Leer La chica de al lado de Jack Ketchum supone someterse a una experiencia extrema. Su lectura resulta dolorosa por cómo nos sumerge en la reflexión sobre el origen del mal. Basada en un terrible asesinato real cometido en 1965, trata sobre la deshumanización, la desolación, el abuso de poder, la perversión y la pasividad de una sociedad que no cree en los niños. Advertimos al lector que es, además, una novela muy explícita, aunque no busca recrearse en la violencia.
«¿Crees que sabes qué es el horror?». Con esta pregunta empieza La chica de al lado (La biblioteca de Carfax, 2020), una de las novelas más polémicas de Jack Ketchum. En ella, su protagonista, David, nos relata una historia de horror que le ocurrió durante su infancia. Una historia real, una que no ha vuelto a contar hasta que siente que debe confesarse. Ha vuelto a su cabeza ahora, cuando está a punto de casarse con una mujer que tendría la edad que tendría Meg de no haber muerto en el sótano de la señora Ruth, de no haber muerto al lado de David, de no haber muerto junto a la infancia del protagonista. David lleva mucho tiempo enterrando su pasado, ocultando que no fue sólo una víctima, sino también un verdugo.
Es complicado hablar sobre La chica de al lado, porque, como siempre, la realidad supera a la ficción. La novela está basada parcialmente en hechos reales, en el caso de Sylvia Likens, una chica de dieciséis años que fue torturada y asesinada por la familia de Gertrude Baniszewski, quien la había acogido poco antes. La madre y sus hijos comenzaron a ejercer violencia contra ella, pero pronto otros niños del vecindario se sumaron a aquel acto terrible, a aquel juego que mantuvieron como secreto hasta que, al final, saltó a los periódicos y conmocionó a los Estados Unidos de 1965.
Mientras que Stephen King suele recurrir a un mal externo al que hay que enfrentarse y Clive Barker nos habla de un mal interno o externo que debemos aceptar, Jack Ketchum escribe hasta desangrarse sobre el mal que está a nuestro alrededor, el del día a día, el que realiza acciones atroces que no nos podemos creer, pero no por ello, dejan de ser ciertas. Actos crueles que ocupan una columna de periódico, abren un informativo o se convierten en un tema más que olvidar, que ignorar, para que nosotros podamos seguir viviendo, porque nadie podría vivir en paz si fuera consciente de los auténticos horrores que hay a nuestro alrededor. La idea de escribir sobre un crimen real no era la primera vez que rondaba la mente del escritor. Tal y como señala Ketchum en el epílogo de su libro:
«Encontré a una [asesina real] en el libro de Jay Robert Nash Bloodletters and Badmen. Su crimen fue inusual y completamente repulsivo. Durante meses, con la ayuda de sus hijos e hijas, y al final, de los chavales del vecindario, torturó hasta la muerte, delante de su hermana pequeña, a una chica de dieciséis años, la cual se alojaba en su casa. Aparentemente lo hizo para «enseñarle una lección» sobre lo que significaba ser una mujer en el mundo».
La chica de al lado no es una obra sencilla ni es para todo el público, ni siquiera para todo el público al que le guste el género del terror o las novelas sobre crímenes. Me genera un debate interno sobre hasta qué punto llega la obra. Uno se pregunta qué frontera quiere pasar o qué necesidad tendría el lector de hundirse en una obra así y más cuando existe el subtexto de que es una obra basada en hechos reales, aunque ficcionalizados. No hablamos de un cuento como Terror de Clive Barker, que nos llevaba al límite. Hablamos de una historia que nos lleva al filo del límite y nos empuja, y nos recuerda que es real. El propio King dijo sobre la novela: «La chica de al lado es una novela que está viva. No sólo promete terror, sino que lo entrega de verdad».
Pero ¿qué podemos decir nosotros de La chica de al lado? ¿Es un mal libro? No, no lo es, está bien escrito, Ketchum demuestra su talento como autor y no deja indiferente a nadie. ¿Es un libro fácilmente recomendable? No, no lo es. Sólo la recomendaría a personas que conozca mucho y siempre y cuando estén pasando un momento oportuno o simplemente puedan llegar a superar esta obra sin resultar dañados, aunque es casi imposible.
Leer la novela es someterse a una experiencia extrema, que nos lleva a los pantanos de la desesperanza. Su lectura resulta dolorosa por cómo nos sumerge en la reflexión sobre el origen del mal. Pese a que los capítulos son, a menudo, muy cortos (algunos son sólo de un par de líneas), avanzar por la trama resulta fatigoso y el lector necesita respirar de vez en cuando antes de volver a sumergirse en su negrura. La chica de al lado no habla sólo sobre un crimen, habla sobre qué lleva a las personas a cometerlo y qué supone para un niño (tanto la víctima como el agresor). Cuando el lector logra concluir su lectura, la sensación de perturbación permanece, porque el libro centra su foco en lo más oscuro de nosotros mismos y nuestra sociedad y, una vez nos recuerdan que existe, ya no podemos cerrar los ojos sin más.
La experiencia consume al lector, le hace partícipe del mal y le hace sufrir en cada momento con lo que lee. A menudo, leo críticas que dicen que es un libro horrible y muchos lectores podrían pensar que estamos ante un libro escrito de una forma pésima. No lo creo. Ketchum es un buen escritor, pero la historia es terrorífica. No se regodea en las torturas, pero sí que las describe concienzudamente y genera debate sobre hasta qué punto es lícito. Solo hay un momento de la tortura donde el protagonista decide callar y no contar lo que sucede, aunque ya es tarde, ya la imagen está en nuestra mente y, como siempre, el terror imaginado resulta más escalofriante que el visto. Durante páginas y páginas, leemos sobre los malos tratos con los que Ruth, sus hijos y amigos someten a Meg y su hermana. Durante páginas y páginas, somos conscientes del terror que hay a nuestro alrededor. El propio escritor era consciente de que los lectores podían abandonar su obra:
«[Cerrar el libro para siempre] Esto no me inquieta demasiado (dijo él, mientras le daba un largo trago a su taza de arrogancia). Si el libro posee una ambigüedad moral, una tensión moral, es porque se supone que tiene que ser así. Ese es el problema que este chaval tiene que resolver a lo largo de la trama; el problema con su visión de las cosas»
La perspectiva de la niñez es uno de los temas más fascinantes de la obra. La candidez y la inocencia de los niños es sometida a un estudio sobre lo que de verdad implica. Sin llegar a tender a la fábula de obras como “El juego de los niños” de Juan José Plans, Los chicos del maíz de Stephen King o El pueblo de los malditos de Wolf Rilla, nos centra en los horres y atrocidades que pueden causar los niños en la realidad.
Cualquiera que trabaje con niños, o tenga niños cerca, sabe que son capaces de las mayores crueldades; a menudo, por una influencia externa o cercana a su círculo social, pero también pueden llegar a acosar, torturar o matar por un falso espejismo de ignorancia basado en la supuesta invulnerabilidad y en una ignorancia alimentada por la curiosidad del y qué pasará después. Lo observamos cuando David comenta lo siguiente:
«Era como si dentro de mí hubiera algo claramente primitivo que me atravesaba, se liberaba y se convertía en mí, algún salvaje y oscuro vendaval que yo mismo había creado en aquel bello y soleado día. Y me pregunto: ¿A quién odiaba? ¿A quién y a qué temía? En el sótano, con Ruth, comencé a aprender que la ira, el odio, el miedo y la soledad son un botón que espera el tacto de un solo dedo para desbocarse hacia la destrucción. Y aprendí que esos sentimientos pueden tener el sabor de la victoria»
Pensar que todos los niños son cúmulos de candidez y bondad es no pensar demasiado o engañarse a uno mismo, como vemos en esta obra que presenta una crítica hacia la deshumanización (Ruth puede maltratar a Meg de un modo terrible y luego, viendo una revista, decir que la cría es más guapa que una de las famosas de turno) y también hacia esa idea que lleva imperando décadas y cada vez es más fuerte, que busca que los niños crezcan cuanto antes, sin tener una infancia que podríamos señalar como normal o dentro del estándar
Otro debate que se repite sobre La chica de al lado es ¿hasta qué punto es lícito hablar de un crimen real y hasta qué punto es lícito describir una tortura? Toda la primera parte de la obra busca que el espectador empatice con Meg y su hermana, dos niñas que acaban de perder a sus padres, y que se muestran como dos jóvenes llenas de vida, pese al dolor. Los amigos de David se presentan como críos marginales, que aprovechan el verano haciendo chorradas, buscando revistas para adultos, tomando sus primeras cervezas o robando cigarrillos, para luego participar en lo que denominan el Juego, como si fueran una especie de versión siniestra de aquellos críos sobre los que Stephen King escribió en “El cuerpo” (más tarde convertida en la gran pantalla en Stand by me). El lector puede llegar a imaginarse el horror que se desencadenará, el que promete el protagonista cuando empieza a hacer memoria, y eso sólo resulta más desasosegante. Pese a que la obra enganche, los detalles de las escenas más macabras hace que necesitemos reposar el libro, reflexionar y recuperarnos antes de retomar su lectura.
Argumentalmente, resulta agónico lo que le sucede a Meg, pero también al protagonista, David: pasa de estar enamorado de la joven a no considerarla ni siquiera un ser humano, lo que propicia la tortura. Pese a la distancia temporal desde lo sucedido con Meg y el protagonista que lo relata, la primera persona sigue resultando siniestra. Podemos llegar a ver a David como el crío que es, pero también como parte de esta maquinaria del odio. Él también disfruta cuando deshumaniza al más débil y, entonces, ve posible hacerle cualquier cosa. Él, que empieza amando a Meg, llega a odiarla cuando ella busca la ayuda de adultos. David detesta ser un niño y sabe que los niños son menos que nada en esta sociedad. Y, aunque parezca que se atisbe algún rayo de esperanza, finalmente todo es mentira y todo lo que ocurre a continuación es todavía más terrible que lo que se deja atrás, como ocurre en la vida misma.
Sobre los datos reales, Jack Ketchum cambia los nombres de varios de los personajes, pero más allá de eso, sigue siendo una obra que se interna en actos de malicia que hacen que el lector se someta a un estado donde cada nueva frase es como un golpe, cada nueva línea como un clavo en su ataúd. Cada nueva vejación, cada nueva tortura, es terrible y peor es pensar que en la realidad fue todavía más atroz. Y pese que el final diverge de la realidad, porque Ketchum elige que uno de los causantes del mal lo sufra en sus propias carnes (no como ocurrió en la realidad), continúa siendo una obra bastante oscura y descorazonadora. Ketchum era consciente de ello:
«No había trabajado en un tema tan siniestro desde Al acecho, mi primer libro. Y Al acecho trataba sobre caníbales en la costa de Maine, por el amor de Dios. Nadie iba a tomarse aquello demasiado en serio, no importaba lo nauseabundo que hiciera el asunto. Sin embargo, esto era sobre abuso infantil. Un abuso tan extremo que mientras lo escribía tomé la decisión final de suavizar ciertas cosas que sucedieron y obviar otras por completo. Todavía es bastante extremo. No había manera de evitarlo, al menos no una que yo pudiera ver. De hecho, el problema era conseguir que siguiera siendo extremo sin faltar al respeto, en el proceso, a todos esos niños reales y vivos que sufren abuso a diario
La chica de al lado también habla sobre la perversión y la pasividad de una sociedad que no cree en los niños, los más vulnerables. Si en It de Stephen King, era la existencia de Pennywise la que hacía que los adultos obviasen el terror de los niños (una de las metáforas más conseguidas del autor de Maine), aquí Ketchum no necesita de juegos para expresarnos la triste realidad: lo vulnerables que son los niños en este mundo. Como bien dice David en cierto momento de la novela: «Desde entonces me he preguntado: «¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo fui corrompido?», y sigo volviendo a este momento en concreto, a estos pensamientos». Siendo conscientes de las acciones que realiza o deja de realizar David, por mucho que se considere sólo un testigo o Meg le diga que sólo cuenta lo que se hace al final, me parece una obra tremendamente pesimista sobre la condición humana. Aquel que se redime en esta obra, no consigue ni siquiera salvarse a sí mismo, porque la violencia es una droga.
La chica de al lado trata además sobre cómo la realización de la violencia es también parte de la búsqueda del poder. Los niños de la historia intentan comportarse como adultos, al principio tomando cervezas o fumando, luego mediante actos violentos con animales y, después, mediante la tortura de una persona. En una sociedad donde son anulados y reducidos a estorbos, los niños quieren ser adultos para poder ejercer también esa violencia sistemática, como bien vemos cuando David dice: «No se me ocurrió considerar que aquel era sólo un poder que Ruth me otorgaba y, quizá, solo de manera temporal. Pero en aquel momento era bastante real».
Por otra parte, otro tema de debate es la degeneración que sufre el protagonista, pero también los otros niños que participan en la tortura y la propia Ruth. Podemos ver en esta historia un microcosmos extrapolable a nuestra sociedad y cómo muchos prefieren mirar a otro lado, poner un gesto de sorpresa o una sonrisa nerviosa y decir: «pero ¿cómo ha podido cometer ese crimen? ¡Pero si siempre me saludaba!». Al final, todos somos como David y nadie, absolutamente nadie, puede escapar de su pasado, como demuestra ese meditabundo David adulto, que ve en su prometida a la joven a la que ayudó a torturar e intentó salvar. Él mismo recuerda así una de las agresiones:
«Después de aquel día, yo era como un adicto y mi droga era el querer saber. El querer saber lo que era posible. El conocer cuán lejos podía llegar aquello. Hasta dónde ellos se atreverían a llegar. Siempre eran ellos. Yo permanecía fuera, o sentía que lo hacía. Tanto para Meg y Susan por un lado, como para los Chandler por el otro. No participaba en nada directamente. Observaba. Nunca tocaba. Y eso era todo. Mientras mantuviera esa postura podía imaginarme que era, si no inocente del todo, tampoco culpable»
Parte del interés de la novela radica en que no es una representación maniquea de la realidad. El personaje de Ruth se muestra como una mujer que, al principio, resulta simpática, para luego descubrir a una persona que sólo ha recibido el abandono y tres bocas que alimentar. El machismo de la sociedad hace que ella misma se condene por ser mujer y busque que Meg sufra por ello.
Sin duda, Ruth es un monstruo, pero un monstruo real con el que te puedes cruzar por la calle. Es una enferma mental que odia su vida y detesta su pasado: perder la independencia, sufrir a hombres que abusaron de ella y la abandonaron, aguantar a hijos que parecen reflejos de esos hombres… Cuando recibe en su hogar a Meg y Susan, ve reflejos de quien fue y ella misma desea romper dichos recuerdos de su pasado y, para romperlos, recurre a la maldad más extrema. Ruth se odia a sí misma y extrapola ese odio hacia otros. Para sentirse fuerte, tortura a una niña y convierte a los niños a su alrededor en parte de este ejercicio de maldad.
Sobre la asesina real y su machismo, Ketchum escribió lo siguiente:
«Sus hijos me recordaron un poco a El señor de las moscas. Pero olvidaos de los niños, porque aquí está esta mujer, esa persona adulta, que les da permiso, que lo orquesta todo y los guía en cada paso del camino en un juego enfermo de instrucción que tenía algo que ver con una fundamental repulsa hacia su propio sexo y la incapacidad de ver cualquier sufrimiento más allá del suyo propio. Algo que transmite a un puñado de adolescentes, a los amigos de la chica»
Violencia, tortura, un asesinato, niños, machismo, abandono… Todos estos temas han rodeado siempre a esta historia de Jack Ketchum. La popularidad de la novela como una obra extrema hizo que fuera llevada a la gran pantalla en 2007, a manos del director Gregory Wilson. Una novela extrema, como decíamos, pero tristemente real.
En conclusión, puede que no creas en los monstruos, pero sal ahí fuera y mira a tu alrededor. Sí, sí, mira. Atrévete. Estás rodeado de ellos y, cuando regreses a casa y te mires en el reflejo del espejo, veas uno. En eso nos hace pensar La chica de a lado, que, a modo de confesión, hace que nos recorra un escalofrío que nos hace reflexionar sobre cómo el mundo que nos rodea es todavía más oscuro de lo que realmente es, porque como escribió su escritor: «Aquella era la época en la que incluso los culpables hacían un alarde de una rara inocencia». Puede que sigamos en la misma época. Puede que no haya existido otra.