Como viaja el agua nos introduce a un Juan Díaz Canales en la doble faceta de dibujante y guionista. El padre literario de Blacksad se interna en el Madrid actual para remontarse al Madrid del pasado, el de escenario de un frente descarnado (el de la Guerra Civil). A través de los ojos de un octogenario combatiente antifranquista, se sucede una historia poco ambiciosa, que trata sobre la vejez y el paso del tiempo. Un thriller digno y ameno, contado con la sencillez y el compromiso que encierran un intenso trasfondo.

Juan Díaz Canales (Madrid, 1972), después de la exitosa saga Blacksad y antes de tomar el relevo para expandir la vida de Corto Maltés (lleva ya tres historias, junto con el dibujante Rubén Pellejero, desde 2015), publicó Como viaja el agua (Astiberri, 2016), un cómic con el que se atrevió a abandonar las bambalinas del guión para salir a escena como dibujante.

Este breve pero intenso relato no rompe con estilo al que nos tiene acostumbrados Canales: sencillez y costumbrismo que encierra un intenso trasfondo. Un ritmo ligero pero contenido, con mucha vivacidad, que deja entrever en pequeños detalles la profundidad: una palabra, un trazo, una localización. Fragmentos narrativos que el lector disfruta uniendo en su cabeza. Como viaja el agua es la demostración de que no hace falta sesuda pedantería para hacer un producto entretenido, estimulante y con un fondo. Obras como las de Canales nos recuerdan que no hacen falta grandes epopeyas ni traumas infantiles para dotar de tridimensionalidad a una historia. De igual modo, el dibujo sencillo que recuerda a los cómics surgidos en la posguerra, en los que bastaba una leve caracterización para que la psicología del personaje saliera a la luz. Si olvidamos ciertas decisiones quizás forzadas en su inicio, el cómic se despliega y avanza como lo hace la vida, y como tal se vive su final.

Muestra del estilo y del tono de Como viaja el agua, en el que se recoge la desesperanza de Niceto, el protagonista

Canales nos muestra a Niceto, un antiguo militante antifranquista de 83 años, que ve cómo sus otrora días gloriosos son sepultados bajo palabras de consuelo y complacencia. Casi podemos respirar con él el fracaso de sociedad que su generación logró arañar en un mal trueque. La vida sigue abriéndose paso y él, en un interesante juego en el que se confunden la demencia con la lucidez, empieza a sentir aquello que Jean Améry decía tan triste como poéticamente: el anciano tiene cada vez más tiempo en sí, la experiencia cruda de una vida, y cada vez menos tiempo para dar rienda suelta a las lecciones de la Historia. Ante él, la extrañeza del mundo se convierte en rabia, en violencia y en una lucha contra la resignación, que empapan y enriquecen este fantástico thriller en viñetas. En el mundo de la conciliación, del conformismo, donde los bandoleros y maquis están mal vistos, no tiene ya cabida los héroes.

Aunque Canales no se posiciona particularmente en una crítica política abierta (ni falta que hace) la historia de este anciano va más allá de un desajuste generacional o incluso de una deuda con los progenitores. El Madrid que se ve en las viñetas sugiere una metáfora sugerente de qué significado puede tener esa caída de los héroes. Sin firmar una carta de intenciones vemos al restaurador Alfonso XII vigilando siniestro desde las altas alturas del Retiro donde mueren los que lucharon contra sus descendientes. Vemos también a la resistencia reunida en el mítico restaurante Casa Ciriaco; incluso intuimos las formas conocidas del Templo de Debod o el acogedor bullicio de la Plaza del Cascorro. Los canales y alcantarillas de Madrid arrastran el agua de igual modo que en la calle pasa el tiempo. Canales, a través de un genuino uso del callejero madrileño, nos envuelve en su riqueza sin perturbar la acción de los personajes, ajenos a las fuerzas que los atraviesa. Quizás en ello reside, paradójicamente, sus puntos flojos: a veces la falta de pretenciosidad se traduce en poca ambición. Si evitamos la sobreinterpretación y la poética, a la que sin duda se presta, quizás el mensaje no pasaría por una moraleja sobre el paso del tiempo y la vejez. Para un lector que no se detenga a disfrutar de esas atmósferas, la historia puede quedar como algo ameno y sencillo, que funciona, pero poco más. Si las referencias pueden o no defenderse por sí solas no es una cuestión de vital importancia (sobre todo si tenemos en cuenta los cientos de casos literarios en que uno debe tener conocimientos previos para entender la obra), aunque no es menos cierto que incidir sin un hilo conductor que dote de valor estas decisiones es, en ocasiones, ponerse la zancadilla a uno mismo.

El Templo de Debod como fondo y metáfora de la desolación

En lo que respecta a este comentarista, no puedo quitarme la agridulce sensación de que Díaz Canales tenía entre las manos algo muy bueno que no ha explotado hasta el final. Hasta qué punto sea voluntario o no, lo cierto es que parece que ha decido quedarse con la mena que extraer el oro. Aun con todo, Como viaja el agua es una muy correcta historia negra, con un cierto humor trágico, que hace de la historia algo más que lo que muestra. Es ese un equilibro y un toque que agradecer a Canales, que no por nada se ha coronado como uno de los más prolijos guionistas de historietas.