Cristóbal Nonato (Carlos Fuentes, 1987) es un libro de múltiples aristas en su estilo y dificultad. Se trata de novela fantástica que si coquetea con la ciencia-ficción es porque reúne muchos males que se consideran futuros, porque emana una gran angustia hacia el porvenir, un deseo de creer en algo más allá de su realidad inmediata. Sobre todo, es un intento por recordar, a través de los experimentos en su lenguaje, que México es producto de un mestizaje en todos los sentidos y dimensiones.
En 1985 un terremoto hirió de lado a lado México; todavía hoy se recuerdan las secuelas de esa tragedia sin precedentes, como la Revolución Mexicana. Los escritores activos cuando la tierra empezó a sacudirse violentamente vieron impresa en su obra los estragos del desastre. Un año después, en 1986, ese mismo país celebraba una fiesta sobre las heridas aún abiertas de esa tragedia: el Mundial de futbol que consagró a Maradona. La ironía violenta está allí, entre las cenizas de la desgracia se goza la fiesta, lo que no es raro porque los mexicanos siempre han tenido una relación particular con la muerte, pero también una relación singular con la vida.
De esa forma, es lógico pensar que Carlos Fuentes (Panamá, 1928- Ciudad de México, 2012) tuviera una visión del futuro tan poco esperanzadora en su novela Cristóbal Nonato (1987; Grijalbo, 2016), sencillamente porque la acción sucede en un apocalíptico 1992. Bajo una lluvia ácida -nada nuevo en México-, con aire mortecino y contaminado –ídem-, se erige la ciudad de Mackesico City, llena de contrastes, problemas, contradicciones y personajes surrealistas. Ese año 1992 se celebra también el Quinto Centenario del Descubrimiento de América. Para conmemorarlo, el gobierno todopoderoso decide lanzar un concurso para premiar al primer niño que naciera el 12 de octubre, lo que no es casual, porque en ese 1992 el mundo vive enajenado por programas de concursos, y donde incluso a las masas ávidas de entretenimiento se les ha creado una nueva figura que adorar, un híbrido entre la Virgen de Guadalupe y cualquier muchachita bonita manufacturada en estrella de telenovela, que recibe el extrañamente honroso título de “Mamacita de todos los mexicanos”.
En este escenario surge un narrador improbable, que se constituye en un protagonista único, porque Cristóbal Nonato es la historia de un niño que todavía no ha nacido, pero que desde el vientre materno ya es consciente del mundo que le espera, con todos sus vicios y sus virtudes, con sus problemas, su violencia, pero también con aquellos elementos que confieren su identidad al pueblo mexicano. No es una historia fácil de asimilar, porque el aún-no-nacido describe un mundo que todavía no comprende, los hechos se suceden de una manera surrealista, con un desfile de tantos y tan variados personajes, que uno se puede perder en ese catálogo de singularidades reunidas como en un espectáculo circense del tercer mundo.
Cristobalito, ese héroe uterino, sarcástico, alburero, describe las peripecias de sus padres, y como si se propusiera incomodar al lector, lo interpela, lo tutea, lo hace parte de la acción, lo hace perder la comodidad voyerista de quién observa la acción desde un lugar seguro y lo coloca allí, en un maloliente Acapulco, en medio de una carrera a lo Mad Max, pero de camiones de reparto, con un albino y todo.
Cristóbal Nonato es, en cuanto a estilo y el nivel de dificultad, una novela de múltiples aristas, en la que Carlos Fuentes muestra numerosas perspectivas mediante las cuales pretende captar la compleja realidad de su país. Es una narrativa disruptiva, con muchos tropiezos para un lector distraído, porque el lenguaje que usa es rico y variado, con palabras propias de la mexicanidad, pero también con neologismos o formas juguetonas que buscan sincretizar el pasado, presente y futuro, que busca recordar que México es producto de un mestizaje en todos los sentidos y dimensiones.
Es un libro de arquitectura barroca, reflejo del mundo donde vive y se preocupa el autor, en el cual se resumen los temores sobre el porvenir no sólo de México, sino de todo el continente, reflejando, de paso, esa sensación de inmediatez, de urgencia, de exceso de hoy, tan latente en la intelectualidad latinoamericana, muchas veces más preocupada sobre el pasado y el presente, irremediables, al fin y al cabo, que sobre el futuro todavía en construcción. La novela fue escrita en 1986, probablemente entre los sollozos del terremoto y las risas del Mundial, pero, para advertir los males futuros (o ya presentes), Fuentes apenas se proyecta seis años. En esa brevedad de porvenir desarrolla toda clase de desgracias y desastres, desde los medioambientales hasta la convulsión social; tangencialmente a unos y otros, subyace la corrupción política, la sed desenfrenada por poder, el deseo que no se sacia, la manipulación mediática.
Más que manipulación es la enajenación de millones de personas, es la anomia de la sociedad, reflejada en sus protagonistas, es la carencia de cohesión como pueblo, que redunda una vez más en la falta de perspectivas futuras, donde todos van y vienen, haciéndose el bien, que casi siempre resulta mal, o decididamente haciéndose el mal unos a otros, sin preocuparse en el mañana. Tal vez el único que se preocupa, aunque no lo diga de manera abierta, clara, expresa, es el pequeño Cristobalito, flotando en el líquido amniótico de su madre, que parece que flota también, pero en la incertidumbre de un país que se desmorona, que se fracciona, que se diluye entre facciones que tiran de uno y otro lado de una cuerda de esperanza. Un feto que razona sobre el mundo donde habitará es quizá la mejor metáfora del futuro, un oxímoron que reúne miedo y esperanza al mismo tiempo.
En Cristóbal Nonato encontramos una crítica a un presente doloroso y desesperanzador, porque los políticos corruptos y mediáticos, los subversivos, los proletarios, más vengativos que reivindicativos, no son en México una posibilidad, sino una realidad latente, que palpita bajo la piel; nada de lo que aparece en la novela, aun en los escenarios más fantásticos, parece imposible, porque todo podía suceder y de hecho sucedió. Las revueltas callejeras, el levantamiento zapatista, los asesinatos políticos en las postrimerías del siglo XX, pero también la pérdida de la integridad estatal, esa incapacidad del Estado para controlar regiones enteras, son una realidad tangible, aunque se trate de negar.
Ese Cristobalito nacido en la fiesta del quinto centenario del Descubrimiento hoy tendría casi treinta años, habría visto cumplidas sus peores pesadillas, deambularía un país difuso entre lo que pudo ser y lo que realmente es, vería materializadas todas sus preocupaciones, pero conservaría, como millones de personas lo hacen, esa pequeña alegría de vivir. Porque Cristobalito antes de nacer se preocupaba de su mundo, porque quería vivir en ese mundo, quería verlo con sus ojos y no como lo había estado haciendo, a través de la voz de su padre o las vibraciones internas de su madre, por eso lo cuenta todo, e invita insistente al lector a “ver lo que él ve, a oír lo que oye, a sentir lo que siente”. Por eso Cristobalito tutea, alburea, bromea, confronta, porque está fascinado con su devenir y como un niño cuenta lo que le emociona, no importa si la emoción es dicha o es miedo.
Decir que Cristóbal Nonato es ciencia-ficción sería desnaturalizar bastante el libro: es más bien una novela fantástica que si coquetea con la ciencia-ficción es porque reúne muchos males que se consideran futuros, porque emana una gran angustia hacia el porvenir, un deseo de creer en algo más allá de su realidad inmediata. De ahí la fantasmagoría de un lugar llamado Pacífica, que no se sabe si es una alegoría a Estados Unidos (el sueño americano por antonomasia) o un nuevo estado de cosas, libre de violencia, ausente de terror. Ese lugar representa un mundo donde podría haber una realidad menos hostil, con más oportunidades, y no esa realidad de vodevil en que parecen deslizarse los personajes de la novela para decir cada uno con su voz, desde su ficticia perspectiva, qué es lo que está sucediendo en su mundo, donde cada uno mediante sus actos y sus palabras declaran una realidad que los abruma y que no pueden cambiar a menos que sea para mal.
Nos encontramos pues, ante una novela de ruptura con la obra del autor, pero también con las voces narrativas del continente americano. Tal vez carezca de la notoriedad de otros títulos de Fuentes, pero sin lugar a duda es un ejercicio imaginativo sobre nuestro presente y nuestro futuro. Cristóbal Nonato probablemente no cumpla los requisitos formales de la ciencia-ficción, pero sí tiene en su esencia algo que resulta perturbador: la posibilidad de que ese mundo lumpen-apocalíptico todavía pueda suceder, o ya esté sucediendo.