El mundo resplandeciente es la obra más conocida de la pionera Margaret Cavendish, una mujer adelantada a su tiempo que se ganó el reconocimiento de sus contemporáneos y que llegó a ser invitada a las sesiones de la Royal Society de Londres. En su novela trata de la ciencia de su época, equipara imaginación con razón y confluyen belleza con fantasía. Es densa y exponente de un barroco literario que aún no entendía de géneros, pero queda como una obra de culto que merece ser descubierta y que fascinará al lector.
Muchos son los epítetos con los que se puede definir a Margaret Cavendish, Duquesa de Newcastle. El libro que traemos, su obra maestra, El mundo resplandeciente, ha sido definido como feminista, ecologista o animalista. Y es, en menor o mayor medida todo esto; pero, ante todo, es un libro rompedor y complejo. Aunque todas estas etiquetas pueden llamar la atención, y más cuando su autora es una mujer del siglo XVII, no debe olvidar el lector que El mundo resplandeciente es un libro del barroco inglés con todas sus consecuencias.
Su contenido refleja la ciencia de la época, así como debates que pueden ser desconocidos incluso por el científico medio actual si este desconoce la historia de su propia disciplina. Puede ser así debido a ciertas concepciones gnoseológicas en torno a la aprehensión de la verdad a través de la ciencia. El Barroco (periodo cultural que engloba la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII) era un momento de crisis donde, al tiempo que se iniciaba una revolución científica, ésta tenía trazos de lo que ahora nos parece cosa de otras disciplinas. El papel de la imaginación como facultad cognitiva equiparable a la razón, o los términos científicos mezclados con elemento estéticos, metafísicos o religiosos son algunas constantes que vemos en autores como Descartes, Leibniz o, incluso, Newton. De hecho, el libro que tratamos es una ampliación a sus Observaciones filosóficas, donde Cavendish reflexiona sobre cuestiones teológicas y de filosofía natural. Esta comparación, en cierto modo, preconiza la estética moderna, al componer el libro por sus «dos polos», el racional y el imaginativo, para ofrecer una pieza completa y cerrada.
El estilo del libro es preciso, pulido y denso. Despliega en cada término una estela de significado y valor, una cierta solemnidad. Ciertas decisiones nos acercan también a ese barroco de época, como la decisión de centrar la acción en el contexto de una utopía. Este tipo de lectura puede agotar a un lector no acostumbrado, hecho que en nada reduce la calidad de El mundo resplandeciente. Este tipo de estética tan característica del barroco se expresa en la prosa de Cavendish con absoluta maestría, pese a que el ojo contemporáneo esté más acostumbrado a la sencillez y la inmediatez de la narrativa contemporánea (salvando excepciones).
Hecha esta precisación, hay que reconocer la inmensa labor de Siruela y Maria Antònia Martí Escayol, la preparadora y prologuista de la edición, a la hora de acercar el texto a través de esa gran distancia temporal que pudiera imposibilitar una comprensión más profunda y clara. La cercanía de la edición nos permite apreciar aquello que hace de El mundo resplandeciente una rareza muy grata y a Cavendish como una autora de primera línea. El libro es, de base, toda una declaración de principios de una mujer que no estaba dispuesta a hacer ciencia desde la barrera. Se reconocía tan capaz de hacer aportaciones agudas como cualquier hombre, actitud que le generó muchos detractores. Cavendish no firmaba con pseudónimo y era víctima de escarnio y desprecio público. Un cronista coetáneo, Samuel Pepys, la describió como una «loca, vanidosa y ridícula». Hasta el punto era vilipendiada que su lucidez intelectual y esfuerzos por no recluirse en el papel de esposa hicieron que la apodarán la «loca Madge».
Sin embargo, su tenacidad también hizo que fuera respetada pese al recelo. Su erudición casi autodidacta la hizo ser la primera mujer en entrar en los coloquios científicos de la Royal Society (aunque la primera mujer en ser miembro fue Kathleen Lonsdale en 1945, casi tres siglos después)». Muchos compañeros de oficio alabaron su inteligencia y creatividad, su capacidad para abordar debates científicos conservando un pulido buen gusto y estilo literario (sensibilidad propia de mujeres en esa época a la que Cavendish tampoco renunciaba, como vemos en la protagonista de El mundo resplandeciente).
Cavendish era una intelectual prodigiosa, cuya obra abarca desde la literatura a la filosofía, la ciencia o la teología. Un ejemplo de este eclecticismo, tan propio del barroco como inusual en una mujer de esa época, es El mundo resplandeciente. Sólo en el frontispicio escrito por William de Newcastle vemos esta conjunción científica y fantástica, ese espíritu reivindicativo y fuerte, con la Duquesa mirando al lector como una efigie de las letras. En su inscripción se refleja ese optimismo en la ciencia y la razón, como un don del ser humano capaz de ir más lejos del propio mundo, como haría Colón. Incluso, y he aquí ese elogio a la sensibilidad estética, añade que Colón sólo descubrió una tierra oculta por la «sombra de tiempo», pero que ella ha construido el suyo, algo más complejo, profundo y que apunta a esa creatividad hipostasiada del artista moderno.
Sus prefacios comparan su libro con Cyrano de Bergerac y Luciano de Samosata, otros autores que ya hablaron de viaje a la Luna y a nuevos mundos. No es extraña la descripción del mundo imaginado como un espacio ordenado, brillante y perfecto; rasgos típicos de las utopías modernas y que expresan ese entusiasmo en la posibilidad de la razón y del ser humano para hacer de su libertad la fuente de su gloria.
Sería un craso error valorar el libro sólo en la medida en que ha sido escrito por una mujer. Incluso alzando a Cavendish como un precedente de la desobediencia hacia el patriarcado, no debemos olvidar que era una noble del siglo XVII y sus reivindicaciones en este sentido son tan poderosas como limitadas y elitistas, propias de un feminismo, ahora diríamos, muy burgués.
Todos estos tópicos que señalábamos son tratados y revertidos por Cavendish para hacer de la misma propuesta una declaración de principios. La propia novela lo revela en su inicio: tras un secuestro en absoluto idealizado, la protagonista viaja a lo inhóspito, donde los hombres no llegan. Esa figura femenina es reivindicada aún más cuando se la reconoce como una descubridora del mundo que está más allá del nuestro. Se sugiriere una racionalidad propia al margen de la masculina cuando se equipara su sabiduría con la de los especialistas del Mundo Resplandeciente, que representan interlocutores reales de su tiempo.
No puede faltar una cierta sátira de los pastiches de la literatura de su tiempo: un inicio romántico que corta con un injusto secuestro y un naufragio, un señuelo a esos polos todavía por descubrir donde la fantasía especulaba la existencia de nuevos mundos, un juego de reflejos expresado en un viaje del polo a la Europa imaginada del Mundo Resplandeciente.
Es muy interesante la confluencia entre la belleza y la sensibilidad, la imaginación y la fantasía, con la fría inteligencia, la reflexión el orden y la precisión científica, la cual puede hacer la lectura del libro todo un ejercicio de paciencia y concentración. En su intento de reducir los espacios y copar los sentidos y las discusiones al mínimo, las reflexiones están expresadas desde una narrativa desde fuera, que habla de las conversaciones más que dejar que los personajes conversen. Un ángulo al que muchos estarán poco a acostumbrados pero que, como diría Deleuze, refleja uno de esos pliegues de sentido tan característicos del barroco. Un repliegue que vemos también su ritmo poco usual e irregular, que inicia y corta acciones con coloquios técnicos. Y aun con todo, hay que decir claro que su composición es perfecta. Estos «extravíos literarios» no son fruto del libro, sino del ojo de un lector poco a acostumbrado a ir más lejos del modernismo.