Superman: Hijo Rojo forma parte de los Elseworlds de DC, en los que se ofrecen historias alternativas de sus icónicos personajes. Mark Millar, provocador enfant terrible de cómics cortados siempre por el patrón de la venganza y las loas al american way of life, plantea una interesante premisa: ¿qué hubiese pasado si en lugar de caer en Kansas, Superman hubiese recalado en la Unión Soviética de Stalin?
Las imágenes de Superman: Hijo rojo se reproducen con permiso de ECC Ediciones, bajo el siguiente copyright: TM & © 2022 DC COMICS
“Les ofrecía una utopía, pero luchaban por su derecho a vivir en el infierno”- Superman
Hubo un tiempo en el que convertir a Superman en un villano era un acto que resultaba realmente impactante. Ahora, lo raro es que volvamos a verlo como el pulcro defensor de los desvalidos y el símbolo de la esperanza que fue en sus inicios. Cuando en 1938, Jerry Siegel y Joe Shuster narraron cómo una nave escapó del muriente Krypton y su tripulante, el bebé Kal-El, fue recogido y adoptado por la pareja de granjeros Martha y Jonathan Kent, se estableció el origen de un mito; pero ¿qué hubiera pasado si la nave hubiese caído en la Unión Soviética y no en Kansas y Superman se hubiera convertido en adalid de Rusia y no en el guardián de la justicia y el modo de vida estadounidense?
Esa pregunta es la premisa de Superman: Hijo Rojo (2003; ECC Cómics, última edición de 2021), miniserie de tres números que contó con Mark Millar como guionista y con Dave Johnson y Kilian Plunkett en el dibujo. Ahora, que las tensiones entre Rusia y Estados Unidos vuelven a ocupar la primera plana de los periódicos, no es un misterio que decidamos volver a cómics como este. Sus tres episodios (El amanecer del Hijo Rojo, El cénit del Hijo Rojo y El crepúsculo del Hijo Rojo) redefinirían al último hijo de Krypton.
Si la ucronía suele tocar la realidad a partir de la pregunta ¿qué pasaría si…? (un evento que marca otro rumbo en nuestra historia), en este caso parte de un hecho ficticio que cambia aquello que dábamos por sentado en cuanto al último hijo de Krypton. Igual que Marvel tiene los What if…?, DC cuenta con los Elseworlds, e Hijo Rojo es uno de los más destacados, y por méritos propios más allá de lo anecdótico. Durante esa ucronía, Mark Millar aprovecha para presentarnos a un Batman rebelde y a un Lex Luthor como última esperanza de un mundo bajo el yugo de un Superman que será la semilla para el de Injustice (Panini, 2018) o los delirios de Zack Snyder. Una idea llamativa para el lector, aunque se haya abusado en demasía de ella en los últimos veinte años.
La responsabilidad del superhombre
Lo más fascinante de Hijo Rojo es cómo nos hace explorar este mundo ucrónico en el que la Rusia Soviética mantiene al resto del mundo subyugado, mientras Estados Unidos perpetúa una Guerra Fría donde hay un superhombre capaz de acabar con todo.
Con Hijo Rojo DC jugaba a sacar a Superman, símbolo del modo de vida estadounidense, de los Estados Unidos, representación del capitalismo, para entregárselo a la Rusia comunista durante el período de la Guerra Fría. Un golpe de efecto que a principios de los 2000 servía para dibujar a un Superman más cercano a un dios que a un mesías, capaz de someter al mundo con tiranía con tal de cumplir con aquello que consideraba mejor moralmente (y que poco tenía que ver con los mortales). Al igual que el superhombre de Nietzsche, este Superman es capaz de imponer sus propias ideas sobre el Bien y el Mal, aunque las consecuencias sean sombrías.
En Hijo Rojo, asistimos pues a una oscura historia donde Superman es utilizado como arma disuasoria en una Guerra Fría que está lejos de seguir siéndolo: el Reloj del Juicio Final se acerca a la medianoche y la Tercera Guerra Mundial es un hecho. Lo interesante, desde el punto de vista filosófico, es el debate sobre qué supone el poder y qué hace que un superhéroe no tenga que ser un tipo que se dedica a bajar a gatos de los árboles, sino que decide que es lo suficientemente poderoso como para gobernar el mundo. ¿Qué importan las bombas atómicas cuando se tiene al superhombre? De ese modo, Millar juega con uno de los elementos clásicos de obras maestras como Watchmen (ECC Cómics, 2021) de Alan Moore y Dave Gibbons: un superhombre (un dios) que existe y es estadounidense… Sólo que aquí es ruso.
La deshumanización, el clima de destrucción mutua asegurada… impera en cada uno de los números, donde al menos se agradece que la visión de políticos mitificados como John F. Kennedy no sea tan simplista como cabría esperar. Pero donde Alan Moore trazaba una gran obra más allá del argumento (como decía el escritor de ciencia-ficción Rafael Marín: «Watchmen nunca se acaba»), Superman: Hijo Rojo sí se termina. Es un cómic más simple, aunque entretenido y, seguramente, junto a El viejo Logan (Panini, 2013), sea la última obra importante de Mark Millar con licencias ajenas (y más ahora, cuando se dedica a vender storyboards que llama cómics a Netflix).
La repetición de Millar
Ya por aquel entonces, en 2003, Millar demostraba ser un autor hermanado con el marketing. Una idea como Hijo Rojo se vendía sola. Millar sabía que los efectismos de sus guiones hacían que los lectores hablasen de él y sus obras se vendiesen. Aliándose con dibujantes como Bryan Hitch (el Michael Bay de los dibujantes de superhéroes), sus cómics parecían blockbusters ligeros que le dotaban de una fama de chico malo que lo hizo popular en la industria del cómic al principio de los 2000. Tras dejar obras como Wanted (Norma Editorial, 2008) o Vengadores: Ultimate (Panini, 2014), donde sufrió la censura y, sobre todo, no llevarse tanto dinero como hubiese deseado, Millar creó Millarworld, su propia compañía, que ha vivido de Kick-Ass (Panini, 2010), The Magic Order (Panini, 2018), Supercrocks (Panini, 2013) o Jupiter’s Legacy (Panini, 2015)… obras que, pese a tener buenas premisas, caen siempre en los mismos tropos. Y es que Millar tiende a repetirse: siempre hay un héroe que es traicionado en el último momento por el que menos se espera y debe emprender la venganza. Esto que parece tan original, no lo es cuando llevas más de veinte años haciéndolo.
Tampoco se puede decir que a Milar le haya ido bien en su contrato con Netflix: sus cómics se perciben como storyboards vacíos, como humo que se vende en doce números para alimentar los primeros cinco minutos de una serie que acabará cancelada. La única excepción parece ser Kingsman de Matthew Vaughn, que mejoraba el material de partida a riesgo de estancar la carrera de un director que, durante un tiempo, pareció prometedor.
Pero volviendo a Hijo Rojo, hablamos del autor de Authority y Ultimates (Panini, 2018) en su época más llamativa, cuando era el enfant terrible que llegaría al éxito de ventas con Civil War (Panini, 2010), el evento marvelita. Por suerte, en Hijo Rojo no le da por escandalizar sin más como sí hará en obras mediocres que vendrían más adelante, como Némesis (Panini, 2011); tampoco se le puede pedir más al que convirtió al Capitán América en un supersoldado que se burlaba de Francia y le daba la mano a George W. Bush.
Todo esto hace que las obras más interesantes de Mark Millar, las que sobreviven a más de una lectura, puede que sean también las menos conocidas, como El Elegido o la mismísima Hijo Rojo, salvando las diferencias. Precisamente, el estar más autocontenido favorece que este Superman soviético sea más fascinante que otras aberraciones perpetradas por el escritor escocés que, en ocasiones, parece más estadounidense que otros autores estadounidenses.
El mundo supersoviético
Sobre el dibujo, contamos con un trabajo sobrio y de estilo clásico que le sienta perfectamente a Superman: Hijo Rojo. Los rediseños de algunos personajes son interesantes, aunque no abandonan los rasgos clásicos que hacen reconocibles a estas versiones alternativas de Lois Lane, Oliver Queen o los Green Lantern de este Elseworlds. No podemos olvidar mencionar el estilo de las portadas, oficiales o alternativas, que evocan los carteles propagandísticos soviéticos.
Como curiosidad, siguiendo con la moda de adaptar varios de sus cómics al formato de animación, DC llevó Superman: Hijo Rojo a ese espacio en 2020, y directamente al formato vídeo, bajo la dirección de Sam Liu, veterano conocido por Batman: La broma asesina (2016), Batman: Año uno (2011) o Liga de la Justicia: Crisis en dos tierras (2010). Con guión de J. M. DeMatteis, otro guionista comiquero, la obra perdió fuelle en su versión cinematográfica, lo que la convierte en una mera anécdota para aquellos que lean el cómic y se queden con ganas de más.
Destrucción mutua asegurada
Vista a distancia, Hijo Rojo es una historia que no aburre, con algunos momentos que si bien no inspirados, sí resultan interesantes, y con un final (o remate) que sirve más allá del chiste para jugar con la paradoja. Lástima que se quede sólo en ese y no aporte nada más, por ejemplo, en su forma.
Mark Millar nunca pasa de la superficialidad y cae muchas veces en el cliché de que el comunismo es autoritarismo y el capitalismo de Estados Unidos es el baluarte de lo bueno. Hijo Rojo decide jugar con los estereotipos comunistas al estilo Rocky IV, como si todos los soviéticos fueran trasuntos de Ivan Drago (Dolph Lundgren en Rocky IV). Así que no se puede esperar nada profundo, pese a las alusiones a obras distópicas a años luz de calidad, como V de Vendetta, Fahrenheit 451 o 1984… Millar no es Alan Moore, no es Ray Bradbury, no es George Orwell. Sólo es un pequeño niño malo escocés jugando con los superhéroes. Siempre lo ha sido, pero durante las páginas de Hijo Rojo asistimos a su canto de cisne, igual que el del propio Superman. Como decía Stan Lee, todo cambia para seguir igual en el cómic y puede que en ese ciclo eterno, Superman algún día vuelva a ser un símbolo y no sólo un villano.