En este artículo repasamos los distintos conceptos de paradojas temporales, relativos y físicos, y cómo han influido e ido evolucionando en la moderna novela de ciencia-ficción. Es el antecedente a la paradoja presentada en Sólo un enemigo: el tiempo, que ofreceremos en un artículo posterior.

El tan empleado recurso narrativo de la paradoja temporal roza el aburrimiento. Como suele ocurrir, el pastiche se apropia del sentido que pudiera tener y regurgita una carcasa hueca. Estalla la cabeza del espectador; sale del cine o levanta la página del libro, maravillado por una carambola vacía que tiene que resolver. No hay prueba más clara de esta banalización que el empeño de dar con la salida de este giro de guion: ¿cómo puede ser que John Connor (saga Terminator) fuera engendrado por el soldado que él mismo mandó para proteger a su madre de su enemigo artificial? ¿Cómo se explica que su propio hijo ayudase a George McFly —Regreso al futuro (Back to the Future, Robert Zemeckis, 1985)— a casarse con su madre? Los ejemplos son interminables, y cada uno adopta la «paradoja del abuelo» de forma más o menos ingeniosa para atrapar al espectador más o menos ocioso. Sin embargo, no es mi objetivo entrar en una discusión interminable respecto la solución de las paradojas, porque eso sería olvidar lo más evidente: la paradoja es paradoja por no tener solución (al menos de forma intuitiva).

Aunque una paradoja se define, por lo general, como una proposición o una idea que presenta un problema que la razón no puede resolver, pocas veces se expresa en un contexto absoluto. En otras palabras, esa contradicción conceptual es planteada, y sólo sería solucionable, atendiendo al sistema al que hace referencia. Algunas hacen referencia a teorías matemáticas (como la paradoja de Russell) o a constructos teológicos (¿puede Dios hacer un chili tan picante que él mismo no pueda comer?). Desde esta óptica, tratar la paradoja temporal implica acotar el ratio de sentido que puede explicar su uso y no solo hacer un recorrido a la historia de la «paradoja del abuelo» o a las máquinas del tiempo en la literatura, so pena de hacer de este artículo una ilimitada casuística cuyo criterio de catalogación serían pequeños detalles que, además de ser irrelevantes, son en muchos casos poco originales.

La consecuencia más inmediata -y famosa- de la paradoja de Regreso al futuro es la paulatina desaparición de Marty McFly al no haberse conocido nunca sus padres en la realidad alternativa

Los viajes en el tiempo: físicos y relativos

Un error común que merece ser considerado es el que extrapola el viaje en el tiempo a cualquier desplazamiento temporal del personaje. Hay quien ve precedentes de los viajes del tiempo en la leyenda del monje Virila de Leyre del Medievo español, que se quedó dormido oyendo a un ruiseñor y despertó trescientos años después; o en otras tantas historias similares y previas a esta, como los durmientes de Éfeso (siglos III y IV d. C.) o la historia de Urashima Tarō, que cobró importancia en el siglo XV, a pesar de existir ya en el VIII. En verdad, estos mitos no tratan el tiempo como una línea hacia el futuro en el cual el individuo se mueve. Por el contrario, hay dos capas en ese tiempo: un sentido relativo y la concepción del tiempo física que tenemos en la actualidad y que depende del espacio para poder ser medible¹.

Este sentido de tiempo, físico y relativo, fue el envés de otro tiempo que era su contrapunto: la eternidad. Esta es el tiempo de los dioses, que no es la infinitud de momentos, sino la parálisis del tiempo. Las leyendas antes citadas son más epifanías, contactos con la divinidad, que viajes en el tiempo. «Si el canto de un simple ave puede entretener durante tres siglos a un hombre, ¿qué no puede hacer la luz divina del Salvador?», dice la leyenda del abad Virila. Es un tránsito de reconocimiento de este tiempo eterno: se empapan de esa inmortalidad para luego retornar al río del tiempo tras haber caído en la tentación mortal (ya sea abrir la caja de Tarō o el inevitable retorno a la carne). Estos mitos tienen como trasfondo la confirmación de la identidad, que tiene que ver con la vivencia de la vida como una experiencia en el tiempo, donde la experiencia de la vejez tiene mucha más importancia que en nuestro voraz consumismo, donde la juventud es idolatrada.

Y esto se contrapone en las novelas como modo narrativo genuinamente moderno. Con el surgimiento del mundo capitalista y la Ilustración, el tiempo se fragmenta, se mide, se puede poseer: adquiere una dimensión puramente objetiva. Es una expresión más de la premisa baconiana de controlar la naturaleza. El reloj se convierte en una brújula que hace que el tiempo se reduzca a ser percibido con un vistazo a la muñeca; se impone frente al mundo cíclico y eterno de las estrellas y los dioses. La técnica científica requiere exactitud en los procesos experimentales. Pero es sobre todo la industrialización la que impone el tiempo científico que antes llamaba relativo. El trabajo se mide en horas. Cada golpe de segundero corresponde a un golpe de pala, a un giro de tuerca o a diez pulsaciones de teclado. El tiempo es, en esencia, el criterio desde el cual poner precio al trabajo; la riqueza del empresario es proporcional al tiempo que el obrero emplea en la fábrica.

El concepto «materialista» del tiempo, también como división de clase, fue magistralmente retratado por Charles Chaplin en Tiempos modernos (1936)

Concepto moderno del viaje en el tiempo: las novelas

Inevitablemente, la novela moderna se hace eco de esta concepción de la realidad. El tiempo lineal es el fluido sobre el que navega el individuo contemporáneo. En este espacio, los objetos se mueven y deben ser limitados y diferentes. No están integrados en un universo sin medida, en el que residen la inmortalidad representada en el movimiento cíclico y eterno de los planetas. La libertad como construcción de uno mismo encuentra aquí su lógica: corre en paralelo al desarrollo del protagonista de una novela moderna. El progreso, la búsqueda de metas para actuar y de causas para justificar. En la literatura moderna, la evolución psicológica, tan magistralmente explotada por Dostoyevski, es la máxima expresión de este giro copernicano que toma al individuo como piedra angular de la narración. Un personaje que tiene un antes y un después del conflicto, y una explicación causal al final de la novela. La profundidad de la novela consiste en ese «poner en el tiempo» que dé «movimiento» a los personajes.

En la épica, el mundo tiene un único ritmo, y la acción del héroe es la confirmación del destino. En la novela, por el contrario, la circunstancia es una relación relativa a las acciones del individuo, que se afirma en la escena. El mundo y el individuo están enfrentados, mientras que antes el individuo estaba enfrentado en el mundo. El héroe mortal (encadenado al tiempo) es devorado por la eternidad (libertad del destino).

El tiempo, como elemento controlable y meramente objetivo, pero con connotaciones terribles para un individuo que teme desaparecer, no tardaría en convertirse en el epicentro en torno al cual girarían las novelas modernas, alcanzando su máxima formulación en las novelas sobre viajes en el tiempo. Después de todo, de él dependen las desventuras del individuo moderno: ¿qué pude haber hecho? ¿Qué decisión no nos conducirá al apocalipsis? El viaje en el tiempo es un género que nace de estas dudas de náufrago: la posibilidad de escapar a la linealidad y dar un golpe de timón que reconduzca lo que uno es. Un dilema, en el fondo ético, que sólo tiene sentido en nuestro esquema ideológico.

En este género de novelas podemos distinguir dos tipos: aquellas en las que el viaje en el tiempo es fantástico, y aquellas en las que es científico. Los primeros inciden menos en lo referente al viaje y toman este como una premisa de contenido sin más. Como ocurre en la divertida novela de Twain, Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889), o en la clásica película francesa Los visitantes (Les visiteurs, Jean-Marie Poiré, 1993), la trama se centra más en el impacto cultural que supondría un viaje en el tiempo, con todas sus enrevesadas vicisitudes, que en la naturaleza del mismo.

Pocas películas han reflejado mejor que Los visitantes el impacto «cultural» que supondría el viaje de unos crononautas (del siglo XII) a otra época muy distante de la suya (siglo XX)

La máquina del tiempo de H. G. Wells es paradigmática, a pesar de no introducir paradoja alguna, por cuanto asienta el tópico del viaje del tiempo científico gracias a una máquina (tópico iniciado sin pena ni gloria por un español, Enrique Gaspar y Rimbau, en una zarzuela novelada: El anacronópete, 1887). Sin embargo, hasta entonces, la máquina del tiempo es solo un medio que emplea el protagonista para conocer el futuro, o el pasado, con la intención de modificar o prever los acontecimientos. La vuelta de tuerca la dará el subgénero del subgénero: la paradoja temporal. El individuo es desplazado como protagonista; el tiempo, el propio marco en el que se mueve, cobra el verdadero valor de la obra. ¡Qué importa cómo se formule y cuántas historias puedas crear! Siempre se puede ser algo más vanguardista que tus predecesores y retorcer la trama para dar el latigazo paradójico con un giro esperado pero bien ejecutado. No obstante, se trata en definitiva de que el tiempo se disloque y genere esa situación de extrañeza que rompe la cuarta pared y provoca una mueca de estupor en el lector.

La paradoja parece una contraofensiva del sentido común. Una vez que se dan las condiciones para concebir el viaje en el tiempo (la concepción del tiempo relativo), la literatura nos vuelve a poner en nuestro sitio recordándonos que el precio de esta visión es la fragilidad del tiempo en comparación con la potencia que tenía para los antiguos la idea de eternidad. La extrañeza de no sentirnos en el tiempo es tan aterradora como excitante, y eso lo demuestra lo mucho que insistimos en demoler en la ficción aquello que nos aferra a la realidad. La moralina tiene muchas formas: somos víctimas de los artefactos que inventamos, no podemos escapar a esa justicia cósmica que nos obligará a frustrarnos por no poder cambiar nuestra realidad siendo los causantes de nuestra propia desgracia. Estas enseñanzas se resumen en la pérdida de un tiempo con verdadero peso existencial, encerrados en un tiempo roto que no podemos controlar (tiempo físico, tiempo del trabajo…). Este es el precio que hemos pagado por la dominación del tiempo.

Obviando las paradojas que han surgido de la propia física y limitándonos al mundo de la literatura, la paradoja temporal por antonomasia ha sido la llamada «paradoja del abuelo». Se ha convertido en una paradoja tan popular que casi no merece la pena explicarse. Como dije antes, tampoco voy a intentar resolverla. En cambio, en un artículo venidero propondré otra paradoja de la que, hasta donde he podido rastrear, no hay precedentes, y espero haga delicias en las discusiones de salón de los lectores. Se trata de la derivada de la novela de Michael Bishop Sólo un enemigo: el tiempo.

NOTAS:

1. No podemos apreciar el tiempo sin un objeto que se mueve en el espacio a través de una sucesión de momentos que concluyen en un estado de cosas. La aporía de Zenón de Elea, que toma por imposible la consecuencia de estos momentos, se sustenta en esta perspectiva, que toma el tiempo como una dimensión física necesariamente anclada a la posición y velocidad de movimiento del objeto. De conservar el universo la más absoluta quietud, el trascurso del tiempo sería, si no imposible físicamente, sí al menos imperceptible, y no suscitaría ningún tipo de análisis.