La casa y el cerebro, de Edward Bulwer-Lytton, se encumbra como una de las más logradas narraciones sobre casas malditas: es una historia vertiginosa y llena de poltergeits, que no tiene más puntos débiles que cierto romanticismo demasiado evocador, que a veces recuerda la novela gótica clásica. Una novela breve que ha influido poderosamente en el cine

House of Hell-House, exterior. Ilustración de Helio Frazao

Lo que está hecho no puede deshacerse; y te digo que no hay nada contra nosotros, a no ser que los muertos cobren vida”

La época victoriana fue el momento de mayor asentamiento y repercusión de la denominada “casa encantada”, que ya se ha convertido en un tópico universal de la cultura espectral a lo largo del mundo. A este periodo corresponde la publicación de The Haunters and the haunted, or, The house and the brain (1857) de Edward Bulwer-Lytton (1803-1873), recientemente publicada por la editorial Impedimenta bajo el título de La casa y el cerebro (2013). Este pequeño libro, de un poco más de cien páginas, es, en palabras de Lafcadio Hearn “la mejor historia de fantasmas de la lengua inglesa”.

El lector acostumbrado, o incluso influido, por el cine puede encontrar un tanto demodé el tópico de la casa encantada. Sin duda alguna, películas como la reciente Winchester (Hermanos Spierig, 2018) o la clásica Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) han contribuido a revitalizar (y sobre todo, a estereotipar) un género que en realidad nunca ha muerto, porque se ha actualizado a medida que los tiempos avanzan. En la narración de Bulwer-Lytton están precisamente presentes los primeros gérmenes que serán tópicos más adelante: objetos que se mueven solos, poltergeists, presencias malignas, ambientes ominosos y un protagonista que no cree nada hasta cuando ya es demasiado tarde.

El protagonista sin nombre es bastante escéptico al inicio de la narración: sabemos que se siente atraído cuando oye hablar de una casa embrujada en la que nadie puede permanecer más de una noche entera. A medida que avanza el argumento, descubrimos que en realidad es, sin embargo, un aficionado a estos lugares, como manifiesta en un diálogo con su criado, al recordar el «chasco que nos llevamos en Alemania al no encontrar ningún fantasma en aquel viejo castillo donde se decía que rondaba un espectro sin cabeza». Con estas experiencias a cuestas, y con su criado y un bull-terrier, se sumerge de lleno en una de las experiencias más terroríficas de toda su vida.

La actitud socarrona del joven comienza a menguar ya desde sus primeros chascarrillos sobre el vino, al encontrar unas botellas viejas, cuando unas minúsculas huellas comienzan a formarse sin explicación delante de él. Como en una secuencia de Paranormal Activity (Oren Peli, 2007) señala: «Vi cómo se formaba justo frente a mí, la huella de un pie»; y como en Expediente Warren: El caso Enfield (James Wan, 2016) el aturdido joven explica: «Una silla que había enfrente de mí avanzó desde la pared rápida y silenciosamente y se detuvo a un metro más o menos de mi propia butaca, justo delante». La narración, mediante estos elementos, avanza vertiginosamente en un espiral de manifestaciones que no despejan las dudas sobre si son imaginadas o no. El escéptico protagonista declara: «Por primera vez sentí un escalofrío de indefinible horror», y, a partir de allí, los diversos poltergeist y apariciones se transforman en algo malicioso y agresivo, dispuesto a hostigar de la peor forma.

Sur les traces de Lovecraft. Ilustración de Sebastien Ecosse

Bulwer-Lytton no deja en el tintero casi nada, todas las manifestaciones se hacen presentes en la casa y de diversas y terroríficas maneras. Cabe señalar que el autor no desarrolla los espacios donde la acción tendrá lugar más que con una leve descripción, de un modo radicalmente opuesto al formato, por ejemplo, de La caída de la Casa Usher de Edgar Allan Poe: en esta última, la creación del espacio representa gran parte del clímax final de la historia. Bulwer-Lytton desarrolla toda la novelette como si fuera una sucesión de escenas cinematográficas prolijas y efectivas, sin mayores aspavientos que la manifestación en sí.

La segunda parte está bien definida. Impedimenta separa con dos hojas en blanco el final de la narración principal y este nuevo apartado principalmente porque no fue incluida en la publicación original. Toda esta sección comprende un análisis mucho más metafísico de los sucesos que se vivieron en la primera parte: es lo que Lovecraft denomina como «veladas alusiones al Rosacrucianismo» (El horror sobrenatural en la literatura, Valdemar, 2010), las mismas que regirán el argumento central de La raza Futura (1871), escrita posteriormente. En (desdeñosas) palabras del Solitario de Providence, «en aquella época florecía una oleada de interés por la charlatanería espiritualista, el mediumnismo, la teosofía hindú y cosas por el estilo». El hombre victoriano buscaba obsesivamente ese encuentro con el Más Allá y con todo aquello que tuviera relación con él. Edward Bulwer-Lytton hizo florecer su ingenio en medio de esta efervescencia, y tomó los elementos más notables de la alquimia, las sociedades secretas y los conocimientos paganos. No es de extrañar que, dentro de la narración, el joven que queda solo finalmente en la casa comience a barruntar una explicación más o menos metafísica de lo que acontece: «Mi teoría afirma que lo sobrenatural es un imposible, lo que se llama sobrenatural sólo es algo, dentro de las leyes de la naturaleza, que hasta ahora hemos ignorado».

Sin embargo, no debemos imaginar La casa y el cerebro como una mansión de innumerables pasillos y galerías altas llenas de retratos de ojos perseguidores. Bulwer-Lytton supera el adorno gótico de cadenas chirriantes y hace de la pequeña casa embrujada un lugar que incomoda por la presencia indescriptible que vagabundea por todos lados. En la misma línea de Ambrose Bierce, cuando escribe Algunas casas embrujadas (1888) o la famosa La maldición de Hill House (1959) de Shirley Jackson, es la presencia en sí de la casa, como si fuera un ente capaz de influir sobre sus habitantes y que guardase entre sus paredes la esencia de la tragedia que ocurrió y que se mantuvo oculta, la que toma el verdadero protagonismo en todo. En este caso específico, la casa contiene un secreto que queda ambiguo en su resolución, un asesinato y posibles enredos amorosos postergados a segundo plano ante la presencia maligna mayor, como en Los otros de Alejandro Amenábar (2001).

De esta forma, la historia de Bulwer-Lytton se encumbra como una de las más logradas entre los cuentos y novelas de casas malditas: es una narración vertiginosa que no tiene más puntos débiles que cierto romanticismo demasiado evocador, que a veces recuerda la novela gótica clásica. El protagonista es el germen de los adolescentes estadounidenses escépticos del cine de terror que se atreven a desafiar y discutir todo cuanto se encuentran por delante. Por último, sumado a todo lo anterior, tenemos una casa que tiene vida propia, y que, con su personalidad desafiante y hostil, logra  incomodar incluso al lector que tiene el volumen en las manos.

Haunted House. Ilustración de Calvin Bacon

El mesmerismo, el mismo que Poe trabajó en Revelación Mesmérica y en La verdad sobre el caso del señor Valdemar, aparece como una sombra profusa que contamina toda la narración y que supura su nauseabundo hedor entre las tablas podridas de la casa y el cerebro. No debe de sorprendernos esta nueva mención a Poe: la mansión Usher es un ejemplo de casa embrujada en todo su esplendor, es decir, una entidad completamente autónoma, habitada por misterios y fantasmas de muertos de antaño. El mesmerismo, y las teorías alquímicas que cruzan la totalidad del texto, reflejan en general el sentimiento y la curiosidad de una época obsesionada con la búsqueda del saber más allá de la realidad tangible. Edward Bulwer-Lytton, además de ser un precursor en la ciencia-ficción y las distopías con la publicación de la citada La raza futura, logró crear un cuento de fantasmas que está en el limbo de la novela gótica tardía y la ghost story “realista” victoriana.

Impedimenta ofrece una edición correcta y preciosa, con una tipografía que ayuda perfectamente a la lectura, además de ser cómoda y simple para el trayecto. La portada, así como la traducción de Arturo Agüero Herranz, reflejan la pulcritud de la misma edición y hacen justicia a un texto maravilloso. Bajo el alero de esta edición, la casa embrujada que ha transitado por la literatura por muchísimos años hasta llegar a cine, vuelve a erigirse como el arquetipo épico de la maldad y la resistencia de las almas a irse más allá de nuestro mundo. La invitación al lector es a recorrer los espacios ominosos de los pasillos que crujen sin razón y en donde se aparecen sombras y corrientes frías de aire, y que hoy aparentemente han sido traspasados en su gran mayoría al cine. No obstante, La casa y el cerebro, con toda su antigüedad y sus manierismos, sigue conservando un sabor clásico difícil de adaptar en su totalidad. Se explicita en la narración un gusto a miedo original e incómodo, pero profundamente distinguido y elegante en las formas y escenarios por los cuales se manifiesta, y que Bulwer-Lytton tan bien supo crear.