Dicen que si no das de comer a un anciano famélico o si dejas morir de hambre a un viajero por negarle el alimento, sus espectros hambrientos se convierten en kubi kajiri (muerde-cabezas). Cuando alguien muere a causa del hambre, su espectro se aparece entre las tumbas para comerse las cabezas de los cadáveres a mordiscos (o así se refiere en la Enciclopedia yōkai, de Shigeru Mizuki (Satori, 2017).
También se cree que todos esos demonios nacidos de alguna carencia, como por ejemplo el no haber realizado la ceremonia de ofrendas budistas a las almas de los que padecieron hambre, o el que las ofrendas fueran escasas, o cualquier otra razón que les provoque un deseo irrefrenable de comer, se dedican a campar a sus anchas por los cementerios excavando las tumbas y sacando las cabezas para comérselas.
Entre los yōkai que desentierran cadáveres de sus tumbas para comérselos, hay también uno llamado mōryō, pero el kubi kajiri se come sólo las cabezas, así que no estamos hablando de la misma una criatura.
Quizá lo que pretenden estas historias sea prevenirnos contra la avaricia y fomentar la compasión entre la gente.
Antiguamente era muy frecuente enterrar los cadáveres sin incineración previa, por lo cabe imaginar que los perros o los gatos podían desenterrar las cabezas y morderlas. En esos casos, la culpa recaía en el kubi kajiri.
En Europa dicen que hay una criatura llamada «demonio de los cadáveres» que vive en los cementerios y devora los cuerpos. Nuestro kubi kajiri debe de ser un ente similar a este demonio necrófago.