Después, último libro de Stephen King publicado en castellano, es una mezcla de misterio, género criminal y terror en la estela de sus mejores noirs. Novela corta y entretenida, de buenos personajes, retrata el miedo de los niños por crecer, por hacerse adultos, y además sabe reciclar ideas (un don que puede funcionar tanto como maldición u oportunidad) y reiventarse. La mayoría de los temas de este libro son constantes en su obra: la niñez, un don sobrenatural, un crimen, la decepción con los adultos e incluso el proceso creativo del escritor. Queda King para rato.

«Si intentas escapar de tu propia sombra, estás destinado a caerte de bruces».

«Los niños poseen una especie de cualidad mágica: no son cínicos, no están cansados del mundo», declaró Stephen King para USA Today, y podría ser un buen resumen de gran parte de su literatura, que se ha centrado, precisamente, en los niños y en los adolescentes. Resulta ser también el caso de su última novela publicada en nuestro país: Después (Plaza & Janés, 2021), una mezcla de misterio, género criminal y, ante todo, como insiste en señalar su protagonista y narrador, terror. Jamie Conklin no es un niño normal: puede ver y hablar con los muertos. Es hijo de Tia Conklin, una agente literaria en horas bajas que se ha hecho cargo de la agencia de su hermano, que sufre Alzheimer prematuro. El don de Jamie les será de utilidad para sobrevivir durante la crisis económica y lograr un manuscrito inacabado de su autor superventas…, pero también les conducirá a vivir una terrible pesadilla, porque los muertos nunca mienten y la verdad puede ser peligrosa. Como no tardará en descubrir, el poder de Jamie tiene un precio y pronto deberá pagarlo.

Después es una novela corta que parte de lo que bien podría haber sido un relato, pero sin caer en la verborrea que ha hecho que King alargue otras historias que tampoco requerían de tantas páginas. Aunque se leen críticas de que Después habría funcionado mejor como cuento, no es así, porque la estructura parte de la causa y el efecto, una acción lleva a otra y va convirtiéndose en parte de un callejón sin salida donde se ve atrapado nuestro joven protagonista. Y, para ello, se necesitan construir varias escenas que no hubiesen funcionado en un cuento lo bien que funcionan aquí.

Ilustración de la cubierta de Hard Case Crime, la editorial que ha publicado el libro, realizada por Gregory Manchess

Este nuevo libro nos hace preguntarnos cómo una buena acción puede conducirnos al infierno, porque en los mundos de King (igual que en el nuestro), existen aquellos capaces de hacer algo bueno sólo para obtener beneficio. A sus setenta y tres años, el autor de Carrie, El misterio de Salem’s Lot o de Cementerio de animales demuestra su excelente capacidad como narrador tanto para hablarnos de buenas y malas acciones como para tratar cualquier otro de los temas abordados en Después: la niñez, un don sobrenatural, un crimen, la muerte de la infancia, la decepción con los adultos e incluso el proceso creativo del escritor, temas constantes en su bibliografía y a los que siempre procura dar un nuevo enfoque. Ya no estamos ante el King de Cujo (1981) o Los Tommyknockers (1987), obras que compuso tan drogado que ni siquiera recordaba haberlas escrito, sino ante un autor que sabe cómo narrar una historia y decirles a sus nuevas ideas que esperen, mientras desentraña aquellas en las que está trabajando. No es que pise el freno -sigue teniendo la fuerza de los inicios de su carrera-, simplemente da la impresión de que ya no tiene nada que demostrar, como en sus primeros cuentos y novelas. Ahora que ya puede ver todos los horrores que ha sembrado, decide buscar nuevos horizontes, un nuevo «después». King conoce bien su oficio, nunca aburre, a menudo sorprende y deja claro que aquellos que piensan que era un escritor mejor antes de dejar las drogas son los mismos que hacen altares a la autodestrucción y jamás han leído algunas de sus excelentes novelas posteriores, como 22/11/63 (2011; Debolsillo, última edición de 2021).

Estructuralmente, Después falla en lo convencional de su desenlace. No caeré en ese prejuicio que existe de que todos los finales de las obras de King son malos, aunque este sea predecible. Una vez se va desarrollando la trama, ya imaginamos por dónde van los tiros y, aunque King busca mantener el suspense en las últimas cuarenta páginas, ya nos imaginamos cómo será el final. De aquí proviene el segundo gran problema de la novela. King, incluso en sus obras más corrientes, suele dejarnos un buen poso, un mensaje, que es extrapolable a nuestra vida. Todavía recuerdo escenas como el hallazgo del cadáver de El cuerpo (novela corta recogida en la antología Las cuatro estaciones, 1982) o el olvido de los Perdedores al final de It (Eso): en realidad donde King brilla es cuando nos habla de la pérdida de la inocencia, de la nostalgia, del olvido. Más allá de las criaturas infernales y las maldiciones, King más nos conmueve cuando nos habla de nuestra propia humanidad. En Después, no queda tanto de ese poso, pero hay mucho de entretenimiento.

Donde sí acierta es en el arriesgado y desenfadado estilo literario de la novela. Jamie es un narrador de veintidós años que rememora su infancia desde un punto de vista cercano, irreverente y, a veces, sarcástico. Aquí, el escritor se lo quiere pasar bien y no busca la trascendencia ni la melancolía a lo Ray Bradbury que vimos en otras de sus novelas recientes (Elevación, 2018; Suma de Letras, 2019). A modo de confesión, Jamie se dispone a escribir su primera historia, como intento para no olvidar nunca lo ocurrido. La novela está llena así de coloquialismos que intentan dar credibilidad a su voz y justificar cualquier prisa de King para entregar a su manuscrito. Y nosotros, los Lectores Constantes, que hemos caído en el dedo de Dios de The stand (Apocalipsis, 1990; Debolsillo, última edición, 2021) o en las paranoias de Los Langoliers (incluido en la antología Las cuatro después de medianoche, 1990, Debolsillo, 2000), se lo perdonamos. Lo mejor de esta técnica es que da credibilidad a lo que nos cuenta; más que leerse, gracias a lo llano del lenguaje y a la rapidez de sus escenas, las doscientas cuarenta páginas de Después se beben.

Otro punto positivo de Después tiene que ver con sus personajes. King casi siempre acierta con ellos, haciendo que nos identifiquemos con los marginados que suelen poblar sus páginas. Valga decir que he conocido a personas que parecen menos reales que los personajes literarios de King. Y esto ocurre con Después. Nos creemos a nuestro protagonista, Jamie, y el cariño hacia su madre, Tia; nos creemos cómo Tia se enfrenta a la crisis para sacar adelante a su hijo. Por el camino nos toparemos con el escritor Thomas Regis o con el profesor emérito Marty Burkett, aliados de nuestros protagonistas que consiguen dejar huella. Y también con enemigos como el terrorista Kenneth Therriault, alias «Tambor», un ser perturbador que, aunque no es de los mejores villanos kingnianos, sí nos deja algunas escenas espeluznantes, porque el mal a veces surge de alguien que, simplemente, desea hacerlo. Sin más.

El auténtico terror

«Como ya te dije, esta es una historia de terror», insiste Jamie a lo largo de su narración. Efectivamente, cuenta una historia sobre el peor terror de todos: hacerse mayor. Lejos de centrarse en un adolescente normal y corriente, King se centra en un personaje que, como los Perdedores de It (Eso), debe enfrentarse a su mayor miedo para así poder crecer. «Mi idea es contar una buena historia, y si cruza algunas líneas y no encaja en un género en particular, está bien», declaró King para AP News, y le damos la razón durante la lectura de Después. En los últimos años, su trayectoria se ha centrado en el género criminal. Esporádicamente, podíamos encontrar algún ejemplo noir (La mitad oscura, 1989; última edición en castellano en Debolsillo, 2021), pero ha sido a partir de la trilogía de Bill Hodges y su spin off El visitante (2018; Debolsillo, 2021) cuando King ha comenzado a centrarse en el mundo del crimen. En Después, regresa a él con muchos toques de novela pulp de calidad: no olvidemos que la editorial que lo publica en Estados Unidos es Hard Case Crime (que forma parte de Simon & Shuster), la «casa» de Joyland (2013; Debolsillo, 2021) y Colorado Kid (2005; Debolsillo, 2021), quizás dos de las obras con un carácter más pulp del autor. El creador creció leyendo este tipo de literatura, le ha dado prestigio con sus propias obras, y es casi un homenaje volver a ese terreno que lo ha convertido en el escritor más popular del siglo XX y comienzos del XXI.

Infancia quebrada

Jamie no puede seguir siendo un niño, sino que debe enfrentarse al terror y convertirse en un hombre. Es un horror inexorable, un horror que a todos nos ha cogido por el cuello y nos ha zarandeado hasta hacernos papilla. Jamie busca aferrarse a su niñez, aunque jamás haya sido un niño corriente. No es el Holden de El guardián entre el centeno, pero en su constante uso del “después”, vemos cómo todavía está en una edad donde busca aplazar lo inaplazable: enfrentarse a sus miedos, descubrir la verdad de su pasado, saber quién era su padre… Puede que ese constante “después”, con todas esas preguntas que deja sin responder, frustre a algún lector, pero para otros forma parte del núcleo de la propia novela. Al fin y al cabo, muchos intentamos resolver las cosas antes del final, pero ¿qué más da cuando sabes que más allá de la muerte queda un epílogo?

Un tema digno de la obra de King que subyace a lo largo de la obra es cómo los adultos se aprovechan de los dones de los niños. Es una cuestión que ya ha tratado a lo largo de su carrera (en Ojos de fuego o El instituto, por ejemplo). Aquí vemos cómo el poder de Jamie es aprovechado para, supuestamente, hacer el bien antes de degenerar en una tormenta que lo destrozará todo. Otra idea habitual de King es que el mayor miedo es que los adultos no los crean, y, aunque Jamie tiene a su madre de su lado, él mismo puede sentir cómo se queda solo cuando los demás piensan que su poder no es real. Todo niño ha sufrido por esa razón y es una cuestión que obsesiona al autor de Maine desde los inicios de su carrera.

Captar la voz de un joven como Jamie, nacido a comienzos del siglo XXI, no debe ser sencillo para un escritor que ya es abuelo. King debe mantenerse al día y logra que nos creamos a Jamie no sólo como un chaval capaz de ver y hablar con los muertos, sino también como un chico de nuestra época, y no sólo es por sus referencias a series como The Wire, Person of Interest o Torchwood, sino también por su forma de sentir y captar la realidad. Jamie es más creíble que muchos de los personajes de, por ejemplo, El instituto.

Lo que vendrá después

King es un maestro en reciclarse y reiventarse. En Después normaliza el don de Jamie hasta convertirlo en algo con lo que se ha nacido, como ser patizambo o ciego. El autor prefiere centrarse en los dramas cotidianos e introduce terror cuando le conviene. Para ello, crea sus propias reglas: el poder del protagonista consiste en ver y hablar con lo que queda de los muertos, y, como le ocurre al protagonista de Cementerio de animales, los ve desfigurados y destrozados si sus cuerpos han sufrido graves heridas. Pronto descubre que siempre dicen la verdad y, si intentan no hacerlo, algo terrible puede poseerlos. Este don es algo que acompaña a Jamie y, lejos de ser fuente de traumas – el resplandor para Danny o la clarividencia para Johnny Smith de La zona muerta (1979; última edición en castellano en Debolsillo, 2021)-, Jamie lo ve como parte de sí mismo, y el lector también.

Como siempre, el multiverso de King converge también en Después, haciendo guiños a su propia y fecunda obra. Por un lado, se cita el Ritual de Chüd que vimos, sobre todo, en It (Eso), cuando los Perdedores se enfrentaban a Pennywise y buscaban liberarse de él mediante una especie de duelo psíquico. También hay una referencia a Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, Frank Darabont, 1994), película que adapta «Rita Hayworth y la redención de Shawshank», un relato de King publicado originalmente en Las cuatro estaciones. Por último, se cita una frase del propio King (aunque el personaje no recuerde de donde viene): “Los libros son la única magia portátil que existe”.

En las últimas páginas de este relato de Jamie, un intento quizá estéril por aferrarse a sus recuerdos, naufragamos en el horizonte, en lo que está por llegar tras haber superado el terror, tras haber hecho frente a la pesadilla. Es la misma sensación que inunda a un lector cuando cierra una novela, cuando afronta el mundo desde una visión nueva. Ocurre también con este libro y con toda la carrera del padre del terror moderno. Después es una novela corta más de King, entretenida y con varios aspectos interesantes, que tampoco supone el final de su carrera (King ya ha publicado Billy Summers en Estados Unidos). Debemos reconocer que el maestro de Maine posee la cualidad mágica de los niños: no es cínico y no está cansado del mundo, tampoco de la literatura, que ha sido su forma de vivir a lo largo de todos estos años.

Muchos críticos pensaban que King sería una moda pasajera, pero más de cuarenta años después de su debut, sus novelas siguen apareciendo periódicamente. Uno de los dones del autor es que su obra es un reflejo de su época. Más que un cronista que se basa solamente en hechos reales, King extrapola y crea metáforas fantásticas, hablándonos del tiempo, el dinero, los vicios, los miedos (muy reales) que rodean a los personajes. Más allá de los monstruos o los artificios, podemos hallar en sus historias ensayos sobre diferentes problemáticas: desde el acoso escolar hasta la drogodependencia, desde los peligros de la tecnología hasta las pandemias… Y, en el caso de Después (y como ya hiciera también en Mr. Mercedes), King también aborda la crisis económica de 2008 y cómo esta destrozó la vida de miles de personas, como la madre de Jamie, que necesitará hablar con el espíritu de su autor superventas para acabar el último manuscrito y “salvar su vida”. El escritor que nos hizo temer a los payasos, los móviles, los hoteles o los san bernardo sigue demostrando que en cada uno de sus libros queda algo de magia. Después no es excepción.