El elefante Babar es uno de los grandes clásicos de la literatura infantil. Su autor, Jean De Brunhoff, le hizo protagonizar seis historias antes de su temprana muerte, que son una invitación a disfrutar de la vida, a ser feliz y afrontar las adversidades. Por la fuerza de estos valores, y por su calidad técnica, Babar sigue siendo inmortal.

Maurice Sendak no fue nunca muy dado a alabanzas. Quienes lo trataron, o conocieron su reputación huraña, sabían que cobraba caro cada elogio; las pocas veces que los hacía era obligatorio tomárselos en serio. Entre los pocos privilegiados que alguna vez lograron sonsacarle alguna bonita palabra de reconocimiento se encontró Jean de Brunhoff (1899-1937), ilustrador francés y padre del elefantito Babar.

En el prólogo de la edición conmemorativa de los 50 años del personaje, que la editorial Random House sacaba en 1981 con todas las aventuras del célebre paquidermo, y que Blackie Books reproduce, por primera vez íntegramente en castellano (Babar. Todas las historias, 2015), Sendak confiesa que su fascinación por De Brunhoff fue tardía. En un primer momento, se aproximó a él mediatizado por prejuicios sobre el carácter «típicamente francés» que exudaba cada una de sus páginas. Tardó varios años en darse cuenta de que esa aseveración era cierta pero no en el sentido despectivo con el que la desdeñaba: lo era porque Babar era hijo de unas circunstancias muy concretas, casi excepcionales, que se habían dado cita, de forma extraordinariamente puntual, en Francia.

Durante un breve lapso de tiempo, a caballo entre dos siglos (XIX y XX), Francia fue cuna de una creatividad inusitada en el ámbito del libro ilustrado. Sendak admirará la «libertad, el encanto, la visión fresca» de De Brunhoff y coetáneos. El padre de Babar gravitó en ese periodo en una perenne búsqueda de espacio, como «ilustrador acomplejado», hasta que gestó al personaje con el que revolucionaría el álbum ilustrado. Fue el primero en concebir una suerte de cuento ilustrado en el que las imágenes ocupaban casi toda una página y eran acompañadas de textos precisos, breves y en presente, con los que buscaba una rápida inmersión del lector/ espectador. Sus libros estaban pensados para ser mostrados y leídos a los niños en la cama o en otra zona de confort. La aportación es tan importante que Sendak no duda en apostillar: «Para mí Babar representa exactamente aquello que convierte un álbum ilustrado en una obra de arte«.

Como en todas las grandes obras, el azar y las circunstancias jugaron un papel determinante en la elaboración del mito. El elefante más célebre de la literatura le debe su corona a la acción combinada, casi a la conspiración, de todo el clan De Brunhoff. Es evidente el papel central que la familia juega en las seis aventuras creadas por De Brunhoff (Historia de Babar, El viaje de Babar, El rey Babar, Las vacaciones de Zefir, Babar en familia y Babar y Papá Noel) de 1931 a 1937. Los De Brunhoff estuvieron siempre muy unidos, y su vida en común fue un remanso de confianza mutua, prosperidad y felicidad. Así lo cuenta Sendak, al relatar la visita en los años setenta a la apartada pero edificante vivienda de la familia, a la que conocería gracias a su amistad con Laurent, el hijo mayor, y así también lo certifica la historia: Babar fue ideado por Cécile, la esposa y madre, pianista y soporte familiar, como pasatiempo para dos de sus tres hijos. Éstos, a su vez, presentaron Babar al padre, encendiendo la mecha que prendería la imaginación del ilustrador. Posteriormente, sería Michel, el hermano, tío y cuñado, quien remataría las dos últimas historias. Jean De Brunhoff no llegó a finalizarlas.

El ilustrador francés fallecería en 1937 en un hospital de tuberculosos en Suiza, como si fuera un secundario más de La montaña mágica (1924) de Thomas Mann. Tuvo que recluirse allí al poco de su matrimonio, en 1924. El dato es relevante porque Babar supuso su contacto con el mundo y, sobre todo, con sus hijos. A través de las historias del elefante y sus amigos, el padre inculcaba a sus vástagos una educación en valores y una visión de la vida. En lo tocante a costumbres, Babar ha quedado francamente obsoleto: su predilección por guardar las normas de etiqueta, particularmente al vestir, o sus implícitos conceptos sobre el rol del hombre y de la mujer dentro del hogar, rechinan como (entrañables) antiguallas. Pero en lo relativo a cómo afrontar la existencia, Babar siendo un ejemplo modélico.

Las historias de Babar hablan de felicidad, de encarar las adversidades con la mejor disposición de ánimo. De Brunhoff no rehúye las tragedias ni las desgracias en sus historias: la madre de Babar muere a manos de un furtivo, el rey de los elefantes es envenenado por una seta (De Brunhoff lo dibuja hecho un gurruño, retraído por el dolor), el general Cornelius y la anciana señora están a punto de pasar también al otro barrio por culpa de un incendio fortuito y de una picadura de serpiente… El autor no evita estas estampas porque se refieren a situaciones que están a la orden del día de la vida; porque él mismo, enfermo de gravedad, puede desaparecer, como cualquiera, en cualquier momento, y es necesario asimilarlo con entereza. La muerte es desde luego el final, pero no tiene por qué ser un funeral ni un luto prolongado.

Babar codeándose con la alta sociedad parisina en Historia de Babar

La vida es corta y merece ser aprovechada. Hay que apartar de ella todo lo que tiene de nocivo y de tóxico. Así lo transmite el monarca Babar en una pesadilla, fruto de su angustia porque las cosas no le salen bien y sus seres queridos sufren: en su agitado sueño le visita la personificación de la Tristeza y su ejército de malas sombras (la Rabia, el Desconcierto, la Flaqueza, la Desesperación o el Miedo), que son alejadas por la oportuna intervención de la Felicidad y su séptimo de caballería (Esperanza, Inteligencia, Alegría, Sabiduría o Paciencia). En esta doble página, el Valor y la Perseverancia se representan armados, como líderes de ese estado de ánimo difícil de alimentar pero imprescindible para una sana evaluación de nuestras circunstancias.

En los álbumes de Babar, las adversidades se superan con la facilidad de un buen temple y carácter. Incluso las dificultades políticas, que dividen a los hombres, son salvadas con resolución y voluntad de diálogo: en Babar hay golpes de Estado, una monarquía que es símbolo de estabilidad y de preservación de tradiciones, pero también existe concordia, un decidido pacifismo, colaboración entre iguales, buen gobierno en pos del interés común. De Brunhoff es el primero en plantear abiertamente estos postulados en una obra para niños, y eso le vuelve aún más grande, porque pone el foco en ellos con la misma preponderancia que la esperanza, la inteligencia o la amistad. Son vías para alcanzar la felicidad en la vida y entre congéneres.

Jean De Brunhoff fue amable y generoso. Un melómano que, como el propio Sendak, confirió un «efecto resplandeciente y espectacular» a muchas de sus páginas, presididas por una cadencia rítmica y simétrica elogiable. No es de extrañar que, al final de su prólogo, el autor de Donde viven los monstruos, que no era muy amable pero sí sabía ser generoso, prodigara a ese francés tan típico un piropo que redobla como un epitafio: «Lo que preocupa y encanta a De Brunhoff es la vida».