Cuentos de hadas japoneses (Satori Ediciones) nos traslada al Japón antiguo y mágico de la mano de la escritora inglesa Grace James, nacida y criada en Tokio. En esta selección, complementada por las bellas estampas de Warwick Goble, se aprecian valores como el amor por la naturaleza y los mayores, por la hospitalidad y la generosidad, mientras se sufre, y casi siempre se muere, por una pasión profunda.
“Creo que lo que llaman cuentos de hadas es una de las formas más grandes que ha dado la literatura, asociada erróneamente con la niñez”
Así definía J. R.R. Tolkien de los cuentos de hadas y no podríamos estar más de acuerdo. Nuestra infancia ha estado marcada por los cuentos de los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen o Charles Perrault, y sin duda su relectura en edad madura ha supuesto una nueva perspectiva, un nuevo descubrimiento de todo lo que esos autores querían transmitir con sus cuentos. Este género narrativo nos permite sumergirnos en lo hondo de una cultura, de su historia, de sus costumbres y sus valores. Por eso, descubrir la colección de cuentos de la tradición nipona de la escritora inglesa Grace James (1882–1964) ha sido una bonita sorpresa: su antología Cuentos de hadas japoneses (Satori Ediciones, 2017) reúne 38 relatos del Japón mágico y espiritual, acompañados por 40 preciosas láminas en color.
Celebre escritora de cuentos infantiles, Grace James nació en Tokio, donde su padre ejercía de oficial naval británico, y allí transcurrió sus primeros doce años de vida, hasta su regreso a Inglaterra. Esos años marcaron su futuro y sus intereses, convirtiéndola en una notoria escritora infantil, especializada en los cuentos tradicionales del folclore japonés. Con esta colección, publicada en 1910, Grace James recupera y reúne cuentos transmitidos oralmente desde generaciones. Lo hace con pasión, conocimiento de la materia y una sencillez narrativa que los hace accesibles a lectores de todas las edades.
La compiladora se hace así portavoz de una cultura y sus valores, especialmente los valores de hospitalidad generosidad, el respeto hacia las personas mayores, el amor por la naturaleza y a todos sus elementos. Todas las narraciones esconden, naturalmente, una moraleja, más o menos clara. No hay que olvidar que se trata de la trasposición escrita de cuentos de una tradición y una cultura muy antiguas, cuya función no era sólo la de entretener a los oyentes sino también la de transmitirles una enseñanza. En la mayoría de los cuentos es la divinidad la que ejerce de juez o la que se hace portavoz de la moraleja. Es el caso de “La maza” o “El hervidor de té”, donde los protagonistas son objetos mágicos que actúan como un juez divino que premia a los buenos y castiga a los malos. Un hecho curioso es que las mismas deidades no están exentas de una suerte de justicia divina, y son enviadas en la tierra para expiar sus culpas. Así nace el hermoso “La dama de la luna”, donde la hija del Rey de la Luna es enviada al exilio en la tierra durante tres años.
Tres escenarios acogen estas historias de la tradición nipona: la tierra, habitada por hombres comunes y visitada asiduamente por los dioses, el cielo, habitado por todo tipo de deidades desde los fenómenos atmosféricos hasta las estrellas, y el fondo del mar, también habitado por ídolos marinos.
«Este es un cuento muy querido por los niños de Japón y por los ancianos, un cuento que trata de joyas mágicas y que narra una visita al palacio de Rey del Mar»
Así comienza “El Rey del Mar y las joyas mágicas”, una historia de amor, ruina y aventuras en el fondo del mar. El protagonista de este cuento es el Príncipe Fuego Tenue, una deidad celestial condenada a la mortalidad, que, tras una serie de aventuras subacuáticas, parece haber encontrado su final feliz con la bella princesa de las joyas, hija del Rey del Mar. Sin embargo, como si de una versión al revés de “Eros y Psique” se tratara, la bella princesa advierte a su esposo que no la mire cuando anochezca, pues es cuando adquiere su verdadera forma, porque conllevaría trágicas consecuencias…
El amor es uno de los temas más frecuentes de esta colección, entendido en una doble vertiente: por un lado, la filial, y por el otro, la conyugal e idealizada, de frecuente final trágico. Un ejemplo de ello es “El sauce verde”, la historia del joven samurái Tomodata que, mientras cumplía una misión para su daimio (señor feudal), encuentra una joven doncella de la que se enamora locamente. Sin embargo, no cumplir la misión que le habían encargado tendrá un precio muy caro. En “La linterna de las peonias” el amor está estrictamente ligado a la muerte. Cuenta la historia del samurái Hagiwara y su fatídico encuentro con la Dama del rocío de la mañana. La muerte llegará bajo la semblanza de la enigmática mujer, que custodia un espíritu maligno y mortífero en su interior. Grace James evoca magistralmente la atmosfera nocturna y espiritual que permea el cuento, así el miedo por la inminente llegada de la muerte y la consciencia de la inevitabilidad del destino.
Así, las mujeres plasmadas en esta colección pueden ser un modelo de belleza (tanto exterior como interior), ternura y generosidad, pero también son seres malignos portadores de muerte y miseria. Son damas, hadas, diosas, espíritus. En “La dama del frío” son incluso todas ellas en una. La protagonista es una diosa que dispensa la muerte, convertida en una joven doncella, mujer cariñosa y atenta, que, sin embargo, terminará por volver a su verdadera naturaleza fatídica.
“El cuenco negro” es uno de los pocos cuentos de amor con final feliz. Narra la historia de una joven doncella que vive en una cabaña en un bosque encantado. Pronto se quedará huérfana y su madre antes de morir le hará prometer ocultar su belleza debajo de un cuenco negro de arroz, hasta que llegue el momento (o la persona adecuada). Con este relato, emergen otra vez los valores típicos de las culturas orientales: la importancia de la hospitalidad y la generosidad, así como la importancia de ir más allá de las apariencias y fijarse en la belleza interior.
Dos cuentos nos sorprenden por su insólito protagonista, un objeto tan común en nuestros días pero que en aquel entonces era símbolo de misterio: el espejo. Dos relatos lo tienen por personaje central: “Reflejos” y “El espejo de Matsuyama”. En el primero, éste adquiere un significado distinto para cada personaje que se topa con él: para un joven es el recuerdo más preciado de su difunto padre; para una mujer es la prueba de la traición de su marido; para la Dama Abadesa adquiere un valor religioso y espiritual digno de devoción. En el segundo, el espejo es icono del amor maternal y filial: nos adentramos en el drama del dolor por la pérdida de un ser querido. La joven protagonista encontrará en el espejo su consuelo más profundo. El mismo tema sobre la pérdida de un ser querido lo encontramos también en “La flauta”, que trata del dolor de un padre por la trágica muerte de su joven hija, obra de su malvada madrastra (es inevitable pensar en las similitudes con el comienzo de Cenicienta).
Pero además, los cuentos recopilados son, a menudo, una excusa para explicar las orígenes de un fenómeno o un ser de la naturaleza. Así nos topamos con “El pretendiente de la primavera y el pretendiente del otoño”, donde se nos explican las orígenes de estas dos estaciones:
«Y gracias a él, todos en el mundo saben por qué la primavera es dulce y feliz, y el otoño, la cosa más triste que existe»
O con la dilucidación sobre las semblantes de las medusas, tal y como las conocemos hoy en día, en “La medusa emprende un viaje”:
«– ¡Rompedle cada hueso del cuerpo! – gritó – ¡Dejadla hecha gelatina!
¡Ay, el triste destino de la medusa! Ha quedado hecha gelatina hasta el día de hoy»
El punto fuerte de esta edición son sin duda las láminas en color que acompañan los cuentos, magistralmente realizadas por otro entendedor de la tradición japonesa, el ilustrador británico Warwick Goble (1862 -1943), experto en acuarelas, que aprendió la técnica de artistas japoneses. Sus obras, sobre todo ilustraciones de mundos fantásticos y culturas exóticas, fueron publicadas en revistas como el Strand Magazine o el Pearson’s Magazine, para el cual ilustró la primera entrega de La guerra de los mundos (1897) de H. G. Wells. A través de su arte, Goble nos traslada a un mundo fantástico habitado por espíritus, samuráis, objetos mágicos y bellas doncellas con extraños poderes. Nos traslada, en suma, al mundo del folclore japonés, desconocido para muchos, y especialmente atractivo por sus diferencias con la cultura y tradición occidentales.
Cuentos de hadas japoneses es un libro que hay que leer despacio, en pequeñas dosis, para saborear y poder apreciar cada uno de los relatos en su unicidad e individualidad, y poder viajar sin prisas a la mágica “tierra del sol naciente”.
Las láminas son realmente preciosas y me llama la atención la temática de la antología. Lo tengo en el punto de mira. Gracias por la reseña.