La editorial Anagrama recuperó hace un par de años para el lector español el primer libro de relatos de la periodista y escritora Mariana Enriquez, Los peligros de fumar en la cama. Este libro, publicado por primera vez en 2009 en Argentina, es el cuarto de la autora, que comenzó su carrera como escritora a los 21 años.
Dark Days. Cover Sketch. Ilustración de Sylvain Sarrailh
Los peligros de fumar en la cama (Anagrama, 2017), de Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) es una obra con doce relatos inquietantes, de un terror moderno, distinto al que nos tienen acostumbrados los clásicos. Unos relatos donde lo sobrenatural toca tierra para decirnos que lo ordinario puede dar más miedo que lo extraño. Uno de los grandes aciertos de la escritora bonaerense es precisamente ese acercamiento a lo cotidiano, a lugares y circunstancias con las que todos podemos sentirnos identificados. Si bien es cierto que Enriquez no renuncia al terror sobrevenido por creencias ancestrales, la brujería o el espiritismo, lo hace siempre rompiendo los clichés y los tópicos. Con un lenguaje sencillo, que no simple, y siempre certero, donde no sobra ni falta nada, la autora lleva al lector a donde quiere con una sutileza que va calando como una lluvia fina. Una prosa en voz baja que acaba llenándote la cabeza de gritos.
Doce relatos inquietantes
El primer relato, “El desentierro de la Angelita”, cuenta la historia una niña que desentierra por accidente los huesos de una hermana de su abuela que falleció poco tiempo después de nacer y que ésta había sepultado en el jardín de la casa. Enriquez va rompiendo todos los tópicos sobre fantasmas, incluso con un toque de humor. Personalmente, este cuento no me ha dado realmente miedo, aunque el final, inesperado, deja un poso bastante inquietante.
Es a través del segundo relato, “La Virgen de la tosquera”, cuando he sentido de verdad el escalofrío. En él, una adolescente cuenta, en una primera persona del plural que da fuerza a la sensación de secta, cómo su amiga Silvia, mayor que ellas y con trabajo y apartamento propio, empieza a salir con el chico que les gusta a todas. Poco a poco, la autora nos va dibujando cómo va creciendo el odio y la envidia de cada una de las protagonistas hacia Silvia. A pesar de todo, se queda un poco cojo al final.
El tercero, “Carrito”, es una revisión de los cuentos tradicionales en los que un mendigo o mendiga se convierte en genio o hada y premia a aquel que lo ha ayudado y castiga al que no lo ha hecho. Un hombre de color llega a un barrio empujando un carrito y es agredido por un vecino mientras profiere insultos racistas, mientras el resto de los vecinos no dice nada. Sólo la madre del protagonista sale a defenderlo. Se trata de una pieza que habla de la insolidaridad, de la pasividad de las personas a la hora de alzar la voz cuando alguien está siendo atacado injustamente. Me ha recordado un poco a Rascacielos de J. G. Ballard, donde se muestra cómo, en determinadas circunstancias, el ser humano pierde todo lo que cree tener de civilizado.
En “El aljibe”, Josefina, una niña cuya característica especial es la valentía, acude junto con su madre, su abuela y su hermana pequeña a una santera. Tras ese día, Josefina enferma de un miedo cada vez más grave. Aunque este relato es algo previsible en su desarrollo, la tensión narrativa está trabajada con maestría y el final es sobresaliente. Enríquez se vale de nuevo de los miedos cotidianos para llevarlos al extremo.
“Rambla triste” nos transporta a Barcelona para contarnos una historia de fantasmas con las leyendas de la ciudad como telón de fondo. Sofía es una bonaerense que ha viajado hasta la Ciudad Condal para visitar a dos amigos argentinos que llevan muchos años viviendo allí. Según llega, nota un olor nauseabundo, pero sólo ella parece percibirlo, hasta que su amiga Julieta le hace una terrible confesión. Es un relato que utiliza las creencias populares para sumergirnos en la ambigüedad entre lo real y lo irreal.
“El mirador”, sexto cuento del libro, me ha gustado especialmente. Elina decide pasar una temporada en la playa después de llevar una época a base de pastillas y psicólogos debido a un abandono sentimental. Allí, un fantasma se fija en ella. Es una historia contada en dos voces, la del fantasma y la de Elina. Para mí, lo que destaca en este relato es que el fantasma no es un monstruo sin más, sino que es muy humano: no se emociona, pero tiene un deseo justificado, que también entendemos y que nos hace empatizar con él.
Bones. Ilustración de Erikas Pearl
“En Dónde estás, corazón”, Enríquez nos habla de la enfermedad y la muerte ligadas al sexo. No hay nada tan potente como estas dos pulsiones primarias, y lo que hace Mariana Enriquez es mezclarlas, encontrar sus semejanzas y unirlas. La protagonista se da cuenta a muy temprana edad de que le excitan los enfermos que están cerca de la muerte. Después de varias averiguaciones, descubre que los que realmente le gustan son los enfermos del corazón. Es un relato terrible, que deja mal cuerpo.
El octavo relato, “Carne”, es, como el anterior, muy breve. Mariela y Julieta, dos adolescentes, son encerradas en un hospital psiquiátrico. De fondo, la historia de un cantante rodeado de fans y su último disco, Carne, que hace furor entre las más jóvenes. Cuando Santiago Espinas desaparece, justo antes de su último concierto, las fans se alteran y algunas empiezan a buscar significados ocultos en las letras del disco. Otro relato con imágenes potentes y bastante desagradables.
En “Ni cumpleaños ni bautismos”, la protagonista se hace amiga de Nico, un chico que hace vídeos por encargo, pero no de cualquier tipo. Son vídeos raros: parejas teniendo sexo, niñas pequeñas en una piscina para un pedófilo… Hasta que le llama la madre de una chica para un encargo especial. No he acabado de conectar con este relato. Aun siendo muy interesante, creo que es el más flojo de la colección.
En “Chicos que faltan”, Mechi trabaja en un archivo de niños y niñas desaparecidos. Es un trabajo rutinario, pero que le gusta. Se hace amiga de Pedro, un periodista que trabaja en casos de secuestro de niñas y adolescentes para una red de prostitución. Un buen día, encuentra en un parque a una de las adolescentes desaparecidas. Otra vez se vale Enriquez de la mitología, esta vez del mito cristiano del fin del mundo, para llevar el horror a lo cotidiano. Me ha recordado a la serie francesa Les Revenant.
“Los peligros de fumar en la cama”, que da título a la antología, es un relato muy corto, muy sencillo, que marca la desesperación de una mujer sola y deprimida. De nuevo predomina la idea de que no hacen falta monstruos para tener una vida que sea la peor de las pesadillas.
Enriquez se vuelve a valer de un grupo de niñas adolescentes en “Cuando hablábamos con los muertos”, el último relato del libro. Esta vez son cinco chicas que juegan a la ouija para hablar con los muertos. Todo cambia cuando una de las protagonistas quiere saber dónde están los cadáveres de sus padres desaparecidos durante la dictadura argentina. Aunque está muy bien escrito y te atrapa desde el principio, el tema es menos original que otros.
La humanidad de los monstruos
Quizá sea lo humanos que son sus monstruos, o, también, que los peores monstruos son los humanos, lo que se pueda sacar como conclusión de esta colección de relatos. Lo sobrenatural es, a veces, sólo una excusa para cumplir los deseos perversos de las propias personas, ya sean en forma de ayuda o de apoyo. Pero la verdadera maldad no está ahí. En todas las tramas secundarias se ve muy claro: los desaparecidos de la dictadura, el pedófilo de los vídeos, la familia que traiciona a su propia hija, las adolescentes envidiosas, las redes de trata de personas, los racistas y clasistas que expulsan del barrio a los pobres…
No obstante, si hay algo destacable de Los peligros de fumar en la cama es que resulta imprevisible. Salvo en el segundo relato, en los demás el lector no se hace una idea de por dónde se va desarrollar la historia. La autora nos acerca a personajes que hacen cosas que, en principio, no esperaríamos. ¿Son enfermos, como la sociedad nos dice, o son simplemente humanos? Mariana Enriquez no juzga, solo muestra. Pero lo que queda claro es que son, en general, personas, con sentimientos, sensaciones y deseos humanos, por muy censurables que estos puedan ser. Y ahí está el horror. Porque nos toca de frente: ¿podríamos ser nosotros también monstruos para los demás?