La escritora francesa Catherine Dufour trata en la muy recomendable La inmaculada concepción sobre el trauma del embarazo desde la óptica de la «Nueva Carne». La protagonista de la novela pasará por una crisis psicológica que devendrá también en crisis física. Si bien el ritmo general de la narración y el tono de los distintos momentos están fantásticamente bien conseguidos, a nivel argumental el encaje de todas las piezas no es el más adecuado para dotar a la narración de la viveza y expresividad que la «Nueva Carne» busca y propone. Involuntariamente, lo exterior prima sobre lo interior, el contexto sobre lo particular, lo social sobre lo íntimo y lo psicológico sobre lo físico.
La inmaculada concepción es una historia breve con algún tiempo ya. Su autora, Catherine Dufour (París, 1966), ganó con ella el Grand prix de l’Imaginaire de 2008 (categoría «Historia breve francesa») concedido dentro del festival Les Utopiales de Nantes, uno de los más importantes relativos a la Ciencia-ficción y a la Fantasía en Europa. Ha sido no obstante gracias a su traducción y publicación en 2019 por la siempre interesante editorial Aristas Martínez, dentro de su colección “Pulpas”, la que nos ha decidido a leerla y, posteriormente, reseñarla en Fabulantes.
Su trama principal, como se puede deducir por el título, no presenta secretos: Claude, una oficinista solitaria de vida anodina que se dedica a introducir datos para su análisis informático, se queda embarazada sin que haya tenido relación alguna, ni haya tenido voluntad de quedarse embarazada por otros medios. Le ha sucedido una “inmaculada concepción”, hecho que rompe y cambia por completo su vida. Al ser un embarazo involuntario, indeseado e inesperado, vive el proceso como si de un trauma se tratase.
Al feto Claude lo denomina “Aquello”. Así lo anonimiza, cosifica, lo distancia de su cotidianidad, dejándonos claro que esa realidad, esa evidencia, que vive y crece en su interior, no forma parte de ella, le es totalmente ajena. Esta es la base de la crisis a la que el personaje principal se enfrenta: una ruptura de realidades coexistentes que genera en ella una terrible angustia y ansiedad, hasta el punto extremo en que podemos identificar una disociación plena de Claude con “Aquello” y, posiblemente, la activación de un trastorno de despersonalización de intensas manifestaciones y trascendentes consecuencias.
La división por capítulos de esta historia, organizada en once etapas, le sirve a Dufour para marcarnos modificaciones claras en su intensidad. Desde un comienzo descriptivo de contexto y personaje, la historia va evolucionando de forma constante y progresiva, in crescendo hasta el momento de su clímax, para después descender un poco hasta un sorprendente final. La organización de esta historia demuestra un estupendo manejo del ritmo narrativo por parte de su autora, coherente en todo momento, y además nos deja entrever cierto regusto cinematográfico en la disposición de los elementos que conectan rítmicamente un capítulo con el siguiente.
Por supuesto, la trama que todo lo envuelve es el proceso del embarazo mismo. Sus hilos argumentales y temas se refieren a las múltiples vicisitudes que una mujer debe enfrentar cuando, ante un trauma como el que está experimentando, nadie empatiza ni con su situación ni con sus deseos. Y cuando decimos nadie, es nadie. Ni los servicios médicos, ni los servicios sociales, ni la familia o los compañeros del trabajo… ni siquiera la Iglesia. Por ejemplo, el párroco ante el cual va a confesarse Claude, porque está convencida de haber sido encantada por un íncubo, no sólo la recibe con clara displicencia, sino que, además, ante la confesión de su situación, la despacha con cajas destempladas al asegurarle que, quizás, los servicios sociales tengan razón cuando le aconsejan acudir a algún profesional de la salud mental… ¡He ahí el consejo de un párroco!
Este pequeño pero ilustrativo suceso sólo es una parada más en un camino lleno de obstáculos en su voluntad por no seguir adelante con el embarazo. Claude lo tiene claro desde el principio; no así ninguno de los demás con quienes se topa por el camino. Todos ellos, constantemente, insisten en lo presuntamente bello, hermoso, feliz que debería hacer a una cualquier mujer la experiencia de ser madre. Nuevamente, dos realidades simultáneas que se niegan la una a la otra, una nueva tensión psicológica irresoluble a corto plazo y, con ella, la brecha disociativa preexistente aumenta todavía más.
A partir de aquí, lo que antes era principalmente una crisis psicológica deviene, más claramente, también, en una crisis física. Claude se preocupa por las transformaciones que en su cuerpo generará el embarazo. La lista de inconvenientes y contraindicaciones la obsesiona, casi tanto como lo cínico de su presentación al público en folletos, revistas y libros. A lo largo de las páginas, vamos percibiendo con creciente claridad -coherente con el aumento del ritmo narrativo- cómo esos cambios transforman a Claude, generando en ella una crisis de identidad: su autoimagen cambia, su autoconcepto se enfrenta a esa realidad indeseada, y la posibilidad de que estas crisis devengan en sucesos traumáticos aumenta… hasta que el daño físico empieza a llegar.
En este punto es donde Dufour rinde la narración al enfoque de la «Nueva Carne». Con esta etiqueta se define a una estética de lo físico donde, queriendo dejar atrás el encuentro de lo grotesco y de lo moral propio del ochocentismo, se abren las puertas a lo orgánico y a lo sensorial para llevar las percepciones y las emociones hasta el punto más explícito posible. Una explicitud carente de morbo, pues es descriptiva y experiencial; busca no ser representada (para) sino ser vivida (por) a través de las distintas manifestaciones de la creación y el arte -también, por supuesto, la literatura-.
A partir de este punto, la crisis psicológica se manifestará ante nuestros ojos a través de sus consecuencias físicas. El cuerpo será el espejo de la mente, la superficie donde se refleje lo que la mente vive: el estrés, la ansiedad, el auto-odio, el desprecio hacia los demás, incluso hacia “Aquello”; todo se irá reflejando en su cuerpo y nosotros lo iremos viendo… y viviendo. O ésa es la idea. Porque, la verdad es que, si bien el ritmo general de la narración y el tono particular de los distintos momentos están fantásticamente bien conseguidos, a nivel argumental el encaje de todas las piezas no es el más adecuado para dotar a la narración de la viveza y expresividad que la «Nueva Carne» busca y propone. Involuntariamente, lo exterior prima sobre lo interior, el contexto sobre lo particular, lo social sobre lo íntimo y lo psicológico sobre lo físico. Acabamos sabiendo de Claude más por lo que piensa que por lo que experimenta, por lo que cree o lo que desea que por lo que hace y siente, manteniéndonos en un narrador omnisciente más tradicional y apegado al canon de lo que Dufour hubiese querido.
Al hacer así la historia, atravesado su ecuador, se desenfoca un tanto, por tratarse de una pirueta estilística fallida que, aunque insinuada, no llega a completarse. Con todo, la fuerza de la trama es lo suficientemente potente como para arrastrarnos hasta el siguiente punto de anclaje, donde lo psicológico vuelve a tomar el control y el personaje recupera parte de la definición antes perdida. A partir de aquí y hasta el final veremos progresar a Claude en su desesperación por superar esa crisis interna que la desgarra, esa relación traumática con el “Aquello” que crece en su interior y que la acompañará, como dijimos, pasado el clímax hasta el inesperado final.
La inmaculada concepción ignora la paternidad porque aquí, lo importante, no está en el quién sino en el cómo. No importan las relaciones de pareja sino las experiencias de la mujer con su físico y con su entorno durante la maternidad. La narración nos transmite, con un manejo magistral del ritmo narrativo y el tono dramático, un aumento progresivo de la angustia existencial que Claude siente al verse empujada a una experiencia indeseada. Con todo, con lo desgarradora que puede llegar a ser una experiencia así (pienso, por ejemplo, en algunos casos de depresión), aunque la dureza de los hechos y los sucesos es indiscutible, a veces no se refleja en los personajes como sería esperable. Y aquí es cuando la narración se nos disuelve un tanto entre los dedos.
Con todo, es una historia muy recomendable por varios motivos. Primero, por lo original de la trama y los temas que trata, un aspecto muy poco tocado por el humanismo y por el feminismo. Segundo, por la perspectiva que la «Nueva Carne» aporta al texto, dotándolo de una indiscutible originalidad, no muy bien rematada, pero sí lo suficientemente desarrollada como para sorprender y aportar nuevos enfoques al lector. En tercer lugar, porque es una oportunidad extraordinaria para reflexionar sobre la moral pública y cómo las estructuras sociales que la envuelven condicionan a las personas -en este caso concreto, a las mujeres- para asumir decisiones preconcebidas, incluso en contra de su propia voluntad. Y, por último, porque es una ventana de oportunidad perfecta para conocer a una pluma europea de la ciencia-ficción tan solvente como la de Catherine Dufour y a un proyecto editorial tan interesante como el de Aristas Martínez. ¿Qué más se puede pedir?