El dolor es consustancial en la obra del ilustrador taiwanés Jimmy Liao, uno de los grandes del medio y referente de la literatura infantil. Sin sufrimiento, no existirían sus catárquicas obras más alegres y optimistas. Aprovechando la primera retrospectiva europea sobre su obra, en el Museo ABC de Madrid, ofrecemos algunas pinceladas sobre una obra en la que las emociones y lo emotivo adquieren un significado especial y determinante. En Jimmy Liao el peso de la interoridad es profundo, y por eso su obra está marcada por temas de difícil encaje en la literatura infantil, como la muerte y la soledad.

Fotografías de Luna Rueda Retamar

Ilustración perteneciente a La luna se olvidó (1999; Bárbara Fiore editora, 2014), donde se percibe la influencia de Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak

Una consulta al azar decidió la carrera ilustradora de Jimmy Liao (Taiwán, 1958): hastiado de la agencia de publicidad en la que trabajaba desde hacía doce años, con muy buenas relaciones con sus compañeros pero con vértigos a las reuniones con clientes, y deseoso de emprender una trayectoria en solitario como dibujante, Liao consultó a una vidente sobre su futuro. “Te va a ir muy bien en dos años”, le dijo. Feliz ante la perspectiva, se desvinculó de la agencia, viajó un poco por el mundo, siguió publicando en revistas, y dejó que transcurrieran los dos años vaticinados. Una mañana, se levantó con dolor en una pierna. Fue a varios hospitales; en ninguno supieron darle un diagnóstico determinante. Finalmente, un día se desmayó en mitad de la calle. Ingresado en el mayor hospital de Taiwán, los médicos le dictaminaron leucemia.

La obra de Liao, que abarca más de veinte años de trayectoria estajanovista, es consustancial al dolor, al igual que la de Roald Dahl. Así queda reflejado en la primera gran retrospectiva europea sobre el ilustrador, Lo esencial y lo invisible, que estará abierta al público en el Museo ABC hasta el próximo día 26 de enero. Todo aquel que guste acercarse a ella disfrutará de una instalación que juega con el espacio, en el que las ilustraciones expuestas —hasta 170 originales— se asoman (más adelante veremos lo adecuado del término) desde cualquier rincón, despertando la imaginación y la curiosidad del asistente. Algunas de ellas saludan desde el fondo de vitrinas organizadas en forma de tren serpeteante, lo que inmediatamente remite a un concepto dinámico, como de movimiento, muy apreciable asimismo en el estallido colorista de muchas de las láminas.

Un día en la expo sobre Jimmy Liao en el Museo ABC

La exposición permite conocer a los diversos Jimmy Liao surgidos tras veinte años de carrera. En todos sobrevuela el fantasma de su enfermedad, que es a la vez pauta y fulcro. No pueden entenderse, por ejemplo, Las alas (Bárbara Fiore Editora, 2019) o El sonido de los colores (2001; Bárbara Fiore Editora, 2011), su obra maestra, sin el peso anterior de Desencuentros (Bárbara Fiore Editora, 2008) o Hermosa soledad (2003; Bárbara Fiore Editora, 2010). En ellos aborda temas de difícil encaje en la literatura infantil: la muerte y la soledad, la redención y la liberación, la rabia y la felicidad, la preocupación, los sueños o los recuerdos. Este juego de complementarios y contrarios responde a la observación de su entorno más inmediato (sus amigos o la hija que le inspira los libros) pero también a sus propios sentimientos, porque las emociones, y lo emotivo, son piezas centrales de sus trabajos. Jimmy Liao plasma sobre el papel, o el lienzo, una suerte de “ilustración automática” que responde a sus estados de ánimo, a sus frustraciones, deseos, esperanzas y anhelos. Pocos ilustradores hay en la actualidad, por no decir ninguno, en el que el peso de la interioridad sea tan profundo.

Las normas que rigen los libros de Jimmy Liao

Los dibujos de Liao suelen poner a pequeños personajes ante escenarios vastos. Esta menudencia es insignificancia o afán de superación. Por ejemplo, la niña ciega de El sonido de los colores (personaje insólito dentro de la literatura infantil) simboliza al propio Liao tras su leucemia: es el libro que el ilustrador completa tras los cinco años de riesgo clínico diagnosticado, los que marcarían la diferencia entre la vida y la muerte; es aquel en el que retoma la alegría de su primera etapa. La niña que no puede ver, pero que sin embargo siente, se muestra viva, es el reflejo del ilustrador que de pronto vuelve a interesarse por lo que le rodea, por todo lo que palpita y bulle alrededor. Si hubiera que elegir un solo libro con el que definir el estilo de Liao sería este: la ciega se conduce entre un mundo de sueños, onírico, que se evidencia en la mezcla de elementos reales con otros que no lo son, con parajes de puro contraste, escaleras escherianas de persectiva imposible… El conjunto da la sensación de una felicidad recobrada, y también del inicio de un viaje (no en vano, se inspiró para realizarlo en sus constantes trayectos en metro, y en la notoria y abrupta disparidad entre el paisaje del subsuelo y la repentina luminosidad de los exteriores).

Cada uno de sus libros se rige por sus propias normas: no es extraño encontrarse con ballenas que bailan y cantan, con personas que vuelan o con conejos gigantes, motivos que regresan en otras obras, subrayando una circularidad y continuidad artística. Liao necesita que sus personajes prediquen lo imposible, y que regresen, porque el pasado es lo que ha definido las aristas del presente y del futuro. Así, el conejo de Secretos en el bosque (Bárbara Fiore Editora, 2008) es un asiduo de otros libros. Liao lo introduce para saludar a los espectadores, pero también a modo de advertencia: es el recordatorio de los tiempos ya dejados atrás, pero no olvidados. Como en Donnie Darko, su presencia inquieta y apabulla; es quizás uno de los triunfos más notables del autor en su afán por simbolizar sus interioridades.

Así como cada personaje puede ser interpretado según una circunstancia o capacidad concreta, cada uno de sus libros puede identificarse por un momento o una técnica: Liao emplea básicamente acuarela, rotulador o acrílico, según la conveniencia del discurso o del tipo de libro; logra de esta manera una mayor riqueza de texturas y una solidez de la que se benefician sus dibujos. Liao mantiene además un gran control sobre los formatos de su obra: él mismo declaró en Madrid que concibe sus publicaciones en formato libro, para que puedan caber en estanterías. Su pasión cinematográfica se vislumbra en las perspectivas de sus encuadres (ya sabemos por Innocenti que son también un recurso para combatir el tedio cuando el punto de vista amenaza con volverse monótono y repetitivo). No hay un ápice de casualidad en sus láminas, donde la imagen siempre se impone con carácter y personalidad propia, a partir de repeticiones de color, textos o  personajes que marcan una cadencia. La narración necesita de estas muletillas; la puesta en escena, de puntos de fuga sorprendentes. Si cada lámina de Liao es, como sugiere la imagen de despedida de La piedra azul (Fondo de Cultura Económica, 2007), un pequeño escenario teatral siempre en movimiento (donde es posible sentir, oler y escuchar lo que pasa), entonces la disposición de los elementos, la entrada y salida de personajes en el escenario, adopta el mantra de un posicionamiento estético y narrativo. Los textos que acompañan las escenas, y que son el hilo que ata la idea central de cada obra, empiezan a funcionar desde el momento en el que Liao los recita en voz alta según lo que va surgiendo o se la va sugiriendo.

El sonido de los colores

Lo surrealista y lo fantástico en Jimmy Liao tienen en definitiva anclaje en la realidad cotidiana, o también en el reciclaje de su inmenso repertorio como ilustrador gráfico para prensa. Su obra es abundante porque su técnica, además de precisa, es rápida, como consecuencia de la costumbre por presentar dibujos en plazo y según las exigencias del cliente. Trabaja con elementos discernibles y sobre temas universales; su estilo es más occidental que oriental (muy influido por Magritte, Picasso o De Chirico, por citar sólo a unos pocos referentes), lo que explica en parte su éxito ecuménico, y siente la necesidad de volcarse y desnudarse ante el espectador, de ofrecérselo todo a cambio de poco, quizás de una sonrisa, una cara embelesada, un guiño cómplice o el reconocimiento de un estado común. En sus dibujos, descontextualizados u organizados, es posible encontrarse con puertas y ventanas: señalan la escapatoria por la que puede colarse la realidad para alcanzar la felicidad, u otro ideal buscado. Pero también son el visillo que permite intuir ese otro universo que va más allá de los sentidos, o que subyace en lo más hondo de éstos. Son el camino que conducen a Jimmy Liao, un artista que trasciende barreras y que ya habita en el indefinible, frágil e inabarcable mundo de los sueños. La profecía de la pitonisa se ha cumplido.