Iris, del boliviano Edmundo Paz Soldán, combina cine bélico con ciencia-ficción, y plantea el papel en el futuro de los que no son europeos, chinos o norteamericanos. En una especie de “Chernóbil tropical” se desarrolla la acción con un lenguaje casi cinematográfico, que permite leerla y visualizarla como las grandes películas de guerra, llenas de hombres sin futuro que luchan como si todavía tuvieran un mañana. La novela es una advertencia terrible sobre las consecuencias de la repetición de la historia.
La ciencia-ficción es una rama de la literatura que permite a los humanos reconocerse a sí mismos y advertirse sobre todo lo bueno y malo que pueden llegar a ser. Más allá de la tecnología, que forma parte de los tópicos del género, hay algo mitológico en la ciencia-ficción: tal vez es la oportunidad de proyectar cómo nos verán los habitantes del futuro a nosotros.
Iris (Alfaguara, 2014), del boliviano Edmundo Paz Soldán, resulta ser una de esas novelas que combina cine bélico con ciencia-ficción y que plantea una trama interesante: el papel en el futuro de los que no son europeos o norteamericanos, o incluso chinos.
Iris es una isla, al menos eso afirman, en la cual se desarrollaron pruebas nucleares que han tenido un efecto trascendental en sus pobladores, los irisinos, y de la cual explotan un valioso mineral que le da cierta importancia estratégica. En ese “Chernóbil tropical” se desarrolla la acción con un lenguaje casi cinematográfico, que permite leerla y visualizarla como las grandes películas de guerra, llenas de hombres sin futuro que luchan como si todavía tuvieran un mañana. Es una novela de un lenguaje áspero, pero fácil de digerir y seguir. En Iris nos encontramos con las peripecias coyunturales de un grupo de “Shanz”, soldados mercenarios, que pretenden controlar o pacificar la isla, en la cual hay un movimiento de liberación que requiere ser sofocado urgentemente y que es liderado por un líder mesiánico que recuerda un poco al Henri Christophe de Alejo Carpentier (El reino de este mundo, 1949; Austral, 2015)
Los “shanz” combaten en una guerra colonizadora que se disfraza de lucha antiterrorista, al mismo tiempo que cargan daños internos, huyen de traumas emocionales, faltas de perspectivas individuales. Esa búsqueda de sentido en la autodestrucción trae ecos de temas clásicos, como el conflicto entre la búsqueda de una muerte gloriosa –kleos– y la lucha por regresar al hogar –Nostos-, tal como lo explica Jean Pierre Vernant, dónde uno forzosamente es excluyente del otro (Érase una vez el universo, los dioses, y el hombre, FCE, 2000); porque para los “shanz” no hay posibilidad de regresar, no tienen adónde volver: en Iris todos buscan y deben ser Aquiles (el héroe invasor), persiguiendo en la batalla una justificación a su propia existencia, aunque eso conlleve a la muerte; nadie desea ser Odiseo porque a ellos no los esperan ni los viñedos de Ítaca ni Penélope. Los hombres y mujeres que ocupan la isla han huido de sus vidas, buscando paz en un mundo envuelto en una guerra de conquista y una guerrilla liberadora.
La novela combina la acción y la tensión del conflicto bélico con el drama interior de cada personaje en su búsqueda de sentido en una violencia despiadada, donde los conquistadores buscan resaltar su condición de civilizadores de un pueblo primitivo que necesita un orden impuesto a fuerza de golpes, pero que bajo la mansa servidumbre mantiene la esperanza de la liberación a través del “Advenimiento”, un suceso que para los irisinos cambiará el statu quo. Los paralelismos entre la novela y las crónicas de la conquista de América son evidentes, aunque en cierto modo, todo colonialismo recorre los mismos pasos manchados de sangre, mitos fundacionales y abusos de todo tipo. Como por ejemplo las drogas: las de prescripción médica, las ilegales, las sintéticas, las naturales (las más comunes son los “swits”, píldoras de todo tipo de sentimientos o emociones, cuyos efectos pueden ser igual la empatía o el odio al enemigo), así como las drogas propias de la herbolaria asociadas a experiencias místicas –lo que inevitablemente conlleva a comparar el “junn”, hierba alucinógena en la novela, con la ancestral hoja de coca, el cannabis o incluso el tabaco–.
Para los “shanz” todos los nativos son enemigos potenciales, apenas humanos, pero para los nativos de la isla, esos invasores sólo representan una desgracia temporal, porque el “Advenimiento, adviene” y ellos, que son fruto de las esporas del hongo nuclear, ya han padecido lo inimaginable. Porque, ¿qué podría superar las dolorosas mutaciones derivadas del cataclismo atómico?
Lo mejor de la novela probablemente es que la única protagonista es Iris, la isla, el lugar, el espacio, el tiempo, su sociedad, cuya alma radica en el tecno-chamanismo, y va llenándolo todo, incluso a los invasores que terminan deseando creer los mitos de sus vasallos. Lo mágico y lo tecnológico se funden en un mundo surrealista en el cual convergen múltiples realidades, algunas muy parecidas a la nuestra. Resulta interesante, también, el abordaje de la polémica en torno al “sistema de castas”, basado en la naturaleza de los individuos, que divide la sociedad en los naturales, individuos mayoritariamente biológicos; los artificiales, con más componentes cibernéticos que orgánicos; los robots, simples máquinas, y, por último, lógicamente, los irisinos, lo más bajo de la escala.
La influencia del cine en la narrativa es evidente, porque es muy difícil adentrarse en Iris y no recordar el Avatar de James Cameron (2009), con todo lo bueno y malo que esto podría conllevar en cuanto a la capacidad de imaginar un mundo ajeno al nuestro; también resiente del intento de crear una lengua futurista, tanto en la jerga de los “shanz”, como en el nombre de los aparatos más comunes, mediante la deformación de palabras en inglés como “jipu” –por vehículo (jeep)-, “bodi” por cuerpo o traje, orgánico o tecnológico, “hologramón” por televisión, o con la incorporación de neologismos que buscan sorprender como un smartphone híper-desarrollado denominado “Qi” (cuyo nombre pretende evocar la fuerza vital intrínseca en todo ser en algunas filosofías orientales) o el anacrónico“riflarpón”, que pretende ser una futura y terrible arma de fuego. Paz Soldán parece obviar que el progreso, ya sea tecnológico o lingüístico, rara vez regresa sobre sus pasos, y que normalmente obedece a ciertas exigencias propias de la sociedad, de los tiempos que los modifican. Lo más extraño, es que, en el mundo de Iris, las actuales potencias (Estados Unidos y China), se han transformado en entidades nacionales llamadas “Munro” (derivado de la doctrina Monroe) y Sángai (derivado de Shanghái, China), mientras que países “insignificantes” en la lucha por el mundo actual, como Portugal o Guatemala, conserven su identidad nacional, resistan en un mundo donde todo ha cambiado.
Si el canon de Bloom apunta amenazante a los autores que circunnavegan la llamada literatura occidental, en el caso de Iris se percibe claramente los efectos del canon-láser de la ciencia-ficción anglosajona, que ha marcado las características y el ritmo del género, por lo que prácticamente toda ciencia-ficción desde el Tercer Mundo cae en clichés, y sus escenarios son derivativos de acontecimientos originados en el Primer Mundo, o causados desde éste, en muchos casos contribuyendo con una ambientación exótica. En el caso de esta novela, su mérito radica en que explora cómo sería el futuro para aquellos oriundos de la periferia de las grandes potencias protagonistas de los cambios globales; es decir, indaga sobre el destino de aquellos individuos a quienes sólo les queda el camino de la servidumbre contractual o la esclavitud impuesta.
La novela de Edmundo Paz Soldán es una advertencia terrible sobre las consecuencias de la repetición de la historia, donde las tendencias no se equivocan, donde el progreso sigue su curso sin ninguna alteración, donde los poderosos siempre marcan el ritmo del mundo, en el cual a pesar del avance tecnológico, la humanidad conserva la esencia de sus vicios, y sólo queda tomarse un “swit” de empatía o de sueño, o de felicidad, cualquier cosa que permita soportar ese mundo maravillosamente cruel.