Celebramos el centenario del nacimiento de Stanislaw Lem, uno de los escritores más importantes del siglo XX, y pilar de la ciencia-ficción. A partir de un vistazo somero a su monumental Summa Technologiae, compendio de todo su saber e intereses (así como de todas sus temáticas), diseccionamos la obra y los enfoques del gran escritor de la Cibernética y del Contacto.

Fuente desconocida

Stanisław Lem es una de esas vetas que aún hoy, cien años después de su nacimiento, siguen dando oro. La inmensidad de su obra, tan extensa como plegada en sí misma, con infinidad de lecturas y recovecos de sentido, es insondable. Queda por traducir, queda por encontrar y queda por comprender.

Mucho se ha dicho sobre él. Se ha tildado a Lem de científico, imaginativo creador de mundos, sátiro y humanista. A estas características podemos añadir también su honestidad. Lem es sencillo, modesto y curioso como ese niño que retrataba en su autobiografía El Castillo Alto (Editorial Funambulista, 2020); hace cómplice al lector de su pulcra e ingeniosa mirada, con el entusiasmo de quien ha descubierto en sí mismo una idea nueva. Aunque permite una lectura superficial para quien sólo busca entretenimiento y humor, es inevitable sentir que Lem siempre observa más allá de la prosa.

Lem empleaba la ficción, cada recurso literario, para exponer tesis y elucubraciones científicas no consonantes con el mundo académico y, en concreto, el régimen estalinista. Si retomamos su anteriormente citada autobiografía de juventud, sus libros transmiten la fascinación infantil que siente un niño ávido cuando desmonta un juguete. ¿Significa esto que su obra sea infantil? En absoluto. Pero sin duda está impregnada de ese compromiso con la verdad que tiene quien no olvida la jovialidad, perdida pero siempre presente.

Esta actitud le llevó a enfrentarse al lamarkismo de Lysenko cuando éste era protegido de Stalin; a huir de los fueros académicos donde la ciencia es destripada en pos del poder de la autoridad; a aportar su granito de arena en la lucha contra el nazismo saboteando y moviendo armas para la resistencia polaca. Por decirlo como Orwell, Lem siempre se situó a favor de la verdad frente a quienes querían confundirla con la falsedad. De ahí que muchas de sus reflexiones, empapadas de estudios cibernéticos y de distintas disciplinas científicas, tuvieran que enfrentarse contra la censura y la superaran protegidas en forma de ficción (algo que tampoco lo libró de algún que otro susto).

Su obra merece un monográfico que bien podría ocupar varios volúmenes. Seremos humildes y crueles: tenemos que cortar por algún sitio. Para hacer este memorándum centenario destacaremos algunos aspectos relevantes, quizá a modo de adaptación de ojo para el primerizo lector que quiera entrar a la prolífica imaginación de Lem. Lejos de ser yo un Caronte de tan prodigioso reino, no ofrecemos un análisis, ni una taxonomía, sólo una simple lectura, una predisposición para sortear prejuicios e invitar a la reflexión.

La ciencia-ficción de Stanislaw Lem

Habitualmente, y más en el presente y para el público más amplio, la ciencia-ficción se asocia a una ambientación en la que insertar una trama de aventuras, acción o terror. La space opera ha dado auténticas joyas, pero también los suficientes clichés como para alimentar el aburrimiento de los más ávidos y el bobo fanatismo de los ignorantes.

Lem siempre repudió una literatura baladí, que no apostara por lo nuevo ni albergara, al menos, algo que enriqueciera el espíritu humano. De sobra son conocidas las críticas que Lem lanzó contra la Asociación de Escritores de Ciencia-Ficción y Fantasía de Estados Unidos, a los que acusó de preferir el dinero y las ventas frente a la calidad y la búsqueda de nuevos horizontes para el género (excepciones al margen, por supuesto).

Esta denuncia va más allá de un mero orgullo de escritor: es toda una reivindicación de la ciencia-ficción y la dignidad literaria. La necesidad de este pulso es patente en el escaso reconocimiento de Lem fuera del género. Cierto que en el mundo de la ciencia-ficción es considerado un maestro, pero de nuevo topamos con el límite impuesto por las etiquetas; una obcecación que refuerzan los «eruditos de las Grandes Letras» por la negativa y los fans de la ciencia-ficción por la positiva. Lem es más que ciencia-ficción, no sólo por la profundidad científica, filosófica y social de sus escritos, sino porque además no es el único género que cultivó. La investigación (1959; Impedimenta, 2011) es todo un ejemplo de novela policíaca de gran altura, con una ambientación que recuerda al expresionismo kafkiano. Las reseñas de libros inexistentes que encontramos en Vacío Perfecto (1971; Impedimenta, 2008) o Provocación (1984; Impedimenta, 2020) son ensayos muy imaginativos que rivalizarían en inventiva bibliográfica con el mismo Borges. Por otro lado existen multitud de escritos científicos y literarios, como Philip K. Dick. Un visionario entre charlatanes, un fino análisis sobre el autor norteamericano del cual Lem era traductor al polaco, o la propia Summa Technologiae (1964; Ediciones Godot, 2018).

Lem dignificó la ciencia-ficción cuanto más se alejó de lo convencional. Al igual que se reivindica en otros autores del género, la calidad literaria de Lem lo hace un escritor universal, perfectamente comparable con un Borges en su culta imaginación o con un Sterne por su humor ácido y oblicuo. Lem es un caso paradigmático: un autor de altos vuelos cuya valoración, como a él le gustaba decir, es paradójica. O bien se lo reivindica sólo desde el género, que encasilla o hace depender el genio de Lem de su participación en la ciencia-ficción (postura de los más forofos del género), o bien la alabanza proviene de despreciar al género para salvar a Lem de su reclusión literaria, alegando que él estaba por encima de eso (postura de los académicos que no conciben que un género pueda ir acompañado de calidad). Es un debate enconado, quizá tampoco demasiado extendido por la ligereza con la que los lectores abordan sus gustos. Aun con todo plantea ciertos escollos en la crítica literaria de la obra de Lem.

Fuente: https://escaramuza.com.uy/

Un futuro sin límites

La especulación de Lem siempre está en el límite. Este límite tiene dos sentidos.

En un primer momento, tal como lo demuestra en su Summa Technologiae, Lem caracteriza la ciencia y la tecnología como un sistema definido per se, que progresó con sus propias contradicciones como una parcela de realidad propia. Sin llegar al extremo del positivismo comtiano, que consideraba la ciencia casi como una entidad aparte que se desplegaba como la gracia divina, Lem tenía a la ciencia como un complejo autónomo y vivo, a veces muy abstracto.

Lem es consciente que, como toda actividad humana, sus posibilidades dependen de las decisiones políticas y económicas. No obstante, también alberga una confianza en la ciencia como camino a la verdad y a la resolución de problemas humanos, una suerte de práctica de la racionalización universal. No hace crítica de la naturaleza misma, sino que mantiene una definición autónoma, homeostática, en la que el punto a discutir no es qué puede hace el hombre con la ciencia, sino qué hará ésta con el género humano.

No tiene que ver con las perspectivas de un mismo sistema, ni con que la ciencia sea un espacio aislado. El análisis de Lem proviene de la teoría de la información. Para Lem es posible que la ciencia surgiera del caldo biológico del hombre, pero como sistema adquiere una autonomía en el momento en que el hombre se adapta a su propia creación. Siendo dos sistemas definidos -la evolución biológica y la tecnológica-, a Lem le interesa la posibilidad de la regulación e intercomunicación entre ambas esferas. La inicial comparativa de la Summa Technologiae entre ambos es una buena muestra de la visión que Lem propone desde la cibernética.

Volviendo a la cuestión inicial, esta visión acarrea tesis y presupuestos científicos y filosóficos no exentos de dificultades. En varias ocasiones, Lem reconoce el límite que supone la problemática de los presupuestos científicos, y su obra es una huida hacia delante: deja que la propia ciencia conduzca al límite mismo, desde el cual Lem observa como hipótesis para reflexionar sobre el presente. La cibernética fue negada por la academia soviética por considerarla una ciencia capitalista, lo cual explica, en parte, el afán de Lem por situarse en ese balcón desde el cual especular hacia el horizonte, con agudeza e imaginación. No obstante, la cibernética no deja de constreñir a Lem en unos márgenes definidos.

Un segundo límite es, precisamente, desde el cual habla hacia aquello que no tiene límites: el futuro. A diferencia de otros autores, cuyas construcciones futuras, quizá espantosamente predictivas, están puestas al servicio de una historia (Dune, por ejemplo), Lem es fiel a su conocimiento científico y a su compromiso con la autenticidad. Sus escritos de ciencia-ficción, a veces con alegorías parabólicas exageradas, escrutan las probables evoluciones de los sistemas de información. En otras palabras: Lem desarrolla pequeñas hipótesis y reflexiones científicas que pretenden hacer futurología (si bien no en los elementos netamente narrativos). Dejando de lado la forma que esta adopte, Lem habla siempre de contactos a través de los diversos medios humanos para establecerlo: ya sea la capacidad técnica de poder establecer canales de información con el cosmos o a través de las cualidades y características biológicamente humanas (el lenguaje, la percepción, etcétera).

Otros autores omiten el impacto entre sistemas (tan siquiera les preocupa su posibilidad), lo reducen a aspectos técnicos o metafóricos para ponerlo al servicio de una trama, o se limitan a una prosaica empresa de contraponer al cataclismo una suerte de redención y patriotismo terrestre (patria que suele acotarse a Estados Unidos, dicho sea). Lem, por su parte, aboga por definir la conexión entre estos sistemas, necesariamente desde la óptica humana. En el caso más prototípico (el contacto entre civilizaciones cósmicas), Lem hace un pormenorizado análisis en la Summa Technologiae. Es imposible leer estos apuntes sin reconocer estas tesis en su obra de ficción. En última instancia se trata de dejar de lado la épica del combatiente o la ternura de la víctima en la invasión y dar paso al auténtico drama: en qué nos convertiremos, cómo será nuestro mundo, ante tal impacto.

Sin entrar al debate sobre el valor científico de la futurología, está claro que Lem no emplea hipótesis futuras definidas por mor de la fantasía, sino para definir las complejas relaciones presentes que sólo en estados de choque pueden florecer de forma patente. De hecho, si algo distingue a Lem de otros colegas de profesión es su sentido del humor, su fina ironía y su inaudita capacidad para desmenuzar mordazmente la sociedad que le tocó vivir, y que no es demasiado distinta a la nuestra. El hombre como sistema homeostático es el límite desde el que se asoma Lem a la realidad.

Una mirada irónica

Lo dicho hasta ahora parece que desmiente que Lem sea para todos los públicos. Todo lo contrario: que una laguna sea profunda no implica que no se pueda nadar en la superficie o permanecer donde no cubre. Sin embargo, para cualquiera que le guste el género, la tentación de acompañar a Lem en su jovial y aventurera prosa es demasiado fuerte como para no preferir ahogarse en sus páginas antes que permanecer en la orilla.

Dijimos que Lem siempre mira al horizonte del cosmos desde el ser humano. Y es éste, pobre criatura todavía evolutivamente primitiva y sin importancia para la potencialidad del cosmos, el tema más recurrente de su obra. Poco importa la ciencia y todo lo dicho si nos olvidamos que es el hombre, como sistema y parte de sistema, el que se ve perturbado por estos impactos cósmicos.

Lem tantea el destino de la humanidad con mucha seriedad. Pero lo más importante es que lo hace con mucho humor, algo que dota de cierto patetismo la pretensión de conquista. Pero la sátira de Lem va más allá de las zozobras más risibles de Ijon Tichy. Su ironía, sus magistrales punzadas que nunca van sin hilo, no se dirigen sólo a críticas sobre la modernidad o la muchas veces ridícula condición humana. La mejor prueba de su genialidad en este aspecto son las reseñas de libros ficticios, recogidas en distintos volúmenes. No sólo son comentarios a libros imposibles, sino que son tangenciales reflexiones sobre la sociedad y la política. Provocación, por poner un ejemplo notable, aborda una cruda reflexión sobre el Holocausto (del que Lem y su familia se libraron por poco), seguida de una aguda crítica a los medios de información ante la publicación de un libro que pretende describir todo lo que ocurre en un minuto.

La ironía es el más excelso y culto nivel lingüístico, y Lem es hablante nativo. Y es una altura en la que se permite hacer ciencia, pero también caricatura de un ser humano que todavía no comprende la prosaica existencia que está condenado a llevar. Lem es optimista, respira vitalidad, aunque a veces el humor de sus escritos parezca maquillar amargura. Lo que está claro es que no maquilla la realidad, y a su mirada de niño, curioso y lapidario, no parece escapar nada. Descoloca y recompone, como hacía con sus juguetes cuando era pequeño allí en Lviv (actual Leópolis), para reflexión y disfrute de los lectores, a quienes lleva dando un original y soberbio aliento desde que el diese la primera bocanada hace ahora cien años.

Otra visión de Stanislaw Lem