American Gods, de Neil Gaiman, es un libro exuberante, lleno de imágenes vívidas, lugares extravagantes, escritura vigorosa y personajes intrigantes, en el que lo viejo intenta sobrevivir a lo nuevo: los antiguos dioses buscan su lugar en el mundo -o en el Nuevo Mundo- a base de oponerse a las nuevas deidades tecnológicas y mediáticas, cuyos fieles son ahora mismo legión. En este periplo, lleno de estampas y temas muy queridos por el autor inglés, despunta también un retrato de los Estados Unidos actuales, de mezcla pero también de profundos contrastes.
American Gods. Ilustración de Kory Heinzen
No debería sorprender que American Gods (Roca Libros, 2013) trate con mitologías muertas y sistemas de creencias que se desvanecen. La carrera de Neil Gaiman ha estado caracterizada por infundir nueva vida a viejos mitos, desde los muchos personajes antiguos de cómics DC que resucitó para su galardonada serie Sandman (1989-1996), hasta las renovadas hadas que habitaban su primera novela en solitario, Neverwhere (1996, y la segunda en escribir tras Buenos presagios, firmada junto a Terry Pratchett). Gaiman, inglés de nacimiento y establecido desde hace años en Estados Unidos, obviamente ha estado observando de cerca su nuevo hogar. American Gods es un libro exuberante, lleno de imágenes vívidas, lugares extravagantes, escritura vigorosa y personajes intrigantes.
American Gods es una novela peculiar, pues relata una historia que mezcla las mejores cualidades de un cuento de hadas con los aspectos más atractivos de una road novel. El viaje comienza cuando el protagonista, un hombre callado y tranquilo, apodado Shadow, cumple sus últimos días de prisión por robo a mano armada. Dos días antes de su fecha de salida, su esposa muere en un accidente de tráfico. Sin rumbo y sin valor, Shadow inicia un viaje solitario hacia el hogar vacío cuando se le ofrece un trabajo como chófer del misterioso Sr. Wednesday.
La primera vez que el espectador conoce al Sr. Wednesday, este no aparece bajo la majestuosa forma de un dios –en este caso, Odín-, sino como la de un aparentemente indefenso anciano que se dedica a estafar y timar, al haber caído en desgracia y ser repudiado por sus adoradores. Destronado así de su altar, pronto se descubre que el Sr. Wednesday no es el único viejo dios que se gana la vida en Estados Unidos: de hecho, hay montones de ellos. Éste es el concepto central del libro de Gaiman, y es bastante acertado, pues se basa en la rica mezcolanza étnica de su patria de adopción: Estados Unidos es una nación formada por el establecimiento de un gran número de pueblos del mundo, por lo tanto, ¿qué pasaría, plantea Gaiman, si cada uno de estos pueblos trajera a sus propios dioses provenientes de los países que dejaron en el exilio?
A medida que Shadow y el Sr. Wednesday viajan por el país, se encuentran con un puñado de dioses que se están desvaneciendo, cuyas culturas y adoradores en su mayoría murieron hace mucho tiempo, lo que los dejó convertidos en sujetos exiguos con trabajos mundanos. La misión del Sr. Wednesday es unir a estas deidades débiles y envejecidas contra el nuevo y brillante régimen de los dioses tecnológicos y mediáticos. El objetivo de Shadow es principalmente servir y sobrevivir, ya que queda claro que el Sr. Wednesday se enfrenta a una oposición brutal.
American Gods. Concept Art. Ilustración de Michal Lisowski
Sin creyentes, estos antiguos dioses adoptaron profesiones vagamente asociadas con sus atributos tradicionales. Tenemos a Bilquis –trasunto de la Makeda bíblica, la reina de Saba (actual Etiopía) del Medio Oriente– que se gana la vida como prostituta y que tiene un voraz apetito sexual; al Sr. Nancy –Anansi, una deidad originada en el pueblo Ashanti, donde ahora estaría Ghana, adorada también en varios países caribeños–, que posee el conocimiento de las historias, y que lleva en su idiosincrasia el estigma del racismo que no permite que olviden los africanos que llegan a América; a Mad Sweeney –Buile Shuibhne, deidad irlandesa–, uno de los primeros dioses que Shadow conoce a lo largo de su camino: se presenta a sí mismo como un leprechaun –duende de naturaleza dual: material y espiritual, ligado a la codicia–, y al igual que el resto de dioses antiguos de este decadente mundo, preocupado por lo que Odín, el padre de todo, esté planeando.
Los Sres. Wednesday y Nancy, Mad Sweeney, o Bilquis tienen un problema: ya nadie cree realmente en ellos, y lo que es peor: hay nuevos dioses en Estados Unidos, con muchos fieles. Son los dioses de la televisión y de Internet, de los centros comerciales y las tarjetas de crédito, dioses tecnológicos cuyos ojos brillan con el verde de los monitores de antiguos computadores. Los nuevos ídolos, que simbolizan el frenesí y la compulsión derrochadora de las sociedades contemporáneas, y que en en el fondo ejemplifican las frustraciones de las continuas insatisfacciones individuales, quieren apartar a la vieja guardia. Una guerra, o como se nos dice con más frecuencia en el libro, una tormenta, se avecina.
Shadow viaja a través de Norteamérica, aprendiendo sobre los dioses y la guerra contra la que están luchando, y al mismo tiempo, reconocemos a unos Estados Unidos, incluso si nunca hemos estado allí, secreto y oculto, los Estados Unidos de los marginados y también de los sin voz, de aquellos que son obviados precisamente por los nuevos dioses al no ser dignos de bendición divina. En estas páginas hay horror –lo que tal vez provoca esa relación mercadotécnica que emparejará a Gaiman con Stephen King–, pero también hay mucha esperanza, mucha diversión y una sensación de asombro que hace que esta lectura sea una experiencia alegre, satisfactoria y enriquecedora.