A tumba abierta, última antología publicada por Joe Hill, se compone de trece relatos. Cada uno de ellos explora diferentes temas que fascinan a Hill: la muerte, lo mágico, lo extraño, lo desmitificador, el cruce de lo fantástico con lo real, las sombras del pasado… A tumba abierta no deja de ser una celebración sobre el arte de contar historias. Estamos ante una colección notable, con premisas más o menos interesantes o con desarrollos mejores que sus puntos de partida, en la que Joe Hill siempre sabe cómo narrar una historia y dar viveza a sus personajes.

El precio de estar vivo es que algún día dejas de estarlo

Hace unos años, el escritor Neil Gaiman tuvo la oportunidad de entrevistar a Stephen King. Durante esa distendida charla, King, que lleva ya tiempo preparándose para su adiós, dejaba entrever que, si muriese de forma súbita, dejaría varias novelas en el cajón y, aunque alguna de ellas estuviesen inconclusas, su hijo Joe Hill sería capaz de terminarlas y publicarlas sin que nadie dudase de que las hubiera escrito el propio King1. Mucha es la confianza del escritor estadounidense en su hijo; puede que el Lector Constante tenga algo que decir al respecto tras leer la nueva colección de cuentos cortos A tumba abierta (Full Throttle, 2019; editada por Nocturna en 2021), que cuenta con dos historias co-escritas entre los dos King.

Si es la primeva vez que alguien va a leer a Joe Hill, más allá de sus novelas, narraciones cortas o sus populares cómics La capa o Locke & Key (2008-2013), descubrirá pronto que se trata del hijo de King y eso hará que muchos arqueen una ceja y piensen que encontrarán a un clon del autor de It (Eso), Cementerio de animales o El resplandor. No estoy tan de acuerdo, porque cuando uno se sumerge en la literatura de King y Hill se percata de que, aunque se lleven estupendamente o su parecido físico sea enorme, Hill es más dado a un estilo fantástico que enraíza más con Ray Bradbury, Richard Matheson, Neil Gaiman o Alan Moore que con el terror del genio de Maine. No siempre King es así, pero Hill recuerda más al King de Elevación que al de El misterio de Salem’s Lot. No obstante, el microcosmos sobre inadaptados (donde surge cierto halo de realismo mágico) ha hecho interesante a un Hill que, en ocasiones, aunque no sabe explotar del todo la premisa, entrega narraciones entretenidas con momentos perturbadores, además de otros de ensoñación poética.

Que el amor de Joe Hill por la ficción está claro es una cuestión indudable. Toda su obra literaria conecta con otra y juega con ejercicios metaficcionales no sólo al citar otras películas, canciones o libros que le agradan, sino también al entregarnos una biografía que se ahorra el espacio para citar sus méritos y así poder darnos un genial microrrelato titulado “Una pequeña congoja”, un buen resumen del espíritu que impregna a Hill. Al fin y al cabo, A tumba abierta no deja de ser una celebración sobre el arte de contar historias.

Ilustración de Dave McKean basada en el relato “Apariciones desplazadas”

Versionando a los grandes

A tumba abierta se compone de trece relatos: “Acelera” (junto con Stephen King), “El carrusel de las sombras”, “La estación de Wolverton”, “Junto a las aguas plateadas del lago Champlain”, “El fauno”, “Apariciones desplazadas”, “Lo único que me importa eres tú”, “La huella dactilar”, “El diablo en la escalera”, “Tuiteando desde el Circo de los Muertos”, “Rosas”, “En la hierba alta” (también junto a King)y “Queda libre”. Cada uno de ellos explora diferentes temas que fascinan a Hill: la muerte, lo mágico, lo extraño, lo desmitificador, el cruce de lo fantástico con lo real, las sombras del pasado… Los mejores, que para mí son aquellos que tienes que compartir con las personas a tu alrededor y no parar de hablar de ellos o recomendarlos (o incluso contarlos), son “El carrusel de las sombras”, “Apariciones desplazadas”, “Lo único que me importa eres tú”, “El diablo en la escalera” y “En la hierba alta”.

A tumba abierta arranca con “Acelera”. Es un homenaje a Duel de Richard Matheson, y que él mismo adaptó como guión (El diablo sobre ruedas, mítico telefilm de Steven Spielberg que acabó siendo estrenado en cines en varios países debido al triunfo del joven director y el buen material de partida). Hill le debe mucho al autor de Soy leyenda, su «abuelo literario», del que comenta que «una buena historia de Richard Matheson se mueve como un tráiler arrollador bajando por una cuesta sin frenos, y que Dios se apiade de lo que pille por el camino». En el caso de “Acelera”, Hill y King mezclan el original (sobre todo la película, que fascinaba a Hill de pequeño) con Hijos de la anarquía (2008-2014), serie en la que King tuvo un cameo y que Hill cita en otro relato. “Acelera” va en pos de una panda de moteros que, tras cometer un asesinato, huyen de un camión que les persigue por el desierto y les va dando caza. Hill y King invierten mucho tiempo en desarrollar cada personaje y su pasado, además de las complicadas relaciones entre un padre y un hijo, pero, al final, se convierte en un remix de una historia ya vista y, pese a las dosis de horror de supervivencia, me temo que el Duel de Matheson es demasiado bueno como para que “Acelera” le haga sombra, a pesar que se rumoree sobre su posible adaptación a la pequeña pantalla. Por mucho que pisen el acelerador, los King nunca alcanzan a Matheson y “Acelera” no deja de ser más que una carnicería en el asfalto. Como curiosidad, Hill cuenta cómo tuvo que sacarse el permiso para conducir motos y así dotar al relato de más veracidad.

A continuación, nos llega “El carrusel de las sombras”, una pesadilla sobre la culpa. Cuatro amigos adolescentes emprenden un último viaje hasta que llegan a una extraña feria con un misterioso carrusel. El narrador decide jugar sus cartas y hacer que los amigos piensen que el anciano que frecuenta esa atracción les ha robado y emprenden una venganza contra él antes de marcharse y darse cuenta de que los remordimientos pueden convertirse en horripilantes corceles que te seguirán hasta dar muerte. Aunque es un cruce entre La feria de las tinieblas de Ray Bradbury y el final de la adolescencia (tema predilecto de Hill), posee una potente imagen poética con esos caballos del carrusel surcando la noche en busca de los culpables que la han dañado. Una grata sorpresa, en la que Hill reconoce también la influencia de “Montado en la bala” y “El virus de la carretera viaja al norte” de Stephen King (aparecidos en la colección de cuentos de King Todo es eventual, 2002). Hill llega a afirmar sobre este relato que es casi como realizar una versión de la literatura de su padre, como si de la canción de otro artista se tratase. Para los curiosos, se editó un audiolibro con una versión del Wild Horses de los Rolling Stones, realizada por Matthew Ryan.

El siguiente trayecto es una sátira y hay que tomárselo como tal. Es una mezcla de Un hombre lobo americano en Londres y el concepto de depredador de las finanzas a lo El lobo de Wall Street. Si Neil Gaiman se dedicó en Neverwhere a dar un origen mítico a los nombres de las calles o estaciones, aquí lo hace Hill con Wolverhampton, topónimo que hace pensar en la palabra «wolf» («lobo»). Nuestro grotesco protagonista, un magnate que destruye pequeños negocios y esclaviza a personas en el Tercer Mundo para lograr el máximo de beneficios, decide emprender un viaje por Londres vía metro. El problema es que ese tren no está lleno de mortales, sino de otro tipo de criaturas mucho más inquietantes. Personalmente, es una idea con fuerza, pero que Hill no sabe seguir explotándola por mucho que logre dar el punto de vista de un ser tan mezquino como su protagonista. Un autor como Clive Barker sí captó el horror, la sangre y la visceralidad de la historia, como demostró en “El tren de carne de medianoche”, que inauguraba sus Libros de sangre.

«Acelera», según Dave McKean

“Junto a las aguas plateadas del lago Champlain” es una reinterpretación del célebre “La sirena” de Ray Bradbury, relato aparecido en la colección Las doradas manzanas del sol (1953), y que trataba sobre una especie de monstruo del Lago Ness, o dinosaurio tipo kaiju que se enamoraba de la luz de un faro. Aquí Hill hace otra versión a la que suma sus recuerdos de la infancia en Reino Unido y da vida a unos adolescentes que encuentran el enorme cadáver de un monstruo que dicen que habita el lago Champlain (basado en la leyenda local de Champ, el plesiosaurio que habita sus aguas). La protagonista, una niña a la que nadie cree, pide a sus hermanas y amigos que traigan a los adultos, pero estos deciden seguir con sus asuntos y desdeñar las fantasías de la cría. Hill escudriña el gran miedo de la infancia: ser un niño, que nadie te crea y tener que afrontar tú solo tus miedos. Lástima que el final, más que ser una sorpresa, sea una conclusión lógica que sólo dejará perplejos a los despistados que no suelan leer terror. “Junto a las aguas plateadas del lago Champlain” ha sido llevado a la pequeña pantalla en la serie televisiva de Creepshow (2019).

Otra reinterpretación de los clásicos la encontramos en “El fauno”, que toma un poco de Las crónicas de Narnia, le vierte unas gotas de Jumanji y se revuelve tras darle una dosis de “El sonido del trueno”, otro célebre cuento de Ray Bradbury sobre unos cazadores capaces de viajar en el tiempo para reclamar una pieza. Un grupo de despiadados cazadores descubre que hay una puerta secreta que lleva a un mundo mágico donde pueden cazar faunos. Aceptan pagar una importante suma de dinero para ir a ese mundo heredado de C. S. Lewis, pero pronto se ven en medio de una trampa para despertar a una antigua princesa que podría hacer que ese mundo volviese a ser lo que una vez fue. “El fauno” se alarga demasiado en la presentación y una vez llegados al mundo fantástico no se aprovecha del todo la desmitificación, pero la idea de partida es sumamente interesante (uno de los puntos fuertes de Hill es encontrar siempre buenos comienzos).

Después de visitar este trasunto de Narnia, nos trasladamos con “Apariciones desplazadas” a una historia más pequeña, pero también mejor. Sobre ella, Hill sólo dice: «Me repatea la idea de dejar una lectura a medias cuando me muera» y puede que esa sea la visión cínica de la moraleja. El argumento es el siguiente: tras el suicidio de sus padres, un joven comienza a trabajar en un camión de la biblioteca que reparte libros a vivos… pero también a muertos. Es un nimio y dulce relato sobre la pasión por la ficción. Si nos paramos a pensarlo, una biblioteca es un cementerio donde muchos autores muertos hablan con los vivos que los leen. Aquí se usa esta metáfora como epítome del drama de un joven que ha perdido a sus padres y puede despedirse de ellos, a la vez que se juega con la idea de cómo el futuro no puede cambiarse… ¿O quizá sí? Pese a que algunas alusiones literarias dan la impresión de que se quedarán viejas cuando se pase la moda, creo que Hill ha escrito uno de sus mejores cuentos.

“Lo único que importa eres tú” es un título de ciencia-ficción que descoloca al lector. Pese a que el germen era anterior, tomó forma a partir de una propuesta para participar en una antología basada en la obra de Dave McKean, famoso y ecléctico artista conocido por Cages o las portadas de Sandman (entre otras colaboraciones con Gaiman). Tardamos en comprender a su protagonista, una adolescente que acaba de cumplir años, y el mundo extraño donde existen sirenas de regalo y velos que pueden hacer que tengas el rostro que quieras. La chica paga a un robot para que le eche una mano cargando con su transporte, pero ambos acabarán estableciendo una extraña amistad que hará que la joven tenga el mejor cumpleaños posible… Y lo que parece una ciencia-ficción hermosa, a lo Asimov, se acaba transformando con su despiadado desenlace en lo mismo que es el arte de McKean: un cuchillo que desgarra al lector de una manera inesperada con un final sorpresivo y lleno de lirismo (ya que el terror puede tener una gran fuerza perturbadora, pero también reflexiva). «Uno de estos días aprenderé a escribir una historia con final feliz», escribe Hill sobre él.

El siguiente cuento, por desgracia, pese a lo interesante de su protagonista, Mal, una veterana de la guerra de Irak, termina siendo más un thriller que se emite en horario de sobremesa. Se percibe que fue una de las primeras historias cortas que escribió el autor, como él mismo lo reconoce. En “La huella dactilar”, Mal ha sido incapaz de adaptarse a la vida civil y los horrores que presenció en la guerra, a la vez que, cada día, recibe una carta. En ella, sólo hay una huella dactilar, como si fuese una especie de amenaza. El final es más simple y la moraleja redundante: nadie regresa de la guerra tal y como era y las consecuencias hay que pagarlas. Uno de los temas que más se repite en la trayectoria literaria de Hill es esa: aunque huyas y huyas, tus pecados siempre son más rápidos que tú y acaban alcanzándote y haciéndote pagar. Esta novela sirvió para motivar a Hill tras acabar El traje del muerto y no ser capaz de escribir otra novela, y fue adaptada al cómic por Jason Ciaramella y Vic Malhotra.

Más interesante es “El diablo en la escalera”, que sigue la narración en formato de escalera gracias a la maquetación y la fuente tipográfica, y que se inspira en las vacaciones de Hill en Positano, donde visitó la costa de Amalfi. «Recordaba el comentario de Malamud sobre encajar forma y fondo, y me puse a reorganizar mis renglones rectos en tramos de escalera», dice Hill sobre él. Puede resultar experimental para el lector menos habituado a la literatura de vanguardia o incluso los caligramas, pero en el fondo, tanto la forma como el contenido son bastante clásicos: un joven descubre una escalera que puede descender hasta el infierno y decide vengarse del sarraceno que le ha robado a su amada. Para ello, tendrá un pájaro de hojalata que harán que todos crean en sus mentiras. Es muy, muy interesante todo el carácter metafórico y cómo Hill ofrece una visión discutible de ciertas razas, que recuerda a la literatura de finales del XIX y comienzos del XX, o a la primera etapa de Lovecraft.

Imagen de «El diablo en la escalera», de Dave McKean

Uniéndose a la experimentación formal de “El diablo en la escalera” tenemos “Tuiteando desde el Circo de los Muertos”. Para todos aquellos que nos fascinábamos por cómo Bram Stoker era capaz de pasar de la voz de Jonathan Harker a las presumidas cartas de Lucy Westenra en Drácula, aquí tenemos a Hill dando voz a una adolescente que tuitea todo el día sobre su familia y su viaje, mientras deciden visitar un extraño circo de seres que recuerdan a zombis. Todo está narrado con tuits que demuestran la potencia de los limitados caracteres y los hilos para enganchar al lector como si fuese una especie de novela folletinesca o, más simple, un penny dreadful con un truculento desenlace. No es una maravilla, sino una curiosidad que no deja de ser una broma pesada que no da para mucho más. El comentario de Hill sobre “Tuiteando desde el Circo de los Muertos” es para enmarcarlo:

«En esta historia cometí un error. Cuando la escribí, me pareció razonable imaginar que una cría que se enfrenta a las hordas de los muertos vivientes acudiría a las redes sociales para pedir ayuda. Lo cierto es que, ahora, en 2019, está más claro que nunca que las redes no nos salvarán de los zombis, sino que nos están convirtiendo en ellos».

Más lírico resulta “Rosas”, que nos cuenta cómo un niño debe asumir la muerte de su madre, que tenía problemas mentales e intentó irse de casa con él antes de fallecer. Un día, el protagonista recibe unas semillas que podrían desvelarle una interesante verdad si las planta donde ha sido enterrada su madre. “Rosas” en algún momento me ha recordado a los cuentos clásicos por la aparición de la anciana maléfica y por cómo las flores necesitan ser alimentadas de sangre antes de liberar la realidad del protagonista, un niño que ha empezado a vislumbrar los horrores de la mente que acompañan a toda la familia de su madre. Lo más curioso es pensar hasta qué punto es real lo que ocurre… o imaginario.

El penúltimo cuento es “En la hierba alta”, junto a Stephen King. Este lovecraftiano laberinto de tinta había sido comercializado de forma digital y por fin aparece en papel. Dos hermanos, un chico y una chica embarazada que está pensando en abortar, detienen su coche en un campo de hierba alta donde escuchan a un niño pidiendo auxilio. Es entonces cuando los hermanos entran para ayudarlo, pero pronto, ellos también se perderán. Sobre “En la hierba alta”, hay varios puntos que comentar. Primero, si os suena el título es porque fue adaptado como película, dirigida por Vincenzo Natali (2019), para Netflix. En segundo lugar: el campo posee un carácter metafórico sobre la vida, su confusión y cómo todos podemos llegar a perder el rumbo. En tercer lugar, los hallazgos que se producen en su interior nos evocan a H. P. Lovecraft. Por contra, sobre lo mórbido y oscuro de “En la hierba alta”, King ya había tocado temas similares en “N” y, por supuesto, Los chicos del maíz. Padre e hijo han querido hacer un terror con cierta ambigüedad en su final que nos evoca a revistas como Creepy o los trabajos del recientemente fallecido Richard Corben o Bernie Wrightson, pero existe cierta polémica sobre el tema del embarazo y el aborto. En Internet (ese campo de hierba alta donde lo terrorífico ni se oculta), se especula con que sea una alegoría contra el aborto y se sostiene en que King es creyente e incluso su hija trabaja como pastora de una iglesia (olvidándose de la cantidad de crítica que hay hacia los fanáticos religiosos en Carrie, La niebla o El pistolero); sin embargo, creo que King y Hill sólo toman este elemento para volver más terrorífico y truculento a “En la hierba alta. Sobre la escritura junto a su padre, Hill aportó lo siguiente: «Tanto aquí como en “Acelera”, la experiencia de trabajar con mi padre fue la misma. ¿Alguna vez habéis visto los dibujos animados del Correcaminos? Siempre me sentía como el Coyote atado al cohete, y mi padre era el misil».

Por último, el libro concluye con una visión del Apocalipsis que nos hace tararear Will meet again de Vera Lynn, la canción que sonaba en el gloriosamente satírico desenlace de ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú de Stanley Kubrick. “Queda libre” es un cuento con el que Hill participó en la antología Por los aires, sobre el miedo a los aviones que Bev Vincent y Stephen King coordinaron (recordemos el pavor que siente King a los vuelos). En “Queda libre”, nos subimos a un avión que surca el cielo justo cuando comienza la Tercera Guerra Mundial bajo ellos. Desde el punto de vista de diferentes personajes (que representan diferentes estratos de nuestra sociedad), comprendemos cómo cada uno de ellos afronta el posible final. Hill intenta así jugar en la liga de David Mitchell, autor de El atlas de las nubes, a la hora dar voz a diferentes personajes. Además, hace una crítica sobre los gobiernos, la llegada de Trump al poder, la escalada bélica con Corea del Norte… Puede que en unos años quede desfasado, pero como al final importan más las personas que los políticos, me ha parecido uno de los grandes aciertos del argumento. A menudo, discutimos por los partidos políticos con personas con las que puede que en el fondo compartamos algo más importante: la humanidad. A través de pequeños saltos de punto de vista y visiones de cada uno de los personajes, asistimos al Apocalipsis casi como una advertencia de lo que nos podría pasar si continuamos siendo como somos.

“Tuiteando desde el Circo de los Muertos”, versión Dave McKean

En el camino

No solemos detenernos en demasía de los prólogos o los epílogos de este tipo de libros, pero no hacerlo en A tumba abierta sería un error. El prólogo es sumamente enriquecedor, con Joe Hill recordando su infancia como el hijo de Stephen King, su amor por la ficción alimentado por películas como Tiburón o El diablo sobre ruedas (ambas de Spielberg) y cómo fue crecer rodeado de historias contadas por sus padres o en el set de rodaje de Creepshow (donde interpretaba al niño al que castigaban por leer tebeos de terror del comienzo de la película de Romero y King). Además, deja traslucir su temor a firmar sus libros con el apellido King y cómo buscó un seudónimo y refugio en los cómics como principal inspiración para su trabajo.

En segundo lugar, aparte de los agradecimientos, el epílogo es además un extenso comentario en el que nos especifica de dónde proviene cada uno de los cuentos de la colección (e incluso la introducción); en alguna ocasión, se centra sobre todo en qué revistas o libros fueron publicados esos textos, pero en la mayoría suele agregar alguna anécdota o punto de vista muy útil sobre su génesis. Es interesante para los que escriben o los que son únicamente lectores pero tienen curiosidad por ver cómo la ficción se cruza con la realidad y viceversa.

Cuando volvemos nuestra mirada a la carretera, el resultado de A tumba abierta es que estamos ante una colección notable, con premisas interesantes o no o con desarrollos mejores que sus puntos de partida, en la que Joe Hill siempre sabe cómo contar una historia y dar viveza a sus personajes, agradeciéndose algún que otro experimento narrativo (el cuento narrado con tuits o en forma de escalera). El escritor pinta su carrera con sangre y el lector siente que está ante los primeros pasos de uno de los autores a tener en cuenta dentro del género; sus mejores obras están todavía por llegar, en el horizonte.

No caeré en las comparaciones con su padre, porque sería un gesto vacuo, pero sí compararé a Hill con el propio Hill. Pienso que novelas como El traje del muerto o NOS4A2, que tienen más tiempo para desarrollarse y centrarse en sus personajes, son mejores que sus colecciones de historias cortas Fantasmas, Tiempo Extraño o A tumba abierta. Eso no quiere decir que los relatos sean aborrecibles (es más, hay algunos muy buenos); sin embargo los tiempos y la necesidad de avance hace que algunas no sean tan potentes como el viejo rockero que compraba un fantasma por Internet o el enfrentamiento entre Vic y el malvado y viejo Manx de las dos novelas citadas.

Para cerrar, tanto la portada como la maquetación de la edición de Nocturna son estupendas y la traducción de Pilar Ramírez Tello y Manuel de los Reyes ha logrado que el título en inglés tenga sentido en español y que todo el libro contenga el espíritu de Hill. Loable el trabajo de la editorial trayendo el trabajo del autor a nuestro país.

En definitiva, A tumba abierta da la impresión de ser un compendio que evoca a Joe Hill bajándose de la moto y subiéndose a un escenario donde hará versiones de las canciones de sus autores favoritos. En medio de tanto homenaje, destacan sus improvisaciones e incluso sus propios temas. Y mientras lo escuchamos (o lo leemos), nos transporta a un siniestro viaje, a toda velocidad, a tumba abierta.

«La sangre está bien, pero las lágrimas son mejores»

NOTAS:

1

 «So if I got hit by a taxi cab, like Margaret Mitchell, what wouldn’t be done, what would be done. Joyland wouldn’t be done but Joe could finish it, in a breeze. His style is almost indistinguishable from mine. His ideas are better than mine. Being around Joe is like being next to a catherine wheel throwing off sparks, all these ideas». https://journal.neilgaiman.com/2012/04/popular-writers-stephen-king-interview.html