Xélucha y otros relatos de terror, locura y muerte recopila un puñado de historias del pintoresco Matthew Phipps Shiel que pueden ser divididas en dos grupos: uno, decadentista, y otro, gótico-clásico. Ambos merecen la pena, derrochan calidad y autenticidad, y su peculiaridad sorprende.
Hijo de padres mulatos, Matthew Phipps Shiel (1865 – 1947) nació en Montserrat, una isla de las Pequeñas Antillas. Viviría más tarde en Londres y en París, donde se casaría con una española. Llegaría a ser un autor reconocido, mucho más que en nuestros días. De hecho, su trabajo sería celebrado por su amigo y admirador Arthur Machen. Con todo, la segunda mitad de su vida se vería marcada por la condena: enjuiciado por pederastia y declarado culpable, tras abusar sexualmente de su hijastra de 12 años. Desde este suceso, entraría en una cuesta bajo que, junto a otras concausas, le llevaría a morir en soledad y pobreza a los 81 años. Un destino, por otra parte, merecido, dada la suave punición —algo más de un año de trabajos forzados— con la que fue castigado por tan repugnantes actos. En Shiel, además, se encuentra el inicio de la leyenda del Reino de Redonda. La fantasía comenzaría con un poco de seriedad, al ser coronado rey de esta remota isla como Felipe I por un obispo y su padre, después de que este último comprase el territorio y recibiese el beneplácito de la reina Victoria. Con el paso del tiempo y al perder el islote su interés económico, su gobierno se iría mitificando de la mano del poeta John Gawsworth, en un principio, hasta llegar a nuestros días, con Javier Marías, quien cree tener el privilegio de otorgar títulos nobiliarios de la isla por su supuesto derecho al trono.
En sus comienzos, Shiel mostraba de manera tajante su opinión sobre la figura de los escritores, de quienes decía que debían ser hombres de letras más que vendedores de palabras. Afirmación a la que se mostraría fiel, como puede evidenciarse en la lectura de las historias que recoge Xélucha y otros relatos de terror, locura y muerte (Valdemar, 2020), sólo en una parte de su obra. Probablemente comprendería que crear un estilo personal —o en todo caso distintivo—, no podría atraer al mismo público que unas historias más cercanas al lector, aunque increíblemente bien ejecutadas. De todas formas, los cuentos de la colección que son más genéricos contienen un poco de áquellos más auténticos, y empalagosos, también recogidos en el libro, por lo que tienen brillo propio y seguramente están mejor ejecutados, pese a no contar con una narración tan singular. En la escritura del autor se advierte una gran influencia del decadentismo francés del fin de siècle, mientras que en la temática es clara su devoción hacia Edgar Allan Poe, observada en su novela más conocida, La nube púrpura (1901), peculiar reinterpretación de La narración de Arthur Gordon Pym, y en algunos de los cuentos de la antología aquí reseñada, versiones con un color único de La caída de la casa Usher.
“Xélucha” es el relato que abre el libro, tras un excelente prólogo del traductor. Su lectura quizás nos confunda por el apabullante número de referencias clásicas, mitológicas y filosóficas, así como de expresiones en francés y latín, que aparecen a lo largo de toda la historia y que pueden llegar a despistar sobre la trama real al crear un ambiente excesivamente recargado. Sin embargo, de alguna forma, dada la ambivalencia del lenguaje, ayudan a crear la incesante sensación de desasosiego que parece que el autor pretendía con su escritura. En este relato encontramos por primera vez a la mujer perversa y espectral presente en casi todos los cuentos. Son también destacables las referencias a Oriente, con ese halo romántico, y los excesos, reminiscentes de una bacanal, que llevarán al joven protagonista a un final todavía más desconcertante y macabro, si cabe.
“Vaila”, versión original de “The House of Sounds”, es la historia que más recuerda a Poe, por sus desmoronamientos, aunque esta temática también estará presente en dos relatos más. Pero nuevamente el estilo es mucho más exagerado que el del estadounidense. La ubicación se muestra tan recóndita que parece que tenga lugar en un escenario fantástico, pues Vaila es el nombre de la isla donde se encuentra la residencia familiar del compañero del protagonista, a quien va a visitar. Se halla en medio del sistema de rosts (remolinos) y corrientes, en un paisaje marino y pesquero, escandinavo, subártico; es decir: frío y húmedo. Hasta llegar allí, realiza un largo recorrido, en el que entra en contacto con lugareños de la zona. El ambiente, una vez en la mansión, se tornará profundamente incómodo, con la presencia de mujeres sombrías, silenciosas e imponentes, que transmiten una tristeza pavorosa. La narración es mucho más comprensible que la del anterior, a pesar de los párrafos largos y la presencia, menor, de referencias literarias. La casa, como ya ocurría en Poe, es una protagonista más, lo que llevará, una vez se percaten de ello, a una huida desesperada marcada por una tensión in crescendo.
“Tulsah” comparte similitudes con “Xélucha” por la relevancia del personaje femenino en la creación de la locura, al encarnar la muerte y la pasión, la belleza y lo marchito. Tulsah es un amor perdido, cuyo recuerdo atormenta al protagonista, quien se reconoce a sí mismo como el marajá. En el transcurso de la historia, vagabundea por lugares reales e imaginarios, ambos con un toque exótico, oriental, lejano. En esta ocasión, los términos que abundan son los budistas. Desde el principio, podemos deducir la conclusión trágica e inevitable. La historia, además, nos deja frases hermosas que prueban el talento del autor: «Pero vivieron… durante tanto tiempo y tan seguros que parecía como si los cielos hubieran olvidado el sacrilegio».
“Phorfor” es el relato más extenso del libro, quizá demasiado largo para lo que se propone. El protagonista de la historia viaja para visitar a sus primos Sergius y Areta, con quienes jugaba de pequeño. Al llegar allí, es recibido con la triste noticia del fallecimiento de Sergius. La muerte, de nuevo, se personifica en numerosos elementos, como en la maligna figura del viejo Theodore, el mayordomo de Phorfor. El derrumbamiento de la vivienda aparece esta vez con un enfoque diferente. Responde a los cánones clásicos de la literatura gótica, con desamores y secretos ocultos. En cuanto al estilo de este texto, el autor prefiere mostrar lo leído que es mediante doctas referencias de la filosofía alemana, pero sin abandonar el latín. Probablemente una de las cosas más interesantes que se puedan extraer de su lectura sea la siguiente reflexión: «Los objetos de nuestra aprensión van y vienen, se funden y solidifican ante nosotros en un flujo continuo, y a veces buscamos explicaciones en las actividades de otras mentes, cuando quizá somos nosotros quienes cambiamos con las variaciones de nuestros amores, odios, pasiones y voluntades».
Los relatos hasta ahora comentados corresponderían con ese intento de crear una narrativa con su insignia. Son más barrocos e inaccesibles, contienen imágenes muy interesantes y el resultado, aunque tal vez no complaciente, no deja en absoluto indiferente y consigue transmitir la sensación de leer algo único. Los siguientes son mucho menos cortos, y por ello mejor ejecutados, pero más convencionales. “La mujer de Huguenin” se ambienta en Grecia, con constantes reminiscencias de su época clásica, mucho más comprensibles. Se repite otra vez la estructura de “Vaila”, con el viaje a un lugar remoto para visitar a un amigo. Sin embargo, no resulta repetitivo. El compañero en cuestión se ha adueñado de la isla de Delos, y está necesitado de compañía humana tras el supuesto fallecimiento de su mujer. La figura femenina es vinculada con la muerte pasional, algo que ya ocurría en los anteriores, y con el misterio y la sabiduría, al presentarla de forma indirecta como una artista, a través de sus propias pinturas.
“La novia”, “La historia de Henry y Rowena” y “El simio pálido” son narraciones más clásicas, cuyo tema central es el amor. Su lectura es fácil de seguir. Corazones partidos, entregas pasionales (y muy sangrientas), enamoramientos que no llegan a consumarse, enfermizos y mortales, etc. Igualmente, es muy interesante que el autor recurra en ellos a animales salvajes para ocasionar un mayor terror en el lector y dotar de cierto exotismo a pasajes más mundanos. Este recurso también se observa en el relato “El gran rey”, cuyo protagonista es Nabucodonosor, en el que la hechicería juega con la resurrección y la desmesura es castigada con la locura.
Otro tema es el de la venganza, como en “La campana de St. Sépulcre”, cuento ambientado en la Francia rural. Una leyenda de fantasmas, con elementos sobrenaturales, encarnados en una mujer, cuyos actos malvados se justifican por el amor hacia su hijo. Un trágico destino anunciado por el tañido de la campana que da nombre al relato. Tras ésta, llegamos a “El lugar del dolor”, la historia más pobre de la antología. Las misteriosas cataratas de Harper ocultan un secreto que un pastor cristiano negro cree conocer. Mientras agoniza, ofrece revelarlo a cambio de un precio, pero no quedará claro a qué se refiere… A pesar de ello, contiene elementos originales que harán entretenida su lectura. Finalmente, el libro se cierra con el sobresaliente cuento “El primado de la rosa”. Una historia de sociedades secretas, en la que un miembro de una de ellas invita al protagonista a cenar, dando pie a una relación amorosa, que acabará siendo inadecuada. Un misterioso apartamento de esta sociedad sirve como foco de atracción para el protagonista al despertar en él, y en nosotros, un gran interés.
Xélucha y otros relatos de terror, locura y muerte es una buena ocasión para conocer un tipo de escritura más olvidada del autor. Las historias del principio del libro pueden resultar complicadas de leer, poco inteligibles. No obstante, si uno consigue entrar en ellas, encontrará un mundo que recordará al de otros escritores, pero con unas singularidades que harán imposible negar su capacidad como escritor, nos convenzan más o menos. Tienen un tono rara vez visto. Son las evidencias de un autor que quería destacar, pero la incomprensión del público le hizo optar por vías más accesibles, en las cuales su aptitud le impidió limitarse al mero plagio, logrando crear unas historias mordaces, llenas de fuerza y genialidad, que deben ser leídas.
Excelente artículo. Conozco la obra de Shiel desde hace años y coincido con tus apreciaciones aunque mi admiración por él nubla muchas veces mi espíritu crítico. Cosa que me asusta un poco, dadas su parafilia y propensión a la oscuridad. Lindísimo también tu breve autorretrato, aunque no entiendo cómo cuajan tus preferencias literarias (dignas de un ‘bon vivant’, de un príncipe Zaleski) con el «black metal».
Un placer leerte.