Ilustración realizada por L-E-N-T-E- S-C-U-R-A (La Regina della Debbia)

Nido de pesadillas es la antología más espeluznante de Lisa Tuttle. Sus protagonistas, de algún modo trasuntos de la propia autora, se enfrentan a lo sobrenatural en un mundo tedioso, injusto, triste pero, ante todo, “normal”. Tuttle nos lleva de la mano por nuestros propios miedos esperando que nos identifiquemos con, al menos, alguno de ellos.

Lisa Tuttle (1952, Houston, EE.UU.) ha escrito numerosas obras de ficción y no ficción, entre las cuales destacaríamos Refugio del viento (1981), redactada en colaboración con el consagrado George R. R. Martin. Sin embargo, lejos de encontrarse a la sombra de su archiconocido y venerado compañero literario, se ha ganado un lugar único en el mundo de la literatura, ámbito en el que su prosa de terror ha recibido excelentes críticas. Con esta información de partida, no esperaba nada menos que pasar un buen rato disfrutando de Nido de Pesadillas (Ediciones Nevsky, 2015), una recopilación de sus relatos más espeluznantes. No obstante, desde el primero de ellos, empezó a crecer en mi interior una profunda aversión por la autora y su narración. Abrumada por mi creciente desprecio, me propuse comprender su origen para acabar por convencerme de que, en efecto y a mi pesar, Lisa Tuttle es uno de los grandes nombres de la fantasía, la ciencia-ficción y el terror moderno.

Nido de pesadillas, publicado inicialmente en el año 1986, agrupa varios relatos cortos en los cuales repetidamente observamos los mismos motivos: la psique femenina, la vida de la gente corriente, y la experiencia sobrenatural. Autora de una enciclopedia del feminismo (1986) y otros ensayos sobre el tema, no es de extrañar que las protagonistas de los relatos de Tuttle sean todas mujeres, presentadas desde la comprensión autobiográfica. Múltiples Lisas Tuttle se enfrentan a lo sobrenatural en un mundo tedioso, injusto, triste pero, ante todo, “normal”.

Lejos de ser féminas idealizadas y heroicas, las protagonistas de Nido de Pesadillas son mujeres corrientes, como Ellen en el relato “Nido de Bichos”, eternas freaks impopulares con un lavado de imagen como Sheila en “Volando a Bizancio”, mujeres divorciadas como Nora en “Sun City”, recién casadas como Marilyn en “El Señor de los Caballos”, incluso niñas como Karen en “Hamburguesa de Carne de Muñeca”. Todas ellas, diferentes entre sí, pero conectadas por un halo de soledad involuntaria por su incapacidad de conectar de forma efectiva con el entorno, más psique que cuerpo físico.

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(Risalcio Di Notte)

En algunos relatos, el mundo racional, el de “ahí fuera” (fuera de nuestras mentes perversas, de nuestros miedos, de la fantasía, de lo que nos trae aquí) viene encarnado en la figura del hombre. En “La Memoria de la Madera”, Helen observa en su marido “que esperaba alguna respuesta irracional, que estaba preparándose para burlarse de la intuición femenina”. Pero ellos, como tal, representan un papel pequeño y siempre incapaz de ser refugio ni alivio. En otros relatos, lo masculino se presenta como amenaza, a veces encarnado en un monstruo mítico como en “Sun City” o en “El Señor de los Caballos”, otras veces como prolongación de la psique híbrida, bisexual de nuestra protagonista. La mujer ya no es, para Tuttle, “lo femenino” frente a “lo masculino”, sino un ser complejo, sensible y, a la vez, valiente.

Todas las protagonistas de Tuttle se sienten impotentes, incapaces de modificar el mundo material a su alrededor y, sin embargo, resistentes. Son invisibles al resto, almas que deambulan atormentadas por sus pesadillas, arquetipos de mujeres médium que, bien sea en su locura o en su delicada capacidad comunicativa con el más allá, están aterrorizadas porque saben de “algo” que el resto desconoce.

Los relatos más hostiles quizás sean los primeros. Digo “quizás” porque, según se avanza en la lectura, crece nuestra adaptación a este mundo perverso, que cada vez nos resulta más humano y menos extraño. Prueba de ello será la excelente distribución lineal de los relatos dentro del libro que evolucionan de forma implosiva del “eso” que viene a por mí al “eso” que, definitivamente, está dentro de mí. Es más, la experimentada escritora Lisa Tuttle ha comprendido que al elegir personajes con vidas corrientes, convierte en tarea imposible separar nuestra propia depravación de la suya. En ello radica su éxito (y mi irritación).

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(Attaccamento)

La colección se abre con “Nido de Bichos” y se cierra, en paralelo, con “Nido de Pesadillas”, que da título a la colección. En ambos casos, las casas son símbolo y escenario de la corrupción de una mujer. En el primer relato, la anciana tía de Ellen se marchitará ante la influencia de un elemento parasitario, de género eminentemente masculino, que penetra, conquista y vacía el cuerpo de la mujer. No cabe duda de que este pseudoinsecto ha anidado en una anciana. Por su parte, en “Nido de pesadillas” el parásito se suplanta por algo mucho menos corpóreo y, probablemente, mucho más difícil de afrontar, lo que hace de este relato uno de los psicológicamente más perturbadores: señala la incestuosa dedicación de la protagonista a su hermana menor y a ese supuesto bicho alado, igualmente masculino, que sobrevuela su casita con un orificio en el tejado.

Tuttle juega con arquetipos y tópicos del Terror para crear un universo repugnante, que oscila entre lo decadente, lo trivial y lo aterrador, plagado de vidas insípidas y de personajes anodinos que, sin embargo, se ven envueltos en tramas perversas. El contraste es profundamente desagradable. El desagrado es un tanto que se apunta Tuttle como escritora de terror: nos ha arrastrado a su mundo y ha ganado esta batalla.

Frente a historias de actualidad infame y grotesca como “Bienes compartidos”, en “Recorriendo el Laberinto”, Tuttle eleva el juego a una metáfora sobre la vida y la muerte, donde el ser humano se verá empujado a recorrer el camino que dibuja una naturaleza impasible. Igualmente, relatos como “La Memoria de la madera” huelen a adaptación televisiva de sábado por la tarde inspirada en el gótico decimonónico de Poe. Siempre entre el clásico y el mundo actual, en “La Otra Madre” comprobamos que Tuttle actualiza y nos acerca Otra Vuelta de Tuerca, de Henry James, a nuestras propias vidas. Fantasmas, mitología, monstruos en el armario… La autora nos lleva de la mano por nuestras propias pesadillas esperando que nos identifiquemos con, al menos, alguna de ellas.

De hecho, en “Volando a Bizancio” notamos más que nunca la identificación de la creadora con su protagonista. Este relato tan personal es también uno de los que provocan más angustia. Sheila, una joven escritora, llegar a una asfixiante ciudad de Texas para encontrarse con todo aquello que un día fue y que creía haber dejado atrás. Escapar de allí no es posible, como tampoco lo será de esa sensación de constante agitación, de molestia, en la lectura. Aterrizar sobre este libro es como llegar a Bizancio, dejar un mundo aparentemente equilibrado y enfrentar los monstruos que describe Tuttle, un poco desde su imaginación y mucho desde el conocimiento de nuestros miedos colectivos.

Cerramos la antología con la inquietud de la incertidumbre, que ya nos venía acompañando, pero que ahora domina por completo el panorama de la lectura. Tuttle ha ido arrastrando para nosotros la culpa, la locura, la impotencia y la obsesión en todos sus relatos de tal forma que, casi sin esfuerzo, las sentimos en el último “Nido de Pesadillas” y, en realidad, nada se ha hecho explícito. Tal y como le ocurre a Amy en el laberinto maldito de Tuttle, yo tampoco puedo desandar el camino andado con esta lectura. Me pregunto cómo será leer estos relatos al revés, si será un libro capicúa, simétrico, abominable por ambos lados. Ahora, sin embargo, ya es demasiado tarde para saber qué efecto hubiera tenido en mí leerlo en otro orden. Por mi parte, como lectora, ya estoy condenada.

Ilustración realizada por L-E-N-T-E- S-C-U-R-A (Le Pozze di Perdita”)