La Sed. Ilustración realizada por Andrea Beré para Fabulantes
Esperamos asustaros esta Noche de Difuntos de 2017 con uno de los cuentos más aterradores jamás escritos: La habitación de la torre, del gran E. F. Benson, un cuento con una sobrecogedora fuerza expresiva y con una capacidad de alteración del ánimo que perdurará durante infinidad de noches y nos hará desconfiar hasta de las luces diurnas.
Apunta Jacobo Siruela en la presentación al relato La habitación de la torre (con traducción de Juan Antonio Molina Foix) de su antología sobre vampiros: «Con Benson el cuento clásico de vampiros se consuma y toda consumación cierra un ciclo. El vampiro del siglo XIX ha llegado a su consecuencia final: a fuerza de depurarse va perdiendo sus contornos clásicos para dar paso a un vampirismo cada vez más psicológico y poliforme«. No deja de ser una coincidencia macabra que ese punto y final tenga lugar precisamente en 1912, año de la muerte de Bram Stoker, el principal responsable de la inmortalidad del «vampiro clásico». Será, por cierto, la única coincidencia que se mencione en este artículo: todo lo demás es pura maquinación calculada.
El confín entre el monstruo tradicional y su más moderna acepción psíquica viene marcado por un cuento breve -catorce páginas en la edición de Atalanta-, de efectos atronadores, y perdurables, en la tranquilidad de ánimo. La habitación de la torre, relato extraordinario y de enorme fuerza expresiva, que dio nombre a la antología homónima de 1912, empieza como suelen hacerlo las mejores piezas de un maestro de la talla de E. F. Benson: con un hecho introductorio aparentemente anodino, pero atractivo, sin presunta relación causal con los hechos posteriormente narrados. Los pocos párrafos en los que se despacha, en un prodigio de economía y precisión narrativa, generan un rotundo desconcierto, la más amable de cuantas sensaciones experimentará el lector en su paseo por estas arrebatadoras páginas.
El narrador anónimo del cuento, «soñador inveterado» según su propia definición, no escatima artificios para mantener en tensión. Justo en la linde en la que se apresura a entrar en materia nos avisa: «Al menos yo no logro encontrar ninguna [explicación] para la historia que voy a contarles. Estuvo envuelta en tinieblas desde el comienzo y así permanece todavía«. Son los últimos instantes de paz que concede La habitación de la torre. A partir de aquí, empieza una calma tensa que irá derivando hacia un final tormentoso, previa aparición de una de las vampiresas más terribles de toda la historia de la literatura.
La Habitación
de la Torre.
Ilustración realizada por
Jordi Solano
para Fabulantes
Iustración Kevin Mark (Corsario, ¡quiero mis galletas de vuelta!)
Benson, a través de su voz prestada, nos refiere un sueño muy vívido que empieza a asaltar al protagonista desde los dieciséis años y que involucra a la familia de Jack Stone, un antiguo compañero de colegio. El muchacho se encuentra siempre ante la puerta de una mansión, es conducido al jardín posterior, presidido por un nogal y una valla, rodeado por una torre de tres plantas un tanto fuera de lugar, y presentado ante la familia del amigo, sentada siempre ante una mesa. Invariablemente, al cabo de un breve lapso, la madre se levanta y con una gran solemnidad, anuncia: «Jack le mostrará su habitación; le he asignado la habitación de la torre«. A continuación, se produce el ascenso por una larga escalera de caracol, con el corazón sobrecogido, y el protagonista es introducido en la habitación asignada; la pesadilla acaba y se produce el malsano despertar.
Ilustración
de Andrii Shatetov
(Biblioteca Olvidada)
Ilustración de Kristian Llana
Si ya de por sí la estampa es profundamente inquietante, Benson la crispa todavía más con las repeticiones y alteraciones que va introduciendo en ese sueño recurrente, cada vez más realista y consistente. Benson pauta los puntos en común con esta frase que altera los nervios: «Mas dondequiera que estuviésemos, siempre había el mismo silencio, la misma sensación de opresión y de malos presagios«. Pase lo que pase en el sueño, el narrador va a tener la misma nítida impresión sobre la madre de Jack, la señora Julia Stone, y va a palpar el miedo del resto de personajes -el padre, el amigo o las hermanas- sentados a la mesa. Tal es la presencia de la mujer que hasta las sombras, o las luces de alrededor (pues ésta es, básicamente una pesadilla diurna), parecen encogerse.
Julia Stone ejerce tal poder en el sueño que el ambiente acaba resultando nocivo y agobiante, asfixiante, putrefacto. Pero su influencia no consigue sustraerse al paso del tiempo: a pesar de que en el sueño entran y salen otros miembros de la familia, o cambian de estado civil, todos envejecen sin discusión. Achacosa, pero aún así imponente, Julia Stone sigue repitiendo su terrible y sentenciosa letanía hasta su muerte. En su lápida, resaltada con tétrica iluminación mortuaria, destaca un epitafio horroroso: «En la funesta memoria de la señora Stone«.
Ilustración
de Gabby Felio
(La Torre)
Ilustración de Kirill Khrol (Tormenta)
Hasta aquí llega la primera parte del cuento. Ha sido muy fácil evocar su impacto. La iluminación, los colores estridentes, alucinados o alienados, la actitud crispada, casi histérica, de los silenciosos secundarios, la elección de palabras de quien aguarda algo indefinido y peligroso, el siniestro escenario, idílico e inofensivo en situaciones menos alarmantes, y sobre todo la mirada y la voz de Julia Stone, restallan con malignidad propia y ponzoñosa. No es para nada extraño intuirlos como elementos atmosféricos de una más que afortunada película de Terror de esas que nos encaminan hacia largas vigilias agitadas.
Ilustración de Mohammad Qureshi (Niebla)
Pero el efecto no ha terminado, el telón no ha caído y las garras del Mal aún no se han cerrado. Queda todavía el fragmento en el que realidad y sueño convergen con espeluznante determinación. El protagonista responde al final, y por accidente, a la llamada de la señora Stone. La estampa se repite, aunque sin silencios plomizos; el narrador está aquí aquejado de una curiosidad morbosa que le empuja a seguir la inercia del destino, como un sonámbulo. Le rodean señales perversas en forma de gotas caídas del cielo, de anómalas reacciones animales, de luces que sugieren y de sombras que callan. En la cima de la torre espera la habitación inmaculada, conservada tal cual como se ha «vislumbrado» tantas y tantas veces. Y en la cabecera de la cama, cuelga un cuadro que observa con deleitación despiada. En su marco puede leerse: Julia Stone por Julia Stone (enésimo eco del relato). El autorretrato del engendro socava los cimientos de la razón y de nuestra percepción.
Con Benson jamás sabemos qué es realidad y qué cuento. Ni si las tinieblas se comban por el peso de terrores todavía más espeluznantes.
Ilustración realizada por Darren Benton
(Escena del Cementerio)