Misericordia auxiliar cierra con dignidad la Trilogía del Radch, empezada brillantemente por Ann Leckie con Justicia auxiliar (2013) y continuada con Espada auxiliar (2014). Como comentamos en esta reseña, Misericordia auxiliar es una novela interesante e inteligente, cuya brillantez se pierde al optar por una estructura lineal tradicional demasiado simple.

Orbital City | 3284. Ilustración de Paul Chadeisson

Lamentablemente, la Trilogía del Radch de Ann Leckie llega a su fin con Misericordia auxiliar (Nova, 2018; publicada originalmente en 2015), novela galardonada con el Premio Locus 2016, merecido al conjunto de este fantástico tríptico sobre el poder y la ambición, dentro de un marco de la Space Opera, pero difícilmente justificable en esta obra individual, con diferencia, la más canónica, regular y menos sorprendente de la serie.  Donde la primera entrega estaba repleta de innovación narratológica, ahora se deja paso a un desarrollo lineal tradicional libre de sobresaltos y a veces aburrido. Con todo, es un broche digno para cerrar todas las trama, y una coherente evolución de los hilos argumentales y los personajes.

Este libro comienza donde nos dejó el anterior. Con la auxiliar Breq Mianaai, ahora libre de tal condición y designada por la emperatriz como capitana de la flota, en el sistema Athoek como máxima representante del Imperio Radchaai. Allí ejerce su autoridad con inteligencia y sabiduría, resolviendo los distintos entuertos provocados como consecuencia del derrumbamiento del anterior y complejo sistema social de jerarquías y castas. La anexión de este sistema al Imperio lo ha revuelto todo, introduciendo nuevos principios y valores, normas y reglas. Pero las líderes de los grupos sociales antaño más beneficiados harán lo posible —y lo imposible— porque nada cambie respecto al pasado, generando tensiones, amenazas y situaciones de alto riesgo para la Estación y para el sistema.

Por si esto fuera poco, todo se complica cuando la emperatriz Anaander Mianaai se divide en varias entidades, cada una de ellas con su particular visión sobre cuál debe ser el destino del Imperio, y con una actitud distinta para con sus subordinadas. La confusión resultante hace que nadie sepa qué Anaander defiende qué en concreto. Las lealtades y las obediencias, claras con una autoridad única, pasan ahora a ser un sistema confuso, casi caótico, dirigido únicamente por el interés particular y la supervivencia individual. La información se guarda y se comparte sólo si el beneficio propio está asegurado: todo ello provoca en el sistema Athoek, como en los demás sistemas del imperio, enormes problemas que llegan (incluso) a causar la pérdida de vidas.

Externamente, esta inestabilidad tiene también importantes consecuencias. Si el contexto interno ha debilitado las lealtades ciudadanas, y ha trastocado el sistema social y de derecho, aliados y enemigos exteriores comienzan, igualmente, a replantearse seriamente su situación. Entre ellos preocupa especialmente el Imperio Presger, con el cual el Imperio Radchaai ha firmado recientemente un frágil acuerdo de no agresión y colaboración. Las presgeres son el rival más importante de las radchaai y, posiblemente, las único con la capacidad tecnológica y la voluntad suficiente para derrotarlas, si quisiesen continuar con las hostilidades que antes ya venían manteniendo. El acuerdo precisa conservarse a toda costa. Pero ¿será posible conseguirlo, dada la actual situación?

Whirlpool. Ilustración de Vadim Sadovski

Los tres ejes de la trama confluyen en el espacio del sistema Athoek y en la persona de la capitana de flota Breq Mianaai. Ella tiene la capacidad sensorial, tecnológicamente reforzada, de percibir las emociones y los pensamientos de cualquier personaje implicado en estos tres ejes, de forma casi simultánea. Una capacidad que la convierte, por méritos propios, en una voz narradora particular: a veces omnisciente y a veces testigo, en algunas ocasiones nos narrará los sucesos como ella los percibe desde la distancia (omnisciente), y en otras nos los narrará como ella los vive en primera persona (testigo). E, independientemente de los cambios en su voz, la narración es siempre desde su perspectiva.

Para gestionar la coherencia entre estos tres ejes y su particular voz narradora la trama dispone, en cada eje, de un par de personajes complejos de intensa fuerza antagonista. En el conflicto interno entre las jerarquías y castas sociales, siguen estando presente las ychanas, antiguas ocupantes del espacio del subjardín, si bien en este libro la antagonista toma ahora un cariz más religioso que económico, al recaer sobre la líder de la iglesia local, su eminencia Ifian.

El conflicto de Anaander Mianaai consigo misma trae consecuencias en el sistema Athoek. En la estación parece dividirse entre la voluntad de la IA de la Estación, y la de la autoridad de la gobernadora Giarod: dos personajes fuertes a cuyo alrededor se distribuyen otros personajes secundarios relevantes, como la administradora de la estación Celar, la jefa de seguridad Lusulum o las inteligencias artificiales de las naves imperiales atracadas en sus muelles, entre otros. Cada uno de ellos, llegado el momento, deberá tomar partido y reconfigurar sus lealtades en un juego político de alta tensión hasta, prácticamente, el final de la novela.

Y, respecto a la tensión con los enemigos/aliados exteriores, evidentemente, el protagonismo recae, por un lado, en una de las Anaander Mianaai que ha llegado hasta la estación con aviesas intenciones, y por otro lado, en una de las representantes del Imperio Presger que, para más inri, durante toda la novela no se mueve del lado de la capitana de flota Breq.

A este esquema básico se le unen otros temas secundarios, de los que no vamos a hablar aquí para no desvelar algunos de los aspectos clave de la trama. Pero sí podemos adelantar que son temas de extraordinaria actualidad, contemporáneos, relevantes y que atañen al futuro próximo tanto de la humanidad como de la existencia del ser en su conjunto. Se desarrollan gracias a un buen manejo del ritmo narrativo, a una construcción profunda del elenco de personajes tanto principales como secundarios, además de a una sucesión constante de diálogos cruzados que introducen constantemente claves nuevas de lectura.

Space Base. ilustración de Paul Chadeisson

Y es precisamente ésta, la sucesión constante y cansina de diálogos cruzados, el mayor problema de la novela. Resulta ser una técnica narratológica muy bien desarrollada en la primera novela de la trilogía, que es donde se demuestra una magistral habilidad en su gestión, pero aquí baja bastantes puntos de calidad. Pues es difícil, muchas veces, mantener la tensión cuando el cambio de perspectiva se hace con nuevos diálogos de otros personajes, sobre otros aspectos de la trama totalmente distintos. De esta manera, la lectura se distrae, la trama se vuelve confusa, los temas se diluyen los unos en los otros y, si a esto le sumamos un manejo de centros de trama y de subtemas amplios y numerosos, la confusión de la lectura es casi una consecuencia inevitable. Uno no sabe a veces ni dónde está ni, lo que es peor, hacia dónde se dirige.

Tanto es así que, aunque los méritos de esta novela son evidentes y notables, los problemas lastran la lectura lo suficiente como para restarle fluidez, tensión narrativa e interés a medida que pasan las páginas. Ni siquiera cuando el desarrollo de la trama introduce un momento de cambio de piezas, de remoción total de las fichas argumentales, precisamente en el ecuador del libro (capítulos 8 y 9), se produce un cambio notable. Distinto juego, pero mismos problemas.

En conjunto, Misericordia auxiliar es una novela interesante e inteligente, con una trama perfectamente organizada y desarrollada, con personajes profundos, y con el peso suficiente como para dar cuerpo a una red de subtemas amplios y de actualidad. Pero toda esta perfecta organización narratológica, la inteligencia demostrada por Ann Leckie a la hora de diseñar y desarrollar trama tan compleja, se pierde al optar por una estructura lineal tradicional demasiado simple, únicamente basada en un sucesivo cambio de perspectiva motivado a través del diálogo constante entre personajes -tanto que, por veces, parece solamente cháchara-.

Lo complejo, cuando se desarrolla a través de bases demasiado sencillas, queda debilitado hasta el punto de caer por su propio peso. Aquí tenemos un resultado digno, pero que a veces roza la catástrofe, en la que no cae gracias a su buen manejo del ritmo narrativo y al interés de algunos de los personajes principales y secundarios más relevantes. Por eso podemos hablar de un final coherente y digno de la trilogía. Aunque lamentamos que no alcance, ni de cerca, la calidad exhibida en su primera y prometedora entrega.