La serie de manga japonés El lobo solitario y su cachorro fue publicada originalmente entre 1970 y 1976 bajo el título de Kozure Ôkami; su autoría corresponde al, probablemente, más famoso dúo artístico del universo del seinen: el dibujante Goseki Kojima y el guionista Kazuo Koike. Ambos partieron ya de este mundo, pero no sin antes legarnos un gran número de obras ambientadas en el Japón feudal, siendo la que hoy nos ocupa la más conocida de ellas.
Goseki Kojima (1928-2000) nació exactamente el mismo día que Osamu Tezuka, el considerado por muchos como el «dios del manga», artista al que no alcanzaría en fama pero sí en calidad. Procedente de Yokkaichi, emigraría a Tokio tras la Segunda Guerra Mundial. Inicialmente, su arte estaría destinado a teatros ambulantes; más tarde, con su participación en numerosas obras lograría ascender en el mundo del manga y acabar ilustrando con una maestría única, prueba de que tenía mucho oficio, El lobo solitario y su cachorro (Planeta Comic, 2005). Kazuo Koike (1936-2019) nació en Akita, y aunque también destacó con otros trabajos como guionista, la mafiosa Crying Freeman (publicados en España por Planeta De Agostini entre 2004 y 2006 y hoy descatalogados), su producción no se limitaría al terreno del cómic: presentó programas de televisión, fundó revistas deportivas y escribió poesía y guiones de cine para adaptar sus propias obras, además de trabajar como mentor para futuros mangakas.
Sus creaciones servirían de inspiración para, entre otros, Frank Miller; la excelsa calidad de las mismas les llevaría a ser bautizados como «el tándem de oro» y a trascender las fronteras de Oriente. Tardarían seis años en completar las más de ocho mil páginas que narran la historia de El lobo solitario y su cachorro, que tanto en la edición japonesa como en la americana serían divididas en veintiocho volúmenes, mientras que en la de nuestro país se recogerían en veinte. Sin embargo, a pesar de que la extensión pueda resultar abrumadora y de que, inevitablemente, tiene momentos repetitivos por esa misma razón, se trata de una obra de lectura fluida y sencilla, al predominar las viñetas sin diálogos en muchos de los capítulos. La principal dificultad la encontraremos en los numerosos términos que aparecen del período feudal y en determinados acontecimientos históricos que se relatan, pero será fácilmente superada gracias al glosario que contiene cada uno de los tomos. Su éxito le permitiría conocer, además, el mundo del cine: se llegaron a hacer siete películas basadas en el cómic, todas ellas protagonizadas por el ya fallecido Tomisaburo Wakayama (1929-1992) y reminiscentes del cine de Kurosawa; aun obteniendo la condición de cintas de culto, no igualarían la calidad de la historia original.
El lobo solitario y su cachorro es un relato adulto, de un realismo descarnado, salvaje y cruel. Está muy alejado de las obras shōnen (mangas para adolescentes) y guarda pocas semejanzas en sus formas y estilo con otros trabajos de su mismo género. Relata la venganza de un hombre que ha perdido todo y que ha decidido entregar su vida al camino del infierno, al meifumadō. La historia no sólo está ambientada en el siglo XVII, sino que consigue trasladarnos al Japón del período Edo-Tokugawa, gracias al profundo conocimiento de los autores sobre la tradición cultural de su país. El protagonista, Itto Ogami, es el antiguo albacea del shōgun, un puesto de una alta consideración social, cuya función consistía en asistir durante el suicidio ritual, o seppuku, cortando la cabeza a los nobles condenados desde el poder central por fallar en el desempeño de sus papeles, quienes, desesperados, abrazaban este fatal procedimiento como la única posibilidad de restaurar el honor de su nombre. Pero lo que llevará a Itto Ogami a convertirse en «el lobo solitario» será la traición por parte del clan Yagyu, que, envidioso de su prestigioso cargo, le acusará falsamente, y acabará siendo obligado a realizarse el suicidio por orden del shōgun. Ogami, ante esta injusta imputación, huirá junto con su hijo Daigoro, su cachorro, de tan sólo tres años para emprender un viaje por todo Japón como asesino a sueldo y danzar, así, con la muerte el resto de sus días.
Estos desalmados acontecimientos marcan el origen de la historia de padre e hijo, ahora rōnin y aprendiz, de los que conoceremos, según avancen los capítulos, sus motivaciones para seguir luchando por evitar ser derrotados. La trama central, que relaciona directamente a Ogami con el clan que le traicionó, no ocupa toda la narración, sino que se ve interrumpida por historias cortas y autoconclusivas tan interesantes como la principal. Los primeros volúmenes introducen a los personajes protagonistas, conocemos el día a día de la pareja y su pasado, mientras que los siguientes relatan el feroz ascenso de «el lobo solitario» hasta su culminación final. Las pequeñas e independientes historias gradualmente van formando un arco mucho más amplio. Son exploraciones temáticas continuas, cada una presenta su propio tema y tono; además, resultan más efectivas para desarrollar personajes y escenarios al no verse obligado el autor a crear conexiones para unir la trama. Pero todas agregarán un poco más de detalle al código de honor que determina cada una de las acciones de Itto. A pesar de que se nos presente como un guerrero increíblemente fuerte e invencible, con su fatal «golpe de la ola», muchas veces sus métodos serán prueba de su inteligencia astuta al no limitarse a su destreza con la espada. El desenlace habitual será un montón de cadáveres amontonados bajo la puesta de sol mientras la pareja abandona la escena, ejemplo de la influencia del wéstern en la obra, de la misma forma que lo hizo en el cine de Kurosawa; más tarde, estas reinterpretaciones japonesas serían de las que bebería, a su vez, el spaghetti western. Con frecuencia encontraremos a Daigoro participando activamente en las tretas ideadas por su padre, sirviendo como foco de atracción para los objetivos. No pestañeará ni nos trasmitirá el miedo propio de la situación, incluso llegará en ocasiones a tener el verdadero protagonismo de la historia. Sin embargo, sí existirán momentos puntuales en los que muestre la actitud despreocupada de un niño, que permitirán restarle gravedad a la continua dureza de los hechos.
Toda la obra está marcada por un honor muy peculiar que, seguramente, nos resultará exagerado dadas nuestras diferencias culturales y temporales, pero que se nos presenta como la principal justificación de todas las acciones. La observancia de las palabras del señor por parte del vasallo y lo complicado de resarcirse en caso de desacato; la difícilmente concebible, a nuestros ojos, admiración hacia la tradición; la vida, condicionada en exceso —todavía más entonces— por la posición social; el amor, dañado por las responsabilidades de la población hacia sus superiores; las ansias de obtener poder a costa de lo que sea, y la infrahumana situación de las mujeres, especialmente de las de compañía, son tan sólo algunos de los retratos del Japón de la época. Son historias cargadas de violencia de todo tipo, también sexual, pero no pornográfica, ya que no se detiene como en otros géneros a detallar cuidadosamente las formas; se utiliza para aportar un mayor realismo a la narración. Es parte de la historia humana, pero no es exclusiva, por lo que la veremos representada en igualdad con el amor, el honor, el dolor, la esperanza y el humor. Estos males, propios de un período que se nos muestra extraño, serán parcialmente olvidados gracias a la continua presencia del amor de un padre hacia su hijito, quien buscará en todo momento su protección pero también la independencia que le convierta en lobo y le permita dejar de ser un cachorro.
El dibujo de Kojima es sobresaliente: oscuro, con un magnífico y apropiado uso de las sombras, y de trazo sencillo, aunque detallado y expresivo. Destaca también por su dinamismo y por inusuales ángulos de visión. En toda la obra aparecen multitud de viñetas representando escenas de paisajes del Japón rural, que consiguen transportar al lector a un estado de calma, a menudo interrumpido por combates sangrientos sin apenas diálogos; por lo que en un mismo escenario se nos presentan las dos caras del ser: la belleza y el caos. La gran planificación de las viñetas, junto con su peculiar estilo, consigue transmitir la grandiosidad de los hechos que se nos cuentan y crear un magnífico ritmo que nos hará devorar cada uno de los tomos de la obra. Sigue siendo, a fin de cuentas, escapismo, pero de calidad.
Llegados a los últimos cuatro volúmenes de la serie, la trama empezará a cerrarse de una forma apresurada, contagiando al lector de una tensión reveladora de que algo decisivo pasará de manera inminente. El respeto estará más presente que antes en la conclusión de la historia: se buscará a toda costa un enfrentamiento lo más justo posible, en igualdad de condiciones, cuya consecuencia sea un desenlace acorde con el desarrollo de los acontecimientos. Las páginas finales son de una belleza difícilmente descriptible con palabras. El lobo solitario y su cachorro es una obra que nos enseñará muchísimo sobre la historia japonesa: vestimentas, tradiciones, ceremonias, organizaciones sociopolíticas… y de la vida. Sobre un tiempo en el que no nos gustaría vivir, pero que, paradójicamente, nos permite escapar del que vivimos.