La tierra errante es el libro de relatos con el que el autor chino Liu Cixin se reivindica como una de las voces actuales más originales de la ciencia-ficción. Las diez piezas breves que conforman este volumen ofrecen una imagen optimista de la humanidad, apuestan por el humanismo y el cientificismo, así como con la colaboración, asientan a China como potencia que lidera el progreso y el diálogo, y dan un giro a la tradicional narrativa del género. Liu Cixin es un clásico diferente, y estos diez cuentos interrelacionados lo demuestran.
Wrecked Ark. Ilustración de Max Bedulenko
Hasta hoy no había leído nada de Liu Cixin (Yangquan, China, 1963). A pesar de su impresionante currículum, en el que relucen varios premios Galaxy, y donde despunta su renombrada y reconocida Trilogía de los Tres Cuerpos (publicada en China entre 2006 y 2010, y por la que recibió varios importantes premios por su traducción al inglés: el Hugo en 2015 por el primer volumen, El problema de los tres cuerpos, y el Locus por el último, El fin de la muerte), su literatura me había permanecido esquiva. Con La tierra errante (Nova, 2019) saldo una deuda conmigo mismo y, en parte, con quienes todavía no han leído tampoco nada suyo y se acercan a esta reseña con la intención de hacerse una idea.
Según lo leído, su estilo se define por una aparente sencillez argumental y una trama mayoritariamente directa y clara en su organización e intenciones, bajo la que se esconde, sin embargo, un mensaje de fondo unitario y potente que vertebra toda la obra independientemente de su extensión, estructura y tema principales. De forma que, aunque este libro alberga diez relatos totalmente independientes entre sí, incluso con una lectura poco atenta, fácilmente podemos encontrar las conexiones que enlazan a los unos con los otros, hasta identificar sin problemas ese ruido de fondo que hace tan reconocible al estilo de Liu Cixin. Pero, antes de meternos en profundidades, veamos cuál es el argumento principal (sin spoilers) de cada uno de los relatos de La tierra errante.
Diez relatos
- “La tierra errante”: El planeta ha llegado a sus últimos momentos de vida útil en el sistema planetario. De seguir dónde está, el Sol acabará por engullirlo y la vida desaparecerá para siempre. Para evitarlo, la humanidad toma una decisión drástica: instalar potentes motores en una cara del planeta e iniciar un viaje de cien generaciones en búsqueda de un nuevo hogar.
- “Montañas”: Una civilización alienígena aparece con una inmensa flota en el cielo terrestre. Tal es su número que acaba por ejercer una gigantesca fuerza gravitatoria, capaz de distorsionarlo todo. En un punto de la superficie planetaria, un ex-escalador llega a la cima de una columna de agua e inicia una conversación con un representante de esta civilización. De su intercambio saldrá una historia, en forma de leyenda, con moraleja final.
- “El sol de China”: Paso a paso seguimos la evolución de Shui, un jovencísimo campesino chino que, a medida que avanza el relato, va ampliando sus propósitos vitales, desde los más modestos a los más ambiciosos. Se nos muestra que la ambición, a la hora de mirar al espacio y a la exploración, es una cuestión no de posibilidad sino de perspectiva, de voluntad más que de rentabilidad.
- “En beneficio de la humanidad”: Sinestrías es asesino profesional. En su vida ha recibido muchos encargos, y ha conocido a mucha gente extraña, pero ninguno tan raro como aquel: asesinar a tres de las personas más pobres de la ciudad; y ningunos clientes tan curiosos como las trece personas autodenominadas como el “Consejo por la Liquidación de la Riqueza Social”. Su extrañeza lo llevará a hacer algo inusual: intentar averiguar los motivos de sus clientes para decidir si llevar a cabo ese encargo o no.
- “Maldición 5.0”: Metaliteratura sobre un virus informático llamado “Maldición” en la que se reflexiona sobre el presente y el futuro de la ciencia-ficción, y se elabora una ácida sátira contra quienes creen poder evitar el poder de la tecnología y su influencia. El mismo autor se asoma a las páginas de esta historia, para mostrarnos que, sin tener dónde escondernos, la tecnología está aquí para influir sobre nuestra vida… y también sobre nuestra muerte.
- “La Era Micro”: La humanidad ha huido de la Tierra porque la vida ya no es viable. En su escapada por el espacio-tiempo, ha mandado distintas naves, llamadas “arcas”, para explorar el Universo y encontrar un nuevo hogar. Pasado el tiempo, una de esas “arcas” vuelve para ver qué ha sido de todo aquello que una vez fue la humanidad. Y descubre que, gracias a la miniaturización, la humanidad ha logrado sobrevivir.
- “El gran devorador”: Una civilización alienígena se acerca desde un cinturón de asteroides con una inmensa nave circular con la clara intención de rodear el planeta Tierra y agotar todos sus recursos. La humanidad, sabedora de la amenaza, tiene un siglo para prepararse. En este tiempo debe decidir si quiere negociar, someterse o pelear. No obstante, cuando esa civilización llega, se produce una sorpresa que altera todas las previsiones.
- “¿Quién cuidará de los Dioses?”: Parecían unos extraños extraterrestres, con sus enormes barbas y sus ropas blancas y sus bastones, deambulando simultáneamente por toda la Tierra. Pero se trataba de nuestros antepasados, de la civilización que lo originó todo, y junto con nosotros también la vida de tres planetas más. Ahora piden nuestra ayuda para cuidarles al final de sus vidas. Humanismo y Ci-Fi se dan la mano.
- “Con sus ojos”: Un hombre posee unas gafas especiales. Con ellas es capaz de transmitir las imágenes de lo que está viendo a cualquier persona con la que sea capaz de establecer una “conexión”. La mujer al otro lado de las gafas le pide que salga al exterior, que mire al cielo, que se pierda por los campos, que observe detenidamente las flores, que goce de la luna, que se detenga a esperar al amanecer… Al principio se muestra entre escéptico y arrepentido de lo que considera una pérdida de tiempo pero, poco a poco, aprende a ver las cosas de otro modo muy diferente.
- “El gran cañón de la Tierra”: Shen Huabei se muere y, con él, se va un gran ingeniero. Pero su legado parece estar a salvo con Shen Yuan, su pequeño hijo. Cuando Huabei toma la decisión de que lo criogenicen hasta encontrar una cura a su enfermedad, espera ver nuevamente a su familia. Pero lo que se encuentra cuando despierta, lo abruma: su hijo Yuan parece ser, a ojos de los demás —incluida su esposa—, una especie de genocida, responsable de crímenes aún desconocidos. Ese descubrimiento, y la reflexión sobre los motivos de Yuan, son el potente motor de este último relato.
Follow. Ilustración de Michael Topol
Una sola voz
Una vez expuestas las premisas de cada una de las piezas, resulta más sencillo observar, justificar y analizar los hilos invisibles que las unen entre sí. El primero y más evidente es, desde luego, la defensa de la posición china en el futuro de la humanidad. En paralelo al imaginario occidental, y especialmente estadounidense, que permea todos los actuales productos audiovisuales y (buena parte de los) literarios hasta el paroxismo, Liu Cixin posiciona a China como el estado-nación que encabeza la innovación científica, atrae el interés de las civilizaciones alienígenas que se deciden a pasar por nuestro pequeño planeta azul, y lidera a la humanidad en su intento por sobrevivir ante los retos derivados del paso del tiempo y ante los peligros provenientes del espacio.
Sin embargo, a diferencia del discurso estadounidense, el de Cixin posee un intenso acento humanista. Una novedad que es causa de varios e interesantes contrastes. Por ejemplo: la desaparición del heroísmo patriotero, visible en la relativa poca importancia de los protagonistas. En estos relatos no existe un personaje que soporte el peso fundamental de la historia. Es más, la voz protagonista es mayoritariamente la de un narrador-testigo, que experimenta las circunstancias en igualdad junto con los demás. Lo importante son las circunstancias exteriores, que motivan la crisis que sirve de motor narrativo a los relatos, y que pone en marcha las reflexiones y las soluciones con las que el texto pretende ejemplificar la necesidad de una humanidad proactiva en cuanto a la investigación científica y el reto espacial.
Identificamos así un segundo factor diferencial: la crisis no es exógena ni extraña a la humanidad, no es imprevista, ni sobrevenida por circunstancias extraordinarias y/o imprevisibles. Simplemente, al jugar con la perspectiva del tiempo y acercarnos al futuro remoto, los relatos visibilizan circunstancias conocidas e inevitables que el porvenir sin duda traerá consigo. Hoy ya sabemos que el Sol morirá algún día, y que en este proceso crecerá y se acercará lo suficiente a la Tierra como para hacer que la vida, tal como la conocemos, sea imposible. Liu Cixin quiere hacernos no sólo conocedores sino también conscientes de estos dilemas, para impelernos a comenzar a buscar soluciones a la crisis inminente.
El tercer contraste tiene que ver con las herramientas que se defienden como imprescindibles para afrontar estas crisis. El militarismo anglosajón, concretado a partir de sofisticadas armas y de naves rapidísimas, deja paso a una inteligencia más evidente y a una tecnología de sentido más amplio, y que va mucho más allá del uso estrictamente militar. De hecho, el ejército tiene una presencia prácticamente testimonial en estos relatos (únicamente es protagonista en “El gran devorador” e, incluso aquí, los militares tienen un componente científico innegable). Los protagonistas de estas historias son personas comunes o científicos y técnicos: al incidir sobre ellos, el autor manda un mensaje claro sobre la importancia real de la voluntad colectiva para afrontar las crisis globales, por encima de la potencia bélica de las fragmentadas naciones-estado.
Y, en cuarto y último lugar, otro contraste notable es el que desplaza muy sutilmente el discurso del estado-nación hacia una perspectiva globalista que nos incluye a todos —independientemente de su origen—. De hecho, en relatos como “La Tierra errante”, “El sol de China” o “En beneficio de la humanidad” se hace una mención superficial, pero rotunda, a los problemas que genera la investigación, la ciencia y el trabajo orientado a solucionar los problemas cuando únicamente se basan en su rentabilidad económica. Si, a la superación del “discurso de la rentabilidad”, le sumamos la implicación colectiva de toda la especie humana, y le agregamos la Ciencia como vía para solucionar esos problemas, junto con un cierto sentido del humor cargado de sutil ironía, tendremos las líneas claras del estilo y las ideas que mueven estos relatos, y la narrativa, de Liu Cixin.
Pero, ¿cuál es el punto central de su narrativa, el pilar sobre el que se asienta y pivota todo?
Ciencia global para retos globales
Resuena en los relatos de La tierra errante el pasado de Liu Cixin como ingeniero en una central eléctrica en su natal Yangquan. Se percibe en su mensaje de fondo el discurso de un científico plenamente consciente de la importancia del conocimiento para afrontar los retos que el futuro tiene reservados para la humanidad. Ante estos retos globales nos propone unir esfuerzos, superar rencillas y diferencias por la supervivencia del conjunto. Lo hace con un tono cargado de humor o, por lo menos, que intenta mantenerse en pie sobre el sutil filo que separa la ciencia-ficción del realismo científico. De esta manera, sus relatos, aunque aparentemente pudiesen parecer de “estilo clásico” —como muchos críticos se refieren habitualmente a su obra—, sean, sin embargo, profundamente innovadores tanto en estilo como en temática. En cuanto a estilo, porque Cixin asume un riesgo valiente desde el momento en que intenta transformar lo complejo (como supone el cruce de temas y perspectivas del que hemos hablado aquí), en un estilo aparentemente sencillo pero profundamente repleto de novedades interesantes y sutiles matices. En lo tocante al tema, porque nos propone una transformación del paradigma actual dominante del chauvinismo heroico por otro que, aunque en apariencia orientalista, surge de un humanismo y un globalismo inclusivo, que nos convierte en protagonistas, desde el momento en que nuestra voluntad es parte imprescindible de la solución a los problemas.
Confieso que, de inicio, su estilo me desconcertó. Hasta que no hube bien entrado en La tierra errante y me empapé bien de estos relatos, tenía la sensación de estar ante algo conocido, algo leído ya tantas veces en autores clásicos como Frederic Brown o Isaac Asimov. Pero, al mismo tiempo, percibí algo diferente en sus historias, hasta que lo vi claro: en Liu Cixin las circunstancias donde tiene lugar la representación de los personajes no sólo les da un contexto sino que les aporta un sentido, una explicación, un significado que carga a sus personajes de algo tan imprescindible en la literatura como un motivo (el por qué se mueven) y un propósito (para qué se mueven). Es a través de este telón de fondo por el que el autor nos hace llegar su mensaje. La tierra errante alberga algunos de los mejores relatos leídos hasta el momento, como el que da título a la antología, “Montañas” o “Con sus ojos”. Y, si bien alberga otros no tan bien conseguidos desde lo literario, sí es verdad que todos ellos son imprescindibles en la construcción de un conjunto de textos independientes entre sí, muy diferentes pero que, al mismo tiempo, consiguen transmitirnos un claro sentido de unidad en su intención creativa. Liu Cixin posee una habilidad a la altura de unos pocos, todos ellos grandes maestros de lo breve, y por eso no es aconsejable dejarlo pasar.
Contact. Ilustración de Col Price
Relato versus película. Tan parecidos como un elefante a una oveja
Existe una adaptación cinematográfica del libro en Netflix, The wandering earth. Y podemos asegurar que relato y película se parecen entre sí tanto como un elefante a una oveja. Ésta usa el relato como excusa, aportando un contexto general a lo que es una adaptación del argumento heroico anglosajón al contexto y la cultura chinas. El discurso humanista desaparece casi por completo. La ciencia es sustituida por un militarismo civil y un armamentismo ligero poco novedoso. Ni siquiera sorprende la trama familiar introducida entre medias e inexistente en la versión literaria, un recurso clásico de guión frecuentísimo, y muchas veces ramplón.
En cierto sentido, la película pervierte de forma absoluta las intenciones creativas del texto. Mientras Liu Cixin propone una superación del paradigma heroico occidental clásico, la película se limita a adaptarlo al contexto cultural de su público objetivo principal. Además, lo hace recurriendo continuamente al cliché, usando los lugares comunes a los que el público asiático está acostumbrado, y obviando los temas espinosos que el relato toca claramente: la defensa de la ciencia como forma de afrontar los problemas, el colectivismo y el globalismo humanista como enfoque imprescindible para hacerles frente, o la necesaria alianza entre la Ciencia y el gobierno global, por ejemplo.
Como Fabulantes no es una página de crítica cinematográfica, ni aspira a serlo, no profundizaremos más en cuestiones fílmicas. Pero la mención es necesaria tan sólo para señalar que la obra cinematográfica no representa, ni por asomo, las profundidades analíticas y el valor expositivo que el relato original asume como propio. Tampoco se acerca a su calidad. La obra literaria no merecía tal castigo. Esperemos mejores adaptaciones. El libro las merece.