Ángeles rotos, segunda novela de la trilogía protagonizada por Takeshi Novacs, se separa tanto de la anterior Carbono modificado como para suponer un reinicio en toda regla. Richard Morgan toma varias decisiones narrativas que apuntalan esta impresión: un ritmo muy lento que impide definir personajes y situaciones, o la sobresaturación de tramas secundarias que, en ocasiones, conducen a callejones sin salida. No obstante, por momentos se vislumbran destellos del detective que fascinó en la novela previa.

Las novelas exitosas de protagonista carismático son, a la vez, una bendición y un maldición. Benditas porque sitúan tu nombre en el estrellato, en lo más alto de las cumbres literarias, una referencia a la que admirar e imitar. Malditas porque, al situarte tan alto, al elevarte por encima de tantísimos, tus demás obras deberán ser capaces de mantenerte en esa cota. En este dilema se han encontrado -y encontrarán- no pocas plumas, que han oscilado entre el abandono repentino y el ocultamiento o la productividad exacerbada para evitar el anquilosamiento.

Richard Morgan halló en Takeshi Kovacs a ese protagonista y en Carbono modificado (originalmente publicada en 2002; edición en castellano por Gigamesh en 2016) a esa novela, aunque ayudara a su impulso la fantástica serie de Netflix estrenada en 2018 y protagonizada por Joel Kinnaman. De hecho, en España, la novela se editó en 2005 por Minotauro y permaneció más de una década en el olvido, y sin mucho éxito, hasta que Gigamesh se hizo con ella y la reimpulsó aprovechando sagazmente el éxito de la serie. Un éxito que replicó también el año pasado, casi coincidiendo con el estreno de la segunda temporada de la serie televisiva, al publicar la segunda parte de la trilogía protagonizada por Takeshi Kovacs: Ángeles rotos (original de 2003).

Parece que la suerte va a seguir una trayectoria igualmente paralela en estos dos casos: si esta segunda temporada -protagonizada por Anthony Mackie- ha pasado más que desapercibida, con cancelación de su tercera y última temporada incluida, el cierre de la trilogía literaria no parece que vaya a conocer fecha inminente de publicación en España. Tendremos que esperar a leer el final, si bien confiamos en poder hacerlo en español algún día.

La razón de esta doble calamidad es que el público esperaba una nueva novela del Kovacs detective y, por el contrario, se han encontrado con algo totalmente distinto. A tal punto es ésta diferente de la anterior novela que podemos hablar, sin miedo a equivocarnos, de un reinicio en toda regla. Una desconexión entre el pasado y el presente, con una base común, eso sí, pero con un desarrollo de personaje tan distinto del ya conocido que convierte a este Kovacs en, prácticamente, un total desconocido. Kovacs parece otro personaje, debido, en buena medida, a las decisiones narrativas tomadas aquí por Morgan.

La primera decisión nefasta es la del ritmo narrativo, extraordinariamente lento, con un motor de la trama que tarda decenas de páginas en presentarse de forma clara y unos personajes, tanto el principal como los secundarios, que se desarrollan a fuego lento y que no llegan a definirse con precisión hasta bien pasadas las primeras doscientas páginas. Si a esto le sumamos el “ansia lectora” que busca reconocer a este “nuevo” protagonista lo antes posible, es más que lógica la decepción al ver que ninguna de las certezas esperadas llega ni rápidamente ni de forma determinante.

Y aquí viene el segundo problema: la trama gira alrededor de demasiados temas; tantos, que a veces se pierde entre el que es el hilo temático general y los secundarios derivados. Una indefinición que hace que nosotros también nos perdamos, no pocas veces, entre la organización empresarial de los planetas, su relación mutua belicosa y peligrosa, el sentido de la revuelta protagonizada por Joshua Kemp que Kovacs tiene que combatir, o la extraña misión secundaria de tintes arqueológicos que lo hará moverse permanentemente entre una y otra trama en un movimiento pendular e irregular (para el disfrute de su lectura). Por eso va a ser necesario que contemos nosotros, para aclarar las cosas, algo sobre la trama (sin spoilers).

Kovacs está varios lustros más allá en el tiempo de la última vez que nos lo encontramos y, por eso, la novela da por supuesto muchas de las referencias contextuales generales de este universo narrativo. Además, evita aludir a lo sucedido en la entrega anterior. Ambas decisiones son lo suficientemente contradictorias como para hacer difícil -aunque lo hagamos- recomendar esta entrega como parte independiente. Por un lado demuestra una clara separación de su predecesora; por otro, la falta de anclajes contextuales restan comprensión al marco general. La falta de indefinición en los detalles impide que conozcamos el conjunto.

Mercenary War. Ilustración de M1 Krzomi

En este nuevo tiempo, Kovacs está enrolado dentro de un grupo de mercenarios llamado Cuño de Carrera que combate al antedicho líder rebelde Joshua Kemp, enfrentado a su vez a las autoridades de Sanción IV, un planeta perteneciente al Protectorado (una autoridad universal cuya idea está próxima a una federación de planetas o a nuestra mismísima ONU). En esta trama, el reflejo de una guerra interplanetaria privatizada, donde los mercenarios y los ejércitos privados hacen de la búsqueda de beneficio un motivo para la lucha y sustituyen a la autoridad universal en el campo de batalla, difumina tanto los motivos de esa lucha como los sufrimientos (no pocos, precisamente) de aquellos que luchan por un puñado de dinero. A su vez, una segunda misión paralela motiva a Kovacs lo suficiente como para aceptar un nuevo y simultáneo reto. Así sucede cuando le hacen saber de la existencia de unos restos arqueológicos de un presunto valor incalculable y que, por su origen, podrían ser decisivos en los equilibrios de fuerzas políticas. Esta mezcla de elementos económicos y morales conectan perfectamente con el Kovacs que conocíamos, pero se diluye rápidamente debido a la insistencia en derivar esta apasionante línea narrativa hacia una tercera -y más etérea- línea argumental: la de una misteriosa civilización alienígena técnicamente superior a la humanidad.

Esta civilización es un falso motor narrativo pues, aunque posiblemente adquiera un importante papel futuro (en la tercera entrega), en esta novela no es más que un hilo narrativo con todos sus extremos cortados, en cuanto no se pueden confirmar o refutar todavía ningunas de las hipótesis realizadas sobre ella. Invertiremos por tanto un notable esfuerzo en seguir un camino que, de momento, y en este libro, no nos conduce a parte alguna, con la subsiguiente frustración adicional.

A pesar de que el ritmo exasperantemente lento y la trama confusa vuelven la lectura farragosa y difícilmente accesible, la novela brilla a la hora de expandir la personalidad de los personajes bien sea por los diálogos chispeantes y repletos de humor -con ciertas pizcas de ironía y mala leche perfectamente encajadas- bien por los detalles concretos asociados a su personalidad o a la atmósfera del contexto bélico propio de esta entrega. Las armas, su uso y su funcionamiento; las emociones y las pasiones que mueven las relaciones entre los distintos personajes; los intereses egoístas y cínicos que determinan a los ejércitos empresariales o a los mercenarios sin ética ni valores; las particularidades de esa civilización extraña que nos resulta, al final, muchos menos misteriosa de lo que era al comienzo… están aquí cuidados y perfectamente encajados.

De forma que, al final, Ángeles rotos destaca como una novela no independiente del universo Kovacs que exige tanto la lectura previa de Carbono modificado, imprescindible para empaparnos convenientemente de este universo creativo tan excepcionalmente original y retador, como el distanciarnos todo lo que podamos de aquel Kovacs para poder disfrutar notablemente más de éste nuevo personaje, totalmente entregado a su faceta militar pero igualmente sólido en sus valores éticos de integridad y compañerismo. De hacerlo de otra forma, tendremos acceso igualmente a la mayor parte de las claves narrativas de la novela, pero nos veremos expuestos con mayor fuerza y contundencia a los problemas que su descontextualización y reinicio irregularmente desarrollado nos obliga a enfrentar. Toca decidirse. Yo me voy ahora mismo a releer mi ejemplar de Carbono modificado.