En los albores del Mundodisco, Rincewind era la estrella casi absoluta. Terry Pratchett fue abandonándolo progresivamente conforme perfilaba el universo al que debería su fama, consciente del carácter primario y de las escasas posibilidades evolutivas de un personaje nacido como un fenomenal chiste alargado. Pero en Rechicero, quinta novela de Pratchett, Rincewind está en la cima de su celebridad y de su potencialidad. Sigue siendo la desesperada última esperanza para salvar el libre albedrío y encarar a una todopoderosa dictadura mágica.

El disparatado estilo de Josh Kirby ya es consustancial al Mundodisco: su ilustración de portada recoge a todos los personajes y las situaciones más destacadas de la novela

Terry Pratchett volvió a servirse de Rincewind para su quinta novela del Mundodisco, Rechicero (1988; última edición en castellano de 2018, por DeBolsillo). En los albores de la saga, y antes de que Pratchett creara a Sam Vimes, el personaje con el que más se indentificaría, el mago más inepto del Mundodisco copaba las tramas como protagonista semiabsoluto: tres novelas de cinco posibles durante primer lustro de carrera literaria darían fe del cariño profesado por el autor hacia este inútil entrañable. Rincewind sería el personaje central de tres novelas largas más, y otra breve, El último héroe (2001). No obstante, el espaciamiento entre ellas permite suponer que Pratchett fue alejándose de su antihéroe conforme maduraba el universo literario que estaba fraguando libro a libro.

La cada vez más escasa presencia en libros venideros de la primera gran vedette del Mundodisco no debe interpretarse como una muestra de aburrimiento por parte de Pratchett, sino más bien como la constancia de un cúlmen. Rincewind nació como un acierto humorístico, con todas las características de un chiste alargado. Fue concebido como parodia de los héroes tradicionales de la fantasía, virtuosos, altruistas y píos. Mientras sigue fiel a esos parámetros, Rincewind funciona maravillosamente, y lega escenas y diálogos para los anales del humor. El problema, y así terminó entendiéndolo Pratchett, un escritor superdotado para la narración ágil y directa, es que Rincewind lleva incorporada fecha de caducidad; por este motivo, se desgasta rápido y apenas evoluciona durante la saga. Es como un robot: cumple perfectamente las tareas para las que ha sido programado, satisficiendo plenamente al cliente, pero decepciona si se le somete a alguna para la que no ha sido preparado. Pratchett intuyó que si estiraba demasiado a Rincewind terminaría por estropearlo, por convertirlo en un juguete roto.

Como slapstick, Rincewind apenas conoce rival. A cada paso que da parece que están a punto de estallar esas risas enlatadas de las series estadounidenses de los noventa. Para un genio del humor inteligente como Pratchett, escribir sobre Rincewind debía de ser agotador: cada frase parecía demandar un chiste, cada enredo en el que se metía tenía que sonar a onomatopeya. Pratchett había creado a un desastre ambulante, un verdadero imán para los problemas, al que había maldecido por partida doble con un «increíblemente desarrollado sentido de la autoconservación» y una vida llena de aventuras. Pratchett le encamina hacia un calvario que ya quisieran muchos de los grandes héroes de las novelas decimonónicas: mientras que Rincewind aspira a vivir anónimamente, ignorado por todos y en condiciones de puro y placentero aburrimiento, el Destino se esfuerza continuamente por guiñarle el ojo y situarle en el epicentro de todos los Apocalipsis (o mejor dicho, del Apocrilipsis, porque éste es tan apócrifo que los videntes que lo anticipan no consiguen ponerse de acuerdo).

El todopoderoso y (ejem) apabullante rechicero Coin, con su cayado de octihierro, según lo imagina la ilustradora Raquel Grisales

Dentro de la mitología del Mundodisco, Rincewind es el pionero que va abriendo camino. Seguramente el sempiterno aprendiz de mago torcería el gesto ante esta aseveración, agitaría las manos con nerviosismo y se las ingeniería para cambiar de tema, pero su condición de cartógrafo es indiscutible: Rincewind es justo ese pretexto que le sirve a Pratchett para describir varias de las peculiaridades geográficas de su universo. Tan lejos llega en sus aventuras no deseadas que el «mago» terminará ejerciendo la cátedra ad hoc de Geografía Cruel e Inusual en la Biblioteca Invisible. En Rechicero, Pratchett le empuja (casi literalmente) hacia Klatch, la región de los vastos desiertos. Será la etapa final de su cruzada contra un poderoso rechicero, es decir, contra el octavo hijo de un octavo hijo de un mago, o sea, una fuente de poder al cuadrado. Resulta irónico que la única esperanza para el Mundodisco, que en cierta manera se ve beneficiada por el súbito regreso de la rechicería, esté en manos del mago más inepto, tan patán que los diccionarios de sinónimos se quedarían cortos para describirlo. Así nos lo presenta Pratchett en este libro, que parece servir de prólogo a muchas criaturas y tendencias icónicas en el Mundodisco: «Hay ochenta niveles de hechicería en el Disco; tras dieciséis años de práctica, Rincewind no había llegado ni al primero. De hecho, si tenemos en cuenta la opinión de sus tutores, es incapaz hasta de llegar al nivel 0, que es con el que nace la mayor parte de la gente. Por decirlo de otra manera, alguien llegó a sugerir que, cuando Rincewind muera, el potencial mágico de la raza humana subiría un poquito».

A Rincewind se le unirán en su periplo desesperado (no hay más que escuchar cómo gime a cada paso) la bárbaro- peluquera Conina, hija de Cohen, el proyecto de bárbaro Nijel, el sarifa borracho y poeta Creosoto y Equipaje, «mitad maleta, mitad maníaco homicida». Semejante cuadrilla, una especie de apuesta pasada de vino de los dioses de Cori Celesti, no parece ser capaz ni de producirle un resfriado al rechicero Coin, pero las cosas nunca están perdidas de antemano en las novelas de Mundodisco. Pratchett es un maestro moviéndose por el borde del abismo plano del Fin del Mundo; si fuese un escritor de novela policíaca, tendría más que ver con Patricia Highsmith o con Richard Stark que con Agatha Christie. Porque Pratchett te lanza el hechizo y además te enseña al «asesino» desde las primeras páginas, y luego va pavimentando todo el camino para explicarte el truco o para convencerte de cómo lo atrapan. No es casual que los villanos de Pratchett parezcan siempre invencibles, muy listos y maquinadores. A Pratchett le seduce este tipo de malvado porque se regocija propinándole la bofetada final, tan sonora y ridícula que termina por sonrojar. Coin no es una excepción: por poder, que no por aspecto, se asemeja a un semidiós. Es el detonante de que la magia, adormecida y acomodaticia durante siglos, sufra un cosquilleo de amor propio y empiece a campar poderosamente a sus anchas. Pratchett juega partidas de dados a tumba abierta contra el Destino, pero siempre se reserva una puerta de salida: si Rincewind es un robot con un programa predefinido, sus antagonistas son máquinas con un ligerísimo defecto en su programación, que el autor rentabiliza en beneficio de sus (casi) deshauciados protagonistas. Cuando peor pintan las cosas, sus personajes, ya al límite del desfallecimiento, logran salir airosos, con no poca estupefacción. Pratchett se ríe así de la inevitabilidad de las cosas.

La guerrera Conina, hija de Coen, tan buena con la espada como con las tijeras para cortar el pelo. Versión de Raquel Grisales

En Rechicero, además, se carcajea de muchos otros aspectos. La novela trata dos asuntos importantes: el libre albedrío, o la capacidad para terminar tomando decisiones propias, y la ambición de poder. En todo momento parece como si Rincewind y sus compañeros estuviesen manipulados por una fuerza superior; Pratchett no oculta que ésta es una de las intenciones de su libro al hacerla explícita mediante la autoridad del Sombrero de Archicanciller, con el que borra la voluntad de quienes le rodean (y de paso, ofrece una razón para obligar a Rincewind a superar su cobardía). Mucho más sutil se muestra el autor cuando aborda el segundo tema: Coin instaura una dictadura mágica en la que se castiga duramente a los disidentes o a quienes no quieren cumplir lo que éste impone. Naturalmente, al principio las intenciones de Coin son buenas y hasta beneficiosas, pero no tardan en torcerse y en derivar en represión o genocidio en cuanto los objetivos primarios y abstractos no resultan tan simples de alcanzar. Pratchett denuncia cómo muchas de las mayores tragedias nacen de las mejores intenciones, sobre todo cuando las aplica un iluminado fantático. El autor lanza la piedra sin esconder la mano, y las ondas de su lanzamiento se propagan con infinidad de posibilidades. Y si Pratchett es Pratchett al atacar las miserias humanas con la ferocidad de un humor sano, elegante pero de colmillo retorcido, también los es para perdonarlas. Por esa razón insertará en la buena disposición de Coin el fallo terminal del programa.

Hay mucho más en Rechicero, como por ejemplo una parodia de las elecciones papales, y mucha sosa cáustica en sus diálogos, pero no existe mejor forma de descubrir lo que depara que disfrutando (y es una expresión muy adecuada) de su lectura. Leerla es embarcarse en un viaje digno de Las Mil y una Noches con díscola alfombra voladora incorporada. Además promete milagro: Rincewind practicará magia. Y, para su gigantesco aturullamiento, funcionará.