Arcano Trece es el nombre de la antología que mejor refleja los estilemas de Pilar Pedraza, y que justifican su categoría de culto. Son cuentos crueles, con pinceladas de ternura, donde lo tenebroso barroco termina encontrándose con lo demoníaco suburbial. Una muestra del Gabinete de Maravillas siniestro que espera al lector a cada vuelta de página.

Entonces, con esa tremenda crueldad del pueblo español, que por un lado admiro y por otro lado detesto, una vieja que venía vestida de negro, así por el mismo camino que yo, diez de la noche, nueve y media, no sé muy bien, de pronto me dijo: “¿Es usted Juan Luis Panero?.” Y me dijo: “¿Para qué corres si ya está muerto?.”

Juan Luis Panero en El desencanto (Jaime Chávarri, 1976)

Muertas. Envueltas en su sudario. Recogidas en una sencilla mortaja. Vestidas para el penúltimo día con el vestido que en vida llevaran en la Comunión de su nieto. Dormidas en sus ataúdes. Depositadas en sus féretros con aséptico oficio. Descansando, ¡al fin!, en la postrera amplitud de una caja de madera de pino. Muertos. En sus panteones. En sus mausoleos de piedra labrada (sub-sección “murieron de anarquismo”). En olor de santidad o envueltos en los oropeles laicos del funeral de estado. En cunetas olvidadas y en tumbas sin nombre peinadas por la desmemoria (porque la muerte nivela e iguala, pero a unos más que a otros). Por el hierro, por el agua, por el fuego, por la piedra, mediante “ingesta de barbitúricos”, en un accidente, de hambre, de soledad, de pena, de asco. A través de la televisión con el ahogado chirrido de una nostalgia que amenaza con fosilizarnos. Tratando de establecer una comunicación con los espíritus escuchando a media noche ese ZX Spectrum unidireccional que es el podcast de un programa de radio desaparecido años atrás. Desde la comodidad de un sofá reproduciendo el enésimo episodio de la comedia negra británica de rigor o deslizando alegremente con el índice hacia la story de Instagram que recoge el obituario de esta semana que no te puedes perder (Rest In Power). En el cine de terrores diurnos, en el álbum de cripta abandonada al polvo y al tiempo, en los libros que reman y reman y procuran sin desmayo una nueva captura en las profundidades del océano de lo fantástico. Aquí, allá y Más Allá. Todas muertos, todos muertas, mundo muerto. Maldoror Is Ded Ded Ded… y Pilar Pedraza vive.

Fue bajo el título Arcano Trece que Valdemar tuvo a bien el entregarnos ya unos cuantos años atrás -primera edición 2000, y última reedición el pasado abril de 2020- la presente recopilación de cuentos a cargo de Pilar Pedraza. En ellos, consignados en tres partes (La carreta de las osamentas, Eros melancólico y La muerte sobre ruedas), la escritora afincada en Valencia despliega la muy particular galería de estilemas que la han convertido en autora de culto, lunar y subterráneo, de las letras españolas. A lo largo de sus páginas, toda una ceremonia de entrada a su querido imaginario, Pedraza propone y dispone lo que se puede leer no sólo como una exposición personal de filias, sino también como el trabajado hilvanar de una cierta corriente dentro del mundo del extrañamiento que une a Jan Potocki con Edgar Allan Poe y que convierte en compañeros de baile a Gustav Meyrinck y el Marqués de Sade.

Son las tablas de dicho tríptico, cuyos cuerpos oscilan entre la pincelada lúgubre y exuberante de La carreta… y aquella dispersa por los caminos de lo inquietante/contemporáneo o el humor negro de guiño sarcástico en Eros… y La muerte sobre ruedas, espacio para la celebración fascinada de los múltiples rostros de la muerte fantastique. Unos «Cuentos crueles», pues así es el subtítulo con el que cargan a cuestas, en los que también se retratan a media luz las orillas del Hades como punto de fuga topográfico de lo marginal y fronterizo de sus personajes. En ellos, en una suerte de puesta al día de los topoi de lo hórrido y lo aberrante-maravilloso, se dan cita por igual las brujerías de catacumba y manos de gloria con el freak de huesos de oro salvado in extremis de la tumba, el licántropo de vida sencilla que se cruza en las investigaciones de un doctorando cualquiera y una Venus de las pieles humanas, la no-muerta que se levanta del reposo cementerial para su sesión de maquillaje Hollywood Babylon y el guía arrebatador que a lomos de una moto se precipita hacia las honduras de la tierra.

Es esta, a su vez, una crueldad no carente de ternura a la hora de dibujar un gabinete de maravillas que si en «Mater Tenebrarum» nos presenta una de esas muestras pedrazanas de brujería como arte y oficio emancipatorio de la mujer en la figura de la pequeña Ángela, en «¿Qué demonios…?» nos hace asistir al entrañable encuentro de un niño con los vampiros que anidan en las buhardillas de la infancia. Exaltación incluso, como en el erotismo torvo (torvo como Klaus Kinski tiene mirada torva) bajo una lluvia pertinaz y de velocidades ballardianas en «Ojos azules» o en la ferocidad recogida en «Anfiteatro», relato que se mueve con ecos de La mujer pantera (Jacques Tourner, 1942) en un ir y venir de animalesco entretenimiento, gula y férrea independencia femenina dentro de un territorio que se dibuja en la mente casi como uno de los espacios metafísicos arrojados fuera de sí por de Chirico. Mientras, otros ambientes de este mapa de lo macabro, entre resbaladizos por casi oníricos y de olores masticables, le proporcionan el fundamento para prodigarse en su lectura de los placeres a raíz de piel cual cantante de las virtudes de la vieja-Nueva-carne.

En las barajas de Tarot el arcano Trece es la Muerte. En la baraja Raider-Waite -creada en 1910 por el ocultista estadounidense Arthur Edward Waite, miembro de la Orden Hermética de la Aurora Dorada y también de los Rosacruces- aparece representada como un jinete a caballo

Cuentos, algunos de ellos, con ciertos matices de reflejo, pues si bien la mayoría se cierran sobre sí mismos, hilo oscuro general aparte, otros muestran abiertamente sus guiños personales a mayor gloria de la literatura de Pedraza. Así sucede con la ya mencionada Ángela haciendo acto de presencia en las últimas páginas de «Las novias inmóviles» (todo un crossover en plena season finale) o el señor Hidalgo, artista de los cadáveres y las vísceras sobre cuya pericia en el manejo de las anatomías post-mortem patente en «La chica de la moto» reflexiona una difunta desde su cámara frigorífica en «Balneario». Ya decía Michel Onfray que filosofamos con un cuerpo, pero lo que no se encargaba de determinar con precisión el pensador francés es si ese cuerpo tenía que estar necesariamente vivo. La Barrila, que de tal manera llaman a la finada, da buena respuesta a dicha duda.

Hay un algo de aire fatalista que se agudiza en lo siniestro de este panorama donde lo tenebroso barroco termina encontrándose con lo demoníaco suburbial, cierto fatum del que no pueden sustraerse sus personajes y al que con paso firme se ven abocados por vericuetos torcidos. Malas cartas en el mus de la Providencia, fortuna marcada por el signo de un Trece grabado en el fondo supersticioso de Occidente. Trece para un arcano que anuncia el desmembramiento del individuo y la muerte simbólica previa a la transformación del mismo, naipe para una Obra desde la que nos saluda un esqueleto de cráneo mondo y pelado guadaña en mano. Imágenes que en su continuo remover de las fosas abisales de la psique humana nos acompañan y que no nos deben hacer escamotear a la muerte lo que de franco y llano lleva consigo a este lado del espejo en su putrefacción de los cuerpos y deseos que se prolongan en el infinito, el material propio con el que Pedraza levanta este catafalco para nuestra contemplación y asombro.

En sus deambulares por los signos de lo fantástico y lo macabro, Arcano Trece se abre como puerta noble de entrada a una de las más personales e inquietantes voces de la prosa en castellano. Al final de las escaleras, al fondo del pasillo, tal vez enclaustrada tras puertas secretas, Pilar Pedraza sigue tejiendo con denuedo las historias que hace ya tiempo la convirtieron por derecho propio en uno de los grandes nombres de la literatura fantástica.