos pre-producciones audiovisuales que están intentando adaptar alguna de sus obras. Porque el de Octavia E. Butler -aunque en estas latitudes no nos haya sonado demasiado hasta ahora- no es un nombre cualquiera y su historia merece, por lo menos, ser contada.
Decidida a dedicarse a la escritura a tiempo completo tras abandonar sus estudios universitarios, tuvo la fortuna de, a través de un programa de apoyo a los aspirantes a escritores afroamericanos y latinos, conocer a una figura clave en su proyección: Harlan Ellison. El autor de No tengo boca y debo gritar apostó por ella y por su obra en todos los planos en los que fue capaz. Como autor, la avaló para entrar en la primera edición (1971) del ya legendario Clarion Science Fiction Writers Workshop; allí conocería a otra gran influencia: Samuel R. Delany. Además, sería al Elison editor a quien le vendería su primera obra, una historia titulada “Crossover” aún hoy inédita.
Si este comienzo pudiera parecer anticipar una carrera sobre raíles, ni su vida ni la construcción de su obra han sido tan sencillas. De hecho, como anotamos, aquella historia que Elison le compró nunca llegó a publicarse; pasarían varios años antes de que consiguiese que una obra suya llegase a ver la luz. Incluso, ya como autora consagrada, tuvo que enfrentarse varias veces a prolongados parones por dificultades creativas, tal era su nivel de autoexigencia.
Aún con todo, la relativamente escasa obra que nos dejó es de tal enjundia que, hoy en día, es materia de estudio en las universidades, canon para muchos autores jóvenes, y una referencia obligada en lo que a literatura prospectiva se refiere. Tantos son los temas que ha tocado, tan contemporáneas sus perspectivas y, sobre todo, tan vívidas sus descripciones, que son cada vez más los que se impresionan ante su capacidad de anteceder, con décadas de adelanto, acontecimientos de nuestra realidad actual.
En esta capacidad de avance a su tiempo, sin duda, sus «parábolas» son consideradas como las más abrumadoramente visionarias. La parábola del sembrador (1993; Capitán Swing, 2021) y La parábola de los talentos (1999; Capitán Swing, 2021) fueron las dos primeras partes de una pretendida trilogía en la que, además de volcar mucha de su biografía y personalidad propias, intentó -con éxito- plasmar su opinión respecto a los derroteros que podría tomar su sociedad y su país. En pocas otras obras la ciencia-ficción, entendida como literatura anticipatoria, cobra de forma más evidente todo su significado.
PRIMERA PARTE: EL MUNDO
En la mente de Octavia E. Butler este proyecto literario era una trilogía. En no pocas ocasiones comentó su intención de completarla, y el “Epílogo de la segunda parte» deja la puerta abierta para que así fuera. Sin embargo, su ya mencionada autoexigencia primero, y la muerte después, hicieron que el proyecto quedase definitivamente inconcluso. Ninguno de estos aspectos serían obstáculo para que los propios fans se lanzasen a escribir sus propias continuaciones, historias paralelas o reinterpretaciones de la saga; la red está repleta de material al respecto. Un hecho así sólo puede explicarse, y es posible, gracias a lo vívido, lo concreto y lo amplio del universo creativo construido por Butler.
Las múltiples capas de lectura de la “serie de las parábolas” así lo demuestra. Desde su marco contextual global hasta la construcción psicológica de los personajes, pasando por las tramas principal y secundaria, o los secundarios ocasionales que dan sentido a alguna parte de la historia… todos los elementos contribuyen, como si fuesen teselas de un mosaico, tanto al sentido conjunto de la saga, como a desarrollar un elemento particular encuadrable en un tema o en un debate concreto que el lector contemporáneo puede interpretar y gozar a la luz de su propio tiempo y experiencia. La definición de esta inmensa riqueza externa o general e interna o particular está a la altura de muy pocas plumas. Y la de Butler es, sin duda, una muestra de una de las mejores. Para conseguir domar toda esta diversidad, la autora elabora complejos y distintos niveles de escritura/lectura, tratando los temas principales de la saga en cada uno de los niveles. Vamos a repasarlos a continuación.
El contexto general es el de una distopía. Con todo, a diferencia del manido y común contexto post-apocalíptico presente en tantas obras o sagas, o incluso el también habitual recurso a un universo paralelo (da igual si es físico u onírico) como vía para acceder a una realidad alternativa, Butler opta aquí por la más infrecuente y sinuosa perspectiva: el realismo decadentista.
Con su retrato social, Butler busca presentarnos un contexto posible, reconocible y próximo a nuestra experiencia sociocultural. Por eso, durante el desarrollo de la trama, en vez de partir de un absoluto (el fin de algo), se adentra sin embargo en el análisis de las causas que explican una decadencia retratada como un proceso social dinámico que tiene una fase inicial de caída (principal en el primer volumen), otra de desastre (a caballo entre ambos volúmenes), y una final de lenta reconstrucción (principal en el segundo volumen). El sorprendente acierto con que ha realizado estas reflexiones y estas descripciones, a la vista de nuestro presente actual, es uno de los grandes valores de esta saga. Tanto es así que las novelas aciertan a identificar las cuatro crisis principales que nos asolan: la económica, la moral, la ecológica y la cultural. A tal punto llega en Butler el desastre combinado de todas ellas que Los Ángeles es una ciudad devastada. Sus localidades limítrofes están divididas en barrios amurallados donde prima el comunitarismo, la autodefensa y la economía de subsistencia. Las drogas y la pobreza han conquistado unas calles desoladas en las que ya no se puede estar, so pena de ser asesinado.
En este contexto, y en una de estas zonas colindantes con Los Ángeles, vive la familia Olamina. El pater familias es párroco de su principal iglesia, un hombre generoso e inteligente, pero a la vez rudo, que con un gran pragmatismo defiende que las enseñanzas hipermoralistas de las Sagradas Escrituras deben adaptarse a un mundo en conflicto regido por el “sálvese quien pueda”. En este ambiente es donde crece y forma sus propias creencias la hija de este párroco, protagonista de la saga y voz narradora principal de toda ella: Lauren Oya Olamina.
La parábola del sembrador está dedicado a explicarnos el proceso de formación de las creencias de Lauren, materializadas en una idea-fuerza (“Dios es cambio”) y en una organización informal (“Semilla Terrestre”), a la que se irán sumando distintos grupos heterogéneos de personas. Esta formación progresiva nos da la oportunidad, con el paso de las páginas, de ver cómo estas ideas se van definiendo a partir de una base moral comunitarista cristiana, con retazos de materialismo, positivismo, darwinismo y cierto pesimismo antropológico. Una mezcla que lleva a Lauren a plantear, como único futuro esperanzador posible, la implantación de la humanidad (cuan semillas) en otros planetas más allá de la Tierra.
En este volumen tenemos un texto simple, directo, con una única y potente voz narradora, y con una trama bastante monocorde que construye el contexto general y ienta las bases de Semilla Terrestre. Usa para ello un esquema narrativo que recuerda mucho, en su primera mitad, a las historias clásicas de decadencia y violencia dónde es fundamental el manejo de la tensión; y en su segunda mitad, a las historias sobre la construcción del Viejo Oeste, donde se alternan escenas duras de violencia con otras donde leemos el restañar colectivo de las heridas (físicas y, sobre todo, psicológicas) tras la violencia sufrida.
Por el contrario, La parábola de los talentos se nos muestra bastante más maduro: complejo en sus distintas tramas, opta por una disposición estructural narrativa coral y relacionada, conectada a partir de unos personajes descritos ahora con mayor profundidad, definidos a través de un texto polifónico en el que, junto con Lauren, tienen también voz propia su hija (Larkin), su hermano (Marcus Olamina/Marcos Durán) y, en menor medida, su marido (Bankole). Todos juntos participan de una narración donde el eje central se desplaza desde la formación de Semilla Terrestre hasta su crisis y reconstrucción, momento catártico definido a partir de su enfrentamiento con la iglesia institucional instigada desde el gobierno del país: América Cristiana. Y en concreto, contra la sección más violenta y sectaria de esta iglesia, los Cruzados de Jarret, un trasunto bastante evidente de la organización supremacista blanca Ku Klux Klan.
¿Quién es este Jarret y por qué tiene cruzados por ahí? Se trata de Andrew Steele Jarret, el actual (hablamos de 2032) presidente de los Estados Unidos. Un demagogo ultra cristiano blanco, racista y machista que, con la idea de “volver a hacer América grande otra vez” (¿os suena?) y de volver a un tiempo pasado más “simple”, ejerce la intolerancia contra todos aquellos que no son y/o no piensan como él. Uno de los primeros objetivos de sus cruzados es, claro, Semilla Terrestre: sus miembros sufren privación de libertad, violencia, explotación y separación de sus familias. Será aquí cuando las relaciones de Lauren con los distintos personajes aporten valor a la novela pues, mientras su marido rehúye la lucha contra América Cristiana, su hija la desconoce y su hermano forma parte de ella y la apoya. La tensión está servida.
De esta forma, el segundo volumen nos recuerda mucho, en cuanto a narrativa se refiere, a las historias de emergencia de las primeras comunidades cristianas (Semilla Terrestre) en su enfrentamiento y lucha desigual con el Imperio Romano (América Cristiana). Se trata del enfrentamiento entre una iglesia emergente contra otra institucionalizada, de una sin poder político a otra asentada sobre el mismo centro del poder, de una defensora de la moral frente a otra inmoral. Una dicotomía que Olivia E. Butler construye y desarrolla muy eficazmente gracias a unos personajes, ahora sí, retratados con un perfil psicológico más concreto, rico y eficaz que en La parábola del sembrador.
De esta forma, desde un punto de vista general, la “saga de las parábolas” se define como literariamente irregular, creativamente inspirada en esquemas narrativos clásicos bastante identificables, pero también valiente y arriesgada a la hora de plantear tanto temas como perspectivas novedosas, actuales y extraordinariamente atemporales. Una valentía que se ha visto favorecida, además, por su aterrador acierto a la hora de plantear el horizonte posible al que la humanidad se enfrenta ahora en nuestros días -pasados casi treinta años desde que se publicase el primero de los dos volúmenes de la saga-.
Pero ¿qué temas en concreto y con qué perspectivas se abordan en la saga? ¿En qué medida son exactas sus estimaciones y qué grado de verosimilitud pueden tener aún en nuestros días? Veámoslo a continuación.
SEGUNDA PARTE: LAS SOCIEDADES
En el 2025 la temperatura ha subido tanto, la inestabilidad climática ha llegado a tal extremo y la economía ha alcanzado tal inestabilidad, que tanto el sector público como el privado han derivado en el caos. La policía es ahora una organización corrupta, los bomberos no dan abasto para apagar los ingentes incendios que surgen por doquier, y las drogas de diseño están tan generalizadas que la pobreza y la esquizofrenia campan a sus anchas en unas calles asoladas por la violencia. Para huir de esta realidad, los ricos se enclaustran en sus zonas restringidas y sus mansiones ultraprotegidas, mientras que las mermadas clases medias han levantado muros alrededor de sus barrios para evitar hurtos y saqueos. De forma incesante y con cada vez más fuerza, la miseria de una parte creciente de la sociedad golpea a sus muros y llama a sus puertas. A este período de crisis y decadencia se le conoce como “La Calamidad”.
La religión se nos presenta, en este contexto, como un asidero eficaz para una sociedad debilitada necesitada de esperanza y de optimismo. Olivia E. Butler nos presenta, ante esta tesitura, una dicotomía moral: Semilla Terrestre versus América Cristiana. No se trata sólo de dos organizaciones distintas y rivales sino de dos formas de entender la vida totalmente opuestas: representan la pugna del materialismo contra el idealismo; del positivismo contra la fe; de lo horizontal frente a lo vertical (jerarquía); del diálogo contra la violencia; de la comprensión contra el odio y de la resolución práctica de los problemas contra eslóganes y palabras huecas como única alternativa… Pero hay truco.
Esta oposición surge desde un punto común de contacto entre ambas alternativas: las dos son organizaciones comunitaristas y ambas tienen a la familia como la estructura principal a partir de la cual desarrollar su comunidad. Es así porque ambas son, al fin y al cabo, religiones. De hecho, al ser una dicotomía que nos da “una religión” como alternativa, sea cual sea, excluyendo activamente tanto al sistema político tradicional como al sistema económico -señalados como corresponsables-, ¿no se está incurriendo en algún tipo de dictadura moral? De hecho, ¿no surge y se proyecta el fascismo como una forma de dictadura moral desde una parte de una sociedad hacia su conjunto a través de los mecanismos de poder?
Aquí es cuando, frente a la oposición “Semilla Terrestre” versus “Alternativa Cristiana” (o de Lauren versus Marcos), los demás personajes cobran una especial importancia para matizar y reconducir a esta trama principal.
Bankole no pretende más que llevar una vida lo más próxima posible a lo que se conocía “antes” de “La Calamidad”. Su mayor anhelo durante los dos libros es llevar a Lauren a su lado de la orilla, convenciéndola de que renuncie a Semilla Terrestre y se pliegue a unas oportunidades de vida cercanas a lo que conocían “antes”. La edad de Bankole (cuarenta años lo separan de su mujer, Lauren) no es casualidad. Con él tenemos los rescoldos del mundo que se extingue, las brasas últimas de una sociedad que se apaga poco a poco pero que se resiste a morir.
Inversamente, Larkin representa a la sociedad nueva que aún está por nacer. Ella no ha pasado por todo lo que ha vivido su madre, ha sido institucionalizada en la nueva moral pública (la de América Cristiana), que acepta con bastante normalidad a pesar de los lógicos intentos de Lauren porque la rechace -basándose en su evidente corrupción moral, de la que Semilla Terrestre y ella misma han sido víctimas-. Larkin nos recuerda con su actitud, por tanto, cómo los orígenes de las narrativas dominantes han tenido siempre una violencia inherente a su imposición, al mismo tiempo que nos explica cómo el poder institucional de hoy sirve para blanquear esta violencia del ayer justificándola u ocultándola a los ojos de los propios y de los extraños.
Al entrar a analizar más en profundidad la naturaleza y las formas de esta violencia es cuando se nos aparecen los temas que, amargamente y de un modo muy pesimista, toca esta serie de “parábolas”. Los “Cruzados de Jarret” son un trasunto bastante claro del Ku Klux Klan. Los “Cruzados” dejan claro que la moral de su populismo “ultra” es claramente racista (distingue a los blancos de los negros), homófobo (hay asesinatos y torturas a homosexuales, al considerarlas aberraciones pecaminosas y casi demoníacas), tienen una idea restringida de la familia, capaz de mentir y separar a sus padres de sus hijos, y con una moral bastante peligrosa si se pone en práctica.
Tampoco se escatiman críticas a la violencia derivada de la desigualdad: los barrios amurallados, la pobreza sistémica, la corrupción política, los empresarios y ricos enclaustrados en sus torres que intentan imponer su voluntad a través del dinero… Butler es muy clara, especialmente en el primer libro, con las causas y las corresponsabilidades de “La Calamidad”. Por eso mismo, en su retrato psicológico de los desfavorecidos, el miedo, las drogas y la desesperación ocupan un espacio principal a la hora de analizar su comportamiento. Hay causas sistémicas para comportamientos sistémicos. No se trata de enfermedad o locura sino de corrupción moral y desesperanza. Lo personal también es social. Ambas esferas están conectadas. No hay únicamente responsables personales o individuales, sino una corresponsabilidad colectiva, compartida, tanto para entrar en la decadencia como para salir de ella. Olivia E. Butler lo tenía claro, como también que las posibilidades de poder afrontar este reto colectivo con éxito eran más bien escasas.
Y no podemos acabar esta segunda parte sin anotar un tema que, posiblemente, hubiese sido clave en un hipotético tercer volumen: la conquista del espacio. En ambos libros es trascendente como tema secundario la política espacial: el asentamiento en la Luna y la llegada a Marte. Butler defiende esta política como esencial en cuanto supone sacar algunos huevos de la misma cesta en la que ahora están, ya que con ellos, y con el conocimiento acumulado, se marca el camino para definir una nueva oportunidad para hacer las cosas de forma distinta (y mejor). Pero también hay un problema: la demagogia y el populismo han llevado a que el precio y el riesgo retrotraigan la inversión den esta política, encerrando así a la humanidad en un planeta exhausto, deprimido y sin esperanza.
Aquí es cuando vemos la habilidad de las novelas para retratar, junto con la mentalidad de los personajes, también la psicología social de unas comunidades cansadas de falsas promesas, de esperanzas vacuas, de palabras vacías y de oportunidades desaprovechadas o malogradas. Este hartazgo se apunta como la vía de acceso del populismo, la demagogia y la dictadura moral de la religión hacia el gobierno de las sociedades. Una religión que, pese a todo, y sea cual sea, acaba erigiendo muros morales de separación entre “los nuestros” y “los otros” defendidos, como hemos visto, mediante el uso de la violencia física y psicológica orientada hacia la dominación.
El espacio es aquí no ya la mayor sino la única de las esperanzas posibles.
TERCERA PARTE: LAS PERSONAS
El individuo en la “saga de las parábolas” es una semilla en el viento de las grandes corrientes históricas. Su destino depende, en consecuencia, de a qué corriente se adhiera. Los intentos de huida, como los protagonizados por Bankole o por las demás comunidades pequeñas y encerradas en sí mismas (como lo es Semilla Terrestre cuando empieza a dar sus primeros pasos como iglesia organizada), no es viable más allá del corto plazo.
¿Supone esto que Butler niegue la individualidad? En absoluto: el individuo tiene libertad para exponer sus propias opiniones y razones, para tomar sus propias decisiones, así como para asumir las consecuencias de las mismas. Lo que pasa es que, a diferencia del discurso liberal dominante, ejerce su individualidad siendo plenamente consciente de que lo hace en un mundo en el que ni está aislado ni está solo. Las decisiones que se toman y sus consecuencias influyen sobre los demás, les afectan, y tenerlo en cuenta no supone ni renunciar a su libertad ni a su individualidad sino, simplemente, mejorar la calidad de la decisión que se toman.
Lo vemos muy claramente cuando los personajes se debaten entre defender a sus seres queridos o ser obedientes con su propia fe. El padre de los Olamina y Bankole son dos personajes aparentemente opuestos. El primero es un párroco y el segundo es un pragmático sin fe conocida, pero ambos tienen dos puntos clave en común entre ellos: su pragmatismo ante la realidad y que, ante todo, siempre eligen primero a sus seres queridos. Ambos demuestran una capacidad de sacrificio más allá de los demás personajes, demostrando que más allá de uno mismo hay razones para tomar decisiones arriesgadas.
En el extremo opuesto, en el enfrentamiento entre los dos hermanos Lauren y Marcus, hay también otros puntos de conexión bastante importantes: ambos intentan seguir sus propias creencias a pies juntillas y, ante todo, siempre eligen primero a su fe y a su iglesia. Precisamente de aquí proviene la radicalidad de su disputa, pues más allá de los fuertes lazos de parentesco que los unen hay otros nexos de unión aún más fuertes que los atan de pies y manos a la hora de decidir… y los obligan a enfrentarse a circunstancias y a asumir consecuencias nada fáciles.
En todo caso, independientemente del extremo en que nos encontremos, siempre estamos ante personajes que son conscientes de que sus decisiones tienen consecuencias más allá de sí mismos, lo que no los convierte en personajes previsibles, planos o aburridos, sino en seres humanos, profundos, redondos y realistas; como todos lo somos, de alguna manera. La diferencia aquí estriba en que no hay una falsa individualidad o libertad de diseño; vemos al individuo libre enfrentándose a sus actos. Esta madurez en los personajes de Butler los hace complejos, apasionantes e interesantes, con muchos matices, y a los que nos gustaría ver más para ver cómo evolucionan.
Pero aquí está a su vez el mayor hándicap de los personajes de Butler: al ser tan amplio el elenco, no pocas veces se debe recurrir a una madurez rápida, excesivamente forzada en algunos casos. Lauren es un personaje dominante, todos giran a su alrededor, pero ni las situaciones ni los tiempos explican por sí solos cómo evolucionan quienes la rodean. Nos falta un desarrollo algo más pormenorizado o más trabajado, especialmente cuánto más estrecha es la relación con Lauren. Por ejemplo, la etapa de enamoramiento entre ella y Bankole no se elabora con la paciencia suficiente. Tampoco la transición de Marcus Olamina a Marcos Durán, más necesaria en cuanto ahí hay un trauma que explica muchas cosas y tiene una influencia decisiva en el desarrollo de la historia. Aun así, los trazos son suficientes para elaborar personajes de enorme potencial, interesantes y redondos a ojos de los lectores. Incluso aunque los diálogos no estén demasiado conseguidos.
La “saga de las parábolas” tiene una narradora y un punto de vista claros; la oportunidad para escucharlos hablar es tan escasa como poco significativa. Quizás ésta sea su mayor desventaja: intuitiva y luminosa en las descripciones, interesante y profunda en cuanto a la elaboración de los personajes, no se muestra igual de eficaz cuando tienen que tomar la palabra. Las más de las veces sus conversaciones son anodinas, obvias o intranscendentes; alguna incluso suena algo artificiosa. Menos mal que tampoco es que necesitemos oírlas mucho.
Los personajes en esta obra son, en consecuencia, desarrollados en paralelo con las circunstancias sociohistóricas que los determinan a fuego. “La Calamidad” toma cuerpo, así, como un momentum histórico relevante, pues, en sus distintas manifestaciones y de una forma u otra, siempre acaba empujando a los personajes hacia una circunstancia nueva que nos hace correr por las páginas a la pregunta de: ¿qué pasará a continuación? Aquí es donde mejor se observa la inmensa calidad de Olivia E. Butler al construir sus historias.
CONCLUSIÓN
La “saga de las parábolas” demuestra una sobresaliente técnica autoral en cuanto a la construcción de la historia que alcanza su summum en la definición y precisión con que se retrata el contexto. No en vano, podemos afirmar que tenemos un ejemplo maravilloso y único de literatura prospectiva y de ciencia-ficción anticipatoria. Con su obra, Olivia E. Butler ha conseguido traspasar el límite del tiempo. Ahora mismo estamos ya alertados sobre lo que podría esperarnos si seguimos el camino que estamos recorriendo. Una advertencia que resuena como un aldabonazo cada vez en más partes y que, gracias a ella, tenemos ahora en nuestras librerías gracias al trabajo editorial de Capitán Swing.