En Nightflyers, el libro que inspira la serie de Netflix, George R.R. Martin construye una historia que maneja con equilibrio maestro varios géneros literarios. Cada trama desarrolla además un tema diferente, lo que le da a la novella una riqueza de contenido y una apariencia de estilo coral que, en realidad, no tiene. Como señalamos en esta reseña, esta variedad afecta a la credibilidad de unos personajes presos por tanto cambio de rumbo, cuya credibilidad y personalidad terminan diluyéndose. Nightflyers es una novela menor del autor de Canción de hielo y fuego.
Ilustración de David Palumbo para la edición de Gigamesh
Netflix rescató Nigthflyers, novella de George R.R. Martin publicada en 1985, para elaborar el guión de una de sus últimas series, de recorrido azaroso: producida entre SyFy y Netflix, no contó con el entusiasmo del público en su estreno (en diciembre de 2018), hasta el punto de que, por ahora, sólo se le conoce una única temporada. La premisa de fondo es muy interesante: el peculiar científico Karoly d’Branin ha reunido a un diverso grupo de científicos multidisciplinares para ir al encuentro de la extraña civilización alienígena Volcryn, cuyas únicas referencias son a través de leyendas y mitos populares. Según se cuenta, surcan el espacio y el tiempo en su nave, alejados de cualquier civilización o planeta, pero también dejando un indeleble rastro de destrucción, trauma y muerte cuando alguien sale a su paso. Karoly d’Branin lleva mucho tiempo analizando estas referencias y, con enorme fascinación, convencido de que será posible un encuentro pacífico si se afronta en las condiciones adecuadas, decide reunir a una tripulación e ir tras ellos. Las leyendas especifican tiempo y ruta. El encuentro parece factible.
La Nómada Nocturno es la nave que ha contratado. Una nave distinta a todas las demás, y que ha asunido una insólita tarea: una persecución en el vacío, intuitiva, sin rumbo fijo ni objetivo claro, en medio de un espacio inmenso y contra una civilización aparentemente hostil y de tecnología superior. Muy pocas naves, por no decir ninguna otra, se atrevería a coger semejante encargo. Ésta lo hace porque su capitán, Royd Eris, así lo ha decidido. Eris es un uno de esos personajes curiosos que sólo Martin sabe trazar: intrépido, sin miedo al espacio vacío y a la ingravidez, pero que, curiosamente, sólo se presenta ante los demás a través de un holograma, circunstancia que ha alentado sobre él rumores, curiosidad y desconfianza. Eris no parece, a priori, la elección más adecuada para una misión como ésta. Pero él ha sido el único que ha aceptado.
Sobre este contexto general, Nightflyers (Gigamesh, 2019, edición ilustrada por David Palumbo) comienza in media res con toda la tripulación ya instalada en la nave y la misión empezada. La tripulación y Royd Eris se relacionan con una evidente desconfianza. La automatización de todos los procesos y la omnipresente vigilancia a la que somete el misterioso capitán intensifica las sospechas y los malos entendidos. Para más inri, muy pronto comienzan a suceder cosas extrañas. La paranoia se dispara. Las sospechas se intensifican. Se atribuyen conspiraciones, maquinaciones o malas intenciones por doquier. La actitud de Royd Eris tampoco ayuda mucho. En su intención por mantener su legendaria discreción, se mantiene distante respecto a la tripulación, aunque con todos los sistemas de vigilancia activos y monitorizando a todo el mundo, en todas partes, todo el tiempo. Tal es el nivel de vigilancia que incluso se llega a hipotetizar sobre la posibilidad de que Eris sea una Inteligencia Artificial. Nada más lejos de la realidad, aunque esta reserva excesiva tiene una explicación que se niega a dar, y que será el motor para las sospechas. Por si esto fuera poco, alguna de la información adquirida le sirve para dar directrices o consejos que acaban con la muerte del principal heraldo de un una amenaza mortal inminente.
Spaceship Demo. Ilustración de Sergey Tyapkin
A partir de este punto, la trama de ciencia-ficción deja paso a otra con claros tintes de terror psicológico. La Nómada Nocturno podría dejar de ser, en ese preciso momento, una nave espacial para pasar a ser una casa encantada, con todos sus habitantes obligados a estar en ella y sin poder salir. La trama sobre los Volcryn, leitmotiv de la novela y motor del hilo argumental principal, se va desdibujando poco a poco, hasta casi perder toda su relevancia. A nadie le importan ya los alienígenas porque el miedo y la incertidumbre no están ya en el exterior sino en el interior de la nave. Y todo se pone todavía peor cuando las muertes empiezan a ocurrir, y a sucederse, cada vez a mayor velocidad. De repente, impulsados por las circunstancias, d’Branin y Eris se ven obligados a abandonar sus atalayas y a exponer sus secretos. O su privacidad o su vida. El poder de la masa los pone entre la espada y la pared, y la narración adopta un nuevo giro, más cercano al relato social y político. Este nuevo marco ideológico encaja como un guante con cierta literatura de viajes o de aventuras para la que lo importante no es tanto el destino como el viaje, no es tan importante lo que se ve como lo que se vive, y en la que no se trata tanto de «paisajes» como de la experiencia de la travesía. En esta capa de lectura es donde Martin muestra todo su mejor material como autor de terror, fantasía y misterio.
La historia avanza y, llegados a determinado punto, el secreto de tanto fenómeno extraño y tanta muerte nos es desvelado. Otro nuevo giro, otro cambio en la historia. Y, nuevamente, la trama motora de los Volcryn desaparecida. La novela se convierte, de repente, en un conflicto familiar de los de toda la vida, si bien esta vez con una dosis extra de sadismo. Sin embargo, siendo exactos, será en este último tramo cuando, con una nueva treta narratológica, los Volcryn recuperen su protagonismo, aunque de una forma tan tangencial que, ni por asomo, se llega en momento alguno a adquirir la fuerza inicialmente prometida. Es aquí cuando nos queda meridianamente claro que los Volcryn no sirven para mucho, salvo como motor narrativo y leitmotiv para que todo suceda. Todo pasa gracias a los Volcryn, pero sin los Volcryn.
Al final, cerradas las tapas de Nightflyers, llegamos a la conclusión de que George R.R. Martin ha construido aquí una historia que maneja con equilibrio maestro los géneros literarios. Con el paso de las páginas y el avanzar de la trama principal vamos disfrutando de distintas tramas secundarias, cada una perteneciente o asociable a un género distinto, y que guardan extraordinaria relación de coherencia con la principal. Cada trama desarrolla además un tema diferente, lo que le da a la novella una riqueza de contenido y una apariencia de estilo coral que, en realidad, no tiene. Así, se nos habla de las complicadas relaciones familiares, de los males psicológicos que acechan a los viajes (donde personas distintas y heterogéneas conviven durante un tiempo prolongado en un espacio reducido) y de los problemas de convivencia que esta misma heterogeneidad puede suscitar (a partir de la falta de algo tan primordial como la confianza entre los tripulantes), y cómo estos problemas pueden traer nefastas consecuencias incluso a la propia supervivencia de la nave, o la consistencia alrededor de los mitos y las leyendas populares y sobre cómo el conocimiento científico cerca al mito hasta llegar a destranscendentalizarlo.
Otra inquietante ilustración de David Palumbo para la edición de Gigamesh
Sin embargo, si bien arquitectónicamente Nightflyers es el producto maestro de quien sabe manejar como pocos los recursos de la narrativa basados en la tensión y el interés del lector, la historia tiene ciertos aspectos que la hacen poco disfrutable y convincente. No en vano, estamos hablando de una obra menor del autor. El primer factor, y más relevante, es el diseño del elenco de personajes: al introducir tantos personajes en una historia tan intensa y tan corta, sus personalidades y rasgos diferenciales quedan sepultados por la intensidad de los hechos que les suceden. A no pocos de ellos casi los conocemos sólo por su nombre y por su función en la nave. Son más bien peluches sin carácter, juguetes al capricho autor, que personajes propiamente dichos. Si los personajes resultan irrelevantes, también se ven afectadas las tramas en las que se insertan, infectadas de esa misma irrelevancia. Algunos temas o aspectos que se quieren tratar no llegan a cuajar. Algunos de los personajes principales, cuyo carácter y personalidad deriva de su antagonismo o relación con los susodichos peluches, precisamente porque esta relación no tiene tiempo de consolidarse, pierden mucha de la fuerza que a priori su descripción parece querer concederles. Lo que hace que, en su conjunto, la historia adolezca de problemas de ritmo, muy intenso en ciertos momentos, pero también sin pulso ni tensión en otros tantos, porque los elementos que deberían estar tensionados no lo hacen. Una irregularidad fatal que lastra la experiencia lectora desde el comienzo hasta, prácticamente, el final.
La novella llega a nuestro mercado editorial por la oportunidad de aprovechar el tirón de la serie a la que da origen. No obstante, conviene que pensemos que, cuando la obra de un autor tan popular como George R.R. Martin permanecía inédita, quizás fuera por algún motivo distinto al de la oportunidad. En esta ocasión estamos ante una obra claramente menor, apropiada para estudiar en los talleres de escritura, pero en absoluto representativa de la calidad de un Martin muy por debajo de su nivel habitual. Una pena.