La colina de los sueños, de Arthur Machen, es la historia de la creación literaria, la carrera por alcanzar un ideal inalcanzable y el desasosiego que causa la incapacidad creativa. La presente reseña analiza la obra más personal y autobiográfica del autor galés, reconocido deudor de su pasado celta en la construcción de su influyente corpus literario.
Valdemar eligió como imagen de portada de su libro este lienzo de Edvard Munch, Madonna. Ésta es una de las numerosas versiones que, sobre el mismo motivo, realizó entre 1894 y 1895
Quienes estén familiarizados con la biografía de Arthur Machen reconocerán en La colina de los sueños (1907, Valdemar, 2017, con traducción de Francisco Torres Oliver) los pasos que siguió el escritor galés hasta erigirse como una de las mayores influencias de la literatura de terror del siglo XX. Al igual que Machen, el héroe de la novela, Lucian Taylor, es un joven solitario oriundo de un pueblo galés con una marcada herencia celta y romana por la que se siente especialmente fascinado: la sensual tentación que le sugiere el paisaje circundante le inspirará y torturará, e intentará plasmarlo en palabras. El propio Machen reconoció que, con el tiempo, se dio cuenta de que todo lo que había conseguido en la literatura se debía al hecho de haber crecido observando un paisaje encantado.
La colina de los sueños comienza remarcándonos la curiosidad del héroe por descubrir caminos secretos que le permitan atravesar el país de las hadas y descubrir nuevos lugares encantados que le otorguen una nueva visión; es esta curiosidad la que acaba haciendo que se fije en el fuerte romano que corona las colinas. El encantamiento dura poco, ya que cuando regresa a casa descubre que la aventura que había creído vivir y los caminos pretendidamente misteriosos no son más que un paseo por los alrededores del pueblo que su padre también conocía. Sin embargo, pese a la cotidianidad que el padre de Lucian, el reverendo Taylor, impone, no puede evitar que el hijo caiga hechizado por el misterio y la magia intuidos en el paseo; así, el fuerte romano termina convirtiéndose en “un lugar deseable”, en foco de obsesión. Día y noche, en invierno y verano, lo observará tan detenidamente que el deseo por conocer la misteriosa colina se volverá tan intenso que no podrá resistirse a adentrarse en el círculo de las ruinas romanas.
Dichas ruinas son un testimonio del período romano de Britania y representan todo lo que apasiona y fascina al joven Lucian Taylor. Para alcanzar el fuerte romano debe colarse en una propiedad privada y deslizarse por ella: primero lo hace de manera temerosa y escondiéndose de los trabajadores de la finca; más tarde, sin ocultarse a medida que el camino va tornándose más duro y complicado. Para Machen el fuerte no es únicamente el símbolo del pasado romano y celta sino también una representación de la tentación que suponen las artes místicas y la literatura, y de cómo será la vida de Lucian como escritor durante el siglo XIX. A medida que gana en confianza y osadía, Lucian va entregándose libre y completamente a la literatura. Por supuesto, el camino estará plagado de obstáculos y dificultades: abundarán los bloqueos creativos, la marginación, el plagio y las estrecheces económicas.
La conquista de la cima del fuerte, pese a lo que pudiera parecer, no augura el éxito literario, sino la culminación de la perversión de Lucian a manos de la literatura y de la mística del lugar. El final de la aventura, esto es, el haber alcanzado el centro de la fortaleza, es, en realidad, el principio del periplo literario de Lucian Taylor y la entrega en cuerpo y alma al arte de escribir. La sensualidad con la que se describe el ritual de iniciación de Lucian en el fuerte pretende mostrarnos cómo de idealizada pero tortuosa es la relación de un escritor con la literatura:
«En la sustancia de sus nervios se agitaron ahora llamas inquietas; atisbos de misterios, de secretos de la vida, desfilaban temblando por su cerebro; deseos desconocidos lo hostigaban. Al mirar más allá de la yerba, hacia el bosquecillo, le pareció que el sol se había vuelto verdaderamente verde; y el contraste entre el brillante resplandor que bañaba el claro y la negra sombra de la espesura producía una luz extraña y vacilante, en la que troncos y raíces empezaban a adoptar toda suerte de actitudes grotescas: el bosque estaba vivo; la yerba, debajo de él, subía y bajaba como el profundo oleaje del mar. Se durmió, tendido en el centro del bosquecillo.»
El juego en las descripciones de la intensidad lumínica y la creación de sombras, apreciable en este extracto, es una constante con la que Machen insinúa la entrada en el antiguo mundo de la magia celta, donde la inspiración es más fértil: «Un rumor llameante le encendió las mejillas, y le recorrió los brazos y las piernas como un estremecimiento. En el momento de despertar, una brisa tenue había agitado en un extremo la maraña de ramas; y hubo un destello, quizá el destello fugaz de un rayo de sol entre las sombras, y las ramas susurraron y murmuraron unos instantes quizá al paso del viento.»
Lucian se queda dormido en este paraje, dejándose seducir por la sensualidad e irrealidad del pasado. Se despierta desnudo y avergonzado: su posesión por las artes místicas y herméticas ha tenido lugar, y el joven Lucian ya está perdido: «Extendió las manos, y gritó a su visitante que volviera; suplicó a los ojos oscuros que habían brillado sobre él, a los labios rojos que le habían besado. Luego, un terror pánico le inundó el corazón, y echó a correr a ciegas, internándose en el bosque.»
Si los juegos de luces y las descripciones extremadamente sensuales del paisaje o entorno son una constante en La colina de los sueños que el autor galés utiliza para exaltar, no sólo su paisaje natal sino, también la misteriosa tradicion mágica celta, el miedo y rechazo que siente Lucian al ser consciente de que se ha dejado arrastrar por tétricas ensoñaciones serán los patéticos intentos del joven por no caer en sus redes. No en vano, “los ojos oscuros y los labios rojos” con los que se topa en la intimidad del circulo de fuerte romano, recuerdan a los atributos físicos de su vecina Annie Morgan, de quien está perdidamente enamorado, y que ensalza como Musa. Es necesario remarcar que al huir apresuradamente del fuerte lleno de temor y vergüenza se encuentra con ella a mitad de camino: su imagen, en una primera instancia, le parece etérea.
La musa di tristezza, ilustración de L-E-N-T-E-S-C-U-R-A
Igualmente destacable es el paralelismo existente entre este primer encuentro, en el que Lucian se encuentra alterado por las seductoras visiones que ha tenido en el fuerte, con el segundo, en el que está aterrorizado no por las visiones externas, sino por las exteriorizadas desde su interior: «Echó a andar con paso vacilante hacia esa luz cuando, de repente, algo pálido salió de las sombras, y pareció flotar y oscilar en el aire. Lucian descendía por la colina; apretó el paso, y distinguió el armazón de un paso recortado vagamente contra el cielo, mientras la figura seguía avanzando con el mismo movimiento oscilante. […] Ahora, estaba bastante cerca de la blanca aparición, y vio que era sólo una mujer que caminaba deprisa cuesta abajo; su flotante movimiento era efecto del aire oscuro y el resplandor de la luna. Llegaron los dos a la vez al paso de cerca donde él había pasado tantas horas contemplando el fuerte. Y descubrió que era Annie Morgan.»
Nótese el cambio de luces, otra vez: el primer encuentro, pese a la alteración de Lucian y a la penumbra que cubre el circulo del fuerte, tiene lugar a la luz del día, y la imagen pertenece a la cotidianidad: el único pensamiento que acude a Lucian es el de fastidio ante el hecho de que Annie es más alta que él. El segundo encuentro, en cambio, tiene lugar a la luz de la luna, por lo que la imagen es mucho más fantasmal y onírica. La conversación y sucesión de escenas de este segundo encuentro ya pertenecen a un plano simbólico: Annie le susurra dulces palabras al oído que calman su ánimo, y se declaran devoción mutua. Sin embargo, es también, la última escena que comparten. Annie Morgan deja de ser una mujer física y mortal para pasar a ser una ensoñación, una idealización de la mujer romántica, una alegoría de la creación artística. Cuando la mujer real que es Annie Morgan se comunica por última vez con él para hacerle saber que se casará con otro hombre, Lucian Taylor desconecta ya definitivamente del plano real, del mundo objetivo y utilitario y de la sociedad rural de Caermaen, y decide mudarse a Londres para consagrarse a la literatura.
Toda la narración referente a la experiencia de madurez de Lucian en Londres gira en torno a su incapacidad para crear obras literarias. Si toda la primera parte de la novela trata sobre el enamoramiento de un joven inocente por la literatura y cómo poco a poco va marginándose de manera voluntaria de una sociedad provinciana que lo rechaza y humilla, la segunda parte pivota sobre su fracaso y su perdición total. Las descripciones de la ciudad son oscuras y decadentes, con predominio de colores grises, de vientos aullantes y de soledad. En la ciudad Lucian no contará con la compañía de lo bucólico ni de la magia céltica, sino que tendrá tan sólo un escritorio japonés en el que guardará todos sus borradores fallidos. A la muerte del padre, Lucian Taylor perderá todo contacto con su pasado y, por lo tanto, con la realidad. Se dejará llevar por los delirios y la fantasía, y caerá de bruces en su perdición total, personificada en una mujer de “cabello de bronce y mejillas encendidas”, dotada de una “luz plateada que brotaba de sus ojos”.
Vista aérea del antiguo emplazamiento romano de Isca Silurum, hoy Caerleon-on-Usk, región natal de Machen. Godofredo de Monmouth emplazó aquí en su Historia de los reyes de Bretaña la ciudad-fortaleza del rey Arturo.
La escena, a las afueras de Londres, es similar a las alucinaciones que Lucian vive dentro del fuerte y a las afueras de Caermaen. En ambas, reina un oscuro baile libidinoso que atrae y repele al joven a partes iguales. En Caermaen consigue mantenerse en el límite y sobrevivir gracias a la presencia de Annie Morgan, siempre vestida de blanco y rodeada por un aura blanca, la única capaz de calmar su malestar interior y de reconciliarlo con la sociedad para apartarlo de la perdición que reside en el otro mundo. En Londres, sin el apoyo de Annie, encuentra consuelo en una prostituta de cabellos rojos, una venus de ámbar a la que le dedicará su única obra publicada y que lo condenará a la destrucción en un pasaje bellísimo, y que no reproduciremos porque es prerrogativa del lector descubrirlo y admirarlo.
En resumen: La colina de los sueños es la historia de la creación literaria, la carrera por alcanzar un ideal inalcanzable y el desasosiego que causa la incapacidad creativa. También es una fiel descripción del escritor romántico para el que no sólo es imposible alcanzar el ideal sino que es repudiado y ridiculizado por una sociedad a la que rechaza, sin darse cuenta de que es la única posible. Al no ser consciente de esta realidad, sus patéticos intentos por adaptarse lo llevarán a transitar por un malestar vital lleno de pesimismo.