El puritano forma parte de la trilogía que el guionista El Torres le dedica a Robert E. Howard. Basado en el personaje Solomon Kane, el inquisidor cazador de demonios que Howard creara en 1928, el autor malagueño, secundado a los lápices por Jaime Infante y a la tinta por Manoli Martínez, construye una historia que empieza justo donde dejara a Kane el propio Howard. El resultado, un relato clásico de brujería con varios guiños cinematográficos, acaba siendo mucho más entretenido que el original.
Las imágenes que acompañan este artículo se publican con el permiso de Karras Comics
La creatividad española ha suplido en los últimos años décadas de abrumadora sequía fantástica. Esta efervescencia es particularmente notable en el Terror, y se extiende a todas las disciplinas artísticas: en el cine, son legión los autores -Balagueró, Bayona, pero también toda una jornada de nuevos nombres- que proponen aproximaciones (ortodoxas y heterodoxas) de los viejos clásicos, y de los nuevos temas. Baste decir que el Lon Chaney actual se llama Javier Botet y aporta su figura a las modernas pesadillas del séptimo arte. En la literatura, podemos estremecernos con Emilio Bueso, Guillem López, Jesús Cañadas o, de manera mucho más sutil, con los gabinetes de maravillas de Pilar Pedraza. Dos estudios madrileños han aportado argumentos sobrados para asustarnos mientras echamos partidas digitales: Mercury Steam revitalizó la saga vampírica por excelencia, Castlevania, y Protocol Games creó Song of Horror, un survival horror en clave lovecraftiana. En el cómic, Juan Antonio Torres, El Torres (Málaga, 1972), lleva firmando tormentos para el sueño y el alma desde finales de los noventa del pasado siglo.
La obra de El Torres ha transitado entre aquelarres (Las brujas de Westwood, 2014) rituales vudú (Drums, 2011), y caídas en infiernos personales (Camisa de fuerza, 2021). Sus personajes se han perdido, para no regresar jamás, en lo más profundo del bosque maldito de Aokigahara (El bosque de los suicidas, 2010-11), y han tenido que enfrentarse a horrores peores que la muerte (Roman Ritual, 2016). Allá donde hay un buen tema que aprovechar, donde una escena puede tener un potente impacto visual, se encuentra El Torres. Últimamente ha hallado refugio en Karras Comics, un pequeño sello granadino que no escatima en sensaciones fuertes ni rehuye lo terrible. Por eso El puritano, su último trabajo, ha hallado tan fácil acomodo en este nuevo nicho de espantos.
El puritano es la segunda parte de una trilogía aún inacabada sobre Robert E. Howard. El Torres la empezó con Sangre Bárbara (2021), protagonizada por un envejecido Conan, y pretende completarla, en fecha por determinar, con un número dedicado a El Borak, un pistolero que, revólveres en ristre, recorre Asia. El Torres explota en El puritano la veta del hartazgo y del remordimiento para dotar a Solomon Kane, el inquisidor creado por Howard en 1928, de unos rasgos psicológicos que jamás tuvo en los nueve relatos que protagonizó. Aun a riesgo de ofender a los más acérrimos del escritor, tenemos que realizar una pincelada crítica pero contextualizadora: Howard nunca se caracterizó por cuidar la personalidad de sus personajes. Todos ellos son versiones intercambiables de su propio yo aventurero. Howard, como Salgari, jamás salió de casa, e imaginó sus correrías por destinos exóticos, a la caza de monstruosidades abyectas, desde su salón texano. Al entrar su madre en coma terminal, por la tuberculosis que padecía, decidió que no tenía sentido seguir jugando a ser otro, y se mató de un tiro. Dejó tras de sí una obra fecunda, repetitiva, y, en muchos casos, aburrida, pero de la que es posible sacar buen rendimiento, como esos pozos de petróleo que caracterizan su paisaje natal. El Torres sabe hacerlo con inteligencia.
Ha entendido bien el guionista al personaje, al que convierte en un alma en pena martirizada por un pecado violento. El pasado persigue a Solomon Kane, y sabe que, tarde o temprano, terminará por sucumbir ante él. El Solomon Kane de El Torres es ya un viajero cansado, que ha recorrido mundo y ha luchado demasiado. Ha descubierto que el Mal habita en él tanto como en los recónditos lugares que ha visitado. Así, este Solomon Kane empieza justo donde termina el de Howard. No es necesario haber leído los cuentos del escritor, puesto que éste es, en cierto sentido, otro personaje. Varios de los mimbres a partir de los cuales lo forjó están incluidos en esta historia: Solomon Kane está acompañado por una india, y por un antiguo espíritu, y carga con un cayado mágico que es la causa de todos sus problemas.
Solomon Kane aparece por primera vez en el cómic en mitad de un paisaje lluvioso, en consonancia con su lacerante dolor interior. La violencia física, pero también del entorno, le acompañará a lo largo de todas las demás páginas. Jaime Infante, dibujante de esta historia, lo retrata casi como una momia que le ha robado el tiempo a la Muerte. A favor de este ajado perfil juega el contexto que sitúa al otrora aventurero en una Salem igual de peligrosa que el África de las correrías de juventud, de dioses olvidados y terrores sin nombre. Solomon Kane decide tomar partido por Constance Snow, la chica que es sentenciada como bruja. Obsérvese que la elección de su apellido no es casual, como todas las demás decisiones adoptadas en el cómic: Constance es inocente, ingenua, y una víctima propiciatoria, cándida como la nieve. Su mejor amiga es una Eggers: lleva el apellido del director de La bruja (2015) y de El faro (2019). Por las viñetas es posible toparse con el reverendo (aquí magistrado) Cotton (Mather), un inquisidor con los afilados rasgos (tuertos) de Peter Cushing, que se basa en el ideólogo fanático -una suerte de Sprenger-Kramer- de los Juicios de Salem.
Dispuestas las fichas, El Torres las despliega por su narración con la seguridad de quien escribe una historia de sobra conocida: de hecho, El puritano trata sobre las consecuencias fatales del amor, uno de los tópicos que más ha tratado el malagueño en su obra. Jaime Infante y la entintadora Manoli Martínez emulan (imposible decir si de manera consciente o no) los cómics sobre Geralt de Rivia de Dark Horse: los monstruos, las elecciones cromáticas e incluso el tinte de las sombras remiten a las andanzas del brujo albino. A pesar del influjo evidente, El puritano tiene momentos, sobre todo cuando toca enseñar aberraciones, capaces de incomodar por méritos propios. El Torres no inventa nada, ni plantea algo excesivamente novedoso, pero su Solomon Kane funciona por la sabiduría de su experiencia y por su capacidad de asimilación. El Torres, Infante y Martínez saben lo que se hacen, y han captado la esencia más profunda e íntima del cazador de demonios. Al desnudarlo, al confrontarlo con las consecuencias de sus actos, inéditas en los cuentos, lo vuelven vulnerable, lo hacen más interesante que la carcasa original concebida por Howard. Este Solomon Kane es falible, y no está dicho que vaya a tener la última palabra ni que su causa deba ser la más justa. Así sí que nos lo creemos. Y así sí, lo que es mucho más importante, sus peripecias nos entretienen.