John Scalzi desarrolla en La vieja guardia una novela espacial añeja de aparente sabor renovado, una space opera vintage donde lo viejo alcanza apariencia de nuevo gracias a unos habilidosísimos recursos de estilo entre los que destacan de modo sobrealiente su sentido del humor socarrón, la perspectiva innovadora de los temas clásicos y una visión plástica de la escenografía. Su principal defecto y virtud es la constante presencia del protagonista John Perry, hasta el punto de dar la impresión que, sin él, todo el conjunto podría desmoronarse.

En el año 2005 se publicó La vieja guardia (Booket, 2014), la primera novela de John Scalzi (USA, 1969). Su debut no pasó inadvertido. Al año siguiente obtuvo dos nominaciones a premios tan importantes como el Hugo y el John W. Campbell Memorial (ganó este último como mejor nuevo escritor). Estas altas expectativas quedaron confirmadas en años venideros, con nuevas nominaciones -dos de ellas a otros tantos libros pertenecientes a esta serie de la Vieja Guardia, compuesta en la actualidad por cinco libros- y un Premio Hugo (2013) por su novela Redshirts (Minotauro, 2014). El tiempo ha ido agrandando su figura a la par que su notoriedad, hasta convertirse en un autor habitual en los medios de comunicación gracias a sus columnas periodísticas (radicalmente irónicas y cruelmente sarcásticas enfocadas a temas de actualidad más allá de la literatura), a sus ensayos, o por su blog personal.

Los lectores ven en Scalzi a un espíritu libre, a una personalidad arrolladora cuya audacia a la hora de afrontar viejos temas ha conseguido introducir aire fresco en un subgénero tan anquilosado como la space opera. Suponemos que ha tenido que servirle de mucha ayuda el haberse dedicado a asesorar a los creadores y guionistas de la serie Stargate Universe (2009- 2011). Se nota cuando traza las escenas de lucha en el espacio: las retrata de una forma muy plástica, destacando con asombrosa concreción los movimientos o las direcciones y las figuras que cuerpos o naves trazan en sus desplazamientos de un lado a otro, sustituyendo el habitual morbo del dolor y la destrucción inherente a la guerra por la belleza de los movimientos propios de los cuerpos en situaciones de gravedad cero.

Battle of Coral. Ilustración de Matthew Kengott

Quizás, una consecuencia de este cambio de perspectiva sea que la guerra se dulcifique, al mitigar o esconder los efectos figurativos de la destrucción, de la muerte o de la pérdida; se trata de un tono argumental poco común en estos tiempos actuales, donde la tendencia se vuelca más hacia el lado del discurso humanista de la solidaridad y generosidad humanas, e incluso de los tiempos pretéritos, donde la tendencia sí era defender cierto honor militar (¿alguien ha pensado en Robert A. Heinlein?) si bien teñido de un indisimulado armamentismo patriotero poco compatible con el discurso humanista. En este caso, Scalzi opta por intentar unificar ambas tendencias al definir un humanismo (que no humanitarismo) ejercido en un universo inmenso repleto de peligros desconocidos y razas alienígenas irremediablemente hostiles. Esta vía argumental intermedia, pese a lo loable del intento, sigue exigiendo una situación de contexto inherente al discurso militarista: la única vía para la supervivencia humana es la muerte o la conquista de los demás conseguida a través de las armas.

En La vieja guardia se desarrolla por primera vez este humanismo belicista. Para su credibilidad resulta fundamental un estilo claramente dulcificado, donde el sentido del humor de la voz narrativa, las arquetípicas situaciones de camaradería entre compañeros de generación (los “Vejestorios”) o de nave o escuadrón, la más que forzada y por ello surrealista trama romántica (entre John Perry y Kathy Perry/Jane Sagan), o el leve tono crítico respecto a aspectos como la ética genética, entre otros elementos, desvían la atención de un argumento que, en cuanto general a la novela y transversal a la serie, se afianza con el paso de las páginas. Por eso, aunque la habilidad de Scalzi acabe creando una novela entretenida con apariencia de nuevos halos, en el fondo, esta novela sigue siendo bastante fiel a la línea clásica militarista de los tiempos clásicos de la space opera.

Para crear la sensación de una nueva ambientación o perspectiva, la novela recurre a temas innovadores o profundamente renovados directamente encastrados en el núcleo central de la trama. A saber: las guerras de religión entre especies interestelares como motor del enfrentamiento; la ciencia genética y las paradojas a las cuales se enfrenta tanto en el rejuvenecimiento de cuerpos machacados por el tiempo como por la clonación orientada a crear nuevos seres a partir del mapa genético de otros –proyectada sobre los lazos emocionales creados entre los seres vivos originales respecto a y con los clones-, o la ruptura que siempre se produce entre la dinámica bélica imparable de la guerra y la cotidianidad que necesita cualquier persona para sentirse humana. Estos hilos narrativos se centralizan en un protagonista omnisciente capaz de soportar sobre sus hombros el peso de todos ellos.

John Perry tiene setenta y cinco años cuando se enfrenta a una decisión trascendental: seguir adelante con su vida hasta encontrarse con la muerte o cumplir la promesa realizada a Kathy, su mujer muerta, y alistarse en las Fuerzas de Defensa Coloniales (FDC). Al enrolarse en las FDC obtiene un cuerpo nuevo y mejorado (¿posthumano?, ¿alterhumano?, ¿transhumano?… ¿inhumano?), con el que deberá combatir junto con otros “Vejestorios” a las distintas especies alienígenas que disputan a la humanidad la conquista de los planetas habitables del Universo. Las FDC le permiten sentir que está viviendo ahora una nueva vida: su cuerpo no es el mismo, sus experiencias no son las mismas, sus compañeros de viaje no son los mismos y, por supuesto, ni su cotidianidad ni sus objetivos vitales se asemejan en lo más mínimo a lo que tenía todavía cuando se dedicaba a la publicidad.

Mientras esta creencia se mantiene sin alteraciones, su vida se limita a vivir la rutina de un soldado de las FDC en un universo hostil repleto de enemigos mortales. Para ello pasará por todas las fases inherentes a un soldado recién incorporado: los primeros pasos repletos de confusión e incógnitas donde la camaradería es el único enganche viable a algo parecido a la normalidad, la formación del soldado poniendo a prueba su cuerpo nuevo o preparándose para la guerra contra enemigos y situaciones posibles muy distintas a lo imaginable, o las escaramuzas y los combates de un soldado inexperto luchando por evitar a toda costa que lo maten. Sin embargo, toda esta nueva normalidad cambia radicalmente cuando John Perry conoce a Jane Sagan, una soldado de élite clonada a partir del mapa genético de su difunta esposa Kathy Perry.

The Consu. Ilustración de Matti Marttinen. Los Consu serán una de las razas alienígenas a las que combatan «los Vejestorios»

La historia de John y Jane, aunque planteada con unos mimbres de inmenso potencial, se malogra y desgracia cuando se decide dejarla en la más evidente superficialidad: precipitando innecesariamente el ritmo de una historia con este planteamiento tan denso en lo ético y en lo moral, acelerando los procesos naturales o normales de reconocimiento y conocimiento mutuo entre ambos personajes, enganchando a una premisas tan improbable como increíble. Y, es cierto, aunque este hilo narrativo recuperará su merecido protagonismo en futuras entregas de la serie (especialmente, en La colonia de Zoë, 2008) lo hará habiendo partido de unos inicios prácticamente absurdos, máxime si tenemos en cuenta que John Perry se pasa más de media novela declarando el amor y la añoranza que le invaden por su vida de casado y por su difunta esposa Kathy. La novela adolece de una notable irregularidad en el tratamiento de sus distintos hilos argumentales. Cuando cada uno de ellos, por separado, presenta un valor propio más que destacado, la mano autoral decide extraer de ellos únicamente aquello que le sirve para apuntalar a John Perry como lo que es: un protagonista absoluto y verdadero eje de la trama, hasta el punto de pensar que sin su fuerza la novela se desmoronaría sobre sí.

John Scalzi desarrolla en La vieja guardia una novela espacial añeja de aparente sabor renovado, una space opera vintage donde lo viejo alcanza apariencia de nuevo gracias a unos habilidosísimos recursos de estilo entre los que destacan de modo sobrealiente su sentido del humor socarrón, la perspectiva innovadora de los temas clásicos y una visión plástica de la escenografía. De hecho, apenas con ellos, Scalzi presenta una novela entretenida con la que el tiempo pasará volando, sin muchas ambiciones ni pretensiones –a pesar de que sus mimbres sí podrían haber dado mucho más juego-, con la que se hizo un nombre entre los autores de la ciencia-ficción. No seguiremos con los demás libros que constituyen la pentalogía de La vieja guardia si bien conviene apuntar que, para pasar un rato entretenido y encariñarse con el género, sin más, siempre pueden ser una buena alternativa.