En El mar recordará nuestros nombres el bilbaíno Javier de Isusi rinde tributo a la expedición que llevó la vacuna de la viruela a América a principios del siglo XIX, y sobre todo a quienes sienten su patria en la humanidad, o a los que no les importa porque en todas partes quieren aportar. Disfrutarán esta narración los amantes de los viajes, de la aventura, de la historia, y de la ciencia. Da para emocionar a exploradores de todas las generaciones, ya sean de sillón, de montaña o de velero.
Las imágenes que acompañan este artículo han sido cedidas por Planeta Cómic
“La historia llama héroes a los grandes reyes y guerreros, pero… ¿no es mayor hazaña la de quien inventó la escritura? ¿O el pan? ¿O una danza? ¿Y quién sabe cómo se llamarían aquellas personas? No nos debe importar que nadie recuerde nuestros nombres, Benito. Los mayores héroes son siempre anónimos. ¡Escucha! ¡Sí! ¡El mar conoce sus nombres! Él, que está aquí desde mucho antes que nosotros, y seguirá estando después, él sí los sabe. Así que no te preocupes por la posteridad, el mar recordará siempre nuestros nombres.” (Javier de Isusi, El mar recordará nuestros nombres)
Antes de cumplir medio siglo de vida, Javier de Isusi (Bilbao, 1972) ya se había ganado un hueco en la posteridad. Al menos, en la posteridad del cómic en castellano. Historietista e ilustrador, el vizcaíno se hizo en 2020 con el Premio Nacional del Cómic de España tras 15 años publicando con Astiberri. El mar recordará nuestros nombres, una epopeya sobre la expedición para llevar la vacuna de la viruela a América, co-editada por el Ministerio de Ciencia e Innovación y la Agencia Estatal Consejo Superior de Investigaciones Científicas –CSIC-, es la primera obra que publica con la Editorial Planeta.
Nadie mejor que Javier de Isusi para plantearnos, en viñetas, un viaje por América. El mar recordará nuestros nombres son cien páginas a color de veleros, villas, palacios, costa, cordillera, y un sinfín de paisajes que se reflejan en las vivas caras de sus protagonistas: veintidós niños, una mujer, y nueve hombres que partieron del puerto de A Coruña en 1803 y pasaron casi nueve años bregando por extender la vacuna de la viruela por las colonias españolas de ultramar.
A mediados del siglo XVIII, la viruela era una enfermedad endémica que acechaba a casi toda la población mundial. En América había causado estragos entre los nativos después de la llegada de los europeos, con tasas de mortalidad cercanas al 90 por ciento. En Australia se convirtió en la primera causa de muerte para la población aborigen desde 1780 hasta 1870. Y en Europa, antes de que se extendiera la vacuna, causaba 400.000 muertes al año. La situación comenzó a mejorar cuando Mary Wortley Montagu, una aristócrata inglesa, llevó a Occidente una técnica de inoculación del imperio otomano que consistía en extraer líquido de las pústulas de una persona que estuviera en la última fase de la enfermedad e infectar con él a un paciente sano. En 1796, un médico inglés llamado Edward Jenner, adaptó esta técnica usando vacas enfermas, en lugar de humanos, e inoculando a niños. Jenner observó que la viruela vacuna era una variante leve de la humana y que las personas que la contraían no sólo quedaban inmunizadas, sino que también corrían menos peligro durante el proceso. De ahí viene el nombre: de vaca, vacuna.
Pocos años después del descubrimiento de Jenner, la corona española decidió extender la vacuna por sus colonias. El objetivo era establecer unas juntas sanitarias que garantizasen la conservación del suero de vacunación para asegurar el remedio durante muchas generaciones. Esto, involuntariamente, asentó las bases de los primeros sistemas públicos de salud. El principal problema que había para llevar el remedio era mantener en condiciones el suero de vacunación durante el viaje. Hace 200 años se empapaba algodón en rama o hilos de seda en el fluido que se extraía de las pústulas, y se sellaba con cera entre dos placas de vidrio. Esta solución duraba como máximo diez días y era muy sensible al calor, lo que la hacía inviable para viajes transoceánicos. Como en España no se daba la viruela vacuna y la mayoría de la población ya estaba inmunizada, el suero tampoco se podía transportar a las colonias en vacas o adultos. ¿La solución? Llevar a veintidós niños, huérfanos, de entre 3 y 9 años, e ir infectándolos de dos en dos, aislados del grupo, bajo el cuidado de médicos, ayudantes, y la rectora del orfanato: Isabel Zendal. Las implicaciones, retos, peligros, y éxitos de esta empresa los cuenta magistralmente de Isusi en su obra.
Tanta importancia tuvo esta expedición para los defensores de la Ilustración que el explorador y naturalista Alexander von Humboldt afirmó que permanecería como el viaje más memorable de la historia. No fue el único. El mismísimo padre de las vacunas, Edward Jenner, escribió: “no puedo imaginar que en los anales de la historia ser proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este.” Sin embargo, los prejuicios académicos y la excitación historiográfica por cualquier banderita teñida de sangre, barro y mierda, enterraron esta gesta hasta convertirla en anécdota. Que cientos de miles de americanos y asiáticos fueran inoculados contra una enfermedad tan mortífera ocupaba, hasta hace poco, menos espacio en los libros de texto españoles que la Guerra de las Naranjas, un conflicto de dos semanas entre España y Portugal que acabó con la gloriosa conquista de siete pueblos fronterizos en 1801. Un saludo, Olivenza.
Como escribía más arriba, nadie mejor que de Isusi para llevarnos a América. Sus lápices se han curtido en más de 600 páginas de «viaje político, literario, e íntimo» (Maringelli, 2021) por los cuatro tomos de Los viajes de Juan Sin Tierra (Astiberri, 2021), una serie inspirada en sus viajes por el continente, desde México hasta la selva amazónica. Pasa también por Nicaragua en Ometepe (Astiberri, 2012), con guión de Luciano Saracino, y hace un recorrido por las historias del exilio colombiano en Transparentes (Astiberri, 2020). En todas ellas, el historietista ahonda pasito a pasito en la existencia rebelde latinoamericana, retratando a lugares y personajes a través de memorias, de leyendas, y de la realidad sociopolítica que comparten. El mar recordará nuestros nombres la disfrutarán los amantes de los viajes, de la aventura, de la historia, y de la ciencia. Este cómic da para emocionar a exploradores de todas las generaciones, ya sean de sillón, de montaña o de velero.
Nunca son héroes los personajes de de Isusi. Al menos, no héroes al uso. Muchos tienen rasgos heroicos, esperanzas, y sueños; persiguen ideales y luchan por sus valores; pero también tienen sus sombras, dudas, cobardías, y egoísmos. Lo mismo pasa en la obra que nos ocupa. Hoy, más de 200 años después de esta Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, estamos redescubriendo a sus protagonistas, aunque no lo hacemos a través de un catálogo de ídolos y villanos, ni tampoco como protagonistas de la historia. El cómic de de Isusi nos presenta a unos personajes despreocupados por su lugar en las crónicas, orgullosos de sus acciones cotidianas, y satisfechos con que sea el mar el que recuerde sus nombres. Con excepción, por supuesto, del monarca. Carlos IV, antepasado del rey español actual, y con asombroso parecido al escurridizo emérito, sí que se pregunta al principio de la historieta cómo será recordado: “¿el cazador? ¿el carpintero? ¿el relojero?” Los reyes y aristócratas son protagonistas de la historia porque durante siglos se escribía para ellos, mientras que los personajes que le interesan al autor son, justamente, lo contrario: los olvidados.
Y a través de los olvidados nos narra de Isusi escenas de rebelión, de resistencia cotidiana, de solidaridad comunitaria, y de ayuda mutua. Quizá en esta ocasión sea el autor más optimista que en sus otras obras, o menos incisivo, porque en lugar de seguir a aquellos que han perdido su patria y que en todas partes se sienten extranjeros, como en Los viajes de Juan Sin Tierra, Transparentes, Asylum, o incluso He visto ballenas (Astiberri, 2014), ahora retrata a los que sienten su patria en la humanidad, o a los que no les importa porque en todas partes quieren aportar.
La viruela se erradicó oficialmente en 1980, después de que la Unión Soviética impulsara una campaña mundial de vacunación. Antes de esta campaña, que coordinó la Organización Mundial de la Salud, morían dos millones de personas anualmente en todo el mundo. Muchas más quedaban ciegas o desfiguradas. Hoy, no hay casos de viruela. Es la primera enfermedad viral (y, de momento, la única) erradicada por la acción humana. Una acción que dejó de lado reyes y fronteras, que saltó por encima de naciones, armas y etnias, y que apoyada en los pilares del internacionalismo, la solidaridad y la ciencia, cerró con final feliz una historia violenta.
- La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna estuvo a cargo del médico alicantino Francisco Javier Balmis (1753-1819), una suerte de Humboldt español, botánico y herborista, además de cirujano, que revitalizó y modernizó las Ciencias Naturales españolas (Imagen: Actualidad Médica)