Ilustración realizada por Jordi Bernet (Torpedo)
Torpedo 1936, la obra maestra noir de Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet, representa el anverso de su género: su protagonista es un criminal sin escrúpulos. En la actualidad sería impensable una ironía tan cruda y políticamente incorrecta, al menos imposible desde el grado de sensibilidad actual. Esta mordacidad poco digerible se alimenta tanto de los tópicos de la época como del género al que pertenece.
La novela negra, o Noir, es la violencia convertida en epítome narrativo. A veces tendrá un carácter fundacional sobre la que emergerá el «sueño americano»; otras, será parte de un ejercicio tautológico del poder, mera legitimación. Pero siempre guardará en sus entrañas la dimensión más sádica e irrefrenable del ser humano.
En un primer momento, este estilo tan sórdido y crudo, derivado de la novela policíaca fue en el ámbito literario una respuesta a la corriente más holmesiana del género, cuyo eje central era un retorcido crimen y su posterior iluminación por parte de algún ingenioso detective burgués, más interesado en la verdad que en la supervivencia, que se tomaba la justicia como un juego de ingenio. Con la Noir, se alcanza la ambigüedad moral y el realismo. Los detectives abandonan su torre de marfil y muestran sus intereses y conflictos (algo que no pasa con las mujeres, que siguen siendo lánguidas, histéricas y, en pocos casos, de una inteligencia malévola y retorcida). El crimen deja de ser un puzzle intelectual que casi difuminaba cuanto había de monstruoso en él. La perpetración del delito se relataba con detalle y en toda su magnitud. A través de él, se levantaba el telón de esa cotidianidad, hermosa y digna de anuncio televisivo, y descubría el rastro podrido que deja el bienestar y que se esconde tras la aparente moralidad de la gente bien.
Cuando, como suele ocurrir, se masificó esta literatura, quienes no fueron fieles a sí mismos aprovecharon el recetario para parir todo tipo de aburridas cocteleras de remedos. Es en ese contexto donde surge la historieta de serie negra. Salvando algunos precedentes dignos, como Dick Tracy o el fantástico Spirit de Will Eisner, que ayudaron a dignificar este nuevo estilo de cómic, hizo falta una revisión para sacar estas historietas de los fanzines sensacionalistas, dirigidos a adolescentes hambrientos de acción y sexo. En España, ese paso del tebeo de consumo para las masas al cómic de autor se llamó Torpedo 1936 (Panini Comics, 4ª edición, 2017).
Iustración
John Paul Leon
(Torpedo)
Iustración Kevin Mark (Corsario, ¡quiero mis galletas de vuelta!)
Con Enrique Sánchez Abulí (Palau-del Vidre, Francia, 1945) y Jordi Bernet (Barcelona, 1944) se crea la mejor serie negra del cómic español. Guiones sobrecargados por toneladas de violencia aderezados con el más corrosivo humor negro (motivo este por el que el primer dibujante, Alex Toth, abandonó el proyecto al segundo número); un dibujo magistralmente trazado que pule el estilo más propio de la Noir: una confluencia que engarzan a la perfección el imaginario más prototípico con vistas a ofrecer una vuelta de tuerca que superaría las expectativas del género, y harían de Torpedo 1936 una obra maestra.
Ambos autores beben de la novela más cruel y sórdida. Dejan de lado al detective, para narrar las desventura de un asesino a sueldo sin escrúpulos; abandonan ese derrotismo esperanzador a lo Chandler para dar paso la procacidad. No parece fortuito que Bernet haya ilustrado recientemente 1280 almas, la magnífica novela de Jim Thompson. Su influencia se entrevé en las brutales y cómicas hazañas de Torpedo y su sicario Rascal. Sarcasmo, cinismo y un desolador retrato social que rompen con la complacencia alcanzada por la Noir.
Iustración
Jordi Bernet
(Torpedo)
Ilustración de Kristian Llana
Torpedo 1936 conserva el espíritu innovador y atrevido de los años ochenta. En la actualidad sería impensable una ironía tan cruda, un humor tan disuelto con la ironía, políticamente incorrecto, al menos imposible desde el grado de sensibilidad política de ahora. Esta mordacidad poco digerible se alimenta tanto de los tópicos de la época como del género al que pertenece: respecto a la Noir, la femme fatale manipuladora; los hombres testosterónicos, fríos y siempre con tantos chascarillos como cigarrillos en la boca. Y en cuanto a su época, la liberación de los tabúes que vino tras el franquismo, la explosión de creatividad y la consolidación de nuevos formatos, como el cómic, que debían atraer la atención con una auténtica provocación para sobrevivir en el mercado de las grandes obras literarias.
Como decimos, el cómic de Bernet y Abulí carecería de valor de haber conservado el esquema heredado y no haber huido de lo común. Este valor no se funda sólo en su calidad narrativa y estilística; su vanguardismo va enfocado hacia el mismo género: Torpedo es la sombra ridícula de su prototipo. Se aprecia en los rasgos que lo definen: su ingenio está viciado de vulgarismos y una chulería que roza el patetismo; su virilidad se muestra de todo menos atractiva, es brutal, violenta y desalmada; y su crueldad carente de justificación se basa, ante todo, en una indiferencia absoluta hacia todo cuando le rodea. En cierto sentido, como sus homólogos Don Quijote, Sherlock Holmes o James Bond, Torpedo entra en la categoría de personajes creados para satirizar un concepto y devorar la falsa profundidad que pudiera subyacer en las convicciones del lector. En el caso de Sherlock Holmes era al método científico; para James Bond, la novela de espías, tan popular en la Guerra Fría; Torpedo recoge la crítica ya hecha por la novela negra de la sociedad capitalista norteamericana y la devuelve contra la propia Noir, que había caído en el convencionalismo en el que suelen, por otro lado, caer todos los géneros (nada como los pastiches más asimilados por la sociedad para ofrecer la morralla y simpleza de la peor calidad). Torpedo 1936 no cae en ese juego comercial. Su riqueza literaria se halla detrás del burdo entretenimiento y encuentra en su género, y en sí mismo, la presa perfecta.
Iustración
Jordi Bernet
(Torpedo)
Ilustración de Kirill Khrol (Tormenta)
No se me ocurre, por tanto, peor lectura para Torpedo 1936 que la que lo reduce a una tira de «historietas de aventuras». Torpedo no es un antihéroe alicaído, sufrido y pasivo. No es la víctima; es el verdugo, quien aprieta el gatillo. Representa el lado más hipócrita del antihéroe decadentista: ante su aburrimiento, surge la explotación, la miseria y la muerte. Este papel social del criminal es el reflejo de una filosofía, que algunos llamarán «pícara» (en España tenemos una cultura que idolatra al fuera de la ley, al bandolero y al ladrón). No obstante, mezcla ese actual valor del emprendimiento, tan en boga, y el nihilismo más radical (el mundo reducido al dinero y a la nada). Nadie hay más hecho a sí mismo que un hampón y, a su vez, nadie tan comprometido con el sistema económico vigente. Tanto es así que está dispuesto a cargar la culpa y ensuciarse las manos, en saciar los vicios de la peor calaña (armas, drogas, prostitución…). Torpedo es el antihéroe no porque sea un perdedor. Es un ganador en el mundo más deplorable existente: el nuestro. En esto es casi más fiel al género que la misma Noir, la cual no comienza (en el mundo de la imagen) con un detective, sino con un violador de niñas en M, el vampiro de Düsseldorf (M, Fritz Lang, 1931; en términos literarios el honor pertenece a Carroll John Daly). Torpedo 1936 retrata patéticamente los recursos que otros emplean con seriedad. He ahí lo que hace a este cómic algo único respecto a la herencia recibida. La frontera entre la descripción y la crítica que pudiera haber de fondo marca el ácido sentido del humor que acompaña a ese empoderamiento tan pueril y, a la vez, que cualquiera estaría dispuesto a tomar como ejemplo. Saca lo peor de nosotros, la hipocresía de pretender el cielo a la vez que encarnamos el infierno sobre la tierra.
Esta sátira es magistralmente mostrada por los protagonistas del cómic. Torpedo y su compañero Rascal poseen, desconozco si intencionadamente, tintes quijotescos. Uno, alentado por ese delirio de poder, hace y deshace sin pensar las consecuencias; otro, pese a involucrarse y compartir, si no la misma locura, sí la afinidad de esa visión de un mundo brutal y sin ley, más de una vez hace el papel de sentido común: no son pocas las veces que engaña a su jefe con la intención de salvar el pellejo. La fidelidad de uno con otro, intermitente pero interna, tiene como piedra angular el individual universo de Torpedo y el consumo de dicha idea de Rascal, quien sin ser el protagonista, gusta de recibir los beneficios de creer en ella. Más vale la riqueza del loco que la pobreza del cuerdo.
En el caso de 1280 almas, se hace más hincapié en esta inmoralidad, dado que el Nick Corey es criminal y autoridad al mismo tiempo, y ese contraste acentúa la doble moral de esta filosofía liberal. En el caso de Torpedo 1936, hay una ironía morbosa que atrapa al lector y apela a su conciencia. La frivolidad genera una extrañeza que, paradójicamente, se siente muy cercana. Este doble movimiento es la liviana cuerda sobre la que pende el sentido de esta serie de historietas; violencia normalizada e inaceptable a la vez.
No obstante, es este un ejercicio de metaficción, en tanto que el cómic se toma a sí mismo como tema, que no siempre logra expresar. Y es que, por definición, igual que el cinismo, la obra que busca resquebrajar y destruir el mismo género al que pertenece no puede dejar de depender de su origen y, a la vez, es presa del camino del que es pionera; y cuando dicho camino consiste en la eliminación del propio camino, la orfandad resulta intolerable y difícil de conservar. A falta de nadie que pueda expresarlo mejor, habría que hacer caso a Stanislaw Lem: el profeta está condenado a dar un discurso nuevo y liberador a la par que incomprensible, pues si fuera comprensible, no sería profético. Quizás sea esto lo que ha terminado de hacer de Torpedo 1936 original obra maestra que sobrepasa cualquier género, pero cuyos lectores, en su afán por reconocerse, sólo han sabido limitar al contexto de la Noir y consumen en su ávida sed de experiencias extremas.
Ilustración realizada por Jordi Bernet (Torpedo)
Y Boogie El Aceitoso, de Fontanarrosa? Esta muy por encima. En todos los sentidos.