La película de Pixar Los Increíbles 2 tiene su reverso literario en La extrordinaria familia Telemacus, de Daryl Gregory, una novela que reflexiona sobre la responsabilidad de poseer características excepcionales y sobre cómo usarlas. Pero sobre todo, es un libro que ensalza la unión familiar (que hace la fuerza).

Spoonbenders. Radio Time, de Jason Raish. El estilo bebe mucho de Wes Anderson

¿Es lo paranormal una realidad o una ficción? Daryl Gregory (Chicago, 1965) lo tiene claro: “No existen ni los mentalistas, ni la visión remota, ni los zahoríes ni nadie capaz de doblar utensilios de cocina con el poder de la mente, excepto en la ficción. Aunque con eso ya es suficiente, ¿no?” (página 542). Para mucha gente no lo es. De hecho, posiblemente ahora mismo, en muchas partes del mundo, incluso en sociedades avanzadas, estos temas siguen debatiéndose y cuentan entre sus filas con miles de acérrimos adeptos capaces de defender, con la máxima convicción, lo paranormal como una realidad oculta frente a “la otra realidad”: la nuestra, la evidente, y por ello banal, frente a la otra realidad, la trascendental.

El debate es real y está ahí, frente a nuestras narices. La superchería está consiguiendo colarse entre las rendijas del método científico. El ansia característica del nuevo ser humano lo lleva a querer eliminar los tiempos de espera y, con ello, a agarrarse con uñas y dientes a cualquier discurso, irreal o fanático, que le garantice tal cosa. La ciencia exige rigor y paciencia, y su método incluye el ensayo y error, algo inconcebible para quienes creen que el aquí y ahora es sólo cuestión de voluntad, que el tiempo y la oportunidad no importan. Para todas estas personas es especialmente recomendable La extraordinaria familia Telemacus (Blackie Books, 2018).

Detalle de la ilustración de portada de la edición original estadounidense (Knopf, 2017)

Será a ellas a quienes les fascinará el punto de partida, que gravita en torno a una familia dotada con poderes excepcionales y habilidades únicas capitaneada por la denominada “Vidente Más Poderosa del Mundo”, Maureen McKinnon. Ella y su marido, Teddy Telemacus, dan a luz a una progenie de inconcebibles habilidades: Irene es una detectora humana de mentiras, Frankie es capaz de mover cosas con la mente, y Buddy tiene la habilidad de percibir visiones claras respecto al futuro a corto y largo plazo. También los hijos de sus hijos poseerán habilidades que dejarán anonadados a sus padres y abuelos; de entre ellos destaca Matty, hijo de Irene, capaz de teletransportarse desde su cuerpo ausente a otros lugares cercanos y lejanos.

La familia Telemacus, estos Increíbles, no es una desconocida. Cuando la novela arranca, en junio de 1995, Maureen está muerta y los Telemacus supervivientes han debido vivir con el shock de su pérdida: no sólo porque Maureen poseía los poderes más asombrosos de todos ellos, sino porque era el pilar sobre el pivotaba la vida individual y grupal de la familia. Teddy lo sabe bien: vivió el proceso de reclutamiento militar y aprovechamiento estratégico de su mujer por Star Gate, un programa psíquico (real) de la CIA encuadrado dentro del marco histórico de la Guerra Fría contra la U.R.S.S., y tuvo por ello que educar en soledad a unos hijos con notables poderes psíquicos.

A este contexto, ya de por sí complejo, la trama suma un trauma profundo que marcó el destino de la familia. Antes de permitir que Star Gate se hiciese con sus servicios, los Telemacus vivían del espectáculo y la escena, del vodevil y la magia. No en vano, Teddy se nos presenta como uno de los mejores prestidigitadores de Chicago y, porqué no, de Estados Unidos. Hasta que un desgraciado episodio en un programa de máxima audiencia en la televisión del país arruina su reputación y credibilidad. Pronto caen en el olvido. Los otrora extraordinarios deben aprender a vivir unas nuevas vidas ordinarias, iguales a las de cualquier otra persona.

La adaptación a esta nueva vida no les resulta sencilla. Para ellos, y de forma especial para Frankie y Buddy, aquel episodio televisivo marca su pasado y también su presente y su futuro. Todavía en 1995, tantos años después, siguen siendo personas inadaptadas. Buddy muestra un retraimiento producto del miedo y la culpa por lo sucedido entonces. Frankie no cesa de meterse en problemas, causados siempre por el permanente objetivo de volver a intentar ser lo que antaño fueron. Mientras Irene y Teddy, a su manera, buscan abrir nuevas etapas en sus vidas.

Ambas tendencias, la de los que miran al pasado y la de los que miran al futuro, se encontrarán y chocarán en una trama central de ritmo progresivo e intenso final. En ella, la organización mafiosa de los Pusateri se (re)inmiscuye de distintas formas en la vida de los Telemacus. Al mismo tiempo, Destin Smalls, agente federal cabeza visible del programa Star Gate, reaparece también para recuperar sus viejos bríos gubernamentales (y su antiguo presupuesto) a costa de los poderes de las nuevas generaciones, en concreto de los de Matty Telemacus. La familia deberá afrontar todos estos problemas dividida al respecto de quiénes son y quiénes quieren ser. Un dilema complejo que encontrará en la solidaridad familiar su mejor vía de escape.

Ilustración de Núria Tremoleda a la edición catalana del libro (La Campana, 2018)

Como comprobamos, lo paranormal se sitúa en la trama de una forma muy curiosa. Al enfrentar directamente lo extraordinario —los poderes paranormales— contra lo ordinario (la vida familiar de los Telemacus), poniendo una realidad frente a la otra, Gregory consigue destranscendentalizar lo paranormal. Lo baja de su nube asentándolo en la tierra de lo ordinario, lo humano y lo banal, hasta el punto de llegar a mostrarnos estos poderes desde su lado negativo, cómo son causa no de bien sino de mal, no de cura sino de enfermedad, no de cotidianidad sino de shock o trauma. Un conocimiento que llega a generar, en algunos Telemacus, la necesidad de dejar a estos poderes atrás como condicionantes de sus vidas, negándoles la capacidad de seguir supeditando de manera alguna el resto de sus días.

Con todo, la inteligentísima propuesta narrativa de Daryl Gregory se muestra débil en algunos (pocos) aspectos. Por ejemplo, mientras describe de forma coherente a algunos personajes centrales como Irene o Teddy Telemacus, se muestra menos precisa y más dubitativa en los perfiles de otros, como Buddy y Matty Telemacus. De hecho, conforme se suceden las páginas, nos cuesta a veces comprender los cambios bruscos de comportamiento de éstos y de otros secundarios. Casi parece como si las acciones ejerciesen la justificación respecto a las decisiones de los personajes, y no al revés.

Tampoco resulta muy convincente la parte final de la novela. Sin duda, el desenlace es sorprendente y muy original, sólido en la manera en cómo se llega hasta él. Pero la cadena de acontecimientos y la coherencia lógica de sucesos de este episodio final se define de forma muy poco clara, algunas escenas se presentan con una confusión excesiva, y el cierre de la novela no encaja todo lo bien que debería con el tono restante. Son detalles finales con el aspecto de haber respondido a una celeridad editorial excesiva, disculpables, pero no por ello menos llamativos en un texto de buena calidad general.

La extraordinaria familia Telemacus es una novela divertida, de ritmo rápido, asentada en el diálogo irónico (y, por veces, hilarante), con unos personajes unidos por la pertenencia a una misma familia y conscientes de todo lo que ello conlleva. El sentido de la unidad, la solidaridad y el sacrificio quedan perfectamente definidos. La capacidad de los personajes individuales para superar sus cuitas y problemas es coherente y proporcional con su capacidad para dejar participar en sus vidas al resto de miembros de la familia, sin que importen edades, sexos o pertenencias culturales o generacionales. La identidad personal y los poderes psíquicos particulares resultan superados por la unión solidaria de la familia, en cuanto a su capacidad para superar las dificultades y definir las vidas de los distintos personajes.

Así, la novela, además de ofrecer un mensaje de desacralización de los poderes psíquicos, humanizados y banalizados, ensalza también el amor a la familia como institución.